Nuria Barrios
La impostora
Páginas de Espuma
160 páginas
POR MENCHU GUTIÉRREZ

Desde su mismo título, este libro de Nuria Barrios, ganador del XIII Premio Málaga de Ensayo, está lanzando un mensaje en clave que provoca una gran curiosidad. Quién se esconde tras ese apelativo de impostora. Es un título arriesgado, creativo y nada inocente. Es verdad que se acompaña de un subtítulo en apariencia clarificador: Cuaderno de traducción de una escritora. Pero, bien mirado, éste no hace sino incrementar el misterio que esconde, el deseo acuciante de conocer el contenido de dicho cuaderno -¿un diario? ¿un thriller?- y a quien así se califica a sí misma o a aquélla que es objeto de una denuncia. Es decir, hay que tener valor para usarlo y saber que lo que desvele más tarde no va a decepcionar las expectativas del lector. En resumen, es la puerta de entrada a un libro que elige una creadora, y puede utilizarla porque, si bien nos encontramos ante un ensayo sobre la labor de la traducción, esta obra es, sin duda, muchas cosas más, y sin reducir en absoluto el valor del pensamiento que encierra, por el contrario, el permanente paso al frente de la espléndida escritora y poeta que es su autora, Nuria Barrios, aporta unas dosis de imaginación, de juego e incluso de humor, que enriquecen sabiamente cualquier línea de pensamiento. La nada y el nadie de san Juan de la Cruz o de T.S.Eliot conviven felizmente con la búsqueda de las palabras «en la oficina de objetos perdidos».

Este largo preámbulo en torno al título del libro sirve para enfatizar el aspecto creativo que permea todas sus páginas. Estamos muy lejos de una obra académica, que hubiera sido estructurada como un edificio racionalista, y el libro se ordena y se desordena ante nuestros ojos, movido por las sabias dudas y las certezas de su autora, en una constante metamorfosis. Habría que aclarar que esas certezas son como dardos poéticos que nacen de su profunda experiencia como traductora, y uno de los grandes atractivos del libro es la vida que comunica, su capacidad para hacer partícipe al lector del gran misterio que encierra el lenguaje.

Cuenta Nuria Barrios cómo llega a la traducción oponiendo a esta labor una gran resistencia. Un creador puede pensar que el ejercicio de suplantación de otras voces literarias puede distraer o afectar a su propia obra. Sin embargo el viaje al que invita es de una profundidad tal que termina por convertirse en un regalo. Podría decirse que un regalo envenenado, por el sufrimiento que también acarrea, pero las preguntas que enseguida empiezan a aflorar constituyen un profundo viaje hacia la esencia el lenguaje: «¿Cómo se expresa lo que no es verbal, la sombra de las palabras, su eco?». a traducción termina por convertirse en una especie de segunda vida.

«La escritura siempre me había ayudado a hacer conocido lo desconocido. La traducción hizo desconocido lo conocido». 

Traducir, algo que ella había supuesto una tarea agradable, se convirtió desde el primer momento en un «perturbador viaje existencial al revelar la extrañeza del lenguaje e introducir esa extrañeza en la conciencia que tenía de mí misma: ¿quién soy yo? ¿qué soy yo?».

Tan bien sabe que para hablar de esa experiencia tan profunda debe de perderse en ella, que se lanza a responder a estas preguntas esenciales con este nuevo lenguaje. El resultado de su honestidad tiene una gran recompensa para el lector: hace que parezca fácil lo que es extremadamente difícil. 

Las excelentes y originales citas que maneja y, sobre todo, comenta, se combinan con un riquísimo y poco conocido anecdotario que abre muchas puertas y que provocan en el lector una apasionada respuesta, sobre todo al poner voz a muchas realidades silenciadas.

Este es un libro muy valiente en la parte de denuncia que contiene, sobre todo en lo concerniente a la labor traductora de las mujeres, y en ocasiones provoca un deseo acuciante de reparación. Quien lee siente la necesidad de colaborar en esa tarea de reintegración a la Historia oficial de una realidad que le ha sido escamoteada. Tal es la historia del enmascaramiento del sujeto femenino cuando no, lisa y llanamente, la de una usurpación.

Nuria Barrios no teme posicionarse con claridad en todo momento, asumiendo riesgos, huyendo de la tibieza intelectual y realizando también críticas certeras sobre un feminismo equivocado: defiende, por ejemplo, el uso del femenino plural en un mundo, como el de la traducción, en el que las mujeres representan a la mayoría y denuncia la insensatez de los creadores de nuevos guetos por razones de sexo, color o edad, como en el que ya podría llamarse «caso Amanda Gorman».

El libro reinvindica el valor determinante de la traducción a lo largo de la Historia: cómo el peso de una sola palabra pudo inclinar o quizá inclinó la balanza a un lado u otro de una interpretación de trascendentales consecuencias: ¿fue creada la mujer a partir de una costilla de Adán o esa costilla era en realidad una incorrecta traducción de costado y Eva fue creada junto a Adán, al costado de Adán, tal como se desprende del primer capítulo del Génesis? La mera hipótesis plantea el vértigo que encierra toda traducción.

El libro revisa los riesgos que asumieron y continúan asumiendo los traductores a lo largo de la Historia: desde la persecución de la que fue objeto el teólogo inglés John Wycliffe, quien, desafiando la prohibición de la iglesia, había traducido la Vulgata al inglés a finales del siglo XIV, a la fatua que el imán iraní Jomeini hizo extensible a los traductores de Los versos satánicos de Salman Rushdie. Treinta años después de su muerte, el cuerpo de Wycliffe fue exhumado y sus huesos se quemaron junto al manuscrito del pecado «como parte del mismo corpus».

Pero, sin duda, lo más importante es que este libro, que con tal fuerza desenmascara la tergiversación voluntaria, el hecho de que tantas veces se da carta de normalidad a una aberración, no sólo rescata una historia obliterada, sino que va al fondo de la cuestión fundamental: el valor y la esencia de la palabra.

«Comprender y no atinar a traducir retrotrae a la traductora a una fase anterior al lenguaje verbal, a la etapa emocional previa al bautizo de la realidad y a su clasificación taxonómica. Es un viaje desde la punta de la lengua a su raíz. […] Cuando me encuentro ante un texto cuyo sentido se me escapa, me agito, pero insisto porque intuyo que si Odiseo no hubiera huido, si hubiese permanecido atento y paciente, habría comprendido el canto de las sirenas. Traducir es comprender, y comprender requiere a menudo la espera. Hay que aguardar a que el texto relaje su hermetismo. Hay que permanecer expectante y en silencio para escuchar el eco de la imaginación del escritor».

El grado de implicación, la sinceridad con la que Nuria Barrios afronta el ensayo hace que pueda aportar su misma experiencia como practicante de yoga para comunicar su experiencia como traductora: «he aprendido que para alcanzar la estabilidad y la calma en la postura, o asana, es preciso ejecutar movimientos opuestos al mismo tiempo como elevar el esternón y bajar los hombros, arraigarme y tender hacia el cielo, ser consciente sin dejar paso al ego. ¿Acaso no sucede lo mismo en la traducción?». 

Para acercarse al original, Nuria Barrios reconoce que tiene que ser fiel al texto y al mismo tiempo dar rienda suelta a la imaginación, en un extraño y paradójico equilibrio. La traducción: «Si ha de ser precisa, necesita libertad».

Son muy bellos sus comentarios sobre esa realidad híbrida de la traducción que la poeta norteamericana Anne Carson ha acuñado como «tercer lenguaje». Nuria Barrios imagina ese espacio intermedio entre el texto original y el traducido, como un «fértil territorio donde anidan las infinitas traducciones posibles de un mismo texto. Un vivero». Ese vivero, que en inglés se traduce como nursery, es un lugar donde se cuidarían las palabras, como a los niños en los jardines infantiles.

El final del libro es una especie de cohetería festiva en la que todo aquello que se sabe y no se sabe sobre el misterio de la traducción, parece decirse y reflejarse en un espejo para, finalmente, desaparecer en su interior: unas palabras parecen borrar a otras, algo que parece tener sentido deja de tenerlo o se transforma en la línea siguiente, es un festival de paradojas. 

A pesar de lo mucho que hemos aprendido en este viaje, la autora tiene el talento de dejar el misterio intacto y la palabra definitiva, como una eterna promesa, sin pronunciarse, en la boca.