Andrés García Cerdán
La mirada salvaje
Pre-textos
316 páginas
Como siempre que se asoma a un ensayo, el lector desea saber cuál es su contenido. En el caso de La mirada salvaje, y a pesar del subtítulo (poética del espejo y del espejismo), la respuesta dista de ser sencilla. En un primer nivel, este libro trata acerca de los espejos, sí, pero si entendemos «espejo» en un sentido amplio. No solo esas superficies reflectantes a las que nos asomamos para acicalarnos o constatar nuestra existencia. También el otro (sea persona, objeto, paisaje u obra de arte) puede ser un espejo donde descubrirnos otros, donde desvelarnos. Porque García Cerdán, lejos del espíritu narcisista que campa en nuestra época, se interesa realmente por el otro, por lo otro; pero no lo hace de manera distante, a la manera clásica y ordinaria del sujeto confrontado al objeto. Berkeley decía que el sabor de la manzana no estaba en el sujeto ni en el objeto sino en el paladar, el lugar de cruce entre ambos. Esa relación entre objeto y sujeto, en el caso del poeta que siempre es Andrés García Cerdán (aunque esta vez comparezca bajo el camuflaje de ensayista) se logra a través de cierto tipo de mirada, una mirada poética, lo que el autor denomina la mirada salvaje. ¿Y qué es la mirada salvaje? Si hay miradas salvajes es porque existen otras que no lo son. Hablamos de las miradas adocenadas, que creen saber lo que tienen delante, o lo que tienen dentro, las que apenas dudan, las que en el viaje de la vida ven de continuo el mismo paisaje. Mirar es un trabajo, una tarea ardua, un ejercicio que requiere tanto empeño (un empeño que a veces se confunde con el delirio) como la disciplina más exigente. Dice el autor: «de esta desconexión y de la manipulación que nos ciega diariamente intenta salvarnos la poesía, aquella habitada por el fuego, la que guarda el secreto de una lengua que es origen». Hay un fuego, un brillo en el origen de las lenguas, como si esa lengua original guardara el rescoldo caliente de las cosas a las que se refieren las palabras. La etimología, dice el autor, es un viaje al pasado que es al mismo tiempo un viaje al futuro, una herramienta para reavivar ese rescoldo, para encontrar una arista nueva en los objetos, un matiz desconocido.
La mirada salvaje es un ensayo hecho de fragmentos cuya temática se dispara en mil direcciones. A veces se acerca a la crítica literaria, otras a la reflexión estética y poética, en ocasiones a la autobiografía; algunos capítulos podrían incluirse en el apartado de literatura de viajes y otros son pura creación literaria. Sin embargo, incluso en sus textos más biográficos, García Cerdán se aleja de la autoficción tan en boga para centrarse en lo otro, en los otros (las personas que le acompañan en un festival de literatura, un peral, los grafitis de Banksi en las calles de Bristol). Como su admirado John Berger, la mirada de Andrés gusta de ahondar en las cosas en busca de un sentido nuevo, de una savia que salve a la percepción de su esclerosis.
Encontramos un hilo que atraviesa todos estos fragmentos, como ya dijimos, y es el tema del espejo. Comparece Narciso, pero también ese otro reflejo artístico que es el autorretrato o ese espejo literario que es lo biográfico. Aparecen, por supuesto, los espejos deformantes del callejón del gato donde se mira Max Estrella. Y el mar, y la obsidiana y el metal pulido.
La multiplicidad es inherente al discurso de Andrés García Cerdán. Podríamos hablar de este libro como de un espejo roto, pero no por la tan manida fragmentariedad postmoderna. Se trata más bien de ser fiel a cierto espíritu realista. En efecto, la realidad es multiforme, como lo son las lenguas en las que esta se expresa. Encontramos, incluso, un aliento místico en algunas de las páginas del autor, un anhelo de unidad entre tanta dispersión. Se trata de un discurso alejado del nihilismo. Aquí, en estas páginas, hay encerrada una fe, la fe en la vida y en la belleza. La fe del que cree que la poesía es un modo imprescindible de acercarse a las cosas, de nombrarlas de manera más aproximada que el número o los datos estadísticos.
En última instancia, el espejo es una metáfora de la propia creación literaria. Desde el stendhaliano espejo realista que pretende (tarea imposible) reflejarlo todo hasta el deformante espejo vanguardista existen todas las gradaciones, gradaciones que le permiten al autor hacer un recorrido por la historia de la literatura. Podría decirse que todo artista necesita fabricarse su propio espejo o, lo que es lo mismo, encontrar su propia manera de mirar. Concluimos afirmando que La mirada salvaje es un espejo -y un reflejo- de Andrés García Cerdán. Y lo bueno de este espejo es que, en él, muchos de nosotros podemos sentirnos reflejados.