Manuel González Sosa
Poesía completa
Editorial Pre-textos
272 páginas
POR ÁLVARO VALVERDE

No vamos a descubrir ahora la importancia de la poesía canaria en el panorama poético del español. En lo contemporáneo y más atrás. Ni hace falta nombrar a nadie porque esos poetas y sus obras están en la cabeza de cualquier lector informado. Es verdad que unos y otras no son conocidos por igual; así, «el caso» que nos ocupa, el del discreto Manuel González Sosa (Guía de Gran Canaria, 1921- Las Palmas de Gran Canaria, 2011) que, por propia voluntad y una pizca de orgullo, se mantuvo en vida alejado del primer plano (al menos en su perspectiva de poeta) y que publicó sus poemas en ediciones de tirada reducida. Fue alguien que «hizo del silencio público […] casi una manera de ser», escribe Andrés Sánchez Robayna en el prólogo a su edición de su Poesía completa que se publica con motivo del primer centenario de su nacimiento. Como Cavafis o Pessoa, tardó en llegar a sus potenciales lectores, que cada vez son más. Por eso era preciso dar a conocer como es debido los versos de este secreto «poeta español de postguerra», tan necesario como «históricamente descolocado». 

Poco sabemos de su vida. Autodidacta, trabajó como empleado de banca hasta su jubilación. Desde 1947 vivió en Las Palmas, con estancias en Fuerteventura y Bilbao. Viajó mucho por el resto de España, Europa y América. Realizó, además, una importante labor de animación cultural en las islas. 

En la necrológica de Robayna publicada en El País leemos: «La juventud de Manuel González Sosa estuvo marcada por las duras condiciones de la posguerra: un largo, inacabable servicio militar en la isla de Fuerteventura […] y un difícil, casi paradójico entusiasmo por la palabra poética. […] pronto volcó ese entusiasmo en la creación de colecciones como San Borondón o La fuente que mana y corre, o suplementos culturales como Cartel de las Artes y las Letras, que publicaba el Diario de Las Palmas». 

Precisamente San Borondón era el nombre de la colección donde, en 1967, a los 46 años de edad, publicó el poeta su primer libro, Sonetos andariegos, escritos entre 1945 y 1963. Le siguieron: Cuaderno americano (1997), Paréntesis (2000), Tránsito a tientas (2002) y Contraluz italiana (2004). Por medio, Dos poemas venezolanos (1975), Homenaje sucesivo (1976) y Díptico de los pájaros (1997).

Ya se dijo que estas entregas fueron, por decisión suya, limitadas, de apenas un centenar de ejemplares. 100 tenía la edición no venal, por ejemplo, del conjunto de su poesía, ordenada en una serie de cinco cuadernos (impresos de 1992 a 2004) bajo el título A pesar de los vientos (palabras que toma de un verso de Góngora). Bajo este mismo título, y en 2013, la editorial Salto de Página reunió de nuevo (con prólogo de Robayna) su poesía completa. Ya en 1977, y en el Taller de Ediciones Josefina Betancor, editó una plaquette con ese rótulo.

Podemos añadir que en 1994 vio la luz Laberinto de espejos, una antología de poemas que subtituló de «personal».

En lo que al ensayo se refiere, es autor de Tomás Morales, cartapacio del centenario (con una carta inédita de Ramón Gómez de la Serna) y Tomás Morales: suma crítica. Se ocupó de los también canarios Benito Pérez Galdós y Domingo Rivero. 

En el perspicaz prólogo a su Poesía completa, Robayna incide en la importancia del paisaje, algo inherente, según creo, a la poesía escrita por canarios, y que él centra en la infancia; en el «espíritu elegíaco», emparentado con el barroco español (Quevedo, Góngora) y con el romanticismo inglés (Keats, ante todo); y en la importancia que le dio Sosa al lenguaje, «fuertemente problematizado» (a lo Ungaretti), de ahí que hable de «simbiosis», por la unión entre «la experiencia vital y la experiencia verbal». La «tensión» de su escritura sería consecuencia de una suerte de «destilado de una experiencia […] marcada siempre por una honda meditación». Al fondo, Unamuno. Y JRJ. De Américo Castro toma el editor un término que lo define bien: «vividura», en tanto que «interpretación del acto de vivir». 

Su «extremo rigor verbal» es siempre perceptible. Por su elegancia. No en vano a Sosa se le ha definido como «diseñador de lenguaje». Se aprecia en los sonetos (composición que, modas al margen, nunca dejará de ser perfecta, como la décima, que también usa) de su ópera prima (ampliada con el tiempo), donde se refleja el mundo perdido del niño que fue, «puro espejismo de un edén». «Hombre soy». «Un isleño / perplejo del vacío» que se pregunta: «¿me quedaré por siempre entre raíces?». Allí, la cuna, la madre, el abuelo… «Todo el paisaje, ahora, es luz unánime». En los últimos sonetos, aparece ya el Sosa viajero, el que no deja de comparar lo que encuentra con lo que dejó atrás. 

En la nota que acompaña a Cuaderno americano (como las del resto de libros, va al final) se incluye un práctico diccionario de americanismos. Se abre con una cita de Martí: «Cuánto de bello y triste ven mis ojos», lo que le confirma como un poeta de la mirada (en otra parte escribe: «Porque basta mirar, como yo miro»); más cuando viaja, como hace al caso. Perú, Venezuela y el Orinoco (su obsesión por los ríos, siendo él insular y oceánico, es evidente: el Adaja, el Zadorra, el Guadalquivir…), las ruinas, el maíz (y las afinidades con su tierra natal), los mercados, Machu Pichu (y Neruda), las llamas, el Vallejo de «mirada doliente siempre y pavorida» («Nunca saliste de tu pueblo», «Ni de la infancia», dice de aquél y parece decirlo de sí mismo), arqueologías (un kero, la hoja de un tami, máscaras y guantes funerarios, una quena, un huaco…). «Tu silencio es un llanto».

Paréntesis (que alude «al tenor un tanto digresivo de su contenido») reúne «perfiles» (de Torón, Feria, Robayna, Luis VII de Francia, Epiménides de Cnosos o un cruzado) y «parajes»: visiones del alma (dice con Salinas). El paisaje es solo «Mar. Y cielo. Y litoral». Y el malpaís, el «incierto» Teide, las garzas, Italia (Orvieto, Ostia), etc. «Siempre es feraz la locura / de aventurarse en lo ignoto». 

En la parte titulada «Entrevisiones», utiliza la prosa para anotar impresiones de Cádiz (donde halla un drago), Sevilla (donde se topa con «esa imaginería de piedra desangelada» del extremeño Pérez Comendador), La Mancha, Ávila (tan presente), Bilbao (y su Museo de Bellas Artes)… O los descubrimientos del otoño y de un chopo, puro exotismo peninsular. 

Tránsito a tientas comienza con el espléndido «Ante una casa en ruinas». El campo, lo rural. Torna Sosa más discursivo y metafísico. Con poemas en torno a la noche, el pan, el jable… Con Machado, Morales y Quesada. 

Contraluz italiana, su última entrega, es, acaso, donde su poesía se revela más precisa, breve y moderna. La más cercana, tal vez, al lector de hoy. Ahí encontramos poemas tan logrados como «Exilio», «Cripta», «Travesía», «Pinar en la Maremma», «Recanati» (la patria chica del romántico Leopardi), «Interior», «No eres tú quien recibe…» o el que lo cierra: «A John Keats y Percy B. Shelley…». También «Entre paréntesis», lo que me permite señalar que Sosa es único en el uso de ese signo ortográfico, una técnica que usa con notable acierto. 

En el número LIX (2015) de la revista Estudios Canarios, Robayna, con la colaboración de Antonio Henríquez Jiménez, dio a conocer la Poesía dispersa de Sosa. Si entonces se recuperaron treinta y ocho poemas publicados en periódicos y revistas entre 1939 y 2014, aquí se ha optado por recoger solo dieciséis (fechados entre 1959 y ¿1995?), de ellos tres inéditos. Destacaría «A don Miguel de Unamuno», «Reencuentro», «Lanzarote» (isla a la que dedicó, junto a Gran Canaria y Fuerteventura, una guía de viajes), «Mediodía» y «A mi abuelo, a propósito de un reloj que me dio en herencia». 

En la nota a Tránsito a tientas, nos dejó una pequeña joya en forma de reflexión sobre la conveniencia de formular una poética. Piensa que «armar una poética personal en cierto modo implica a la autolimitación, el condenarse por gusto a un marco más o menos ceñido o elástico». «Lo deseable –concluye– es que las palinodias del poeta evidencien que la obra que lleva entre manos (modesta o ambiciosa) es fruto de un proceso genuino impulsado naturalmente por una íntima necesidad irresistible […] y no consecuencia de la sumisión oportunista a sucesivos compuestos de principios ingeniados adrede para acatar dictados esnobistas o espurios». Nada que añadir.