Javier Pérez Andújar
El año del Búfalo
Anagrama
256 páginas
POR EVA COSCULLUELA

Según el horóscopo chino, 1973 fue el año del Búfalo, un signo que en su mitología representa un periodo de prosperidad alcanzada a través del trabajo. Visto desde hoy, la astrología no atinó demasiado: una gran crisis del petróleo provocó un cataclismo económico que sacudió el orden mundial. Pero ese año pasaron muchas más cosas, grandes y pequeñas, de distintas magnitudes y con distintas implicaciones.

El año del Búfalo es un compendio de muchas de ellas, que sirven como elemento vertebrador de esta novela-artefacto literario en la que Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965) salta las costuras del género. El argumento podría resumirse como las peripecias de cuatro hombres que viven encerrados en un garaje en Suburbia, una ciudad que bien podría ser aquella por la que paseaba el autor con su madre en uno de sus primeros libros. Duermen de día y al caer el sol despiertan para ejercer su actividad durante la noche. Basilitz Zhlobin, pintor, traza redondeles por las paredes y deja la huella de su mano impresa; Tatos Kelkit, músico, toca una única nota cada noche en su teclado electrónico; Ugo Rende, que no hace nada; y Folke Ingo, escritor, que narra este encierro. Acompañando a los lances de estos cuatro individuos (que llegan a inventar un plan para escapar de su confinamiento, hasta que uno de ellos les recuerda que están encerrados voluntariamente y que podrían salir con solo abrir la puerta), encontramos una serie de “psicofonías” que cuentan episodios de política internacional que sucedieron en los años 60-70 (sobre todo en 1973, año del Búfalo) y que narran revoluciones, golpes de Estado, genocidios, etc., en países latinoamericanos, africanos o asiáticos, fundamentalmente en aquellos que habían sido colonias de países occidentales. Estas psicofonías retratan con una mezcla de ironía y desencanto los movimientos revolucionarios que se rebelaron para derrocar dictaduras y que acabaron convirtiéndose en tiranos iguales que los derrocados.

Pero El año del Búfalo es también un ejercicio metaliterario que contiene una novela dentro de la novela. Porque lo contado hasta aquí, en realidad, constituye la novela que el finlandés Folke Ingo ha escrito relatando su confinamiento con esos tres extraños compañeros de viaje. Ingo es un escritor que empezó imitando a Perec y escribiendo una novela sin aes, después otra sin vocales, para acabar escribiendo su obra maestra: «Una novela río sin vocales, ni consonantes, ni signos de puntuación», que sus editores aconsejaron acortar «por razones comerciales». Ingo falleció prematuramente y el Ministerio de Humanidades, con el profesor Aarón Carricondo como responsable, prepara esta edición crítica anotada por expertos en la obra del autor nórdico: el propio Carricondo, su traductora al español y otros personajes como —aquí ya encontramos la primera broma del autor: qué es un experto, quiénes se consideran voces autorizadas y cómo estas voces se apropian de los conceptos para ser los únicos que pueden opinar sobre el tema— la madre del escritor, el presidente del club de amigos de Gregorio Morán, la directora de un cineclub de Santa Coloma, los padres de uno de los artistas confinados en el garaje y hasta comentarios de TripAdvisor. Y como en esta novela la lógica convencional no existe, veremos como el propio Folke Ingo interviene desde el más allá para corregir, apostillar y matizar las opiniones de quienes tanto saben sobre él. Las teorías de estos expertos acaban dando paso a un diálogo entre ellos donde se interpelan, se contradicen y se recriminan asuntos relacionados con la obra, que devienen en discusiones sin relación alguna con Ingo o con el texto que les ocupa, parodiando los sibilinos ajustes de cuentas académicos.

Las opiniones de todos estos expertos se articulan a través de notas a pie de página que, contenidas al principio, van ganando en extensión hasta invadir varias páginas completas. Las notas se erigen en el motor literario de la historia y en muchos pasajes relegan al texto a un papel secundario que adorna y acompaña. La presencia de estas notas invierte la estructura del libro y provoca un juego con la puesta en página donde las notas desplazan físicamente al texto, lo expulsan, lo arrinconan. A ver quién manda aquí, parecen decir. Si las psicofonías hablan de jerarquías y de cuestionar y subvertir el orden establecido, las notas hacen lo propio y dan su particular golpe de Estado al texto para hacerse con el control del libro. 

En El año del búfalo Pérez Andújar ofrece una experiencia de lectura diferente y nos obliga a preguntarnos cómo leemos. En la lectura de esta novela iremos hacia delante y hacia atrás, avanzaremos varias páginas en las notas y regresaremos al texto sin recordar por dónde íbamos, y, por el camino, habremos perdido el hilo unas cuantas veces, nos habremos dejado llevar por desvíos y meandros, saltado de un tema a otro y a otro y a otro para retomar finalmente el primero, y nos habremos sorprendido al comprobar que ese hilo perdido importa poco. Porque, en realidad, la clave de este libro es que es una celebración de la lectura que reivindica el disfrute, el regocijo de leer sin estar pendientes de un hilo argumental, de una tesis o de una genealogía de personajes. El año del búfalo nos pide que olvidemos la lectura utilitarista y que aprendamos de nuevo a leer como cuando éramos niños, cuando cogíamos un libro o un tebeo solo para divertirnos: leer sin otro objetivo que pasarlo bien. Leer sin pretensiones.

Una de las constantes en la obra de Pérez Andújar es la particular atención a ese espacio donde conviven la alta cultura y la cultura popular, ese espacio que demuestra que no existe una barrera entre ellas y, si la hay, es artificial; que lo popular es el sustrato del que se nutre lo elevado, donde ancla sus raíces y donde germina para evolucionar. El libro está lleno de pequeños saberes que podrían estar sacados tanto de las páginas del las Selecciones del Reader’s Digest como de la Enciclopedia británica o de la Wikipedia, de datos rigurosos y de curiosidades menores, de hechos históricos y de anécdotas nimias. El conocimiento, alto o bajo, elevado o popular, es el cimiento y el armazón de la novela.

Solo alguien con la audacia de Pérez Andújar sería capaz de asociar la imagen del ataúd de Franco volando colgado de un helicóptero en su salida del Valle de los Caídos con el anuncio de Tulipán, en el que otro helicóptero aterrizaba en el patio de un colegio en la publicidad de los años ochenta. O a Carrero Blanco con el ColaCao y los Conguitos, debido a sus intereses en fincas de cacao de Guinea. O a Juan Ramón Jiménez con los Barbapapás y con Peret (sensacional ese personaje que confunde Platero y yo con «Borriquito como tú»). En El año del Búfalo recordaremos acontecimientos que afectaron al devenir de la Historia, pero también descubriremos cuáles eran los dibujos animados favoritos de Mussolini y del emperador de Japón, o que Joselito tuvo una segunda vida profesional en Angola; tan pronto nos encontraremos con Balzac, Gadafi, Petain o Napoleón como con Curro Jiménez, José Luis López Vázquez, Manolo Escobar, Los Roper o el detective televisivo Cannon. Y constataremos, a través del retrato de distintos dictadores y del análisis de sus mostachos, la importancia de llevar un buen bigote.

Si en un texto literario es tan importante lo que se cuenta como el cómo se cuenta, en este lo es todavía más. El amor por el lenguaje de Pérez Andújar, otro de los elementos recurrentes en toda su obra, aquí es un deleite: los juegos de palabras, las frases hechas en contextos ambiguos y los dobles sentidos son casi un personaje más de esta novela («Hay que ver lo poco que le gustaban las citas a Ingo. No quiero decir que no hubiera manera de quedar con él, me refiero a la hora de escribir. Cualquier cosa, menos citar. Las comillas son de pobres»). La anfibología permea todo el texto y llena las páginas de un humor disparatado que provoca la carcajada permanente.

En un momento en el que triunfa la literatura del yo, lo autorreferencial y lo confesional, en el que toda lectura debe ser ejemplarizante y tener una utilidad, Pérez Andújar da un portazo y nos invita a una fiesta de la lectura. Este es un libro que no lo da todo masticado. Que quiere estar a la altura de un lector inteligente y cómplice. El jurado del Premio Herralde así lo entendió cuando lo declaró ganador. También sus lectores, que salimos de esta fiesta borrachos de literatura.