Cristina Borreguero Beltrán
La Guerra de los Treinta años (1618-1648). Europa ante el abismo
La esfera de los libros, Madrid, 2018
698 páginas, 34.90 €
POR ISABEL DE ARMAS

 

 

La Guerra de los Treinta Años ha sido considerada como «guerra total», sobre todo a partir de la entrada de Francia en el conflicto y la intervención de su aliada sueca contra el Imperio hasta la Paz de Westfalia de 1648. Fue entonces cuando hubo una escalada bélica sin precedentes al extenderse los frentes de batalla a todas partes. Pero además de la denominación de guerra total y de guerra mundial, también ha sido considerada como la última gran guerra de religión. Este apelativo, para la autora de este libro, es bastante discutible por cuanto las cuestiones religiosas siguieron presentes en conflictos posteriores y porque en la guerra de 1618 a 1648 se mezclaron otros intereses muy distintos al de la cuestión religiosa, como la lucha por la hegemonía o el dominio de los mercados. Citando al historiador Peter Wilson, Cristina Borreguero opina que, ante todo y sobre todo, esta larga guerra fue un conflicto de gran envergadura que tuvo un impacto profundo y unas consecuencias duraderas. Así pues, concluye afirmando que, frente a los conceptos de «guerra mundial» y «guerra total», considera preferible hablar de conflicto internacional, concepto que aúna todas las pretensiones globalizadoras, cuya extensión o prolongación alcanzó otros espacios transoceánicos donde se dirimían también intereses europeos. En cuanto al término Guerra de los Treinta años, parece ser que por primera vez, y de forma definitiva, fue utilizado por Samuel Pufendorf, eminente jurista e historiador del siglo xvii, quien acuñó esta expresión para describir la serie de conflictos que asolaron Europa entre 1618 y 1648. Esta guerra no fue un único conflicto, sino un conjunto de varias guerras entre contendientes diferentes: muchos fueron los contendientes y muy numerosos y diversos los enfrentamientos.

La autora del presente trabajo, catedrática de Historia Moderna de la Universidad de Burgos, ha pretendido hacer un trabajo de síntesis; un enorme trabajo de aproximación al inabarcable estado de la cuestión, acometiendo un análisis de la evolución historiográfica de la ingente producción científica de las últimas décadas en torno a este conflicto bélico clave del siglo xvii. La profesora Borreguero, ya en la introducción, reconoce que no es fácil emprender un objetivo de este calado, puesto que los estudios realizados en todos los países involucrados en la contienda han sido muy numerosos y aún hoy esta conflagración sigue despertando enorme interés, debido, sobre todo, a la magnitud de la documentación que se ha preservado. La envergadura de la contienda hizo que los documentos se multiplicaran en todas partes y en muchas lenguas diferentes. A modo de ejemplo concreto nos recuerda que, sólo sobre la Paz de Westfalia existen más de cuatro mil títulos. Pero no podemos olvidar que el acontecimiento no era para menos. Antes de la Paz de Westfalia los Estados no tenían ni bien definidas sus fronteras. Tras esta trascendente Paz, los Estados diseñaron un territorio definido, una población estable y una soberanía que les otorgaba una autoridad exclusiva que no permitía ninguna interferencia externa en la esfera de su jurisdicción territorial. Esta soberanía les concedía el uso de la fuerza en la defensa de sus intereses. También tras la Paz de Westfalia, se instauró el sistema de congresos internacionales entre las grandes potencias para la resolución de los conflictos, creando el concepto de legitimación de acción conjunta, precursor del presente sistema institucional internacional.

En la actualidad, historiadores y expertos no dudan al afirmar que el estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618 significó el primer conflicto armado de dimensiones europeas, mundiales e incluso totales. La profesora Borreguero sintetiza así su serio y concienzudo trabajo: Desde sus inicios hasta 1629, la contienda parecía enmarcada en un contexto exclusivamente alemán, pues incluso Christian IV de Dinamarca, al declarar la guerra a los Habsburgo, lo hizo como duque de Holstein y no como rey de Dinamarca. No fue hasta 1630, con la llegada de Gustavo Adolfo de Suecia al norte de Alemania, cuando el conflicto se internacionalizó. La declaración de guerra hecha por Francia a España en 1635 señaló la expansión del conflicto en toda su crudeza, comenzando el duelo a muerte de la corona francesa por despojar a la monarquía española de su hegemonía europea. Los holandeses se unieron a Francia para lanzar un ataque contra los ejércitos españoles en el sur de los Países Bajos. La contienda alcanzó proporciones mundiales desde el momento en que el desafío holandés al dominio ibérico comenzó a ser productivo en América, particularmente en Brasil, pero también en África y el lejano Oriente. Como dato importante, la autora apunta que la destrucción y la devastación llegaron a extremos nunca vistos hasta entonces. Como consecuencia de ello, se ha calculado que las pérdidas humanas fueron del veinte por ciento de la población de preguerra. Nos hacemos mejor a la idea del significado de esta cifra si la comparamos con el cinco y medio por ciento en la Primera Guerra Mundial y el seis por ciento en la Segunda Guerra Mundial.

Este libro arranca con un primer capítulo introductorio, que acude a las fuentes políticas y literarias y a la «publicística» para analizar cuáles fueron las visiones contemporáneas de la Guerra de los Treinta Años. «La riqueza de avisos —comenta la autora—, relaciones, crónicas y panfletos hispanos permite conocer cómo se entendían en el discurso de la monarquía española los conceptos clave de guerra justa y guerra irremediable». También aquí señala que el mayor desarrollo de la destacada «publicística» a la que hace referencia tuvo lugar a partir de 1635, cuando, tras la declaración de guerra a España por parte de Francia, surgió una floreciente generación de polemistas españoles. «Todo ello aportó —puntualiza—, también en Francia, interesantes puntos de vista sobre la situación política de la guerra franco-española».

Seguidamente, este serio trabajo trata de estudiar aquellos territorios que constituyeron el núcleo y origen de la contienda. Cristina Borreguero considera que al ser un conflicto enormemente complejo, cuya génesis estuvo en Bohemia para extenderse a todo el Imperio y a una gran parte de Europa, este capítulo ha de comenzar por analizar los territorios patrimoniales de los Habsburgo, un espacio con sus propias características territoriales, demográficas, políticas y sociales. Concretamente, en Bohemia se puso de manifiesto la renuencia de muchos aristócratas a involucrarse en la revuelta debido a que existían más diferencias que puntos en común entre ellos; «no compartían un lenguaje común —escribe la autora—, ya que en el reino de Bohemia se hablaban cinco lenguas: checo, alemán, eslovaco, polaco y serbio; tampoco se consideraban racialmente cercanos, llegando algunos rebeldes incluso a considerar que los checos de las provincias de Bohemia y de Moravia no tenían un origen común». Además, aunque todos eran protestantes, no compartían la misma doctrina, y cuando el calvinista Federico inició un programa iconoclasta en Praga, generó rechazo incluso en los protestantes. Junto al avispero bohemio, aquí se analizan también aquellos principados y electorados del Imperio que tuvieron un protagonismo determinante en el inicio de la contienda: el Palatinado, Sajonia, Baviera y Brandeburgo.

La extensión de las rivalidades más allá de los territorios patrimoniales de los Habsburgo y del imperio es el tema tratado en el siguiente capítulo. Aquí se analizan las distintas actitudes de aquellos estados que fueron interviniendo en el conflicto: la monarquía española, Dinamarca, Suecia y Francia, sin olvidar los enfrentamientos en Italia, en el Báltico y las intervenciones en Hungría. También se nos recuerda en estas páginas que la onda expansiva de la guerra se extendió, por aquel entonces, fuera de Europa, transformando aquella contienda en lo que algunos historiadores han denominado guerra mundial o guerra total. A continuación, y bajo el título «El sonido de las trompetas de guerra y los tambores de paz», describe el desarrollo de la contienda, dividiendo el conflicto en dos grandes periodos: el de 1618 a 1629, en el que la guerra aparece como un problema del imperio alemán, y el segundo, a partir de 1630, en que se generaliza y desborda las fronteras del imperio para convertirse en una conflagración a gran escala. Pero también en 1630, con motivo de la Paz de Ratisbona, «fue cuando empezaron a sonar —escribe la profesora Borreguero— tímidamente, pero ya con nitidez, los tambores de paz. Se inició así un largo camino en el que se mezclaron la acometividad e ímpetu de la guerra con los deseos de paz».

Este libro dedica un capítulo completo al análisis del instrumento principal de la guerra, los ejércitos, dándonos a conocer sus capacidades e insuficiencias, así como sus progresos y perfeccionamiento. En estas páginas se aborda el estudio de los engranajes de la maquinaria bélica: el reclutamiento, el abastecimiento y la logística, así como los recursos financieros. Y para finalizar, en el consistente trabajo que comentamos, la autora lleva a cabo un breve estudio sobre las consecuencias y secuelas de la Guerra de los Treinta Años, un tema que considera de gran interés y sobre el que se ha especulado y debatido mucho hasta llegar a la creación de un mito: «el mito de la devastación —comenta la autora—, de la feroz violencia hasta extremos inusitados, que facilitó la construcción en el siglo xix de la identidad de Alemania». Considera de gran interés el conocer a fondo cómo los europeos concibieron sus vidas frente al devenir de la violencia; cómo enfocaron las consecuencias humanas, sociales y económicas producidas por la devastación de los ejércitos mercenarios y, en definitiva, cómo llegaron a digerir aquel larguísimo conflicto.

Finalmente, en el epílogo se lleva a cabo una aproximación al debate historiográfico de la Guerra de los Treinta Años y sus múltiples y variadas implicaciones —geográficas, políticas, diplomáticas, militares, económicas, sociales, religiosas, etcétera— que han motivado que sea uno de los campos más estudiado y debatidos de la historiografía moderna. Por un lado, se analizan aquellas obras de carácter general sobre la contienda y, por otro, los estudios de temática concreta. Borreguero puntualiza que este capítulo, evidentemente, no tiene pretensiones de totalidad, sino poder servir de base para futuras investigaciones y estudios, especialmente en España. Este epílogo concluye afirmando que, en definitiva, la amplitud de los estudios historiográficos ha confirmado que la Guerra de los Treinta Años fue el mayor conflicto bélico del siglo xvii y que en él se enfrentaron dos concepciones contrapuestas del hombre, del mundo y de la vida, pero de él también se derivó, tras la Paz de Westfalia, una nueva mentalidad y un nuevo concepto de Europa.

Con motivo del iv centenario de la contienda ha salido a la luz, tras muchos años de intenso y lúcido estudio, la magistral obra de Cristina Borreguero, que, no dudamos, va a ser importante referencia sobre este tema capital: la historia de uno de los conflictos más largos, trágicos e influyentes que marcaron el devenir de un orden europeo en el que España acabó perdiendo la preponderancia europea que ostentaba a favor de Francia y también tuvo que reconocer la independencia de las Provincias Unidas.