Benjamín Labatut
Maniac
Anagrama
400 páginas
¿Cómo se vinculan locura y conocimiento, matemáticas y mística? ¿Qué contradicciones, pero también extrañas alianzas, se pueden establecer entre la aspiración a lo absoluto y lo siniestro? No son temas nuevos. Por alguna razón la cultura occidental ha romantizado la relación entre la sabiduría y la demencia: el pensamiento ilustrado resaltó la luz de la razón, pero detrás, como sabemos, se agazapaban los monstruos que fascinaron al romanticismo. Una trama de iluminación y tinieblas cargada de solemnidad, que a veces, solo a veces, la literatura aborda con algo de ironía y humor. Pienso, por ejemplo, en un libro de culto, escrito hace ya más de cuarenta años por Juan Rodolfo Wilcock, el insólito narrador ítalo-argentino: La sinagoga de los iconoclastas (1981), donde desfilan una gran cantidad de vidas imaginarias -de inventores, utopistas, científicos- que oscilan entre el delirio y la estupidez.
Algo de ese humor, de esa ironía, le falta a Maniac, el último libro del escritor chileno Benjamín Labatut (La Haya, 1980). Esta nueva publicación sigue la hebra de sus dos publicaciones anteriores, Un verdor terrible (2020), conjunto de relatos que tuvo un enorme éxito editorial, y el breve ensayo La piedra de la locura (2021). No es raro que existan muchos lectores interesados en su propuesta, ya que Labatut ha sabido dar con sagacidad en una suerte de fórmula, que le permite abordar narrativamente interesantes episodios de la historia científica. Tres elementos son fundamentales en esta articulación: en Maniac los hechos narrados son reales, basados en otros textos y en documentación que el propio autor releva, como es el caso del relato «Lee o Los delirios de la inteligencia artificial» (prácticamente describe el documental AlphaGo (2017), de Greg Kohs); en segundo término, se trata de historias que atraviesan, en algún minuto, la Segunda Guerra Mundial y el desarrollo científico que nutrió el armamentismo de esos años y los posteriores; finalmente, la utilización de una lengua despojada de localismos, un español neutro que, si bien permite deslizarse fácilmente por los sesudos rieles de la física, las matemáticas y la computación, no invita (tal vez por eso mismo) a perderse en la fascinación por la escritura.
En lo que respecta al primer punto, Maniac es ante todo una excelente pieza de divulgación periodística. Se detiene en personajes y anécdotas indudablemente atractivos que ayudan a retratar las grandes obsesiones del siglo XX y sus proyecciones más recientes. Ninguna de sus historias es menor; todos sus protagonistas y narradores tuvieron un lugar destacado en el desarrollo teórico y científico europeo y norteamericano: Kurt Gödel, Niels Böhr y Albert Einstein, entre otros. El primer relato, dedicado al físico austríaco Paul Ehrenfest, funciona como una obertura: los demonios personales y los de la física contemporánea se asoman en la desgraciada vida de este profesor, que durante los primeros años del nazismo disparó contra su hijo con Síndrome de Down, para luego suicidarse. El libro de Labatut comienza con la espectacularización de este episodio, que revela las angustias y contradicciones del científico. La segunda parte, la más extensa, narra la vida del genio húngaro John von Neumann, quien dejó obra sobre múltiples materias: matemáticas, teoría de juegos, computación y los primeros trabajos sobre inteligencia artificial, y que fue al mismo tiempo una pieza clave en la carrera armamentista de la Guerra Fría, llegando a defender, en los 50, la idea de que se realizara un ataque nuclear masivo a la Unión Soviética. Este protagonista se da a conocer a través de diversos personajes que lo acompañaron en vida: amigos de infancia, sus parejas, su hija, otros científicos, narraciones entre las que se intercalan algunos subtítulos y textos de continuidad. El último relato, sobre el juego del Go y el desarrollo de la IA, es probablemente el más esquemático de todos: va presentando, uno por uno, a los protagonistas del singular juego que tuvo lugar entre el campeón coreano Lee Sedol y AlphaGo, inteligencia desarrollada por DeepMind, la empresa del inglés Demis Hassabis, y luego, narra las cinco partidas que se jugaron, más un epílogo.
No resulta extraño que comparen el libro de Labatut con Los detectives salvajes, imagino que por su articulación coral, o con otros textos de Bolaño, por su interés en la guerra. Lo han comparado también con Borges, quien imaginó el Aleph, el libro de arena y un laberíntico jardín de senderos que se bifurcan, anticipando teorías filosóficas y científicas contemporáneas. Pero habría que puntualizar que, en ambos casos, fue la ficción la que alimentó la proximidad con la historia o con la teoría, y no al revés. De ahí que Borges o Bolaño con su escritura abrieran puertas en múltiples direcciones. La aproximación histórica de Labatut, en cambio, confronta al lector con unas ideas y un tiempo encapsulado, los restringe a la anécdota. Si bien la última parte del libro nos muestra cómo las ideas de los científicos de la primera y segunda secciones del libro se siguen desarrollando en el presente —hoy con una serie de herramientas computacionales que Von Neumann no tuvo a su disposición—, todo lo que se cuenta tiene el aroma del pasado, de lo ya ocurrido, de una gran Historia en que la palabra del escritor no logra proyectar líneas de fuga.
Valdría la pena preguntarse qué es lo que un escritor chileno, desde el territorio latinoamericano, podría agregar a estas historias. No es que no se pueda adueñar de los grandes temas del Norte global (Borges defendió hace ya muchas décadas, y muy productivamente, estas apropiaciones, en «El escritor argentino y la tradición»), pero sí sería interesante que les añadiera algo, una marca, alguna inscripción particular desde el frágil e incierto territorio del Sur, más todavía en un presente cargado de incertidumbres y de conflictos tan terroríficos como el Plan Manhattan. Poco hay de esto en el relato perfectamente internacional, perfectamente claro, de Maniac, en que el registro subjetivo se limita a la admiración casi adolescente de la figura, hoy bastante denostada, del genio prometeico. El escritor prácticamente no se distancia de esa grandilocuencia y por eso no es raro que muchos de sus narradores repitan un libreto solemne, sombrío y declamativo: «Ese chico luciferino —dice Eugene Wigner sobre Von Neumann— nos cayó encima al igual que un meteorito, como si fuese el heraldo de algo grandioso y terrible, uno de esos mensajeros celestiales que merodean por la oscuridad de nuestro sistema solar»; «mi hermano —dice Nicholas von Neumann— sufrió una premonición, amorfa pero sobrecogedora, que lo poseyó con ferocidad y que desató en él la macabra fascinación que hasta entonces solo había sentido por la guerra y las explosiones»; «La matemática es diferente —explica Theodore Von Kármán, tutor de Von Neumann—. Cegadora e irrecusable, siempre ha sido considerada como la luz de la razón, una antorcha que brilla en medio de la oscuridad que nos rodea».
Seguro que no es por esta retórica desmesurada que han calificado los últimos libros de Labatut como «sebaldianos»: distan bastante, en verdad, del estilo taciturno y el espesor histórico que se puede hallar en los textos del alemán, en que la constatación de la ruina pone en doloroso diálogo al pasado y el presente. Por el contrario, el de Labatut es un libro liviano, fácil de leer y básicamente entretenido, aunque le sobren algunas páginas. Se podría decir que Maniac es a la literatura lo que Oppenheimer —una película tan próxima en su fascinación por el genio científico y sus contradicciones— al cine de autor: prima en ella, ante todo, cierto sentido del espectáculo.
Finalmente, lo que más interesa de este libro, que no me atrevería a calificar de «novela» (el primer episodio podría ser un relato más de Un verdor terrible), no tiene que ver solo con él; se trata de las preguntas a las que nos confronta, igualmente válidas para textos como El infinito en un junco, otro libro de divulgación cuyo tema «prestigioso» (la ciencia, los libros) probablemente incide en su sobrevaloración: ¿Cuál es el futuro de la literatura? ¿Será que en adelante aplaudiremos o daremos cierto valor simbólico a formas de narrativa lineal y predecible, de alcance masivo, como lo ha sido siempre cualquier bestseller sin mayores pretensiones artísticas? ¿O es que estamos viviendo solo un eclipse parcial de las ideas de resistencia y riesgo que románticamente se han tejido en torno a lo literario, un tiempo bisagra en que las piezas del mercado, la política y la estética están desde hace poco reacomodándose?
Demasiado esquemático o formulaico, al relato de Labatut le falta ironía e imaginación. Todo se juega en la mímesis de un pasado anecdótico, interesante pero clausurado, lejano y presentado convencionalmente, por lo que no logra dialogar o, más bien, no logra hacer sentir—aunque lo intenta, tiene todo para hacerlo— los grandes dilemas y experiencias que siguen conmocionando a la humanidad: los totalitarismos, la guerra, el impacto de la inteligencia artificial y, tristemente, el genocidio (impulsado por varios de los genios de Maniac). Una escritura en que abunda la explicación histórica y científica y escasea la literatura.