Luis López Carrasco
El desierto blanco
Anagrama
168 páginas
En el capítulo del libro Novela española del siglo XXI (Cátedra) que dediqué a la narrativa joven, dibuje dos líneas de fuerza convergentes para lo que llamé novelas de la crisis (desde 2008 hacia adelante): las que tenían como tema la precariedad laboral de la generación que se conoce como del quince de Mayo (de la que son ejemplos emblemáticos La mano invisible de Issac Rosa y La trabajadora de Elvira Navarro) y las distopías, con variaciones de las que son ejemplos Por si la luz se va de Lara Moreno y Brilla mar del Edén, de Andrés Ibáñez. El desierto blanco, pese a que esté presentada como una novela y como tal fue ganadora del Anagrama, es un conjunto de relatos levemente hilvanados, que ha permitido que dos de ellos desarrollen cada una de estas dos líneas. Muy en concreto, el relato que abre el libro titulado La superviviente desarrolla el tema de la competencia laboral a la que la crisis obliga a un conjunto de profesionales, algunos con buena carrera, que se disputan un subempleo, enemigos los unos de los otros en el proceso de selección, algo que había desarrollado, con mejor estilo, tanto la novela citada de Isaac Rosa como la obra de teatro El método Grönholm de Jordi Galcerán. El tema del relato es que uno de los profesionales ha de ser sacrificado para que todos lleguen a una isla desierta y pueda sobrevivir. A eso lleva la crisis, la competencia no piadosa de unos trabajadores contra otros, según estas obras anteriores habían mostrado a mi juicio con mayor acierto y que repite el capítulo de López Carrasco.
Respecto a la otra línea, la creación de distopías, esto es, de una situación imaginada en un espacio ignoto, es el nutriente temático tanto de la novela Brilla mar de Edén de Andrés Ibáñez como del segundo de los relatos que componen El desierto blanco, el titulado Océano de luz, en la que la veterinaria investigadora del primer cuento reaparece aquí como superviviente junto al resto del pasaje de un accidente del avión que la traslada a un Congreso en Australia y vive las situaciones que los lectores reconocerán sobre todo a partir de la serie fílmica Lost (Perdidos). Como la originalidad temática la impiden tanto la serie fílmica como la versión novelística de Ibáñez, hay que valorar que el estilo de López Carrasco ha sabido nutrir con plasticidad los espacios comunicativos y también la falta de comunicación, ensimismados en sus aparatos móviles cuando se restaura la cobertura). El relato se sostiene bastante bien, aunque no sea original, por una buena y elocuente percepción del movimiento espacial de los personajes.
El relato Marte florecido, tercero de los capítulos de la no-novela cambia el tema y persigue un retrato de la crisis a partir de las condiciones de vida de una pareja, Carlos y su mujer, según ella, que es la narradora, la va percibiendo. Aparecen elementos que se repetirán luego, especialmente en el último de los relatos, sobre todo el paisaje, ese desierto blanco de la nieve pero que en otros lugares será el desierto de la sequía. Las condiciones espaciales están soberbiamente tratadas, hay una percepción que la narradora, una urbanita de origen norteño, tiene del mundo rural de plásticos de la costa mediterránea, donde van a visitar a la abuela de Carlos. La anécdota es lo de menos, porque todo el relato camina hacia la pregunta sobre la comunicabilidad posible entre la pareja de jóvenes, con el mundo de la generación anterior, y como ven unos y otros el poso de la Guerra civil, pero también cómo ven el estar juntos, la comida, los objetos. Lo mejor del cuento es que el lector va percibiendo una distancia que no aqueja únicamente a la que hay entre generaciones sino a la que hay entre ellos mismos. Ella se da cuenta de que debía haber roto muchas cosas, y enfrentado a otras, antes de ver sumergirse la relación en ese desierto blanco que es metonimia de ella. No he dejado de pensar en el cine de Michelangelo Antonioni que llevo situaciones paralelas a la pantalla. No es detalle de menor valor que la sutil perspectivización femenina se encuentre entre los mejores logros del relato.
Si Marte florecido funciona como una Sonata para dos instrumentos, o quizá un trío, la articulación del siguiente relato, titulado Espectro liberado es coral, aunque no llegue a ser sinfónico. Varias crisis de pareja, tanto sentimentales como por motivos económicos de su desplazamiento al extranjero de algunos de ellos, se visualizan en una fiesta de Nochevieja en un chalet campestre aislado. La generación de la edad del autor (nacido en 1981), esto es de un conjunto de cuarentones, se verá reconocida en aparatos de reproducción musical, series televisivas y videojuegos citados a lo largo del relato. Toda la noche y las anécdotas que se desatan durante ella vienen presididas por un pesimismo que resulta ingrediente de fuerte carga política, pero no en términos de critica directa, sino nutrido de nihilismo existencial, de no tener mucho que hacer y apenas de que hablar. Triunfa el testimonio realista en modo coral, que a este crítico le ha parecido literariamente bastante conservador, pero en el que muchas parejas jóvenes se reconocerán. Sobresale en este relato una característica presente en casi todos: el interés por el cuadro escénico, casi teatral, que viene desarrollado en un espacio limitado, como es la casa y sus alrededores. Quizá este capítulo sea el que más directamente represente las condiciones económicamente precarias y con falta de futuro de una generación que el relato va presentando como muy preparada. Por tal razón es el capítulo con mayor carga política indirecta. La puesta en escena casi teatral impide sin embargo el desarrollo de la interioridad que si se daba en Marte florecido.
Más moderno y logrado es el relato que da cierre al conjunto. Con el título de La línea del horizonte volvemos a la distopía, tanto porque el relato reproduce unas cartas (se intuye que emails) enviadas a Carlos (personaje recurrente del conjunto para que sea propuesto como novela) por su hermano mayor, exprofesor universitario que ha sido expulsado por recorte de personal y que vive retirado en una zona indeterminada cuyo paisaje coincide con diferentes lugares de la provincia de Murcia con topónimos y espacializaciones ligeramente modificadas pero reconocibles. Tal correspondencia, que comienza un 20 de julio y termina un 7 de mayo del año siguiente, es trasladada por Carlos a Aitana, su pareja, un día 2 de Julio de 2035, desde Mare Imbrium, Sector 2, que como se sabe es zona lunar. Ya en las cartas el hermano ha ido anticipando que estamos viviendo un momento post, cuando una crisis (el lector va reconociendo que provocada por el efecto climático) convierte todo en una figuración distópica, pero muy próxima. De hecho, uno de los efectos más notables del relato es el reconocimiento que vamos trazando de situaciones muy actuales, también por la extremada sequía que se vive en la zona. He de decir que pocos relatos he leído últimamente tan bien escritos, y sobre todo, tan inteligentemente urdidos. Uno de los vectores más interesantes del relato lo conocemos desde el comienzo cuando le dice Aitana a Carlos haberse encontrado con su hermano en un videojuego de campañas militares en a la Hispania del siglo V. Este vector de la realidad vivida en los videojuegos como realidad suplementaria y alternativa, pero sobre todo muchas veces indistinta o de frontera difusa con la del espacio real, es una de las dimensiones más interesantes de las tratadas a lo largo del relato. A través de mapas referidos, de recuerdos, va el hermano compartiendo con Carlos espacios recorridos por ambos en la pantalla como figuraciones dadas de una realidad que se va imponiendo. La originalidad de López Carrasco no es haber tratado este asunto del espacio virtual como un tema referido, sino que el relato va progresivamente metamorfoseando el espacio real, el paisaje recorrido (que por cierto parece de ficción extraterrestre, algo que conocen quienes hayan visitado esta zona del Sureste), obsesivamente por el hermano en desplazamiento minuciosos, con la precisión de un cartógrafo, por todos los puntos cardinales que rodean la casa, como buscando captar tal realidad desde el lugar nunca visualizado y persiguiendo que lo real no sea finalmente una metáfora, un objeto sustituible, sino un espacio verdadero en su singular perspectiva totalizadora, como son los creados en los videojuegos. La progresiva desaparición de vecinos, la no menos acuciante de los elementos antaño vivos, va sumergiendo la distopía en un espejo en el que el lector va penetrado a la vez que el hermano las describe con obsesiva recurrencia hasta el punto de que llega a sentirse en el límite de la locura. Pero no llega a producirse la total enajenación, esa es la gracia del relato. El lector no está en otro lugar de racionalidad distinto al dibujo que este cartógrafo del videojuego futuro ha ido creando.