Andreas Stucki
Las guerras de Cuba. Violencia y campos de concentración (1868-1898)
Traducción de Laureano Xoaquín Araujo Cardalda
La Esfera de los Libros, Madrid, 2017
413 páginas, 23.90 € (ebook 9.99 €)
POR ISABEL DE ARMAS

En el vocabulario militar clásico, los conceptos concentrar y reconcentrar se utilizaban como sinónimos para describir la reunión de tropas destinadas a aumentar la fuerza de combate en una batalla. Con este mismo sentido, el concepto reconcentrar fue utilizado en Cuba por los militares, tanto españoles como cubanos. A finales de la década de 1860, el Diccionario de la Real Academia Española definía por primera vez la palabra reconcentrar haciendo referencia explícita a las personas: «Reunir en un punto, como centro, a las personas o cosas que estaban esparcidas».

«Ordeno y mando: todos los habitantes en los campos o fuera de la línea de fortificación de los poblados se concentrarán en el término de ocho días en los pueblos ocupados por las tropas. Será considerado rebelde, y juzgado como tal, todo individuo que transcurrido ese plazo se encuentre en despoblado». Éste era el contenido del artículo primero del bando de reconcentración del 21 de octubre de 1896 para la provincia de Pinar del Río, en la parte occidental de la isla de Cuba. Con esta medida se pretendía impedir lo que de hecho sucedió durante la guerra de la Independencia entre 1895 y 1898: que los simpatizantes y la población civil le facilitaran al Ejército de Liberación Cubano (ELC) armamentos, víveres, medicamentos, ropa e información de relevancia militar. El objetivo era mantener físicamente separados a los guerrilleros cubanos de la población civil; los combatientes por una Cuba libre debían ser privados de todo recurso. Esta política estratégica de reubicación fue sobre todo un instrumento militar contra un enemigo ágil y difícil de atrapar, que, además, gozaba de un gran respaldo por parte de la población a nivel regional. En los más de ochenta puntos de reconcentración de la isla fueron internadas por lo menos cuatrocientas mil personas. Para el autor de este libro, todavía hoy, la reconcentración de la población durante las guerras de España en Cuba sigue causando un gran debate. Comprueba que unos ven en ella el origen de los campos de concentración de la Alemania nazi y otros el precedente de la antiguerrilla moderna. También se manifiesta convencido de que, en estas contiendas ideológicas, con frecuencia se descuidan las circunstancias históricas. Andreas Stucki, docente e investigador en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Berna (Suiza), es especialista en estudios del Caribe y en historia imperial de los países ibéricos (siglos xix-xx).

Para tratar el origen, evolución y consecuencias del complejo fenómeno de la reconcentración, este libro recoge la historia de Cuba desde 1868 hasta 1898, contemplando también sus antecedentes, entre 1825 y 1865, periodo en el que Cuba se había convertido en una de las colonias más rentables. «Sin embargo —afirma Stucki—, la metrópoli, comparativamente retrasada en el plano económico e incapaz de adaptarse a las condiciones cambiantes, reaccionó con impotencia y despotismo en vez de permitir la lógica representación de Cuba en las Cortes, así como un mayor nivel de autonomía». En consecuencia, tras varios intentos de reforma fracasados y un aumento de la carga fiscal, tuvo lugar, en octubre de 1868, un levantamiento al este de la isla cuya etiología se remontaba al movimiento reformista radical de los criollos.

El autor pasa entonces a analizar cómo las experiencias de la guerra de los Diez Años (1868-1878) fueron, en muchos aspectos, decisivas para la posterior concepción de los poblados fortificados y el control de la población. También intenta demostrar que esta guerra, una «guerra pequeña» y también una «guerra olvidada», representa una importante vía de acceso a la comprensión de la reconcentración de 1896. Tampoco olvida hacer especial hincapié en que las tropas españolas, mal formadas e insuficientemente abastecidas, se encontraron con dificultades considerables durante esta guerra, y no sólo en su lucha contra la infantería montada cubana. «En muchos lugares —afirma— fueron el clima y el desconocimiento del terreno los que les causaron quebraderos de cabeza». Los grandes problemas parece que provenían del mencionado desconocimiento del terreno, pero también de la falta de guías locales, muy difíciles de reclutar, así como de las deficiencias del material cartográfico.

Andreas Stucki también se pregunta si se podría dar por buena la tesis, sostenida por historiadores cubanos, de una «guerra de los Treinta Años» que habría durado desde 1868 hasta 1898. Durante la primera mitad del siglo xx, los historiadores revisionistas cubanos tendieron a adoptar en sus interpretaciones un enfoque que postulaba un movimiento revolucionario de larga duración. Más tarde vieron en Fidel Castro la culminación de la revolución incompleta de 1898. Stucki se manifiesta convencido de que la tesis de la «guerra de los Treinta Años» resulta extraordinariamente fecunda, ya que no aborda las guerras de manera aislada, sino bajo un prisma común las guerras de 1868, 1879 y 1895.

Este estudio destaca que, desde los primeros momentos de la reconcentración, el trato dispensado a la población rural de una zona fue un claro precedente de lo que habría de suceder también en las otras provincias, pues lo que ambos bandos pretendían —aunque por distintas razones— era controlar de forma exhaustiva la población rural. «Los planteamientos de unos y otros —escribe Stucki— se pueden subsumir, respectivamente, en los conceptos de desconcentración y reconcentración». En los pueblos apenas fortificados, los revolucionarios reclutaban a la mayor cantidad posible de simpatizantes. Después, poblados y fincas eran pasto de la devastación de las llamas. La destrucción servía, por una parte, para dificultarles a las unidades españolas la fortificación de los pueblos y la construcción de bases; y, por otra, para forzar a los pacíficos del norte de la provincia a huir a los montes del sur, en la línea costera, para allí dedicarse a la agricultura al servicio de la Cuba libre. A su vez, a partir de octubre de 1896, los bandos de reconcentración del general Weyler obligaron a las gentes de las zonas rurales a acudir a los puntos bajo control español, sin proveer para ellas ni techos, ni alimentos ni trabajo. Las consecuencias desastrosas de la reconcentración —concluye este autor— no se debieron únicamente a la invasión revolucionaria del occidente de la isla, sino también a la falta de previsión de las autoridades coloniales en materia de alimentación, alojamiento y cuidados médicos.

En cuanto a las bajas, el estudio que comentamos destaca que las tropas se vieron gravemente debilitadas por la malaria, trasmitida por los mosquitos anófeles, y también, aunque en menor media, por las enfermedades infecciosas, como la viruela, y los innumerables microbios y piojos. No fue hasta mediados de 1897 cuando se procedió a separar de forma estricta a los pacientes de malaria y fiebre amarilla de los demás enfermos, con lo que se consiguieron los primeros éxitos en la contención de la epidemia entre los miembros del ejército. Un simple mosquitero podría haber salvado la vida de miles de soldados españoles. Pero, como apuntó el médico y posterior premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal, reflexionando sobre su época de servicio en la guerra de los Diez Años, ¿quién habría podido pensarlo entonces?

La reconcentración tenía unas condiciones básicas consistentes en que en todos los puntos debían asignarse a los habitantes y a las familias pobres zonas de cultivo situadas dentro del alcance de las fortificaciones. Una comisión, integrada por el gobernador civil, el jefe militar, el alcalde, el juez, el cura y «seis vecinos», debía velar porque hubiera suficiente tierra disponible. «A veces sucedía —escribe Stucki— que la comisión responsable de las parcelas, de la que también formaba parte la élite local, asignaba tierras de baja calidad a los reconcentrados, que no gozaban precisamente de grandes simpatías; y eso cuando no les asignaba nada en absoluto».

La guerra económica, la hambruna, las migraciones y la desaparición de los límites entre combatientes y civiles son las características básicas de la estrategia militar que ya los contemporáneos y más tarde los historiadores asociaron a Weyler. «Pero todas ellas —afirma el autor— eran perfectamente identificables ya antes de que el militar desembarcara en La Habana», aunque es cierto que fue bajo su mandato cuando alcanzaron un alto grado de intensidad y calidad. A finales del año 1897, el general no cesaba de exigir: «La reconcentración se llevará a término, sin excepción alguna». Había que disolver los asentamientos improvisados que se situaban junto a algunos fuertes y recluir a los reconcentrados en los pueblos. Además, Weyler expuso con detalle el modo en que las localidades debían ser parapetadas con fuertes, dos o tres entradas vigiladas, fosos y alambre de espino. Las directrices abordaban también la protección de las zonas de cultivo, así como la vigilancia de los reconcentrados en su búsqueda de alimentos en los alrededores de los poblados fortificados.

Los patriotas cubanos, por su parte, lograron situar en el centro de la atención internacional la emergencia sanitaria y la hambruna que padecía Cuba, cuya causa se atribuyó a los bandos de reconcentración de Weyler, es decir, a la «inhumana» estrategia militar española. «Apenas se mencionaron —recuerda Stucki— la destrucción de las bases económicas de la isla, los ataques contra las zonas de cultivo o los bloqueos de las ciudades por parte de los insurgentes». Para llevar a cabo esta «táctica del hambre», los revolucionarios contaron con la activa colaboración de los funcionarios estadounidenses en la isla, que se encargaron de transmitir a sus «influyentes amigos» en Inglaterra, Canadá y Francia el «horror e inhumanidad» de los españoles incivilizados y el fusilamiento de los prisioneros de guerra.

El autor de este estudio repasa con especial interés la visión de la historiografía cubana y, sobre todo, la de los publicistas cubanos que descubren en la reconcentración un anticipo de los sufrimientos y la muerte en los campos de concentración del siglo xx. «Por lo tanto —escribe—, si el nombre del mal personificado es Adolf Hitler en el siglo xx, el del siglo xix es Valeriano Weyler». Para ilustrar estos paralelismos se insiste en traer a colación las mismas fotografías de reconcentrados esqueléticos, que al parecer «anuncian los lagers del siglo xx». Andreas Stucki afirma que la mayor parte de las imágenes fueron tomadas por encargo de los cónsules de los Estados Unidos y con fines propagandísticos. «Además —añade—, en parte fueron manipuladas, lo cual no suele mencionarse en la literatura».

La última parte de este libro hace especial mención a la llegada del Maine a la Habana. ¿Era oportuna esa llegada? Parece que hubiera sido preferible esperar, ya que, teniendo en cuenta los conflictos internos españoles, se temía que la presencia de un acorazado de los Estados Unidos en la bahía de la capital pudiera unir a las fuerzas coloniales como consecuencia de un acto reflejo nacionalista. Y por causas que hasta hoy no se han podido determinar, el Maine explotó la noche del 15 de febrero de 1898. Tras la explosión, la prensa norteamericana, en su constante búsqueda de motivos para la guerra, no dejaba de referirse a la problemática de los reconcentrados. Incluso se discutía si, en caso de invasión, los internados lucharían al lado de las tropas estadounidenses.

El bando del 30 de marzo de 1898, por el que oficialmente se puso fin a la reconcentración en toda la isla, para el autor sólo puede entenderse como una consecuencia de la presión política internacional. Pero este «final» de la reconcentración no haría desaparecer sin más las penas de las calles de las ciudades. Seguía habiendo miles de huérfanos y viudas sin medios, y la falta de simientes, aperos y ganado complicaba el retorno al campo y el abastecimiento. La guerra de la Independencia de 1895-1898 condujo al borde del colapso social y económico tanto a España como a Cuba. Generaciones enteras se vieron marcadas por el hambre, las privaciones y la mortandad. Y sobre el tema de la reconcentración cayó, hasta muchos años después de la guerra, un pesado manto de silencio. Andreas Stucki, como especialista en estudios del Caribe, con considerable imparcialidad y rigor, nos cuenta la que fue una historia de violencia y horror en los últimos coletazos del Imperio español.

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