Belén Gopegui
Existiríamos el mar
Literatura Random House
297 páginas
Este libro aborda nuestro presente inmediato partiendo de un deseo conjunto de hacer las cosas. Así lo expresa uno de los personajes de Existiríamos el mar: No todo cabe en un cuerpo. La autora ha contado que detrás hay muchas conversaciones surgidas en el último tiempo. La construcción de un relato colectivo que trata de un grupo de amigos, un poco disidentes, que plantean una convivencia distinta. El protagonismo plural está en buena parte de los libros de Gopegui, así como la denuncia de las injusticias, la explotación o los problemas sociales, temas por los que desde el principio se la ha relacionado con algunos de sus referentes del realismo social de los cincuenta.
Autora de izquierdas, comunista y revolucionaria, su ideología y ética abren un diálogo militante en una ficción que cuestiona la realidad que nos hacen creer que es. Despliega, como un arsenal, además de una enorme inteligencia, aquellas cuestiones de las que no se habla (dinero, ciencia, sentimientos, relaciones poco representadas), precisamente lo que nos afecta. Este libro suma encuentros, propone alternativas para organizarse (movimientos sociales, sindicatos, cooperativas, feminismos), sabe que juntos somos más fuertes.
Como se pregunta Marta Sanz en su ensayo No tan incendiario: ¿Se puede (o se debe) hacer política con la literatura en tiempos en los que se empeñan en hacer literatura de la política? Belén Gopegui lleva treinta años apuntando en esa dirección. Hoy en día, la manera en que se dan las informaciones o cómo nos relacionamos con ellas son más reconocibles por los lectores. Las crisis continuas que afectan de pleno al mundo desarrollado tal vez despiertan conciencias. En su editorial Periférica, además del ensayo de Sanz, Julián Rodríguez reunió, con buen ojo, a autores como Constantino Bértolo y su profundo análisis de la crítica en La cena de los notables o a Damián Tabarovsky, que en su ensayo definitorio, Literatura de izquierda, podría quedar enmarcada esta autora con la que tiene, en mi opinión, una mirada muy similar hacia su propia escritura.
A lo largo de su trayectoria, Gopegui ha ido acentuando ese marcado sesgo político-social siempre dentro de la literatura de ficción (son los personajes los que se expresan, la narración la que vehicula una corriente de pensamiento muy concreta a pesar de que, entrelíneas, escuchamos a la autora). En La conquista del aire, quizá su libro más revelador, encuentro ciertas similitudes respecto a esta última novela (los amigos que protagonizaban aquella historia tenían a su vez cuarenta años, uno de ellos pide prestado dinero al resto, lo que hace que su relación cambie y la trama, perfectamente estructurada, sirva de reflexión acerca de la sociedad del momento). Entonces el discurso y la narración iban ligados, contaban con otra urgencia, resultaban más potentes, como si la autora arriesgara ahí su propia existencia. Existiríamos el mar no termina de lograr la emoción precisa. La cantidad de ideas lanzada es apabullante, pero adquiere un ritmo lento (los personajes conversan hasta la extenuación: hay que cuestionarlo todo, explicarse lo que ocurre, se revuelven una y otra vez en su cansancio tenaz), la trama es exigua (durante bastante tiempo prácticamente desaparece), meramente funcional (da corporeidad) y, por lo tanto, prescindible. Lo interesante del libro es la apuesta formal evidente en el uso del lenguaje. Lo político se halla en el tono conversacional espontáneo, de inmediatez, que mantienen los personajes (¿y qué hay más real que una conversación?), donde conviven argumentos bien desarrollados, afán de teorizar y convencer, debate profundo, coletillas, ideas geniales y conflictivas, lugares comunes, frases prestadas, los tópicos de nuestra época. Me pregunto si esta deriva no tendría mejor cabida en cierto tipo de ensayo o formas más libres como los ejemplos anteriormente citados, que agarrarse finalmente a contar una historia convencional que deja, no obstante, escenas de intensidad.
La voz narradora de Existiríamos el mar habla desde una de esas realidades posibles que podrían encontrarse en esta. Concretamente en la calle Martín de Vargas, número 26, 3º c, en Madrid. Allí viven Lena, Ramiro, Camelia, Hugo y, hasta hace un mes, también Jara. Rondan los cuarenta años, no cuentan con un colchón económico aunque todos trabajan, excepto Jara, que ahora ha desaparecido pero antes siempre estaba en casa cuando los demás llegaban. Sin idealizar su situación, han construido algo con escasa libertad, modificado algunas cosas en su forma de estar y habitar con los demás. En una sociedad individualista en la que el capitalismo lo absorbe todo, cuánto vale que compartan su vida contigo y te hagan partícipe de ella, enriquezcan la tuya, la llenen de sensaciones nuevas. Aquí aprenden unos de otros, son felices cuando pueden ayudar y no solo recibir ayuda, la casa y el trabajo son refugios principales, pero al lado están la compañía, los cuidados, la defensa de lo común, lo público. En la tarea de pensarnos y en nuestra responsabilidad como ciudadanos rescatan lo que sí está bien, tratan de ser buenas personas, hacen que todo sea menos costoso. Las funciones que realizan se describen pormenorizadamente: en qué consisten, su especificidad, su sentido, los intereses que hay detrás, para quién es el fruto de nuestro trabajo o cómo su falta nos determina. Camelia es administrativa, sindicalista no oficialista y madre alejada de su hija un año entero. Lena investiga con células en un laboratorio y piensa que lo que hace tal vez pueda resultar útil algún día. Hugo es programador, hace largas jornadas, le cuesta dormir. Ramiro, delegado sindical sin posibilidad de ascender, trabaja en el pasillo de una gran multinacional. Lena, Hugo, Camelia, Ramiro y Jara trazan una historia conjunta hecha con pedazos de sí mismos.
La propuesta estética demuestra un evidente interés por recoger y plasmar la oralidad en la que nos desenvolvemos y comunicamos (nuestras conversaciones, pensamientos y actos continuos). El uso de un tipo de expresiones y estructuras coloquiales es algo meditado: nos insta a salir y tocar el timbre de al lado, acercarnos otra vez. Reconozco que a veces esta reproducción del habla de mis vecinos me resulta forzada. Sin embargo, volviendo a la comparación, en La conquista del aire la manera en la que se hablan los personajes es capaz de reflejar y hacer un retrato más certero o reconocible de nuestras vidas. En este sentido, me parece que hoy las propuestas de autoras con intenciones parecidas (conciencia de clase, de género) como Cristina Morales o Elena Medel, cuya obra interactúa, sin duda alguna, con la de Gopegui (cada una siguiendo una tradición con unos referentes, prioridades y preocupaciones distintas), están dando con la tecla adecuada.
La estabilidad de la convivencia de Martín de Vargas se tambalea al marcharse Jara sin decir nada. Romper lo establecido desconcierta en un primer momento. El cambio provoca réplicas: quizás ese sea su valor, el de sacudir al resto, moverse cuando todo está quieto, mantener esa sensibilidad, valentía o angustia para hacerlo la primera. La que va más lejos de todos o la que tiene menos que perder o más problemas y solo sigue adelante porque necesita ser autosuficiente (la escena en la que enumera ofertas de empleo de un portal tipo Infojobs es sobrecogedora). Si se mueve una se mueven todas. Como un resorte que se activa, los cuatro ninjas, que se nombran así en la novela, pasan a la acción porque es insuficiente lo que vienen haciendo (casi siempre lo es).
Apunta hacia el final del libro: Existir es el primero de los derechos. Por eso la primera ley social es la que asegura a todos los miembros de la sociedad los medios de existir. El condicional, existiríamos, se encamina hacia otras maneras de vivir. Unas que logren mantener el pulso o latir común que supone formar parte de algo que va más allá; el infinito, lo inabarcable, lo innombrable. Este es el libro que Belén Gopegui quería escribir. Su posicionamiento implica la amenaza de tirar abajo el sistema establecido, lo que hace que inevitablemente nade a la contra buscando un poco de horizonte. Como no puede ser de otra manera, predica con el ejemplo de sus personajes: hace aquí un buen trabajo. Y nos deja, al menos a mí, a la espera de su siguiente obra.