Antonio Vilanova (Barcelona 1923-2008), catedrático de Literatura Española y profesor de la Universidad de Barcelona de 1946 a 1988, fue uno de los críticos literarios más relevantes de la España del último tercio del siglo xx. El hecho de ser el único hijo de una familia perteneciente a la burguesía barcelonesa y con un nivel cultural alto permitió que su formación básica fuera sólida y fomentó unas inquietudes intelectuales que encontrarán su cauce en un temprano gusto por la lectura, en una ciudad condal que vivía los últimos suspiros de la II República. El estallido de la Guerra Civil cuando tenía trece años, trunca este método educativo y su proceso de formación, pero paradójicamente, es en esta difícil etapa cuando el joven Vilanova inicia un proceso incesante de lectura de libros para vencer el hastío y la falta de estímulo que le suponía la suspensión del curso escolar. Es a partir de entonces cuando se adentra en un proceso de aprendizaje intenso, casi frenético, que acabará determinando su trayectoria y convirtiéndolo en uno de los críticos literarios de referencia del último cuarto de siglo. Nombres como Oscar Wilde, William Faulkner, Virginia Woolf, André Maurois, Aldous Huxley, Thomas Mann, junto con otros nombres y títulos de la literatura castellana y catalana, clásicos y contemporáneos, pasan por sus manos durante los últimos meses de 1938 y el inicio de 1939 y configuran en el joven lector la sensibilidad, la agudeza y la estructura intelectual propicias para encauzar su trayectoria vital y profesional en torno al mundo de la literatura.
El primer testimonio de su querencia literaria lo encontramos muy temprano, todavía en periodo de guerra —concretamente, entre junio de 1938 y enero de 1939—, en un cuaderno manuscrito que conforma el Diario que Antonio Vilanova redacta para vencer el miedo que le produce vivir en una Barcelona constantemente bombardeada. En este cuaderno, aparte de exponer los lamentables aconteceres cotidianos, anota y reseña un total de ciento doce lecturas de toda índole. Sin duda, y paradójicamente, es en este periodo cuando se forja la primera base de quien, años después, se convertirá en uno de los críticos literarios más relevantes de nuestras letras, sobre todo a partir de 1950, año en el que entrará a formar parte de la redacción del prestigioso semanario Destino. Allí Vilanova firmará sucesivamente dos marbetes de crítica literaria durante algo más de quince años, a excepción únicamente de los periodos en que ejerció como profesor visitante en la Universidad de Wisconsin, entre 1960 y 1962. El primero de ellos se inaugura el 4 de marzo de 1950 y lo titula muy a propósito «La letra y el espíritu», un pretendido guiño al maestro Ortega, a quien siempre tendrá como referente a lo largo de su carrera como crítico. Posteriormente, a partir del 24 de febrero de 1962, llegaría «Literatura y sociedad», columnas que se extienden hasta abril de 1966.
La curiosidad y la especial querencia por la literatura extranjera, que ya mostraba desde adolescente, marcaría una tendencia que se iría proyectando en sus trabajos posteriores como crítico —primero en las revistas universitarias Alerta y Estilo, y posteriormente, en el semanario Destino— a medida que va adquiriendo cierta relevancia en los círculos culturales barceloneses. Esta inclinación es la esencia de su sello de identidad como crítico en un momento en que apenas nadie se dedicaba a hablar de autores extranjeros del calado de los que él elegía para sus críticas: la literatura europea que marcaba el nuevo rumbo estético del siglo xx, la literatura rusa decimonónica, la norteamericana e incluso los estudios de crítica literaria de los grandes maestros (Taine, Sainte-Beuve, Brunetiere o Pardo Bazán, entre otros muchos) van consolidando su formación al tiempo que van poblando sus columnas como crítico.
Precisamente en 2014, vio la luz el volumen La letra y el espíritu (1950-1960): Letras universales (Madrid, Devenir: 2014), que recopila cincuenta y cuatro artículos que Vilanova dedicó durante estos diez años a las obras de literatura europea y norteamericana en la sección «La letra y el espíritu» de Destino. Así pues, vemos en esta antología de críticas que, desde Rilke —el primero de ellos— hasta Camus —el último—, Vilanova abordó un abanico inmenso de nombres —Graham Greene, André Malraux, William Faulkner, T. S. Eliot, George Orwell, Ernst Jünger, Thomas Mann…— que, a buen seguro, en los años ásperos y difíciles en que fueron publicadas originalmente no estaban ni mucho menos al alcance del conocimiento de la mayoría de críticos del ámbito español, lo cual explica la incuestionable atención que Vilanova profesaba a la literatura extranjera, un rasgo distintivo que lo caracterizó como crítico ya desde muy joven.
No obstante, cada vez irá tomando más presencia la literatura española; fascinado por la obra juanramoniana y por la publicación de Ángel fieramente humano de Blas de Otero; y bajo la clara influencia de algunos maestros en las aulas universitarias, como Martín de Riquer, de quien sería discípulo, se acercará a Góngora —tema de su tesis doctoral—, a Fray Luis, a San Juan, a Quevedo, a Cervantes, a Clarín, a Unamuno, a Machado, a Valle-Inclán o a la contemporaneidad de Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela o Miguel Delibes.
Algunos de los trabajos críticos que había ido publicando en Destino se recogen en Novela y sociedad en la España de la posguerra (Barcelona, Lumen: 1995), volumen que recupera una selección de los artículos que formaron parte de la sección bautizada con el mismo nombre. Se trata de «una nutrida colección de artículos sobre novela española contemporánea» que sirvió «como testimonio del momento cultural e histórico en que fue concebida» y que, en su conjunto, «constituyen una crónica puntual, sin duda incompleta, pero detallada y fidedigna, de la evolución y desarrollo de la novela española de posguerra, desde que se inicia su recuperación en 1942 hasta finalizar la década de los sesenta», tal como él mismo lo definió en el prólogo. El periodo literario en el que centra sus trabajos como crítico, por lo tanto, explica por qué a lo largo de su trayectoria en el semanario barcelonés nunca abordó la novela decimonónica, de la que sin duda también era especialista y un lector recurrente, puesto que, como profesor universitario, la novelística de Galdós, Clarín y Emilia Pardo Bazán sería una de las referencias indiscutibles de las asignaturas que impartía, sobre todo en «Historia de la literatura española y sus relaciones con la universal», que sería su quehacer académico más constante desde sus inicios como docente en 1946 hasta al menos 1959. Buena muestra de ello son sus trabajos de referencia sobre La Regenta, recogidos en Nueva lectura de «La Regenta» de Clarín, conjunto de estudios publicados por Anagrama en 2001, así como las ediciones y prólogos que dedica a Mezclilla, Nueva campaña y Ensayos y revistas en la colección «Palabra crítica» de Lumen, de la que fue director literario.
La novelística de Galdós, que nunca tuvo presencia en sus trabajos como crítico, jugó, en cambio, un papel relevante en su trayectoria académica, puesto que fue el tema que eligió como lección en su primer concurso de oposición a la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Barcelona entre diciembre de 1958 y enero de 1959, una muestra evidente de su querencia por la obra del novelista canario a quien consideraba, asimismo, uno de los mejores y más brillantes analistas de nuestra historia decimonónica. Precisamente, como buen conocedor en su novelística, Vilanova participa junto con algunos críticos del panorama de nuestras letras en el homenaje que La Vanguardia dedicó a la obra de Galdós el 20 de febrero de 1970 en motivo del cincuenta aniversario de su muerte.
Encabezaba este homenaje a modo de introducción un texto firmado por «M», abreviatura que utilizaba Juan Ramón Masoliver, que llevaba por título «Galdós, a cincuenta años de su muerte», en el que justificaba el «tributo obligado» que se le debía a uno de nuestros novelistas más insignes «con el atento examen y la sobriedad que cuadran a nuestro carácter y que la significación impar de don Benito —antaño falseada por el sistema— reclama». A tal efecto, La Vanguardia ponía el empeño en que las piezas de este homenaje estuvieran a cargo de «reputados especialistas ajenos a nuestro cotidiano bregar», entre quienes figuraba, de manera casi obligada, «la sólida doctrina del profesor y crítico» Antonio Vilanova «dentro del contexto específicamente catalán».
Esta última contextualización de la que se sirve Masoliver para presentar a Vilanova no es baladí, puesto que su artículo, «La Cataluña burguesa en la España de Galdós», olvidado en las páginas de La Vanguardia, ofrecía un análisis detallado acerca de la postura del escritor sobre la sociedad catalana que lo convertía en «uno de los más entusiastas admiradores del resurgimiento industrial y económico de la Cataluña moderna», un parecer que, según afirmaba con rotundidad el crítico, «resulta perfectamente acorde con el culto positivista del trabajo como fuente de progreso y riqueza, que constituye una de las preocupaciones clave del pensamiento galdosiano».
El artículo de Antonio Vilanova era el que cerraba este homenaje que La Vanguardia dedicaba a Galdós y le acompañaban un extenso artículo de Lluís Permanyer, titulado «Un español liberal y tolerante», que recorría toda la trayectoria, tanto literaria como ideológica, de Galdós desde el momento en que llegó a Madrid con diecinueve años, en 1862, hasta que su acuciada ceguera sólo le permitía percibir, pero ya no ver, los olores y los ruidos de la ciudad sobre la que tanto había escrito. Los años en los que finalizaría las últimas entregas de sus Episodios (1908-1912). Le seguían, por este orden, «La España de Galdós», de Carlos Seco Serrano, «Miscelánea a la memoria de Galdós, gran autor teatral», de Xavier Regás, «Los Episodios Nacionales», de Néstor Luján y, finalmente, «Galdós y las Novelas Contemporáneas», de Carlos Clavería.