Pedro Marqués de Armas
Artaud en La Habana. Textos inéditos y olvidados
Editorial Casa Vacía, Virginia, 2019
148 páginas, 14.46 €
POR GERARDO FERNÁNDEZ FE

 

Poco antes de encontrarse con el pueblo Tarahumara en México, Antonin Artaud hizo una escala de apenas cinco días en La Habana. Era enero de 1936. Corrían tiempos difíciles en Europa. En Alemania, las elecciones al Reichstag concluían con el triunfo de una única lista de seguidores de Adolf Hitler; en Francia, Louis-Ferdinand Céline trabajaba en su panfleto antisemita Bagatelles pour un massacre, y Robert Brasillach y otros escritores vinculados al semanario Je suis partout se sumaban a la ola de aclamación al nacionalsocialismo; y en España la cruzada contra la República calentaba motores.

Huyendo de todo aquello y del «doloroso desorden» de la civilización occidental, Artaud se embarca a punto de cumplir sus cuarenta años en un viaje transformador del que decenas de investigadores y hagiógrafos ya han dado cuenta. «México me dará lo que debe darme», escribía desde La Habana en una carta a Louis Barrault fechada el 31 de enero. Los veinte días sobre el Atlántico le han servido también para desintoxicarse de «los venenos», el opio, el láudano, la precariedad financiera, los malos pensamientos…

Pero de lo que se ha hablado muy poco es de las ciento veinte horas que el autor de El teatro y su doble permaneció en la capital cubana. A ello y a la publicación de varios textos hasta ahora desconocidos está dedicado el libro Artaud en La Habana. Textos inéditos y olvidados, del poeta, ensayista y psiquiatra cubano Pedro Marqués de Armas, publicado en 2019 por Editorial Casa Vacía, con sede en Richmond, Virginia.

Esta es la misma Habana que había visitado Enrico Caruso en 1920, Robert Desnos en 1928, Federico García Lorca en 1930 o Margarita Xirgu y León Felipe en el propio 1936… esa que fuera puerto obligado durante décadas y que, en el caso de Artaud, es escenario de un recorrido que, más de ocho décadas después, como apunta Marqués de Armas, «flaquea en documentos y evidencias».

Para no pocos lectores, la piedra miliar de este libro estará en lo que el autor llama los «textos cubanos» de Antonin Artaud, que no versan sobre la vida, la literatura o la cultura de la isla caribeña, pero que vieron la luz en un par de publicaciones periódicas de este país como parte del plan de Artaud de hacerse de un poco de dinero para financiar su «campaña» en México.

Se trata de cinco artículos publicados a lo largo de ese año en la revista Grafos: «Manifiesto del teatro de la crueldad», escrito en 1933 e incluido en el número de mayo; «El teatro en México» (junio), «La corrida de toros y los sacrificios humanos» (julio), «Pintura roja» (septiembre) y «Los indios y la metafísica» (diciembre).

Por obra del mal azar, porque Paule Thévenin (1918-1993), la polémica investigadora que dedicó su vida a preparar las Obras Completas de Artaud, sostuvo siempre que aquellos textos habían aparecido en una revista de nombre Gropos, en lugar de Grafos, impidiéndole por tanto que los encontrara, la vida ha querido que no fuera hasta ahora, al juntarse Marqués de Armas, desde Barcelona, con el investigador radicado en La Habana Ricardo Hernández Otero, que pudieron al fin ser localizados.

A Marqués de Armas le sorprende que en los últimos cuarenta años a nadie dentro de la comprobada legión de estudiosos de Artaud se le haya ocurrido viajar a Cuba para husmear en los archivos e intentar dar con estos papeles. Y para completar la faena, ha incluido también «La eterna traición de los blancos», un artículo aparecido en la revista habanera Carteles, en noviembre de 1936, y compilado en el tomo viii de las Obras Completas del autor francés.

Hasta aquí la parte del descubrimiento de varios textos que sólo fueron leídos en su momento; hasta aquí la razón por la cual los estudiosos de Artaud se acercarán a este libro: pues siempre traerá regocijo leer la parte hasta entonces oculta de la producción de un escritor admirado, y a partir de ese punto destapar sus mimbres, justificar conjeturas.

Pero este libro resalta además por su parte de novela. Lo anecdótico mismo de la llegada de Artaud a esa Habana carnavalesca, junto a los «alentadores vacíos» que Marqués de Armas entrevé en los textos descubiertos, han dado pie al desarrollo de una trama, a este intento de «crónica/ficción» que coge cuerpo cuando el buque San Mateo proveniente de la ciudad normanda de Le Havre atraca el 30 de enero de 1936. Llega cargado de patatas y con apenas dos pasajeros, además de la tripulación. Uno de ellos es Antonin Artaud, que se ha pasado los veinte días de navegación dentro de «una cámara angosta, liando uno tras otro sus Gitanes».

Se desconoce quién esperó al escritor en el muelle, aunque Marqués de Armas cree que sí hubo alguien. No se ha podido averiguar en qué hotel se alojó, aunque se supone que estaba enclavado en las cercanías al puerto mismo. A falta de pruebas, el relato se aferra a estructuras y sintagmas que justifican la suposición: construcciones como «arriesgar hipótesis», «hace suponer», «pudo ser», «cabe la hipótesis de…», «es difícil precisar cuándo…», «tal vez», formas escrituradas del azar que remiten a lo nebuloso, lo secreto, la sospecha, la máscara, el anonimato; y en el fondo, una papelería de la que muy poco se sabe, como en Los papeles de Aspern, de Henry James.

Cuando Artaud desciende del buque, se está produciendo la Gran Feria de La Habana, que tiene alterada a la parte más vieja de la ciudad. Hay carreras de perros, concursos de belleza, competencias de hipismo, música de orquestas y una avioneta de la Pan-American Airways lanzando publicidad sobre los techos y las cabezas. Entre los artistas que han llegado, se encuentran ocho enanos rusos. Cinco horas después de su desembarco, Artaud participa en un cocktail party en homenaje al embajador de México en Cuba celebrado en la barra del edificio Bacardí, en el que se dan cita varias decenas de artistas, diplomáticos, damas de sociedad, periodistas y hombres de negocio. Lo poco que se conoce se debe a las cartas y postales que el poeta envió a Francia.

Marqués de Armas juega a suponer qué ocurrió en la vida del autor de El pesa-nervios durante todo ese tiempo. Lo imagina topándose en cualquier calle con los enanos rusos, abrumándose con la enorme pancarta de RCA Víctor que cubría la fachada del Hotel Telégrafo, frente al Parque Central; visitando la redacción de la revista Carteles por recomendación de Alejo Carpentier —amigo suyo desde 1928—, o cruzando la bahía para adentrarse en el poblado de Regla, vestido de negro y con sandalias «atadas a la griega», donde participará en las festividades por el día de Nuestra Señora de La Candelaria, y justo al lado —porque en La Habana todo se mezclaba y se mezcla— en una ceremonia consagrada a la orisha Oyá, uno de los pilares de la religión Yoruba. De esta última experiencia sale con un objeto que lo acompañará en México en la subida a lo que llamó «la montaña de los signos» y por el resto de su vida, una especie de espadín de Toledo, de unos doce centímetros, atado a tres anzuelos, que un «negro hechicero» —así lo describirá en Viaje al país de los Tarahumaras— le ha obsequiado dentro de un estuche de cuero rojo.

Marqués de Armas no busca la exégesis literaria sino merodear lo anecdótico, trabajar con las más remotas posibilidades, imaginar los entrecruzamientos, hacer que lo azaroso prevalezca en este libro que no es sólo un recueil de seis textos olvidados, sino también un acercamiento fictivo a la figura de Artaud y de su espíritu atormentado.

Para este disidente del surrealismo en pugna con el racionalismo y la moral burguesa, las zonas más intrincadas de México iban a ser la culminación de su aspiración a huir del hombre blanco y enfermo, el sitio donde confluye la raza no contaminada, la magia y lo trascendente… «una nueva idea del hombre» y su esencia incorruptible. La Habana, por tanto, resulta el brevísimo preámbulo, aunque no menos nutritivo, de esa búsqueda de «las bases de una cultura mágica», de su expedición a «los picos más reculados de la Sierra Madre», su visita a los Tarahumara y su entrada en el mundo del peyote.

Como ya lo acometió en su libro La vida trunca del Coronel Felino (Aduana Vieja, 2016), Pedro Marqués de Armas ha extendido un mapa sobre una mesa —en este caso el de la parte vieja de la capital cubana— y a partir de retazos de lo real ha imaginado el recorrido de un personaje para él y para nosotros «inaprensible». Es este juego sebaldiano el que distingue a su libro de otros estudios más apegados a la letra de la Academia, además de la revelación, del estreno mundial, como diría la ópera, de varios textos dormidos del autor marsellés.

Según información proporcionada por la capitanía del puerto al Diario de la Marina, junto a Artaud y a la tripulación del San Mateo también desembarcó aquella tarde un segundo pasajero, un hombre sin rostro del que sólo sabemos que estaba «en tránsito». Podríamos jugar, pues, a creer que éramos nosotros, que aquel francés de mirada extrañada nos extendió su mano a punto de acceder a la pasarela, que balbuceó un «À bientôt» incrédulo, fundado en esa certeza tan natural de que nunca más nos cruzaríamos, que se perdió en La Habana de 1936 sin que cerrara como se debe la larga conversación que habíamos tenido mientras navegábamos. ¿Sobre qué habríamos dialogado con Antonin Artaud? ¿Por qué no lanzarse y jugar, sin poner en duda nuestra racionalidad, nuestro ser más sobrio? Juguemos, pues, aunque ya Marqués de Armas se nos haya adelantado.