Helio Carpintero
Ortega y Gasset, psicólogo. Ensayos y aproximaciones
Fórcola, Madrid, 2019
488 páginas, 25.50 €
POR JOSÉ LASAGA

 

 

Si el libro se hubiera llamado Ortega y la psicología tendríamos un título descriptivo que habría cuadrado al contenido de esta colección de ensayos. El propuesto por su autor contiene una leve exageración que cumple la función de hacerlo más interesante. Ortega opinaba que toda exageración es como una promesa de metáfora y ya sabemos que pensamos con ellas, gracias a ellas.

Estamos ante un conjunto de artículos que cubren casi cuarenta años de la producción de Helio Carpintero en relación con dos de los temas que han ocupado, con mucha frecuencia y dedicación, su oficio investigador. Catedrático de Psicología en Barcelona, Valencia y finalmente de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de número de dos academias, la de Ciencias Morales y la de la Historia, doctor honoris causa por varias universidades, entre ellas la UNED, el autor ha procurado evitar el encajonamiento disciplinar e inventarse un terreno propio entre la psicología y la filosofía españolas, construyendo su presente académico, pero con la atención puesta en el pasado. Creo que si hay un rasgo que diferencia a Carpintero de sus colegas de generación en psicología, pero sobre todo en filosofía, es su vocación de continuidad con los hombres, los libros, las ideas y las convicciones de la cultura científica y filosófica española anterior a la Guerra Civil. En algún lugar habla de «continuidad con el pasado en forma de creación…». La clave de su disposición intelectual se llama, en filosofía, Julián Marías, de quien publicó hace unos años una excelente biografía, Julián Marías y la tercera España, y a quien dedica aquí un ensayo sobre —el que acaso sea el libro más relevante de su ingente producción para Carpintero— su Antropología filosófica; y en la parte que tiene que ver con su dedicación a la psicología, Juan Germain, a quien describe en el artículo que le dedica, «Ortega y Germain. Una relación significativa de la influencia de Ortega en la reconstrucción de la psicología española de posguerra», como el «verdadero reconstructor» de la psicología contemporánea «tras la Guerra Civil».

Cercano a Marías como acabamos de indicar, fue consciente de que entre los vencidos de la Guerra Civil se contaban también los orteguianos que tuvieron que emigrar o aceptar trabajos mediocres o marginales, siempre fuera de la universidad o de cualquier centro de investigación. Aunque sin estridencias ni pujos reivindicatorios, Carpintero deja claro que, en ciertos campos, la continuidad fue posible, a pesar de las dietas escolásticas que los vencedores impusieron y de los vientos que empezaron a soplar desde Europa, llegados los sesenta, extrañamente ajenos a las filosofías de la vida, que tanto vigor tuvieron en Europa hasta la guerra. La reconstrucción del legado orteguiano, que lleva a cabo en estos ensayos, y la atención que presta a aquellos que lo atendieron evidencian que fue posible hacer ciencia y filosofía en la España de Franco.

El libro está organizado en dos secciones. La primera, de idéntico título al del libro, acoge quince ensayos; la segunda contiene un apéndice, quizá el texto más ambicioso de libro, titulado «Esbozo de una psicología según la razón vital», discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El ensayo de más de cien páginas, aunque el autor lo declara mero esbozo, nos conduce a lo que creo contiene el corazón teórico del libro. Lo que se propone es nada menos que hacer expresa la psicología incoada en la metafísica orteguiana, el escorzo psicológico de una filosofía cuyo tema radical es la vida humana entendida como vida biográfica. Siendo ese el asunto del Ortega filósofo, no precisa demasiadas mediaciones para elaborar una psicología more razón vital. Éstas aparecen antes en otros textos del libro. Menciono las más importantes, dos a mi modo de ver.

La primera remite al hecho de que Ortega tuvo como núcleo de su programa filosófico la superación del idealismo que cree en la conciencia como «realidad radical». Este «error», que atraviesa la modernidad desde el cogito cartesiano hasta la reducción husserliana, sólo le fue revelado tras haberse encontrado con la fenomenología en su tercer viaje a Marburgo. Ortega reconocerá en varias ocasiones que sin el fino análisis de la conciencia, y de su estructura, que Husserl había llevado a cabo en sus Investigaciones lógicas —inmediatamente vertidas al castellano por Morente y Gaos, como nos recuerda Carpintero en «Ortega y la fenomenología»—, no habría puesto fin a su error de juventud, identificado como subjetivismo neokantiano.

Helio Carpintero da por buena la versión que Ortega ofrece de un Husserl que interpreta su propio descubrimiento en términos idealistas, mientras que el filósofo español habría comprendido, ya en 1914, que lo que mostraba el correlato ego-cogito-cogitatio era precisamente el condominio de yo y mundo, en unidad inseparable, pensado como «nuestra vida». En el mencionado artículo, Carpintero traslada los argumentos de Marías y Rodríguez Huéscar —véase nota 218— sin hacerse eco del punto de vista de otros estudiosos, como Javier San Martín o Pedro Cerezo, que sostienen que Ortega siguió dependiendo del método fenomenológico por mucho tiempo y desautorizan, aunque sin restar valor y originalidad a la filosofía de Ortega, la versión que dio nuestro autor de su deuda con la fenomenología en un texto que no llegó a publicar, el famoso Prólogo para alemanes (1934). En rigor, no se puede hablar de vida biográfica hasta que Ortega no formalice el concepto en 1929. Pero no es posible entrar aquí en un debate a un tiempo técnico y apasionado.

Lo que tiene importancia para Helio Carpintero es hacer pie en el suelo de la filosofía orteguiana para iniciar su búsqueda de una psicología que tenga por objeto no los procesos de conciencia, ni siquiera los de la conducta o del inconsciente, sino una psicología de la vida biográfica: «vida en vez de conciencia», leemos en uno de los epígrafes del «Esbozo». Pero, para llegar ahí, precisaba la segunda de las mediaciones mencionadas: la distinción entre estructura metafísica y estructura empírica de la vida humana que elabora Julián Marías en su ya mencionada Antropología filosófica (1970). Dicha distinción es decisiva para pasar del orden de la vida, en cuanto acontecimiento dramático, al orden de la vida humana como fenómeno natural objeto de estudio científico. La dimensión natural y empírica de nuestra vida, que Marías separa analíticamente de la estructura metafísica en su antropología, viene a ser la roturación y siembra de aquel suelo orteguiano que mencioné más arriba. Sin la distinción entre los planos metafísico y empírico no podría hablarse de una psicología que tiene que ocuparse, en cuanto que aspira a ser ciencia, de universales, como las estructuras corporales de los vivientes, sus órganos de percepción y de acción, su «conciencia» capaz de manejar conceptos, etcétera. A esto llama Carpintero las dimensiones que forman una estructura empírica, fáctica, que soporta nuestros actos de vida. Y menciona la corporeidad, la mundanidad, la convivencia, la sexualidad, la sociabilidad, la sensorialidad, etcétera, es decir, todo aquello que conforma al humano en cuanto especie. Y cita esta tesis de Marías solo comprensible a la luz de la distinción que venimos de comentar: «Desde la perspectiva de mi vida me encuentro como hombre».

Hay que reconocer que la mencionada distinción no deja de plantear alguna duda en cuanto a la separación de órdenes que postula. ¿Cabe pensar una vida humana sin corporalidad, siendo el caso que el espacio/tiempo pertenece a la estructura metafísica del vivir? Es verdad que el cuerpo pertenece, según Ortega, a nuestra circunstancia, pero no es menos cierto que ésta es tan vida mía como mi propio yo.

Dejemos estas perplejidades para otra ocasión. El caso es que el autor acierta al postular un nuevo objeto para la psicología y proponer una convergencia de planos entre la psicología entendida como «ciencia explicativa de la vida biográfica», que asume su dimensión de «ciencia natural» que aspira a explicar fenómenos, y otro en que la psicología se concibe como ciencia del espíritu, más cerca de la tradición filosófica de un Dilthey o del propio Ortega, por tanto, una psicología que aspira a comprender lo humano.

En su prólogo el autor resume con precisión la función que adjudica a Ortega en relación con la psicología: «Veo en esa filosofía de Ortega, ante todo, un semillero de preguntas y cuestiones que podrían movilizar el pensamiento de cuantos se ocupan de temas psicológicos». En efecto, tal convergencia está presente a lo largo del libro. Los textos dedicados directamente al autor de La rebelión de la masas, como «Ortega y la psicología, el caso de la atención» o «Comentario de “Corazón y cabeza”» ofrecen los análisis de temas psicológicos que mejor justifican el título del libro. Otros, como el tema del hombre masa o la influencia de Cervantes en la génesis de la razón vital, se sitúan a medio camino entre la psicología y la filosofía. Mención aparte merece el estudio que dedica en «Ortega y sus complementarios» al uso que éste hizo de pseudónimos para firmar algunos textos. Carpintero habla de auténticos personajes, protagonistas de vidas imaginarias. En Ortega, a diferencia de Pessoa o Machado, cuyos yoes inventados tuvieron largo aliento, el Rubín de Cendoya de su juventud o el Olmedo de madurez, tienen trayectorias fugaces, más cerca del juego y el desahogo que de un desdoblamiento intelectual productivo. Pero es un aspecto de la obra de Ortega que, hasta donde sé, sólo Carpintero ha estudiado.

Nuestro autor no desatiende los encuentros con la psicología de su tiempo que la formación de Ortega y luego el desarrollo de su filosofía depararon. Por estas páginas aparece el Wundt afincado en Leipzig al que visitó el joven estudiante que buscaba la ciencia más nueva que hubiera en Europa para traerla a su rincón español. Y más tarde, las psicologías asociadas a la fenomenología, los grandes autores de la Gestalt, como Koffka o Köhler, al que se invitó, por iniciativa de Ortega, a presentar en la Residencia de Estudiantes sus estudios sobre inteligencia animal. Tampoco Freud fue ignorado. Carpintero recuerda que nuestro filósofo ayudó a poner en marcha la edición española de los escritos del médico vienés, al que dedicó algunos artículos. Es cierto que Ortega se alejó del psicoanálisis freudiano cuando pareció que se acentuaba la tendencia de lo que llamó «pansexualismo». Es una pena que no leyera al Freud del Malestar de la cultura, pues habría descubierto muchos puntos de contacto, por ejemplo, en el tema de la crisis de la modernidad. Pero, por lo mismo, leyó a los heterodoxos de la escuela como Jung o Adler. A la relación con este último, dedica un interesante trabajo: «Ortega y la Psicología individual de Adler. Una nota histórica».

Y junto al marco europeo de la psicología en que se formó Ortega, Carpintero no descuida la historicidad de la psicología española. Además del ya mencionado texto sobre José Germain, merece la pena citar el que dedica a «Las raíces orteguianas de la psicología española: Lafora, Germain, Valenciano». También Lafora fue amigo personal de Ortega, asistió a sus tertulias y colaboraron en diversas publicaciones. Helio Carpintero dedica una amplia semblanza biográfica al que considera «el gran reformador de la psicología española». Supongo que, con toda intención, establece una línea genealógica de los estudios de psicología que tiene en Lafora el eslabón central. Discípulo de Luis Simarro, primer catedrático de psicología experimental en España, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y a la Escuela de Cajal, fue a su vez maestro y mentor de Germain y Valenciano, quienes, a su vez, restauran, después de su incorporación a la universidad franquista, los puentes con la generación de Pinillos y Yela, los maestros de nuestro autor en la Universidad Complutense de Madrid.

Es un acierto que estos ensayos, sometidos a la cruda ley del olvido por haber aparecido en cuasi remotas revistas, hayan sido reunidos en el volumen que comentamos. Juntos adquieren no sólo presencia material y continuidad temporal, sino que conforman un argumento que narra un episodio nada despreciable de nuestra historia cultural reciente: el capítulo dedicado a la psicología española con sus raíces en una filosofía de la vida.

El libro, muy bien editado, ofrece al posible lector de humanidades instrumentos de estudio, como una bibliografía unificada, un índice de nombres propios, localización de los textos en sus primeras ediciones y, cosa que considero en este caso un acierto, un texto limpio de notas a pie, que han sido editadas como notas finales. Las notas no incluyen desarrollos o digresiones sobre lo dicho en el texto, sino que sólo contienen las fuentes bibliográficas manejadas por el autor.

En cuanto al estilo de Helio, sólo diré que hace honor a sus maestros de escritura. De Ortega, la claridad; de Marías, el sentido del orden y la atención a todas las conexiones implicadas en la cuestión de que se trate. En resumen, transparencia, precisión, rigor, veracidad.