Luis Chaves
Vamos a tocar el agua
Tres Editores
102 páginas
POR JACOBO IGLESIAS

Desde la Odisea todo viaje hacia lo desconocido se torna en un viaje interior en el que el protagonista se busca a sí mismo para acabar encontrando algo de todos nosotros. A mediados del siglo XX, el mitólogo Joseph Campbell demostró que Ulises, Jasón o Eneas solo eran ilustres ejemplos de una serie infinita que se repite a través del tiempo y las culturas. Años más tarde, Christopher Vogler afirmó —exageradamente— que toda narración contiene, acaso con algunas pequeñas variaciones, la misma estructura: la del viaje del héroe.

Vamos a tocar el agua, el relato del viaje a Berlín que realizó el poeta costarricense Luis Chaves —junto a su mujer y sus dos hijas pequeñas— como residente anual del Programa de Artistas, no es ajeno a esa búsqueda ni a esa estructura narrativa. Podríamos rastrear algunas de esas constantes en el libro de Chaves —la llamada a la aventura, los guardianes del umbral, el retorno a casa con el elixir—, pero lo importante aquí no es la estructura común a todo periplo heroico sino la prosa con la que está narrado y el halo poético con que Chaves envuelve las más pequeñas cosas.

Las hazañas de Chaves en Berlín no son homéricas. Desde que Kafka publicó su obra, la épica del hombre moderno pasa por enfrentarse a situaciones absurdas, laberintos de burocracia, infinitas jerarquías o diferentes formas de postergación. Y así, las proezas del narrador-autor consistirán en buscar durante cincuenta y seis días —«marcados en el almanaque»— una plaza de guardería para su hija pequeña, realizar innumerables trámites administrativos, tratar con berlineses que aun sabiendo hablar inglés insisten en querer comunicarse en alemán o lidiar con los prejuicios de clase de algunos vecinos.

Pero deberíamos haber comenzado diciendo que Luis Chaves ha editado ya nueve libros de poesía que lo sitúan como uno de los grandes poetas de Centroamérica. Desde sus inicios su poesía ha sido siempre muy prosaica, así que en justa correspondencia su prosa se muestra decididamente poética —a veces en la forma, casi siempre en el poso—, y atravesada por un humor que en este texto nos arranca muchas sonrisas y alguna que otra carcajada. Él mismo ha declarado que practica «una poesía de las cosas pequeñas».

El mérito de este libro no está, pues, en las hazañas del periplo sino en la mirada que arroja sobre esas pequeñas cosas: un cepillo bajando por el pelo mojado de su hija, la luz del amanecer sobre la hiedra del edificio de enfrente, las semillas de los álamos entrando por las ventanas en primavera o la carrera diaria con sus hijas para no perder el autobús de la escuela. «Cosas así» nos dice el autor, que termina por contagiarnos esa mirada haciendo de su extrañamiento el nuestro.

Decía Borges que la belleza, al igual que la felicidad, es frecuente, y que no pasa un solo día de nuestras vidas en que no estemos, un instante, en el paraíso. Y algo así nos dice Chaves en el último capítulo: «Uno pestañea y pasan seis meses, pestañea de nuevo y ya hay que volver. Eso se dice como convención, pero no nos engañemos, no es así. No es así para nada. Mejor dicho, es todo lo contrario. Pasan muchísimas cosas en un año. Todo es cuestión del lugar desde donde se mire». Y es aquí donde está la raíz de su poética. Vivimos atravesados por frases hechas y convenciones que no nos dejan ver las cosas de otro modo. Estamos atados a determinadas formas de ver donde solo los conflictos o la belleza evidente resultan visibles. No hay lugar en este espacio para las cosas pequeñas. En la mirada rutinaria estas se adaptan a la vida y se vuelven previsibles. Pero Chaves nos recuerda que sí hay un espacio para las «cosas pequeñas, lo lateral, los caminos tributarios», y que todo es «cuestión del lugar desde donde se mire». Porque juntas, dice Chaves, todas esas cosas pasan a formar parte de eso que luego llamamos «una vida».

Y esa es la sabiduría con la que volvemos de este periplo, el elixir con el que regresa el protagonista para enseñarnos algo de nosotros mismos.

Desde Homero hasta Joyce la gran literatura está poblada de viajes circulares que parecen bailar un vals infinito en la memoria colectiva del lector. Agárrense del brazo y la cintura de Luis Chaves, déjense llevar por la elegancia de su prosa y el poético compás con que dirige este pequeño vals berlinés.