Luis García Montero
No puedes ser así
(Breve historia del mundo)

Visor
146 páginas
POR JUAN CARLOS ABRIL

En No puedes ser así así (Breve historia del mundo), el último poemario de Luis García Montero, se combate otra manera de mirar este tiempo de refeudalización en el que se ha instalado la sociedad contemporánea, esclavizados por el consumismo y aprisionados por las leyes despiadadas del dinero y las prisas en la era de la reproductibilidad tecnológica, con sus correspondientes contrapartidas y contradicciones. Son otras supersticiones, de acuerdo, pero el pueblo sigue estando —otras particulares formas de vasallaje— enajenado. El clasismo imperante deslegitima las instituciones, como bien observó Lyotard, a lo que hay que sumarle el cinismo y la falsedad de la palabra dada. ¿Cómo vamos a creer ningún discurso legitimador cuando se siguen reproduciendo los mismos modelos, y la misma gente, las mismas familias, los mismos mediocres ocupan los cargos, y siguen medrando los de siempre? Aun así, no todo está perdido, nos dice Luis García Montero, y no es una frase hecha, sino una manera de mirar el mundo, igual que una manera de entender desde una perspectiva crítica (Jameson, Baudrillard, Said et alii) esa posmodernidad que quiso acabar con los grandes relatos, y que consecuentemente pretendió borrar la huella de la Historia, postulando su final. Por eso este poemario se subtitula Breve historia del mundo, demandando releer la historia de nuevo, actualizándola desde la poesía, y estableciendo una responsabilidad en nuestra mirada, en nuestra conciencia y en nuestro compromiso. «El ángel de la historia» (31-32) nos introduce directamente en ello.

Algunos capítulos sustanciales en la historia de la humanidad, que el autor ha seleccionado de manera antológica, como reflexiones en una lectura —y lección— íntima y privada, nos indican por dónde transita esa revisión. Respecto a episodios más recientes, y aunque el tiempo pase demasiado deprisa como para tener perspectiva o, mejor dicho, aunque sucedan demasiadas cosas como para adquirir conciencia de lo que ocurre, y poder realizar un balance, también se nos brinda un repaso. Y es que nosotros, lectores, lo vamos a hacer de cualquier manera, pues se nos estimula a saltar de acá para allá con curiosidad… Se abordan momentos de diverso calado, combinando escenas que forman parte de la humanidad, no solo Historia en sentido estricto, también mitos, y primordialmente de nuestro ámbito hispano. En «1492» (43-44) se superpone la historia de los Reyes Católicos y el Nuevo Mundo, con «el niño que repite la lección / con la España de Franco sentada en sus rodillas.» (44), y en «Magallanes» (46-47) se da cuenta de la aventura de la primera vuelta al mundo (1519-1522), de la que se celebran en estas fechas 500 años, y en la que perdió la vida Fernando de Magallanes, siendo completada por Juan Sebastián Elcano, capitán que asumió el mando a bordo tras la muerte de aquel. «Al cruzar el estrecho que ahora lleva su nombre […] despreció con soberbia / la diminuta isla de Mactán. / Allí perdió la vida / a manos del rajá Silapulapu. / Lo recibió la muerte con un disfraz humilde.» Y concluye: «Magallanes probó / que llamamos historia / a nuestra vocación de sufrimiento.» (47). La historia personal y la historia colectiva.

Poemas como «Galileo» (49-50) o «Siglo de Oro» (52-53) revisitan acontecimientos muy conocidos y controvertidos, que se han querido ver desde una sola cara, pero la realidad es más poliédrica de como la pintan. Pues aunque «pasó» la Inquisición, que tanto daño hizo a hombres y mujeres, a Occidente, a la ciencia en general y en particular a Galileo, seguimos ligados a otras supersticiones que nos han refeudalizado más que nunca, en esta onda neoliberal que mal nos gobierna desde la caída de la URSS y el declive genérico de las utopías, es decir, la deslegitimación de cualquier discurso que hable de lo público o colectividad. «Siglo de Oro» ofrece la otra versión, de la que menos se habla cuando se olvida que tanto exploradores como Colón, o conquistadores, fueron pasados a espada, encarcelados o muertos. Luis García Montero parte de Cristóbal Colón para hablarnos de Núñez de Balboa, fray Luis de León, Juan de la Cruz, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo… La lista se queda ahí, pero podríamos completarla nosotros sin grandes dificultades, por ejemplo el marinero Antón de Alaminos, descubridor de la corriente del Golfo, o el expedicionario Francisco Hernández de Córdoba, que fundó ciudades en la actual Nicaragua, ya que la historia de España —y de otros países sin excepción— es profusa en iniquidades, ignominias y oprobios. Sentencia García Montero, a propósito del encarcelamiento de Quevedo en 1639, que «[…] Los años 39 / no suelen ser felices en España.» (53), con clara alusión al final de la Guerra Civil, ya que «Heredamos los siglos, sus metales preciosos, / épica de una historia que quiere ser novela, / dorada calidad hecha de barro / y carne de cañón.» (ibíd.). La historia de todos los pueblos se ha construido lamentablemente con sangre y ambiciones desmedidas.

Luis García Montero realiza su balance con honestidad, sin ambiciones de ningún tipo, ya que propone su propio examen de las cosas y el mundo… Gran conocedor de la Historia con mayúsculas, huelga decir que quedan demasiados asuntos pendientes, los cuales sido mal explicados por la historiografía y la academia, instrumentalizados por ideologías, bandos opuestos o tendencias, y que quizás hoy solo a través de la poesía podemos entender en su hondura, complejidad y problemáticas. Así que la poesía, que se define eminentemente como subjetiva, portadora de la óptica subjetiva del sujeto verbal y de los sentimientos más inefables, es aquí la que vehicula la objetividad y la mesura. No se trata de sacar partido: «Son las cosas que pasan, / las inevitables esquinas del mundo, / ayer, hoy, mañana, / esas sombras que esperan muchos días / a que las preguntas caigan en su tierra.» (de «Sin vocación de triste», 20). El poeta no adopta una actitud bohemia o rebelde, sino profundamente cívica, implicada con una palabra constructiva para delimitar sus puntos —cardinales— éticos y no cejar. Ya escribió nuestro poeta en un poema de Habitaciones separadas que «El poder envejece», repitiendo en sus versos finales «No vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca», para ahora afirmar también del mismo modo que «Y no, no hay remedio» (20). La poesía es la repuesta a las preguntas más urgentes que nos atosigan cotidianamente, esas preguntas que no se pueden responder con facilidad. Interrogantes de un mundo donde se han disuelto las identidades y los vínculos hasta límites insospechados: ¿por qué moralmente seguimos sin avanzar un milímetro? ¿Y qué quiere decir esto? ¿Y hacia dónde nos llevaría el final —en sus extremos— de este interrogante? Con un juego efectivo, nos dice: «Por arrimar la llama a mi memoria, / hace ya muchos años / que la llamo poesía.» (27).

El segundo poema de No puedes ser así así, es «Adán y Eva» (21-22), una canción que traslada la historia de amor de los primeros humanos sobre la faz de la Tierra, desde la mitología del Génesis, al horror de un campo de refugiados, posiblemente sirio, por la cercanía «del ejército turco» (21), contándonos que también el amor triunfa en medio de las condiciones más duras, la miseria moral que define la geopolítica internacional, y las circunstancias humanitarias más adversas, sin olvidar la pandemia que ha asolado el planeta en los últimos dos años (véase «El virus», 137-139). Esta suerte de optimismo a pesar de todo, podría erigirse como la clave más destacada de No puedes ser así. Es un optimismo sencillo, un optimismo melancólico, como se ha definido nuestro autor en innumerables ocasiones. Poesía como antídoto. Y al igual que el resto de palabras gastadas por la modernidad, insiste, resiste y persiste en sus modestas reivindicaciones. Luis García Montero ha ensayado las canciones en otros libros de poemas, y en esta entrega que nos ocupa aparecen varias como contrapunto a aquellos textos en que la narratividad es más clásica, antes citados. En canciones como «Adán y Eva» se nos ofrece una sucinta historia de amor a partir de algunas imágenes, con sus convenientes recortes narrativos en la diégesis para dotar de un calado más expresivo el conjunto. A través de los fragmentos el lector puede recomponer el suceso originario. «Canción Pasolini» (120) sería otra muestra de esto.

En fin. Muchas más cosas podríamos apuntar de un volumen extenso e intenso, como apuntamos más arriba. Nos quedamos con que, a pesar de todo lo expuesto, a pesar de toda esa brutalidad que define la condición humana, sea lo que sea eso, «Convivir con la muerte fue también / la única manera de celebrar la vida» (78). Por eso el poeta se mantiene firme gracias a la poesía. Necesaria como el pan.