Mario Montalbetti
Notas para un seminario sobre Foucault
FCE y Sur Librería Anticuaria, Lima, 2018
132 páginas, 13.00 €
POR JUAN CARLOS ABRIL

 

 

Las labores de poeta y ensayista de Mario Montalbetti (Callao, Perú, 1953), profesor principal de Lingüística de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), se mezclan y confunden en Notas para un seminario sobre Foucault, si bien esta tendencia del autor se repite en otros volúmenes en la última década, intersectándose de manera que no se pueden disociar. Cajas (2012), Cualquier hombre es una isla (2014), El más crudo invierno (2016), El sentido del poema (2017) o La ceguera del poema (2018), entre otros títulos (entre los últimos), pertenecen a esta particular manera de obrar, reflexionar, crear, escribir. Su poesía completa hasta la fecha, Lejos de mí decirles. Poesía reunida, ha visto la luz en dos ediciones: una en México en la editorial Aldus en 2013 y otra en España en Ediciones Liliputienses en 2014, que se reeditó ampliada (1978-2016) en 2017. Esta escritura poética y ensayística –un grupo escritural, en suma– distingue al peruano dentro del magmático panorama en español –no castellano, esa entelequia premoderna– por su extraordinaria profundidad y, al mismo tiempo, por los riesgos que ello implica. Se trata de una exploración de lo desconocido, de un texto o «salto sin red de seguridad. // Un salto, / a las cosas, a la amada, a palabras, al silencio…, / a lo que quieran, // pero un salto, / solo que es imposible darlo con red de seguridad / y casi siempre termina, el lenguaje, / hecho trizas contra las cosas…».

Presentado así, en Notas para un seminario sobre Foucault asistimos a múltiples y transversales hipótesis y teorías –que no son lo mismo, aunque en la cotidianidad tienden a solaparse por error– sobre lo que se considera lenguaje y, por tanto, lo que se considera poesía, donde se cuestiona el origen de todo, esto es, la creación de un espacio etéreo, un lugar de lo sublime, esa gran estética del pensamiento liberal –y posteriormente neoliberal– burgués que nos gobierna, porque «cuando hablamos seguimos reglas coactivas; / se trata del gobierno de los otros», siguiendo a Foucault.

Nos referimos a una estética aislada de la realidad, impermeabilizada de las adherencias o impurezas, una concepción inmanente del arte muy propia del pensamiento finisecular del siglo XIX, y al que las vanguardias históricas –y en Perú hay una tradición fecunda– intentaron por todos los medios sustraer la pátina trascendente, id est, la marca fenomenológica y, al fin y al cabo, fantasmagórica. El artista, tras el hastío de una sociedad tremendamente injusta que se ha cansado de denunciar, se refugia en su zona sagrada, en soledad y en una torre de marfil, pero sigue siendo ese espacio de lo trascendente, que pretende retrotraerse a Longino y quién sabe si hacia atrás, hacia adónde, a las más delicadas sublimidades, si bien se halla más cerca de la realidad material que de otra cosa. Pongamos, por caso, Lautréamont, encerrado en su domicilio, consumido por la droga y muerto con 24 años. O Rimbaud, que con menos de 20 años ya lo había escrito todo y renunció a la poesía –esto es, al lenguaje– para dedicarse a vivir. Dejar el lenguaje para actuar. Como ha declarado el propio Montalbetti en una entrevista, «el sistema no quiere saber nada con la poesía, no la entiende y no le interesa». El poeta, visto lo visto, ¿puede salir de ese bucle? ¿Dice lo mismo un poema en la antigua ciudad de Ugarit, actual Siria, en el sexto milenio antes de Cristo que en Lima, capital de la República del Perú, en 2021, anno Domini? ¿Se trata de salvar la total inmanencia del lenguaje de las estructuras cognitivas que en teoría –y recordemos que el término viene del griego θεωρία, lo que se ve– residen ahí, en el mundo, independientemente de que pensemos el mundo? ¿Existe una gramática universal, tal y como quería Chomsky? Obviamente no. ¿Se emocionará, por ejemplo, un nómada tuareg observando un cuadro de Picasso como el Guernica? ¿O leyendo un poema de Blanca Varela? La inflexión ideológica –la condición no humana sino cultural– toma cuerpo especialmente para entender que, si bien todos los seres humanos son personas, la concepción que del sujeto poseen –es decir, la que los individuos se dan a sí mismos en su evolución– a lo largo de la historia varía, y de igual modo varía la concepción del lenguaje. Y, por tanto, la concepción de la poesía, de lo que es o no poesía. Y llegamos así a una de las afirmaciones fundamentales de Notas para un seminario sobre Foucault, repetida en muchos momentos: que «lenguaje lenguaje, no hay». Montalbetti, que a la sazón fue alumno de Noam Chomsky en la prestigiosa universidad privada Massachusetts Institute of Technology, y con quien realizó su tesis doctoral en 1984, corrige a su maestro, acercándose a la teoría greimasiana del lenguaje como un hacer hacer, en el sentido constructivo, sin desdeñar el aspecto especulativo –cognitivo, gestáltico, en su relación de lo que se piensa y lo que se hace, que dirían Lakoff, Johnson y otros– en sus distintas dimensiones. Y sigue el poeta: «Conclusión temporal: // Todas nuestras elaboraciones / (literarias, filosóficas, religiosas, políticas) // son construibles. / Pero algunas de nuestras interpretaciones / no lo son. // Construible quiere decir que puede ser pensado / a partir de todo lo que se ha pensado anteriormente». No puede ser más contundente nuestro autor cuando, en los últimos versos del libro que nos ocupa, expresa lo siguiente: «Un lenguaje que no se somete a la ciudad, / que no se somete a las leyes de la ciudad, / que no se somete a las personas / que deciden las leyes de la ciudad, // que no se somete al mejor pastor», con lo que se enfrenta al conocido axioma heideggeriano de Carta sobre el humanismo por el que el poeta es el pastor del ser, el lenguaje la esencia del ser y, por consiguiente, el poeta el pastor del lenguaje. El poeta debe rebelarse frente a la visión idealizada que lo recubre, como un aura, para ceñirse a su espacio como cosa, o sea, como materialidad. El poema es espacio, es materia, las palabras no se las lleva el viento. La crítica al arte industrial que escribiría Flaubert en La educación sentimental, al arte aliado con el capitalismo, al arte que solo quiere agradar, a las artes decorativas que categorizaría Kojève, aquí está servida. El arte debe épater le bourgeois, romper los cánones establecidos, crear conciencia…

Tras esta suerte de resumen, podría argumentarse que hemos simplificado, y no se faltaría a la verdad. En una reseña no se puede argüir demasiado, teniendo en cuenta la extensión que se concede. Pero no es ninguna excusa, puesto que conviene señalar la problemática que se plantea en el volumen, y todo lo que ello conlleva, en una especie de espiral casi infinita. Esto deriva en consecuencias graves y crea, a la postre, un texto híbrido que nos cuestiona en primera instancia con la consabida pregunta: ¿Qué es poesía? Si entendemos por lenguaje poético todo lenguaje polisémico, entonces Notas para un seminario sobre Foucault responde a una estructura poética, pero, si nos atenemos a parámetros tradicionales y convencionales, este libro no se atiene a lo que podríamos calificar como poemario o libro de poemas, ya que no se presenta como tal, sino que más bien –tanto en su forma como en su fondo– se configura como una reflexión ensayística a modo de «seminario» (8 en total), tal y como dictara en su día el filósofo francés Michel Foucault, de quien no en vano se menciona el nombre en el título, o Jacques Lacan, el también francés que de igual modo aparece citado en diversas ocasiones. Las referencias explícitas son numerosísimas, tanto poéticas –Zurita, Varela, Vallejo, Cisneros, Gamoneda  o Brodsky, entre otros– como filosóficas –Aristóteles, Platón, Hume, Lévinas, Lenin, Agamben, Blanchot, Diógenes Laercio, entre otros, y los más arriba mencionados, más Deleuze–. Dejamos, por otro lado, que el lector descubra por sí solo las referencias implícitas, a modo de intertextos, tan numerosas igualmente… La hibridación, por tanto, atraviesa de parte a parte este volumen, y podríamos recordar que la hibris (ὕβρις) era la arrogancia o el orgullo de compararse con los dioses, transgrediendo los límites impuestos. Sin duda Montalbetti pone al lenguaje contra las cuerdas y, por ende, a la poesía, en un asedio aporístico. Con esto quiero decir que la anfibología que desde el inicio se indica, fundiendo poema y ensayo, nos sitúa ante un verdadero artefacto lingüístico que, en este caso, también podría encuadrarse en la categoría de poesía. Pero qué más da lo que nos arrojen las categorías, aunque…

Poesía para iniciados, poesía para degustadores del género que se encuentran más allá del bien y del mal, que vienen de vuelta, lectores avisados que conocen la tradición –la «tradición de la ruptura» especialmente, la del siglo XX– y que han pasado por todas las vanguardias y experimentaciones habidas y por haber, que han confiado y ahora desconfían del lenguaje, que han pululado desde el estructuralismo al posestructuralismo, desde la modernidad a la posmodernidad, partiendo de la semiótica discursiva y bebiendo de la lingüística cognitiva o cualquier rama de la filosofía del lenguaje, trufándose de antropología y psicología –Freud, Jung, Lacan…– para, finalmente, recoger de regreso el legado de los estudios culturales, porque estos no olvidan la importancia de la base marxiana como análisis y método de conocimiento fehaciente, incluyéndolo en sus presupuestos (e invirtiendo los términos del razonamiento, poniéndolo «bocabajo»).

Concretando aún más, desde las primeras líneas de estas Notas para un seminario sobre Foucault se alude a la relación de poesía y dinero, instando al lector a recordar las célebres diferencias entre valor de uso y valor de cambio, y haciéndose eco de algún modo de la noción de capital simbólico que acuñó Pierre Bourdieu en Las reglas del arte: génesis y estructura del campo literario. Sin la sociología no iríamos a ningún lado, y el desprestigio de los estudios de corte marxista, desde que cayó el Muro de Berlín, tiene sus contras vehementes, ya que se olvida la instancia económica, que es lo que mueve –y remueve– al mundo. Por eso, a partir de la página 99, aparecerá «un tal V. I. Lenin» para aclarar dudas, recordando el tratado ¿Qué hacer? (que a su vez toma de la novela de Nikolái Chernyshevski), tras la desmantelación de la utopía de una sociedad mejor en el mundo contemporáneo: «Cien años después / lo que queda, lo que resiste, es la pregunta: // ¿qué hacemos ahora? // Pero la diferencia, cien años después, es / que ahora nadie sabe responder».

Dicho todo lo anterior, y ya para ir concluyendo, el asunto del que fundamentalmente trata este libro –porque de lo que no hay duda es de que es un libro–  híbrido podría tener mucho que ver con el ensayo El pensamiento del afuera, de Foucault, si bien esto nos colocaría solo en un punto de partida, ya que el filósofo francés posee obras muy interesantes que abordan la problemática del lenguaje, como su seminal Las palabras y las cosas, de la que también se hace cargo Montalbetti desde el inicio, tras plantear la imposibilidad del lenguaje lenguaje, es decir, el lenguaje que dice: «He dicho que / lenguaje lenguaje, no hay. // ¿Qué hay entonces? / Lo que hay son lecciones, / lecciones de cosas, / lecciones de palabras». Partiendo de ahí, como decimos, se critica la relación de las artes amables del capitalismo tardío con el ocularcentrismo, abogando por una poesía hecha de lengua y criticando de paso la secular relación del arte poética con la metáfora, es decir, con el ver. Aceptamos que el lenguaje se constituye con tropos, o sea, movimientos, denunciando con encono la metáfora, causante de muchas desgracias, pues indaga en la relación de una cosa con una imagen, o traslación. No obstante, se aboga por entender el todo del lenguaje con un tropo poco reconocido, la catacresis, que es de lengua y no de visión, en el momento en que se lexicalizan las palabras (la pata de la mesa): «Decimos / el perro corre, / el niño corre, / el caballo corre, / … // Y entonces cuando todos pensábamos / que era indispensable tener piernas o patas / para correr, alguien dice / el agua corre», con lo que Montalbetti confrontaría todos estos conflictos que venimos tratando de explicar (posiblemente sin resultado por nuestra parte). En cualquier caso, ya casi al final del volumen una cita del cortometraje Les mains négatives (1979) de Marguerite Duras nos interroga sobre la primitiva relación del lenguaje visual con el arte, y nos abre más puertas, y otorga más capacidad para interpretar, que es lo verdaderamente importante, dotándonos de competencia a nosotros, los lectores, para adaptarnos: «Complete el dibujo».