Eudald Carbonell y Rosa M. Tristán
Atapuerca, 40 años inmersos en el pasado
Prólogos de Juan Luis Arsuaga y José María Bermúdez de Castro
National Geographic, Barcelona, 2017
399 páginas, 24.99 €
En un monte perdido de la sierra burgalesa, fundidos ya casi andamiaje, grupo de trabajo y paisaje, el equipo de Atapuerca ha ido haciendo de su meticuloso descenso un camino hacia el conocimiento, de esa suerte de ingeniería inversa que supone el trabajo interdisciplinario retrospectivo, un método adecuado, a la vista está, para dar respuesta a algunos de los interrogantes acerca de la historia de nuestra identidad. Atapuerca, laberinto de cavidades llenas de sedimentos, ha ido guardando sin prisa restos materiales, orgánicos e inorgánicos y se ha convertido en receptor de miles de restos de homínidos de cinco especies distintas, decenas de miles de restos esqueléticos de animales y de multitud de artefactos líticos que utilizaron otros, tan distintos a nosotros y sin embargo semejantes, en una lejanía temporal abrumadora. Es un lugar estratégico, no cabe duda, frontera de varios ecosistemas y horadado de cavidades talladas por el río Arlanzón. Marco incomparable para una fabulosa travesía hacia la comprensión de lo que somos.
Sin ese paisaje kárstico (surcado, circulado por fisuras y cavidades) no estaríamos hoy hablando de Atapuerca, 40 años inmersos en el pasado, escrito por el arqueólogo «de vocación y por pasión» Eudald Carbonell en colaboración con la periodista Rosa María Tristán, quien ha seguido de cerca el trabajo de excavación. Es decir, la concentración de fósiles excepcional en el mundo que se da en este corredor al Noreste de la provincia de Burgos no habría sido posible. «Sin cuevas nos habríamos quedado sin memoria», dice Carbonell. Se tuvo que dar un cúmulo de circunstancias particulares y raras, de las que da cuenta este libro, referente para el que quiera conocer a fondo no solo la aventura –cóctel de conocimiento, emoción, esfuerzo, adrenalina y amistad– de un equipo que lleva cuarenta años trabajando en la sierra sino, además, la memoria del género Homo europeo que ha quedado contenida en la singularidad de esta tierra. Nos hallamos ante un libro científico en donde la emoción es resultado del asombro ante las dimensiones del conocimiento que arroja este trabajo y emociona, además, lo colectivo, la suma de saberes diversos con un objetivo común. El libro está prologado por los biólogos Juan Luis Arsuaga y José María Bermúdez de Castro, codirectores del equipo de investigación que ha posibilitado que ese lugar único lo sea para nosotros, que podamos ser testigos de los importantes hallazgos que amplían lo que sabemos de nuestra historia evolutiva, tan inverosímil como cierta. Tocados por el «veneno de la investigación», el libro registra la pasión por el estudio, la sed de conocimiento, el esfuerzo particular y cohesionado de unos científicos que trabajan en raro equilibrio entre lo físico –no es fácil descender, por ejemplo, a la sima de los huesos, montar andamios o excavar a pleno sol– y lo mental, entre el deseo de avanzar y la extremada paciencia que requiere encajar con éxito las piezas de un puzle hacia el pasado tan disperso como frágil y enigmático. Saben que queda mucho trabajo por delante en la sierra, para varias generaciones, que no se puede acelerar el proceso. No basta con el deseo y el ímpetu, sino que saber esperar y respetar los ritmos de la excavación es tarea indispensable, contar y confiar en los arqueólogos del mañana. De Eudald Carbonell dice Bermúdez de Castro que «tiene la rara habilidad para entender los yacimientos y su contexto geológico en más de tres dimensiones». Una cuarta será el tiempo, eje vertical (al menos en la excavación) donde se dan la mano conocimiento y vértigo, donde se tocan sapiens y antecessor.
El momento en el que una puerta se abre hacia el conocimiento es caprichoso porque fósiles y restos estaban ahí desde tiempo inmemorial, solo que el azar y la posibilidad abrieron de pronto un canal de comunicación y esta información ha podido empezar a leerse. Carbonell habla en algún momento de los niveles geológicos como capítulos de un libro. ¿Quiénes somos? ¿Cuándo comenzamos a preguntarnos por nosotros mismos? ¿En qué momento lo que somos aún no era? Y ¿cómo se hace lo que no es? Darwin sustentó su teoría de la evolución en la demostración de que «el reloj se ha hecho a sí mismo», en palabras de Arsuaga. «No hay relojero, no hay planificación, no hay objetivo, no hay dirección, no hay propósito». Hay evolución, selección inconsciente, adaptación al medio. Pero ¿por qué? ¿Para qué? Carbonell tiene mucho que decir al respecto. Le sigue la pista al enigma de los enigmas, rasqueta en mano. Sabe leer lo que acerca del género Homo está escrito en esos niveles geológicos, un libro cuyos capítulos finales se remontan, que se sepa por ahora, hasta hace un millón y medio de años: un libro que va del presente a los orígenes del género Homo en el continente europeo, en el que ante la reflexión de para qué intentar leer ese libro kárstico Carbonell responde que «la esperanza de asegurarnos nuestra racionalidad». ¿Qué ha querido decir? ¿Es el ejercicio de la ciencia una apuesta por nuestra dimensión racional? ¿Al decidir en qué apoyarnos para la construcción y ampliación de nuestro ser redefinimos nuestra identidad?
Pero regresemos a Atapuerca de la mano de Carbonell, hacia la lucidez de la toponimia que, antes de saber, a veces sabe o da en la diana, como tantos aciertos evolutivos, por azar. Atapuerca, en euskera: ata significa puerta y puerca es un derivado de puerta. «Es decir: Atapuerca es una doble puerta por la que transitar», nos dice Eudald al inicio del libro. Puerta, invitación al que sabe entrar, al que puede, al portador de la llave, o mejor dejemos de hablar en singular: a los que trabajan desde hace más de cuarenta años lejos del romanticismo del saber del elegido y apuestan más bien por un humanismo interconectado con el conocimiento obtenido en paciente y perseverante indagación de la tierra, de las rocas y de los fósiles, un conocimiento que una vez hallado busca, además, ser difundido. En Atapuerca saben de todo, les interesa todo. Cada elemento es una pista para averiguar cómo eran y qué veían los ojos de los que nos precedieron. Desacompasados con la compulsión por la inmediatez de nuestro presente, el equipo de Atapuerca avanza mucho a un ritmo extraordinariamente lento, cada paso está reflexionado, documentado. Un equipo de expertos trabaja al unísono entre lo minucioso y lo amplio, entre lo tosco y lo excelso: geólogos, botánicos, arqueólogos, físicos, químicos, matemáticos, con sus variadas subdisciplinas. Lo que en la década de 1940 eran unos cuantos montañeros interesados en la espeleología es hoy una suerte de «factoría científica», suma de conocimiento interdisciplinar que ha ido creciendo hasta constituirse a una macroescala de organización que ha cambiado los paradigmas de la arqueología. Una gran orquesta de especialistas en lo más variopinto (paleocarpología, micropaleontología, paleopatología…) trata de descifrar nuestra historia explorando entre los sedimentos, que son como pistas que, hundidas en la tierra, arrojan luz desde la noche de los tiempos. Atapuerca ha puesto en valor un trabajo en equipo en el que se piensa colectivamente y se piensa mejor.
El trío que codirige el proyecto ha demostrado ser un gran engranaje tanto para el trabajo de campo como para la posterior interpretación de los datos. Han cumplido cuarenta años al frente de un proyecto con tres ramificaciones, la investigadora, la docente y la socializadora. Han dejado a su paso numerosos hallazgos y edificios dedicados al pensamiento, centros dedicados al estudio de la evolución humana que quieren ser las «nuevas catedrales» del mundo que está por venir, templos laicos para acceder al conocimiento de nuestra especie, espacios para seguir construyéndonos simbólicamente, para explicarnos nuestra singularidad como primates y poder hallar respuesta y refugio ante la pregunta de quiénes somos. Han cambiado el conocimiento que tenemos de la prehistoria de Europa encontrando una nueva especie, el Homo antecessor, con 900.000 años de antigüedad, hallaron las pruebas de canibalismo más antiguas de la historia, han revelado un ritual funerario y una acumulación de cadáveres con centenares de miles de años y nos han hecho reconocernos en una evolución que va desde hace 1,2 millones de años hasta la actualidad, además de conocer los entornos naturales y la tecnología de nuestro género durante cientos de miles de generaciones: un viaje que va de lo específico a lo global apoyado en estrategias conjuntas para resolver los enigmas de la historia.
Y todo esto gracias a otro azar, a que a comienzos del siglo xx se abriera lo que se conoce como la trinchera del Ferrocarril para que pasase el tren de camino hacia Bilbao. Durante cientos de miles de años la sierra guardó el secreto de su riqueza, pero el tren, cuya función es comunicar dos puntos distantes, sin bien transitó poco de Burgos a Bilbao, favoreció el viaje en el tiempo. La posibilidad estaba esperando a Emiliano Aguirre, pionero en comprender la importancia de los restos fósiles de los yacimientos y en poner en marcha la organización y la difusión necesaria para conseguir que la comunidad científica y la sociedad española comprendieran la trascendencia de estos descubrimientos. Que algo esté frente a nuestras narices no es suficiente para poder verlo. Los sentidos no son suficientes para la correcta interpretación de lo que sucede. Recuerdo haber escuchado a Arsuaga en alguna parte contar el chiste de la pareja sorprendida por el cónyuge engañado: «Esto no es lo que parece. ¿Acaso vas a creer más a tus propios ojos que a lo que yo te estoy diciendo?». Con los científicos es un poco así. Esa grieta en el paisaje necesita de algo más que los sentidos para ser interpretada, precisa de las preguntas adecuadas y una lectura no convencional –equipada de rasqueta, cubo, cuerdas, pinzas, picos, palas, microscopio, carbono 14– para convertirse en un libro asombroso que contiene respuestas a un enigma aún por resolver: ¿qué es el ser humano? Una pregunta que necesita del Homo antecesor, del Homo heidelbergensis o del Homo neanderthalensis para ser contestada y que, según va revelándose, va condicionando el Homo que somos y el que seremos. Puerta doble: Atapuerca es un camino hacia atrás que modifica el futuro, los datos obtenidos en Atapuerca nos obligan a repensarnos y eso hace que el camino hacia delante tome nuevos rumbos.
Carbonell menciona, al final del estudio, lo transhumano, término que alude a eso que seremos cuando seamos «algo distinto de la especie que ahora somos y la que hemos sido, cuando seamos esa humanidad transmutada», y plantea ciertos enigmas aún indescifrables, así como escenarios como el que se dé cuando en «el regreso al presente desde el futuro» nosotros seamos «información material o digital» que estudiar, de manera semejante a como hacemos nosotros con los que nos preceden. Para entonces quizá no seamos ya humanos, nos dice Carbonell. La lectura de la literatura científica da vértigo, hacia el pasado y hacia el futuro. Solo el presente nos mantiene en pie, sujetos por las distracciones de lo cotidiano. Transhumanos, cyborgs, ¿coexistiendo tal vez? Escenario no más inverosímil que el que podría ser nuestro mundo en el Medievo. «¿De dónde vendrá el conocimiento que nos falta?», se pregunta. «Quizá será responsabilidad de los arqueólogos que trabajan en la litosfera (la capa superficial de la tierra, de unos 100 km de profundidad). O a lo mejor la información provendrá del Cosmos, a fin de cuentas, de dónde venimos nosotros, y así volveremos a reconectarnos con unas dimensiones que nos han hecho singulares: el espacio y el tiempo».
Mientras tanto, un poco a tientas por no saber muy bien qué es ser humano ni quién somos nosotros, podemos sentirnos algo reconfortados al poder asistir a esta aventura del conocimiento que tan fácilmente podría no haberse dado –o no ahora, en nuestro tiempo vital–, pero la doble puerta se ha abierto gracias en parte al esfuerzo de, entre otros, Eudald Carbonell, uno de los que lo han hecho posible, y por suerte da cuenta de ello con precisión y rigor científico en este libro. Asomarnos a la aventura de Atapuerca es estar un poco más cerca de lo que saben los que más saben de ese enigma que nos envuelve a todos y a lo que se puede conseguir cuando inteligencia, tenacidad, trabajo, paciencia y cooperación grupal se aúnan para dar un paso adelante o, en este caso, pasos y más pasos hacia atrás.