Juan Carlos Chirinos
Venezuela. Biografía de un suicidio
La Huerta Grande, Madrid, 2017
144 páginas, 11.00 €  (ebook 5.49 €)

 

 

POR JUAN CARLOS MÉNDEZ GUÉDEZ

Una de las tareas principales de un escritor es la recuperación de la voz que le da sentido a sus palabras. Durante años recientes, el tema venezolano, con su febrilidad política, su presencia en medios y en redes sociales, generó una cascada de opiniones, análisis, valoraciones y certezas donde la voz opacada fue en muchas oportunidades la de quienes crecieron en ese país y lo conocieron de primera mano. Venezuela se convirtió en un tema leído con agujeros informativos, cegueras ideológicas, trasposiciones espaciales y temporales que, con mejor o peor intención, procuraron interpretar aquella realidad, en las que el dato impreciso sobre la globalidad de Latinoamérica o la concepción política europea se superponía torpemente sobre las complejidades de un país con sus propias singularidades.

Venezuela fue durante el siglo pasado y principios del actual un país extremadamente rico por su producción petrolera; un país con un mestizaje y una movilidad social distintos a los de muchos países de su entorno, y del mismo modo, durante los años 1958 y 1998 fue el escenario de una democracia civil que acogió de forma amplia las migraciones económicas y los exilios políticos que en ese tiempo se desarrollaron en países de Europa y América Latina.

De allí una de las curiosidades iniciales de este magnífico texto. ¿Cómo lee la tragedia actual un narrador venezolano que vivió buena parte de su vida bajo el signo positivo y negativo de aquellos Gobiernos civiles? Este punto de partida añade un interés particular a este volumen que, como todo texto signado por la inteligencia crítica, no se pretende «el libro», «la explicación», «el hallazgo de la verdad», sino el inventario personal de un paisaje convulso y demoledor.

Venezuela. Biografía de un suicidio viene a formar parte de ese conjunto de reflexiones que la debacle actual ha generado en escritores como Ana Teresa Torres, Gisela Kozak, José Balza o Rafael Arráiz Lucca, por sólo citar algunos autores. Este volumen tiene como característica particular dentro de este conjunto que su autor reside en España desde hace veinte años, por lo que su texto explicita un carácter divulgativo, dirigido a un público que no necesariamente maneja las claves de la realidad de ese país sudamericano (algo que podría compartir con el excelente libro periodístico Largo viaje inmóvil, de Doménico Chiappe). Reside allí uno de los valores más sólidos de este título de Chirinos; su alcance de la profundidad sin renunciar a la sencillez requerida por los lectores inmediatos a los que van dirigidos sus capítulos. Cumple así su objetivo central: señalar, dibujar, sintetizar la complejidad de un país que ha sido reducido en los últimos años por la sudorosa prisa de los titulares de prensa y la elocuencia de los tertulianos.

Por otro lado, dentro del imaginario que la bibliografía española de tiempos anteriores pudo construir, este ensayo agrega una imagen actual, más descarnada, más vigente, que da cuenta del viaje de Venezuela hacia un profundo abismo que quizá fue imposible de predecir durante varias décadas del siglo pasado. De esos tiempos anteriores no se puede soslayar obras ficcionales como Una balandra encalla en tierra firme, de José Manuel Castañón; Venezuela imán, de José Antonio Rial; Cuentos de inmigrantes, de Martín de Ugalde; La despedida, de Juan Pedro Castañeda; Tachero, de Fernando G. Delgado; Cazadores de tigres, de Aingeru Epaltza; Los hombres se van, de Carlos Pinto Grote; La noche que Bolívar traicionó a Miranda, de Armas Marcelo, o El velero Libertad, de Luis León Barreto. También muestras de poesía popular, como las ofrecidas por los decimeros Manuel Rolo o Pepe Urbano; libros de memorias como La foto de los suecos, de Juan Cruz; narraciones exacerbadas de paisaje e incomprensión humana como Os Aldán foron a América, de Pura Vázquez. Títulos que con matices, grados y enfoques muy variados tenían a Venezuela como eje de su imaginario central, un imaginario que en muchos casos dibujaba al país sudamericano como un paraíso posible, el lugar para la huida, el espacio feliz donde se escenificaban los deseos de libertad y riqueza de quienes vivían atrapados en una España asfixiada por la represión y la miseria del franquismo.

Chirinos agrega a este imaginario una nueva fotografía verbal; la foto desolada y desoladora del presente, cuando dieciocho años de Gobierno militar han convertido en ruinas lo que un día fue el destino soñado por miles y miles de españoles que legal e ilegalmente viajaron hacia Venezuela y formaron parte fundamental de ese país. Una fotografía que nace de una reflexión íntima, personal y volcánica cuyo modelo de escritura parece claro: los Recuerdos, sueños, pensamientos, de Carl Gustav Jung. Memoria guiada por la febrilidad y por las conexiones intelectuales más que por las secuencias vitales que signan la existencia de las personas.

Hasta ahora, Juan Carlos Chirinos había centrado su escritura en la ficción narrativa, donde es autor de valiosos títulos de cuentos, como Leerse los gatos, Homero haciendo zapping, Los sordos trilingües o La manzana de Nietzsche, volúmenes en los que entremezcla lenguajes televisivos con la evocación de la literatura clásica o se interconecta la semblanza de personajes históricos con el videojuego. A la vez, ha publicado novelas como El niño malo cuenta hasta cien y se retira, viaje de iniciación hacia las apasionadas tierras de la nieve, donde aguarda la poesía del gran creador Eugenio Montejo; Nochebosque, narración neogótica en la que se altera el orden de las historias de miedo y las figuras protectoras tradicionales se convierten en las figuras del peligro; y, finalmente, Gemelas, divertido policial ubicado en Madrid que también es en el fondo una suerte de fábula en la que oblicuamente se reflexiona sobre la migración y la consistencia de las identidades personales y colectivas.

Destaca en esta producción narrativa la libertad con la que Chirinos ha construido sus ficciones, muy lejos del ambiente opresivo del militarismo venezolano reiniciado en 1998. Una elección estética que ha sido apuesta por esos aspectos literarios del relato en el que los modelos, más que la realidad inmediata de su lugar de nacimiento, son los marcos paisajísticos y anecdóticos surgidos de su universo de lecturas.

De ahí que este volumen ensayístico sea un ajuste de cuentas y cuentos con esa parte de su vida personal y literaria que no se percibe en sus ficciones narrativas: la memoria del país en el que nació y la reflexión sobre las causas de la infelicidad profunda y de la opresión que se padece en sus calles.

Como decíamos, el modelo del que emanan sus páginas son las memorias de Jung, por lo que las secuencias no son necesariamente cronológicas, sino que más bien parecieran nacer de la persecución de ciertas imágenes, de ciertos nudos o conflictos que configuran Venezuela desde su no muy lejano nacimiento. Por eso mismo queda claro que no es éste el libro de un historiador, ni de un sociólogo o de un analista político; es la eruptiva descripción que un novelista y cuentista elabora sobre los elementos nacionales que, en su opinión, explican las desgracias actuales como parte de un proceso de inmadurez institucional y enfermedad épica, dentro de las que el militarismo chavista sería otro síntoma.

Simón Rodríguez, la Rayuela de Cortázar, las asonadas militares contra Carlos Andrés Pérez, la aparición televisiva del teniente coronel Chávez, el caudillismo, la fabulación en torno a Simón Bolívar, los falsificaciones autoriales en Twitter, Francisco de Miranda, Michel Foucault, la construcción de los mitos históricos, algunas historias de la madre del autor de este libro, las novelas de Carlos Noguera y Ricardo Azuaje, películas sobre guerrilleros, las reflexiones de Jorge Luis Borges, los ensayos de Carlos Rangel, anotaciones geográficas para describir la pluralidad del paisaje venezolano, anécdotas personales sucedidas en 1989; aquí, todo cabe, todo se va encadenando de manera lúdica, iluminadora, impredecible y chispeante en estas páginas que pueden leerse una detrás de otra, pero también dando saltos por sus diversos bloques, como en la deliciosa novela de Max Aub, Juego de cartas, o en la citada Rayuela, de Cortázar.

La prosa de Chirinos, lumínica, serpenteante, con una flexibilidad que la hace oscilar de manera deliciosa entre el apunte reflexivo propio del ensayo y la irreverencia sostenida en la oralidad venezolana, funciona como una esponja en la que muchas capas de la realidad son absorbidas y concentradas en un solo punto.

«Seamos originarios, criollos, mestizos o inmigrantes, debemos ser conscientes de que la sensación que damos de nuestra idiosincrasia no puede seguir pareciéndose a la impresión que Tommy —un joven estadounidense que en la primera mitad de los años noventa daba clases de inglés en el gringo Centro Venezolano Americano de Caracas— tenía de los venezolanos. Aparte de que estaba verdaderamente perturbado de la deportividad con que se ejercía la infidelidad y se mentía sin pestañear con tal de no ser descubiertos […], a Tommy le llamó la atención la manera cómo vivíamos y usábamos la ciudad. Una vez, caminando por una de estas calles multicolores llenas de buhoneros y fritangas, me dijo.

»—Ustedes parece que están de paso por este país. Es como si fuera un campamento en el que deben hacerse ricos rápidamente para regresar. ¿Pero regresar a dónde?».

Juan Carlos Chirinos realiza con su libro un viaje verbal; un desplazamiento en el que no se trata de escapar de un campamento, mucho menos de anotar ese país como lugar de paso, sino, por el contrario, de regresar a él desde las palabras y desde las ideas para asentar las bases del presente y el recuerdo como una amorosa raíz, como una idéntica materia temporal e intelectual. El país es en Chirinos una obsesión, un dolor, una ternura, una posibilidad de crecimiento y también una mutilación. Un espacio determinado por esa tensión maravillosamente expresada por el mexicano José Emilio Pacheco cuando afirma en su más emblemático y divulgado poema: «No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques, desiertos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / —y tres o cuatro ríos—».

Este título ofrece claves fundamentales para entender una Venezuela que no sólo por su producción petrolera, sino por su composición multinacional (ahora mismo, por citar un ejemplo, doscientos mil españoles continúan viviendo en el territorio de esa nación) es parte esencial de la agenda internacional de los próximos años. Años en los que veremos si el futuro se dirige hacia la consolidación de las democracias o hacia el retorno de autocracias militaristas como la que signa en la actualidad al empobrecido país caribeño.

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