Pedro Juan Gutiérrez
Mecánica popular
Anagrama
176 páginas
POR DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR

Tengo la indemostrable teoría de que en todo libro se incluye, bien de forma explícita, bien de forma implícita y tangencial, algún fragmento en que el autor justifica su estilo. He elegido estas palabras con las que el narrador comenta los gustos artísticos de Carlitos, el personaje recurrente que aparece en muchos de los relatos de este libro, porque creo que en ellas se resume la poética de Mecánica popular:

«Con el tiempo supo que en arte le atraía todo lo mal hecho, lo naíf, lo bruto. Es decir, todo lo que tomaba distancia y eludía las convenciones y las modas
y lo agradable y académico. Prefería siempre aquello que no parecía arte».

En las obras que lo hicieron famoso, especialmente en Trilogía sucia de La Habana y El rey de La Habana, ya desarrolló una tendencia a lo bruto, una huída de lo agradable que se concretaba en unas narraciones que mostraban (con cierta tendencia al feísmo), la miseria, el sexo y la picaresca en los difíciles años noventa en el barrio de Centro Habana. Ahora, en su último libro de relatos, Pedro Juan Gutiérrez cambia esa época y ese barrio por el tiempo y los espacios de su infancia. Mecánica popular se ambienta en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta en su localidad natal, Matanzas, pero también en Pinar del Río y La Habana. Tal vez ese viaje atrás en el tiempo hace que renuncie a aquel feísmo, pero persiste en su intención de que no parezca arte, esta vez a través de lo mal hecho, lo no académico y lo naíf.

Leído como libro de relatos, el lector advertirá que los cuentos huyen de la tradicional y académica perfección de una trama cerrada y “perfecta”. Cada relato es apenas un apunte, una estampa, una anécdota en la que el argumento es siempre secundario respecto a los elementos principales que sostienen la narración: el personaje y el espacio.

Pero este libro también puede leerse como novela fragmentaria protagonizada por un personaje llamado Carlitos (y su familia) que aparece en casi todos los relatos. Atendiendo a ese personaje recurrente, y al hecho de que los años y lugares de las acciones coinciden con los de la infancia del autor, podría pensarse incluso que Mecánica popular sería el intento de Pedro Juan Gutiérrez de hacer mal una bildungsroman; porque en esta pseudonovela de aprendizaje no hay ni construcción ni aprendizaje. El autor solo nos entrega instantes, fragmentos, pequeñas acciones (poco espectaculares o dramáticas) que protagoniza o contempla ese niño-adolescente-joven que se muestra fascinado por el sexo, por las diferencias sociales, y que mantiene siempre una tendencia al egoísmo amable, a la ensoñación y la eterna ambición de ser diferente, independiente, con sueños de grandeza encauzados a través de la arquitectura o el periodismo.

Creo que el mayor acierto de este libro reside en la elección de un narrador en tercera persona que mantiene una distancia neutra respecto a los personajes y los hechos narrados. Pero no es una distancia fría y analítica, sino que incluye una gran dosis de compasión y de respeto por todos los caracteres retratados. En cierto modo, pese a la eterna comparación con Bukowski (que, en este libro, es más incorrecta que nunca), a quien más puede recordar este narrador compasivo es a Chéjov.

Hay algo de universal en esos personajes y en sus motivaciones, que viene acompañado de ese carácter naíf que Pedro Juan Gutiérrez quiere imponer sobre su obra. Así, pese a los convulsos acontecimientos que en esas tres décadas acontecieron en Cuba, la política aparece siempre en segundo plano, desenfocada, como algo pasajero, algo que determina la vida de la gente (de ahí las menciones al miedo, la cárcel, el exilio…), pero del modo en que lo haría un fenómeno natural, sobre el que no mereciera la pena detenerse a analizar.

Ese narrador descarta, además, la nostalgia. La mirada no funciona desde el presente hacia el pasado (excepto en el último párrafo del libro), sino que, periodísticamente, nos describe a esos seres humanos absolutamente únicos y sus acciones como si todo estuviera sucediendo en ese instante; de hecho, son raras las referencias temporales explícitas. Estos personajes parecen estar absolutamente vivos, no ser literarios, pues no cumplen ninguna función de “representar” nada, más allá de su presencia, de dejar constancia de su existir. Esta galería de personajes (nunca esta tópica expresión tuvo más sentido que en Mecánica popular) retrata la vida en la Cuba de aquellas décadas, marcada por unas existencias casi siempre precarias (tanto económica como emocionalmente), solitarias; es un mosaico de gente que, simplemente, sin que parezca arte, literatura o artificio, busca sobrevivir, de la manera más sencilla posible.