Antonio Jiménez Morato
NOLA
Jekyll and Jill
427 páginas
El ensayo El narrador, de Walter Benjamin, considera que la experiencia examinada a través de la narración es, precisamente, lo que permite conocer los mecanismos del ejercicio narrativo. Sobre la relación entre experiencia y narración reflexiona también Antonio Jiménez Morato en su último libro, NOLA, que salió publicado en la editorial Jekyll and Jill a finales de 2021: «Como los buenos narradores, tornarán la ficción en algo cada vez más real, hasta que para ellos mismos serán más ciertos esos relatos que muchos de los recuerdos de hechos que verdaderamente sí han vivido».
Los veinticuatro capítulos del libro mezclan biografía y ficción, ensayo y registro documental, para hacer un retrato exhaustivo y personal de la ciudad de Nueva Orleans, en la que el autor vivió algunos años. Señalo este dato porque resulta evidente que el libro no podría haberse escrito sin esa condición. El narrador nos va descubriendo, desde la distancia que impone el recuerdo, con una mirada intencionada, crítica, asombrada y curiosa, el lugar al que llegó como turista y que acabó habitando como local, según era su deseo. Va desentrañando temas: los orígenes (la ciudad fue colonia francesa y más tarde española), las herencias y tradiciones diversas, el enclave geográfico de la cuenca del Misisipi (donde no debería haberse erigido nunca por las particularidades del terreno), la propensión a huracanes del Caribe y tragedias como el Katrina, las políticas yanquis para esta zona con población mayoritariamente negra, el carnaval y el vudú, la cultura y forma de vida estadounidenses, la capitalización y destrucción de las ciudades, su conversión en parques temáticos y entrega a un turismo desenfrenado, la cuna del jazz, etc.
Por su importancia (aunque hay una elección consciente del autor), el jazz es uno de los materiales principales con los que se construye el libro, imponiéndole un ritmo sincopado que en ocasiones se acelera, o se ralentiza, alargando y cortando frases a su antojo porque la escritura, dice, es oído. Pero no es la música sino la construcción verbal lo que se erige en primer plano. Desde el título mismo, NOLA, que alude al acróstico con el que se refieren a Nueva Orleans sus habitantes, a las referencias a libros y autores, o las reflexiones acerca del lenguaje y de la propia escritura como el tratamiento de los hechos históricos al abordarlos en el papel, o los mecanismos de la ficción a la hora de hacer un retrato, desde dónde se observa o qué se cuenta. Y es en esas líneas donde leemos a un autor que además es crítico y traductor, facetas que también se reconocen en este libro quizás porque uno es el mismo, da igual lo que escriba.
En NOLA se posiciona al lado de una literatura menor, desde la perspectiva de Deleuze y Guattari, en la que «encontrar su propio desierto» (hace referencia a Kafka, que estuvo, como dicen los dos pensadores franceses, en su propia lengua como un extranjero). Y no es baladí la insistencia en la propia condición extranjera del escritor para situarse, a su vez, lejos de lo legitimado y lo domesticado, defendiendo esa y no otra literatura, esa y no otra forma de estar en el mundo. «No sé cómo todavía hay gente que se pregunta por qué escribe un escritor, cuando en realidad la única pregunta lógica, a mi modo de ver, es cómo toda esa gente deambula por su existencia sin tomarse el tiempo y la distancia para escribirla, y de ese modo poder asimilarla. ¿Cómo se lee una vida que no ha sido escrita?», escribe Jiménez Morato. Algunos personajes secundarios; Francisco y Laura, Chad y Oretha le hablan de NOLA, lo acompañan en su devenir por la ciudad mientras el narrador, que reclama sus orígenes humildes para acercarse a una nueva realidad que en cierta manera reconoce y le genera rechazo e incomprensión hace, como contrapunto, un homenaje a una música, una rendición, un agarradero y una atadura, una Nueva Orleans a la ya pertenece, que logra, pese a que no volvería a vivir en ella, emocionarlo (o tal vez se trate solo de «hacerle sentir al lector parte del desfile»). «La novela», dice, «respira cuando se parece a la vida y revienta cuando se la quiere domar, enjaezar y llevar de las riendas hasta un lugar determinado. La vida no tiene sentido y ni puñetera falta le hace».