Brenda Navarro
Ceniza en la boca
Sexto Piso
196 páginas
POR MEY ZAMORA

Cuando una autora o autor irrumpe con fuerza en el panorama literario y consigue con su primera novela reconocimiento unánime por parte de la crítica y de los lectores, volver a publicar deviene un reto aún mayor. Una se lanza de nuevo desde las alturas pero en esta ocasión las expectativas y la presión aumentan, desaparece la red. De hecho, la segunda obra puede decantar tanto a la industria como al público hacia la filiación o el abandono de esa pluma.

Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) deslumbró hace un par de años en su debut con Casas vacías, un texto sólido, escrito con nervio, ágil, subyugante, que colgó primero en Internet y que posteriormente editó Sexto Piso. Es difícil olvidar la historia de las dos mujeres mexicanas protagonistas, de procedencia social diferente, cuyos itinerarios confluyen a través de un niño autista.

El pequeño Daniel de tres años pasará a llamarse Leonel en casa de la mujer que lo rapta en el parque; la maternidad como eje, como reflexión, como tema literario. Afrontar la crianza, la precariedad, atender a un niño especial, en una vivienda u en otra («porque después de que nacen, la maternidad es para siempre») eran temas abordados en aquel volumen. En sus páginas latían corazones heridos, que convivían con violencias fuertemente arraigadas y que, a pesar de ello, buscaban un sentido a la existencia.

«La literatura es el único espacio donde puedo discernir entre las cosas de la condición humana sin tener que hacer ningún juicio sobre la misma, es solo una exposición de los hechos ficticios y tratar de comprender algo, si algo hay que comprender», me respondió la autora en una entrevista a propósito de su primer libro.

En su nueva novela, Ceniza en la boca, Brenda Navarro lo vuelve a hacer: nos arrastra con un relato de ficción a un espacio donde hay mucho que comprender. El mundo ahí afuera está lleno de situaciones punzantes, impactantes, plagado de vidas que luchan a diario por tirar adelante. Nos las cruzamos en una ciudad o en otra y apenas vemos la superficie. La escritura de la autora mexicana afincada en Madrid nos sumerge en esas biografías. Ya no es posible zafarse. La lectura nos obliga a intentar alcanzar, aunque sea de soslayo, lo que la ficción recoge. Es literatura con trasfondo social. 

La nueva entrega de la autora mexicana tiene el pulso narrativo de la primera, su contundencia. Reconocemos en sus páginas la escritura, la voz que relata casi sin aliento un mundo lleno de precariedades y violencias. Navarro nos brinda un relato con sus diálogos incorporados, todo seguido, sin espacios en blanco, texto prieto. Digresiones, las justas, para que nada nos aleje de esas historias tan de verdad, que hablan desde las entrañas.

En Ceniza en la boca, como ocurriera con su primera obra, la violencia y el desgarro son una constante. En esta ocasión, el impacto es temprano, página uno: Diego, hermano pequeño de la narradora, ha decidido tirarse desde un quinto piso de su casa de Madrid y acabar con su vida en plena adolescencia. La hermana recibe la noticia en Barcelona, donde ha recalado en busca de una vida mejor. La muerte prematura del hermano la llevará de nuevo a Madrid y de ahí a México con sus cenizas. De un lugar a otro adecuándose a lo que la vida ofrece, a las herencias, a las carencias, a los anhelos…y asimilando una identidad hecha a jirones.

El texto deviene tan impactante como aquel primero de Casas vacías. Quien lee se ve implicado en lo que el relato expone. No se admite mirar a otro lado o taparse los oídos. El mismo título da cuenta de cuán amargo es lidiar con determinados tragos.

Aparece el suicidio en portada, el suicidio adolescente, tema candente en nuestra sociedad. Frente al silencio, la exposición, la indagación, la interpretación de los signos, las frases pronunciadas, los silencios y el hermetismo, los desengaños, los cascos en la cabeza para escuchar a Vampire Weekend, esa banda que suena en este libro y en cuyas letras Diego se cobijaba. Y con la muerte recuperamos la vida de este adolecente que intenta encajar en España tras abandonar México con su hermana mayor. La condición de migrante es el gran tema de este relato.

Porque ser inmigrantes determinará sus vidas y los desarraigará. Criados por los abuelos durante los nueve años en que la madre está ausente trabajando en la capital de España, estos personajes buscarán encajar. Reiteradamente las desigualdades y el racismo boicotearán sus aspiraciones. Nada es fácil y aun así el empuje por la vida sigue impeliendo a las mujeres de esta historia a superar las adversidades. 

El libro remueve al lector que escucha las reflexiones de estas personas sobre su condición en unas ciudades que los relega a barrios grises y uniformes «como diciéndonos que éramos tan pobres que no podíamos tener color». Y sabedoras que por el color de su pelo y su forma de hablar siempre les van a preguntar de dónde son. «Soy de donde vivo, pensé» expresa la narradora en una ocasión. Y sin embargo siempre el mismo comentario: «Son panchitos».

Personas neutralizadas bajo un apodo y seres extraños al regresar a su país. Se trata de trayectorias de supervivencia que arraigan momentáneamente allá donde recalan pero que en el fondo sienten que siempre están fuera de lugar. Dolorosas son las violencias recibidas en el día a día, desde el colegio –nadie creerá a Daniel cuando diga que un compañero le ha quitado uno de sus libros- hasta las injustas situaciones laborales de las mujeres cuidadoras y limpiadoras.

Brenda Navarro construye de nuevo una novela corta, lo que demuestra que muchas veces no es necesario extenderse más de la cuenta para contar bien una historia. En este libro, que roza las doscientas páginas, hay mucha enjundia y personajes de ficción que no pueden ser más reales. La infancia en México, la vida fuera, el regreso. México y las desapariciones, los malos tratos, la violencia en la calle, en la familia… «Cuando yo tenía trece años y mi papá dejó que los vecinos me violaran, me dijo que mejor los vecinos que otros que no conociéramos», relata la abuela.

La narradora huye de esas violencias de garrote, sanguinarias, de cuerpos colgados decapitados en las calles… «Pero en España –escribe- nos esperaba otro tipo de violencia, una menos aparatosa pero igual de cruel, en donde te exigen lealtad mientras violentan minuciosamente porque no eres como ellos». Navarro usa la escritura para contarnos el mundo en el que vive, el mundo que conoce. Lo hace desde dentro y por eso los seres que habitan sus libros transmiten con tanta fuerza su condición.

La trayectoria de la autora la vincula a varias causas que aparecen en el relato. El feminismo es una de ellas. La autora mexicana fundó #EnjambreLiterario para posibilitar la publicación de obras de autoras. En este texto las mujeres hablan alto y claro. Las mujeres se confiesan, se apoyan, pero también se abandonan. La defensa de algunos colectivos como las mujeres inmigrantes que trabajan en la limpieza muestra cómo a veces determinadas mujeres son utilizadas por otras para abanderar causas. 

Son mujeres que dejan de cuidar a los suyos. Atraviesan un océano para atender a niños y mayores de otras familias a cambio de una miseria. La joven protagonista de este libro acabará ganándose la vida de la misma manera que lo hiciera su madre. Aceptará las reglas de juego a cambio solo de algunas migajas.

Cuando la narradora pasa de Madrid a Barcelona, encuentra cierto alivio en los paseos junto al mar. Daniel la visitará y comprobará que allá tampoco las circunstancias son mejores. Navarro estudió en la Ciudad Condal un máster de Estudios de Género y Mujeres y Ciudadanía en la Universidad de Barcelona. Conoce bien la geografía de la ciudad y su personaje se mueve por los distintos barrios. Buscará integrarse y estudiará el idioma: «Sin el catalán aquí no eres nada. No eres nada, nunca, pero sin catalán menos».

Ceniza en la boca certifica la potencia de la escritura de la autora mexicana. «Hay quienes se te mueren aunque sigan respirando», afirma la protagonista. Brenda Navarro toca sentires profundos. Sus personajes, azotados por embates y pérdidas, resisten como en la vida.