Juan Trejo
Nela 1979
Tusquets
336 páginas
Juan Trejo (Barcelona, 1970) obtuvo con La máquina del porvenir el X Premio Tusquets de Novela en 2014. Antes había publicado El fin de la guerra fría (2008), y después La otra parte del mundo (2017) y La barrera del sonido (2019). Nela 1979 (2024), que se vincula con el libro que lo precede porque la voz narradora es la del propio Trejo, y los paisajes y circunstancias los suyos, no es en realidad una novela, sino la reconstrucción de la vida y la muerte (tal vez habría que hablar de «destrucción de la muerte», de un modo de neutralización de esta a través del rescate que concede la literatura) de la hermana mayor del autor. De hecho, retoma un episodio apuntado en las primeras páginas de La barrera del sonido: «La mayor de mis hermanas siempre había sido un elemento incómodo y disonante en la familia. Se fue de casa con solo dieciséis años, justo después de la muerte de Franco, incapaz de adaptarse a la que se suponía que tenía que ser su vida. Mis padres no fueron capaces de asimilar su marcha, como no habían sido capaces de tratarla adecuadamente en su día a día. Tampoco pudieron gestionar su posterior problema con las adicciones. Pero ¿quién podría haberles culpado de ello en aquel tiempo? Una vez fuera de casa, la mayor de mis hermanas vivió en La Floresta, en mitad de la montaña, a media hora de Barcelona, en Génova y después en Valencia. Iba dando noticias de vez en cuando, noticias sin duda adulteradas por la buena voluntad y el afán de mantener en secreto su privacidad. Y un día, con solo veintiún años, entró por su propio pie en urgencias del Hospital General de Valencia y ya no volvió a salir».
Es una cita larga, pero sitúa sucintamente lo que Trejo desarrolla en Nela 1979, hasta donde puede: el descubrimiento posterior de que su hermana Nela era adicta a la heroína y que su joven muerte tuvo que ver con esta droga. Los datos de que dispone son escasos, pues la familia dejó de hablar de Nela y su rastro pareció borrarse. Cuando comunicó a su madre la intención de investigar la vida de su hermana, aquella mostró su rechazo. ¿Para qué iba a desenterrarla? Mejor era que la dejara tranquila. Por lo tanto, el libro es al mismo tiempo la narración de la breve vida de la hermana y su relación con el narrador y el resto del núcleo familiar, al tiempo que la crónica de las pesquisas realizadas sobre ella, una quest del personaje al estilo, digamos, de En busca del barón Corvo. Un experimento biográfico de A. J. A Symons (aunque el objeto de atención de Trejo dé mucho menos de sí). También en la reconstrucción de unos sucesos oscuros que atañen a una hermana muerta muy joven recuerda a Cristina Rivera Garza y El invencible verano de Liliana. En cuanto a la muerte, en fin, de familiares por la heroína (o el sida que vino a continuación), ahí está Carla Simón con su película Verano 1993, donde narra el fallecimiento de sus padres por la misma causa que Nela cuando ella era niña (la heroína en ambos casos, y en el segundo más concretamente por culpa de las jeringuillas infectadas que transmitían el virus para el cual entonces no había tratamiento).
Trejo justifica la narración, a fin de cuentas un suceso íntimo, en el hecho de que aparte de la historia de su familia es también el de toda una generación: la que se estrenaba en la democracia tras la muerte de Franco. Y efectivamente, fueron muchos los afectados por esta pandemia de la droga, y numerosas las familias afectadas, con recuerdos dolorosos causados por tantos descensos a los infiernos. Pero el autor dulcifica la situación cuando dice que los jóvenes de esa generación «después de atreverse a soñar durante un breve periodo de tiempo, tuvieron que afrontar la frustración y el desencanto de ver que las cosas no iban a cambiar del modo que ellos habían imaginado». Sí es más cierto que la heroína y el deseo de muchos de subirse al tren de la modernidad fue un cóctel peligroso, que acabó con una calamidad de grandes magnitudes, plaga con muchas víctimas concretas, como la Nela del título.
Nela (Manuela, pero la chica quiso recrearse a sí misma también en el nombre) es una rebelde que no acepta las reglas y que quiere hacerse adulta antes de tiempo para poner tierra de por medio con el colegio y el instituto, sus padres y el mundo al que estos sí ofrecen sumisión y en el que no terminan de encajar del todo, procedentes de la rural Extremadura en una ciudad extraña, y ni en su salsa ya en el terruño abandonado ni a sus anchas todavía (más bien nunca) en la capital de una Cataluña no inhóspita pero sí en muchos aspectos impenetrable para emigrantes como ellos. Era una Barcelona muy adelantada y llena de energía que propiciaba diferentes iniciativas contraculturales. No obstante, no consta que Nela formara parte de esa efervescencia artística o literaria; su posición era más modesta: sobrevivir sin doblar la cerviz demasiado (sirviéndose de empleos para ir tirando) y gozar de esa suspensión de las diferentes constricciones que la droga le proporcionaba.
Tras un breve preámbulo, «Donde habita el olvido», el grueso de la narración lo ocupa la sección «El poderoso drama», que se abre, muchos años más tarde, con la visión de la película Sonrisas y lágrimas, a la que Nela llevó al narrador cuando este era niño y ella la muchacha que pronto entraría en la espiral de autodestrucción. Era la primera vez que Trejo fue al cine. Volver a verla en familia (y sin poder evitar el llanto) resultará decisivo en la voluntad de recuperar a la hermana y la familia (una familia que pasa dificultades, como la del celuloide) al instante anterior a que esta se hiciera añicos y el silencio o los eufemismos cubrieran, como una segunda mortaja, a la fallecida.
La tercera parte, «Tal vez porque sí» podría parecer superflua, pues se limita a qué pasó después de la muerte de la hermana, el triste corolario de cómo la familia cayó en un pozo anímico agudizado, después, por la decadencia mental de los padres, cada uno sumido en su propio proceso degenerativo. Bien es cierto que aporta nueva luz sobre el ingreso en un hospital por un fuerte dolor abdominal y sobre el silencio, fomentado por la Ley de Protección de Datos que tantos obstáculos pone (por no decir que los pone todos) hoy a un investigador, a un biógrafo como lo es Trejo, luchador contra silencios. También ilumina la temporada que la muchacha pasó en Génova en compañía de su pareja italiana.
La prosa de Trejo es funcional en lo estilístico, sencilla y nada elaborada. Sin banalidades ni patetismos. A veces incurre en reiteraciones que no parecen animadas por un efecto poético de eco o rima de unos pasajes con otros. Solo en ocasiones se permite cierta capacidad metafórica, como cuando compara a Nela con una explosión de estrella distante ocurrida en un remoto pasado pero que «se hubiese negado obstinadamente a quedar borrada por el olvido». Para evitar este borrado, interroga a madre y hermanos, pregunta a quienes estuvieron «en el rollo» de la contracultura barcelonesa y su sarampión libertario, entre ellos Pepe Rivas y Xavier Moret. Pero siempre se encuentra con lo mismo: la información llega con cuentagotas y es tan insuficiente que el autor tiene, si no que inventar, sí que suponer o dar por bueno un relato que en el fondo solo puede partir de una argamasa de datos deslavazados y conjeturas. Entre los elementos de esa nueva sensibilidad (en Granada simultáneamente surgía el movimiento poético conocido como la Otra Sentimentalidad, en la que destacó el Luis García Montero que compuso, en pastiche manriqueño, unas «Coplas a la muerte de su colega», donde leemos «No dejó ningún tesoro, / dos jeringas en el suelo / sin sentido») están los libros de Carlos Castaneda, Lobsang Rampa, Hermann Hesse y William Burroughs, cuyo libro Yonqui Nela se inyectó en vena, quizá haciendo demasiado caso a la bravuconada de «empecé a pincharme cada vez que me apetecía» (como si fuera a voluntad lo que sabemos una dependencia de la que era, es, muy difícil desengancharse). La narración alza más el vuelo cuando abandona el pretérito y utilizando el presente histórico el autor nos hace seguir los pasos de su hermana y se mete en su cabeza.
«A estas alturas, tengo claro que lo que deseo, más que desenterrar a Nela es darle la sepultura que merece, no dejarla tirada, apartada, en un rincón de la historia, sino precisamente cerrar su tumba y colocar encima una lápida en la que pueda leerse su verdadero nombre y el año de su muerte». Eso es exactamente Nela 1979.