Antonio Colinas
Tratados de armonía
Siruela, 2022
440 páginas
En Tratados de armonía, Antonio Colinas recoge tres décadas de notas para un viaje hacia la espiritualidad laica. A lo largo de sus páginas presenciamos la construcción, el crecimiento y la consolidación de una sensibilidad privilegiada, aquella que a su vez apunta a una de las tradiciones más altas de la poesía (y que es hoy la menos frecuente): la de la búsqueda de equilibrio con lo creado, la del anhelo de la ecuanimidad o la beatitud.
La novedad radica en que recoge un cuarto tratado, compuesto por cinco secciones: «Una lectura de Pasternak», «Del otoño avanzado de la vida», «Del cuaderno de Jerusalén», «En la montaña Kumgang» y «Sobre el respirar». Temáticamente resaltan numerosas recurrencias: la observación de la naturaleza, las lecturas y los viajes a lugares sagrados. La aproximación general es similar a los anteriores: los fragmentos interrelacionan distintos géneros (memoria, aforismos, reflexiones filosóficas o literarias), unidos por una sola sensibilidad dirigida a la sabiduría y a lo trascendente. Un proceso que nunca es lineal, ni exento de dudas, cansancio o sufrimiento. Colinas emplea un estilo sobrio, próximo a la parquedad y que resulta adecuado para el asedio de determinados conceptos. Casi de modo inevitable, aparece también la poesía.
En su crítica a los excesos de la racionalidad y la subjetividad moderna, el poeta se inspira en el cumplimiento de las tres etapas de la mística: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. Este proceso se apoya también en tres prácticas: la contemplación, la empatía y la tolerancia (mansedumbre). Tales actividades lo conducen a una disposición receptiva, la que brinda la ecuanimidad, la gracia y la inspiración. Así, los Tratados de armonía ilustran la cotidianidad de un hombre contemporáneo en pos de la ecuanimidad, propósito subyacente en su registro de paseos, lecturas y viajes. Contemplamos la forma en que un individuo siente y procesa escogidos estímulos, hasta convertirlos en símbolos que aspiran a la sacralidad.
En consecuencia, incluso abriendo este libro al azar, nos asalta indefectiblemente un poderoso anhelo, psíquico y físico, de homeostasis (equilibrio o armonía). De allí las desprejuiciadas incursiones en la metafísica pagana y en la compasión cristiana, la constante contemplación trascendente de la naturaleza (en la que confluyen la tradición romántica y el orientalismo) y su particular búsqueda de espiritualidad en otras culturas; intentando incidir en su complementariedad (la reciprocidad entre Oriente y Occidente). En este largo e inevitablemente incompleto periplo, Colinas nos muestra una curiosidad intelectual siempre respetuosa.
Cabe mencionar el aprendizaje espiritual a través de la obra y el ejemplo de artistas y escritores (en una personal versión del culturalismo): Teresa de Jesús, San Juan, Bach, Jung, Zambrano y Pasternak son algunos de los nombres más frecuentados. Son también complementarias la reflexión literaria, la contemplación en las bellas artes y la escucha musical. Tal aproximación no le impide tomar el pulso a la contemporaneidad, por lo que asimismo son parte de su temática las guerras y el desastre ecológico.
De este modo, las prosas de Tratados de armonía supondrían el registro de un entendimiento sin soberbia, en esa constancia en el trabajo de la vía iluminativa. En dicho camino, menguados los estímulos de la vida cotidiana, la poesía sería el relato de lo esencial trascendente, un verbo al borde de lo inefable, cerca de la vía unitiva (su poema «Noche más allá de la noche»). Es decir, sólo mediante un prolongado esfuerzo se accedería ocasionalmente a otro estado de conciencia, que permite reconocer nuestra naturaleza falible y la propensión a lo absoluto o inefable. Por consiguiente, para Colinas, el poema sería concebido como ofrenda: un fruto maduro (en oposición a los productos editoriales). No sorprende, entonces, que estas páginas sean preferidas por todo tipo de lectores, pues su trazo es claro en la búsqueda de la verdad y la belleza: pasos hacia el desarrollo de lo interior, de la intimidad con uno mismo.
El libro concluye recordando la importancia de la respiración para el viaje hacia la plenitud consciente (de la contemplación a la práctica, como en la centralidad del Pranayama). Así Colinas lega su anhelo de un humanismo nuevo, sincrético y más espiritual; menos eurocéntrico, más iluminado que ilustrado. Tratados de armonía nos propone una lectura acogedora y amable, para frecuentar como un breviario. Una invitación a la espiritualidad, humilde y a la vez grandiosa, como la que ejercitaran los místicos castellanos y el monje-poeta coreano Manhae.