Marina Closs
Tres truenos
Editorial Tránsito, 2021
150 páginas
Marina Closs (1990, Misiones, Argentina) ha publicado cuatro libros entre los cuales se cuenta Tres truenos —hasta el momento el único editado en España— con el que la autora acaba de incorporarse al catálogo de la editorial Tránsito. En este sello, por lo demás muy recomendable, Marina Closs se suma a otras escritoras también imprescindibles como Fernanda Trías (La azotea) o Margarita García Robayo (Primera persona).
Tres truenos es una novela que se conforma, a su vez, de tres novelas cortas, autoconclusivas pero complementarias: las tres se instalan en una misma narrativa, la de la violencia que el mundo (un mundo eminentemente patriarcal y abusivo) impone a las protagonistas.
La primera de las tres novelas se titula Cuñataí o de la virginidad. «Tengo el nombre Vera Pepa y nací mirando el monte», así comienza el relato de una mujer mbyá, del pueblo guaraní, que vive con su cuñada bajo el estigma de haberse quedado embarazada de gemelos. En restrospectiva y en primera persona, por medio de una interlocutora que no aparece, Vera Pepa (o Gran Monte, o Cuñataí) nos da cuenta de su breve infancia —a la que ella vuelve con nostalgia— interrumpida por un matrimonio forzado; de su posterior viudez (el marido muerto a manos de un grupo de hombres), y luego de la violación por parte de uno de esos hombres que la embaraza y sin saberlo la proscribe: según la tradición, tener dos hijos a la vez es considerado una señal de adulterio. En la voz de Vera Pepa existe una furia inmóvil, contenida, en la que por encima de todo se impone el deseo de haberse mantenido siempre virgen: «Vera Pepa, la flaca, no se casó con nadie. Vivió en otra pureza, no la tocó ningún ser. Se salió de las manos de todos los hombres».
La segunda novela breve es Demut o de la paciencia. «Hola, yo me siento y le hablo. Hola, me siento y le hablo. Yo me llamo Demut. No soy de acá, yo nací en otro país. Llegué de otro lugar y ahora me siento y le hablo. Le digo: quédese aquí y escúcheme». En esta segunda parte, dos hermanos se ven obligados a emigrar de Alemania a Argentina, donde intentarán encontrar algo que hacer para ganarse la vida; después de un viaje en barco y de atravesar la selva brasileña, se comprarán un terreno en una colonia argentina para intentar sobrevivir con lo que siembran. Esto lo sabemos por boca de Demut, la hermana, por quien también conoceremos la relación incestuosa entre ambos y su futura separación. Él se queda en la casa y ella se va, primero a hacer de voluntaria en una iglesia del Ejército de Salvación, y después a la casa de un hombre y sus cuatro hijos abandonados por la madre. En ella esperará a que la propongan matrimonio, su único anhelo, mezclando los días en una especie de enajenamiento o una manera de ver el mundo que no acaba de ajustarse a la realidad. En la voz de Demut el pensamiento se vuelve testimonio, pero nunca denuncia, y el logro de la autora es justo ese: escribir sobre lo que no se cuenta, no por medio de la demostración sino desde la intimidad.
El tercer texto, Adriana o el amor verdadero, también se trata de un monólogo de su protagonista. «Cuando se abre el telón, yo casi me araño los ojos y escupo. Espero un segundo, para ver qué estoy haciendo. Nada. Veo que se abre el telón. Veo que se abre el telón y hay una cabaña y de la cabaña sale una bailarina. Me toco con la uña la mejilla y me rasco los ojos. No me estoy hiriendo. Cuando la bailarina danza, parece que la música la dejara triste y débil». En la última de las tres historias sabemos de Adriana también por lo que ella nos cuenta: estudia en la facultad, trabaja bordando para un teatro, se acuesta con un hombre, al que desprecia, y después se acuesta con otro hombre, del que se enamora. El primero quiere seguir estando con ella y el otro no. Adriana pasará los días intentando que el otro la quiera y que el primero no le resulte tan desagradable, todo mientras lleva un diario literario sobre las funciones de ballet que ve en el teatro; todo mientras recibe, ocasionalmente, visitas de su madre a la que pregunta por el amor, con escaso éxito. En esta búsqueda la protagonista espera y se desespera, mediante el relato fragmentado y dialógico, en un intento por entender las relaciones románticas y el sexo, por entenderse a sí misma en relación con los hombres.
En las historias de Marina Closs existe una conciencia del mundo poética y violenta, extraña y distante. A través de la voz de las protagonistas, la escritora logra una singularidad maravillosa, en un trío de voces que en el fondo es una misma: por una parte, la de una mujer que busca desesperadamente algo (la vuelta a la virginidad, la ternura, la maternidad, el amor) y, por otra, la de la mujer violentada por un mundo a veces incomprensible, cruel, que no llega a poder articularse del todo a través del lenguaje.
Tres truenos tiene, en su primera parte, muchos paralelismos con la corriente literaria indigenista; se emparenta (o yo la emparento) con novelas como Balún-Canán, de Rosario Castellanos o con las novelas Eisejuaz y Enero, de la también argentina Sara Gallardo y publicadas en España por la destacable editorial Malas Tierras. En la segunda y tercera parte me aventuro a sugerir ciertas remembranzas con obras como En tierras bajas, de Herta Müller, Las retrasadas, de Jeanne Benameur y Las primas, de Aurora Venturini. Si saco a la luz estas vinculaciones es porque he visto en todas ellas, y en la novela de Marina Closs, una manera muy lúcida e inteligente de generar un lenguaje de la distancia, de establecer en la palabra el principio de la mirada.
Cuando Clarice Lispector dice que «la palabra tiene el dominio del mundo» es justo lo que ocurre con las tres protagonistas de Tres truenos: ellas piensan, ellas palabran, ellas formulan la experiencia; a través de esa palabra se describen en su propio universo, y es más: consiguen desplazarnos a nosotros mismos, lectores, para ocupar un lugar nuevo, un espacio desafiante. «Yo de chica parecía que me desarmaba como un puñado de agua», dice Cuñataí al hablar de su complexión física. «El agua no es una madre: alrededor del cuello, es una soga», dice Demut tras ver a un niño ahogado. «El verdadero amor no es una persona, sino un gesto en el cuerpo», escribe Adriana en su diario.
La manera en la que estas tres mujeres nombran los acontecimientos las hace tener cierta facultad sobre ellos. No control sobre el mundo pero sí sobre lo que ellas perciben del mundo. El desafío no está en los actos sino en la expresión, en el pensamiento. De esta manera existe, a través del lenguaje, un arma (pero también un vehículo) contra/hacia la fascinación, un gesto que es lo mismo reconocimiento que hallazgo, que se consolida en una voz nueva que es también todas las demás voces.
Con esta novela, Marina Closs replantea la experimentación de lo lingüístico en la narrativa, se inventa su propio lenguaje para conferir a las protagonistas de una mentalidad propia, de una mirada original y genuina, de una conciencia única que nos interpela y nos transforma.
«Escribir es defender la soledad en que se está», dice María Zambrano, y en Tres truenos esta frase cobra un sentido pleno, absoluto y honesto. Cuñataí, Demut y Adriana: tres nombres como tres truenos invocándose en medio de la noche.