Cervantes conocía las obras de Giovanni Boccaccio y Matteo Bandello, los principales escritores de novelle. Estaba también familiarizado con la literatura italiana que, incluso tan tarde en el Renacimiento, continuaba siendo determinante y ofrecía modelos para la poesía —principalmente épica— y la prosa. Es por ello que Cervantes se jacta en el prólogo de las Novelas ejemplares: «Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana», lo que quiere decir que él es el primer escritor español en publicar relatos cuya forma, contenido y estilo seguían los de los maestros italianos, en particular, los de Boccaccio, que eran conocidos en España en el original, así como en traducción. (El verbo empleado por Cervantes, «novelar», es un neologismo). Él no necesitaba, sin embargo, traducciones del italiano, puesto que, obviamente, lo había aprendido durante los muchos años que pasó en Italia, que era todavía —no en poca extensión— parte del Imperio español. Estas historias o novelle eran lo que para la práctica literaria de hoy serían cuentos largos o novelas breves. Daisy Miller, de Henry James, y El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, son ejemplos modernos en inglés. Uno podría imaginar una de las novelas de Cervantes hoy en el New Yorker. Las historias de Boccaccio eran sofisticadas, lascivas, muchas veces humorísticas e involucraban, generalmente, a uno o dos protagonistas con un reparto secundario de cómplices o víctimas. Éstos lidiaban con promiscuidad sexual y actividades pecaminosas como el adulterio y el concubinato, que afloraban de forma encantadora en las artimañas de hombres y mujeres jóvenes que buscaban satisfacción erótica en contra de restricciones sociales y religiosas. Los sacerdotes eran muchas veces partícipes de los enredos. Bandello fue incluso más audaz y lascivo, y sus historias se convirtieron en fuentes para escritores de otros países, como Shakespeare, quien tomó de una de ellas la trama para Romeo y Julieta. Cervantes no fue nunca tan obsceno como Boccaccio o Bandello, pero sí fue osado para los criterios españoles de entonces.

Cervantes añadió una gran dosis de realismo a las características italianas de algunas de sus historias, que tomó de la novela picaresca española. Ello incluía ambientar las narraciones en escenarios de baja clase social, como posadas sórdidas y plazas de pueblo, y recurrir a personajes como criminales y prostitutas. En otras, sin embargo, el ambiente es idealista y evoca las novelas pastoriles y bizantinas; estas últimas, llenas de viajes por mar con sus inevitables naufragios, encuentros y reencuentros inesperados, revelaciones de la identidad de personajes y otros recursos narrativos convencionales. En muchos relatos, consigue unir estas dos tendencias, como lo hizo en Don Quijote, y producir una síntesis deslumbrante de estilos, lo cual es una de las características distintivas de su obra. Algunos han intentado dividir las historias en idealistas y realistas, pero Cervantes las puso todas juntas en el volumen y no pocas presentan ambos elementos.

En italiano, las novelas cortas se remontan a Il Novellino, una colección de cuentos florentina escrita a fines del siglo xiii y publicada en 1525, y, en última instancia, como todo relato breve, a Las mil y una noches y los albores de la ficción narrativa en Occidente. En español, sus antecedentes son las historias contenidas en el Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio, de don Juan Manuel, compuesto en 1335. La extensión y la estructura de estos textos están posiblemente determinadas por sus orígenes orales, lo cual significa que debían ser leídos en voz alta en una sentada y que los oyentes debían ser capaces de recordar y conectar detalles de la narración mientras escuchaban al orador. Una lectura silenciosa también puede concluirse en una sola sesión con el mismo efecto. Esta relativa brevedad contribuye a la tensión del texto, la cual es todavía una característica del cuento moderno. Cervantes dramatiza esta escena fundacional en el Quijote cuando el cura le lee al grupo reunido en la venta la novela «El curioso impertinente». Sus Novelas ejemplares y las que insertó en el Quijote deben mucho a esta tradición anterior y a la sostenida práctica narrativa de los italianos y sus seguidores. Sospecho que Cervantes también aprendió mucho de escuchar historias contadas por personas de todo tipo y clase social mientras deambulaba por los pueblos de Castilla y Andalucía como recaudador de impuestos. Algunos de los relatos conservan la frescura de algo escuchado de gente de verdad.

Lo que Cervantes no necesitó de los italianos y de la tradición literaria, en general, fueron tramas y personajes. Tenía muchas ideas para las historias y parece haber favorecido la novela corta como la extensión preferida para desarrollarlas, a juzgar por las muchas que incluyó en sus obras más largas, como la primera parte del Quijote y Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Muy probablemente, el Quijote iba a ser una novela breve que concluiría luego del escrutinio de los libros o alrededor de ese episodio. Cervantes planeó otra colección de relatos que sería titulada Semanas del jardín, que, por su título, parece haber tenido un marco narrativo como el del Decameron de Boccaccio: un grupo de jóvenes se retira a un jardín huyendo de alguna catástrofe y pasa el tiempo contándose cuentos. Sin embargo, nunca se publicó; se transformó, posiblemente, en las Novelas ejemplares, que no necesitaban tal artilugio, pues, gracias a la recién adquirida fama y autoridad de su autor, bastaba que aparecieran como obra de Miguel de Cervantes.

Los críticos de las historias intercaladas de la primera parte del Quijote no advirtieron que el experimento que Cervantes estaba llevando a cabo era combinar dos amplios esquemas narrativos en su libro. Por un lado, se encontraba la trama lineal y de estilo épico de la novela de caballería que estaba parodiando y, en consecuencia, copiando. Por otro lado, se remitió a la colección de novelas breves al estilo de Boccaccio. Logró esta convergencia de manera genial, particularmente, en la amalgama de hilos narrativos que se entrelazan en la venta, los cuales incluyen la historia de Fernando y Dorotea, la versión paranoica de Dorotea de la historia del gigante Pandafilando de la Fosca Vista, el enredo de Cardenio y Luscinda y la trama principal en la que don Quijote y Sancho son protagonistas. Todos los conflictos de estas historias se resuelven incluso en otra, el sueño de don Quijote en el que mata al gigante, aunque, en realidad, destroza los cueros de vino que el ventero había colgado en la habitación donde dormía el caballero. La pesadilla de loco trae la armonía a todos los conflictos. Es éste un chispazo de genialidad literaria que pasó desapercibido entre los detractores de Cervantes que, no obstante, muestra el papel preeminente que los relatos cortos desempeñaban en su imaginación creativa.

Esa imaginación también parecía estar poblada por numerosos personajes. Hay un gran despliegue de ellos en las dos partes del Quijote, que va desde la pareja inolvidable de protagonistas a Juan Palomeque, el ventero de la primera parte, a Maritornes, la fea pero amable prostituta abordada por don Quijote en la oscuridad de la noche, y a los duques en la segunda parte. Con meras pinceladas, Cervantes creó la galería de galeotes (I, p. 22), entre ellos, a un seductor empedernido que había dejado embarazadas a dos de sus primas y al Caballero del Verde Gabán, un hidalgo satisfecho que lo invita a su hogar. Luego, se encuentran, asimismo, esos personajes imaginados por otros personajes, como Dulcinea en sus diversos disfraces, los encantadores y los habitantes espectrales de la cueva de Montesinos. La misma variedad y originalidad prevalece en las Novelas ejemplares, donde encontramos a un loco que cree estar hecho de vidrio, al astuto y sabio Monipodio, que dirige una hermandad de ladrones desde su casa en Sevilla, brujas persuasivas, perros que viven vidas picarescas y hablan de ellas y una encantadora huérfana gitana que es, en realidad, la hija robada de unos aristócratas. En su ficción, Cervantes es como un dios menor que crea individuos vívidos, únicos, entretenidos y elocuentes.

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