La historia depende de la anagnórisis, el descubrimiento de la joven de quién es en realidad, lo cual explica, de forma retrospectiva, sus modales ejemplares y su belleza física (Cervantes, como sus contemporáneos, creía en la fuerza de la sangre, título de una de las novelas). Éste es un motivo tradicional y tiene como trasfondo la historia de Cenicienta. El autodescubrimiento es un asunto serio, como lo muestran, célebremente, Edipo o Segismundo en la obra maestra de Calderón La vida es sueño. Igual de importante es la creación de las identidades de Preciosa y de Andrés. Él, un joven noble, se convierte de forma voluntaria en gitano para ganarse el amor de Preciosa y la aceptación de su gente. La idea de pasar por una prueba rigurosa para hacerse merecedor de una mujer es, asimismo, un motivo tradicional. Preciosa interpreta hasta el final el papel de la cautivante joven gitana, dotada de los talentos de tal individuo. Ella sabe cantar, bailar y ser atractiva para todos, especialmente, para los hombres. Esto la hace seductora y rentable, un atributo crucial para los gitanos, cuya principal ocupación es el robo, pero también sustraer la riqueza de otros valiéndose de sus encantos. Luego, Preciosa va a tener que aprender a ser la joven aristócrata que debió ser desde su nacimiento, aunque esto le viene con facilidad.

La restitución de su verdadera familia al final sigue precisas restricciones legales, como si se subrayara la gravedad del asunto que, después de todo, comenzó con un crimen: su secuestro por los gitanos. La alusión jurídica, además, resalta el escenario picaresco de la historia, con el que y en contra del que Cervantes trabaja. El campamento gitano aparece como un prototipo reducido de la ficción picaresca, puesto que sus habitantes son criminales por naturaleza y acatan las reglas de una organización inventada por ellos mismos, pero estricta, como aquellas de la novela. El objetivo principal de la picaresca es pintar el desorden de la vida criminal, en contraste al orden social establecido. La representación de Cervantes, sin embargo, muestra que las clases bajas tienen también su propia rigurosa organización interna. (Es en este aspecto donde el brillante criminólogo español Rafael Salillas vio en la obra de Cervantes los orígenes de las ciencias sociales modernas). La banda de gitanos es la imagen invertida de la sociedad y la contraparte de la perfección neoplatónica exhibida por Preciosa y sus buenas costumbres, cuyo telón de fondo es la literatura pastoril. Esta combinación conflictiva de lo real y lo ideal es la firma de Cervantes.

En «La gitanilla», Cervantes reescribió la picaresca, mezclando sus atributos más fuertes con rasgos de la literatura neoplatónica e idealista como la pastoril. Mostró en el personaje de Andrés, sin embargo, que la picaresca, que toma historias y personajes del archivo legal con la pretensión de reflejar la realidad y no la literatura, se ha convertido en un paradigma literario, incluso proveyendo un nuevo papel para interpretar, como aquel del caballero o el pastor. Andrés se transforma por su propia voluntad en una especie de pícaro luego de unirse a los gitanos. Cuando Cervantes vuelve a la picaresca en «Rinconete y Cortadillo» y en «La ilustre fregona», subraya nuevamente que los protagonistas de estas historias eligieron convertirse en pícaros de la misma manera en que Alonso Quijano, el hidalgo que se transforma en don Quijote, elige convertirse en caballero. La vida picaresca es atractiva para estos jóvenes, así como lo fue para el primer ventero del Quijote (un pícaro jubilado), puesto que es una vida de libertad, sin reglas ni restricciones de la sociedad. Ésta es un constante en Cervantes: los personajes ejercen su libre albedrío para convertirse en lo que quieren ser, lo cual significa, a menudo, interpretar el papel de personajes literarios.

En «Rinconete y Cortadillo», Cervantes ambienta la acción en Sevilla, la capital de la vida picaresca, un animado puerto a través del cual España se comunicaba con su vasto imperio y un lugar donde él pasó mucho tiempo observando y recolectando ejemplos y muestras de sus más sórdidos sectores, incluida la cárcel de la ciudad. Hay una inmediatez en el retrato de Sevilla que delata estos elementos autobiográficos. Pero, como en «La gitanilla», Cervantes se sirve de convenciones literarias, principalmente, convenciones teatrales. Los jóvenes epónimos se unen a una banda de rufianes dirigida de forma autoritaria por Monipodio, quien comanda el crimen en Sevilla como una operación empresarial centrada alrededor de su casa. En ésta, Cervantes ambienta escenas memorables que dan al relato un aire teatral, quizás de un entremés, como aquellos en los que destacó. La acción incluye una riña sofisticada e hilarante entre Cariharta, una prostituta, y su proxeneta Repolido. Ella declara que él, cuya calvicie sugiere una enfermedad venérea, le ha dado una paliza, pero resulta que, en realidad, practicaban sadomasoquismo de manera consensuada. «Rinconete y Cortadillo» no tiene un final muy satisfactorio; se lee como el preludio a una historia más larga. Los jóvenes abandonan la hermandad para continuar sus vidas, con lo cual cierran el ciclo picaresco que funcionó como una forma de educación llena de diversión.

Sin embargo, el eco de «La gitanilla» se siente, sobre todo, en dos historias que recurren también a la anagnórisis y narran el esfuerzo de un joven que, para ganar el amor de una mujer, debe pasar una ardua prueba. Ambas se centran en una protagonista mujer de cualidades contradictorias que da título a la historia: «La ilustre fregona» y «La española inglesa». ¿Cómo puede ser alguien una «ilustre» sirvienta de cocina o, incluso más improbable, una «inglesa española»? Costanza, fruto de la violación de una viuda aristócrata, vive sin saber quién es en verdad mientras trabaja como sirvienta en la infame «posada del Sevillano» en Toledo. Isabela fue raptada de niña durante el asalto inglés en Cádiz y criada en Londres por una familia inglesa. Ambas muchachas, por supuesto, son bellas y virtuosas. Isabela, criada por católicos encubiertos, permanece fiel a sus raíces españolas, aunque, a pesar de ello, se convierte en una dama inglesa prontamente pretendida por dos jóvenes de alcurnia. Costanza es tan famosa por su belleza que dos jóvenes que se han ido de casa con un sirviente para estudiar en Salamanca se desvían a Toledo para verla. Habían decidido, de todas maneras, abandonar sus estudios para convertirse en pícaros en Sevilla. Uno de ellos, Tomás, se enamora perdidamente de Costanza y emplea toda su energía en hacerla su esposa. Lo logra después de grandes esfuerzos y de la repentina aparición de la madre de Costanza, que conlleva el descubrimiento de su verdadero origen y hace el matrimonio posible. El retrato de la vida en la posada y su entorno, que presenta trabajadores de las clases más bajas y, en particular, mensajeros, es tan detallado como el de «Rinconete y Cortadillo». Incluye muchos juegos de naipes. En uno de esos juegos, Tomás pierde su preciado burro, que quería usar para ganarse la vida llevando agua, y lo recupera mediante un elaborado truco que cifra la misma naturaleza del complicado texto de la novela y el papel que el azar juega en la vida, como Katherine L. Brown ha demostrado en un brillante ensayo recientemente publicado. Mientras tanto, el pretendiente de Isabela, Ricaredo, para cumplir las condiciones que le permitan obtenerla, establecidas nada menos que por Elizabeth, la Reina Virgen, es obligado a capitanear una flota de barcos que atacan navíos españoles. Se le presenta el dilema de tener que pelear contra los suyos, es decir, contra católicos. Luego de largas aventuras que recuerdan a las novelas bizantinas e incluyen una parada convencional en Roma y el regreso de Isabela con sus padres a Cádiz, se casan y viven felices para siempre, como lo hizo Preciosa con Andrés.

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