Miguel de Cervantes Saavedra habría nacido en septiembre de 1547, con probabilidad, el día 29 en la fiesta de San Miguel, a juzgar por el nombre cristiano con el que fue bautizado en Alcalá de Henares, un pueblo cerca de Madrid, por consiguiente, en Castilla y el centro de la península ibérica. En 1498, se fundó ahí una impresionante universidad, pero, hasta donde se sabe, Miguel y su familia no tuvieron nada que ver. El padre de Cervantes era cirujano, para lo cual no se necesitaba un título universitario y era una ocupación más cercana a la de barbero que a la del cirujano de hoy. Estaba usualmente endeudado y llevaba a su familia de una ciudad a otra para escapar de los recaudadores de deudas y de la ley. Ello expuso al joven Miguel a Madrid, Valladolid y Sevilla, ciudades en las cuales vivió por periodos significativos durante su vida adulta.

Sabemos muy poco acerca de la infancia y educación de Miguel. Por sus referencias elogiosas a los jesuitas, es posible que haya asistido a escuelas de la orden. Se cree que en algún momento estuvo matriculado en una escuela dirigida por Juan López de Hoyos, quien publicó algunos de sus poemas tempranos y fue un supuesto seguidor de Erasmo. Esta relación ha llevado a mucha parte de la crítica a asociar a Cervantes con la fascinante filosofía del prominente humanista. Todo esto se basa sólo en la especulación, lecturas cuestionables de su obra y prácticas críticas aún más cuestionables. Cervantes nunca fue estudiante universitario. Debemos suponer que la considerable educación humanista que reflejan sus escritos fue adquirida de modo independiente y resignarnos al hecho de que es inútil juzgarlo por el mismo rasero con el que medimos a individuos comunes y corrientes como nosotros mismos. Era, obviamente, brillante, un genio, motivado, disciplinado y ambicioso; todo ello mientras intentaba con desesperación ganarse la vida y asegurar para sí un lugar decente en la sociedad. Cervantes fue también afortunado por encontrarse inmerso en un mundo literario, intelectual y artístico activo y muy dinámico, lleno de mentes prolíficas de primera categoría. Ésta fue su universidad. A pesar de los clichés acerca de que España estuvo intelectualmente desconectada de las corrientes europeas, escritores como fray Luis de León, Lope de Vega, Luis de Góngora, Tirso de Molina, Mateo Alemán, Francisco de Quevedo y Calderón de la Barca constituyen un elenco de genios literarios sin parangón en el continente. Entre los pintores, se encontraron, por supuesto, Diego Velázquez, el Greco, Francisco de Zurbarán y Juan de Herrera, quien encabezó la lista de arquitectos (él diseñó El Escorial). Apoyada económicamente de forma precaria en las riquezas que llegaban de sus colonias americanas y en préstamos ruinosos de banqueros extranjeros, España y Madrid, su recién designada capital, estaban experimentando un auge arquitectónico y un extraordinario florecimiento en todas las artes. Asimismo, los intereses de España y su control sobre considerable parte de Italia abrieron sus puertas a los innovadores movimientos artísticos y filosóficos de Occidente. Cervantes se benefició artística e intelectualmente —aunque no económicamente— de este ambiente enriquecedor porque tuvo la inteligencia, la dedicación y la motivación para hacerlo.

Son varios los personajes jóvenes de las Novelas ejemplares que muestran estas cualidades mientras maduran y buscan un puesto en el mundo. Estos relatos, así como el resto de obras de Cervantes, están llenos de estudiantes en distintos momentos de su educación. La mayoría es ingeniosa e inclinada a aprender lo más posible tanto de libros como de la misma vida. El más memorable es Tomás Rodaja, el joven que, envenenado por una mujer desdeñada, se vuelve loco y cree estar hecho de vidrio. Antes de esto, había logrado obtener una extraordinaria educación mientras servía como criado a adinerados estudiantes en la Universidad de Salamanca, donde se convirtió en un notable hombre de leyes. Quizás en todos estos estudiantes Cervantes retrata al joven que a él le hubiera gustado ser. Sin embargo, la suerte lo llevó en dirección de una carrera militar, y el debate entre armas y letras resonaría a lo largo de toda su obra de ficción, reflejando, sin duda, su propio destino.

El azar intervino, tal como lo hace a menudo en la obra de Cervantes. En 1569 huyó a Italia tras haber sido acusado de herir a un hombre en un duelo, una práctica prohibida y castigada con severidad. Cervantes no regresaría a España sino hasta 1580. En Roma entró al servicio del cardenal Acquaviva como camarero. Todos se preguntan qué méritos tenía para semejante puesto, pero fue, posiblemente, una cuestión de contactos y relaciones. Cervantes estaba ampliando su educación italiana. En 1570, no obstante, se enlistó en un regimiento español posicionado en Nápoles, que era parte de la vasta fuerza naval reunida por la Liga Santa, bajo el mando de Juan de Austria, con el propósito de vencer a la potencia otomana. El 7 de octubre de 1571, Cervantes peleó valientemente en la batalla de Lepanto, en la cual los turcos fueron derrotados por completo. En el violento combate naval, le dieron un arcabuzazo en el brazo izquierdo, lo que hizo que perdiera el uso de esa mano de forma permanente. Siempre mencionaba con orgullo su participación en esta batalla y, gracias a ello, recibió eventualmente el apodo con el que se lo conoce en el mundo de habla hispana: el Manco de Lepanto. Éste fue el punto máximo de su carrera militar, la cual continuó a pesar de estar lisiado de manera parcial. En 1575 intentó regresar a casa con su hermano Rodrigo, también soldado, pero fue capturado en el mar por piratas berberiscos y vendido como esclavo en Argel. Como llevaba cartas de recomendación de gente reconocida, sus captores pensaron que Cervantes era una persona importante e impusieron una suma de rescate muy alta. Pasó cinco años en cautiverio, durante los cuales hizo cuatro intentos fallidos de escape. En 1580 Cervantes fue, al final, liberado gracias a que su familia, pasando no pocos apuros, y monjes trinitarios pagaron un rescate de quinientos ducados. El cautiverio dejó una profunda impresión en el escritor en el que se convertiría y apareció en su teatro y, afamadamente, en el Quijote, donde cuenta su propia historia en el relato del cautivo (I, pp. 39-41). María Antonia Garcés ha escrito el más exhaustivo estudio de este periodo en la vida de Cervantes y el impacto que tuvo en su obra.

Las experiencias de Cervantes como soldado y cautivo en el Mediterráneo enriquecieron su vida con personajes e historias, algunos de los cuales aparecerían no sólo en sus obras más largas, sino también en las Novelas ejemplares y sus composiciones teatrales. La década que estuvo lejos de casa, sin embargo, puso su carrera y su vida ordinaria en pausa. En 1580, Cervantes tenía treinta y tres años, no estaba casado, supuestamente, no tenía hijos (es posible que dejara un hijo ilegítimo en Italia) y no había todavía publicado ningún libro o puesto en escena ninguna obra teatral. Fue este postergado comienzo lo que probablemente provocó su tardío florecimiento en los últimos diez años de su obra. Ana de Villafranca, una mujer casada que fue su amante en Madrid, le dio una hija, Isabel, en 1584. Ese mismo año, Cervantes, que tenía ya treinta y ocho años, se casó con Catalina de Salazar, una joven de dieciocho años, de Esquivias, una región productora de vino cerca de Madrid, donde su familia tenía algunas tierras. Al año siguiente, en 1585, publicó su primer libro, La Galatea, una novela pastoril, y vendió dos obras teatrales que no han llegado a nosotros. La novela parecía prometedora, en particular porque sabemos lo que vino después, pero no hizo famoso a Cervantes. A juzgar por las piezas de teatro que conocemos, sus obras no fueron exitosas, dado que tomó una mala decisión en un momento crucial de la historia del teatro español. Apoyó a quienes acataban la Poética de Aristóteles y estaban siendo alentados por teóricos como Alonso López Pinciano —siguiendo las tres unidades de acción, tiempo y lugar—. Lope de Vega (1562-1635), quien emergió como el insuperable dramaturgo de la época, fue fundador del teatro nacional y desarrolló una fórmula propia que no respetaba las unidades. Lope se convirtió en una piedra en el zapato de Cervantes a lo largo de su carrera. Él comandaba la escena teatral y no tenía al autor del Quijote en alta estima. Puesto que el teatro era la única actividad literaria de la cual Cervantes podía esperar conseguir alguna ganancia, estuvo, como estaría gran parte de su vida, sin dinero y sin trabajo.

Cervantes consiguió un puesto como comisario de provisiones del rey en Andalucía, parte de los esfuerzos para abastecer a la Armada Invencible, que Felipe II estaba organizando para repeler, finalmente, a los ingleses. Pasó siete años en total en esta actividad y como recaudador de impuestos en la misma área luego de la derrota de la Armada en 1588. Esta ocupación lo llevó a conocer el campo andaluz, con sus polvorientos caminos, sus precarias ventas y sus pequeñas poblaciones beligerantes, en las que sus habitantes resentían su presencia y ocupación. Cervantes pasó también mucho tiempo en Sevilla, puerta de entrada al Nuevo Mundo, un vibrante y próspero puerto gracias a todas las actividades legales e ilegales típicas de lugares como aquél. Cervantes fue encarcelado dos veces por aparentes irregularidades en sus cuentas. Pasó varios meses en la prisión de Sevilla, donde, supuestamente, concibió la idea para el Quijote.

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