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Zofia Nałkowska
Invierno en los Alpes. Novela internacional
Traducción de Katarzyna Olszewska Sonnenberg
Báltica, Madrid, 2017
205 páginas, 14.90 €
POR FERNANDO CASTILLO

 

La aparición de una nueva editorial suele ser siempre motivo de alegría, aunque a veces los títulos publicados maticen posteriormente o, incluso, desmientan ese sentimiento. Sin embargo, en esta ocasión, la recién creada Báltica Editorial, a iniciativa de la traductora polaca Katarzyna Olszewska Sonnemberg, proporciona razones para celebrar la llegada de una nueva firma con la aparición de su primer libro Invierno en los Alpes. Novela internacional, de la escritora polaca Zofia Nałkowska, traducido por la propia responsable de la editorial. Para empezar, hay que señalar que su nombre, Báltica, es una intencionada referencia al mar que baña las costas de Polonia, tan cercano a la editora, que sirve para señalar la procedencia de la responsable y para subrayar la voluntad que la impulsa, que no es otra que la de dar a conocer la literatura polaca en España. Las letras polacas han atravesado en este siglo xx, en especial, en su segunda mitad, una edad dorada en la que destacan, primero, los Bruno Schulz, Tadeusz Peiper, Józef Wittlin o los más recientes Czesław Miłosz y Wisława Szymborska, que aún continúa con la figura señera de Adam Zagajewski. Una literatura que, a pesar de su aparentemente reducida proyección, limitada a los habitantes del país, que incluso ha ido menguando con los avatares de la dura historia de Polonia en este siglo, ha tenido una notable colección de premios Nobel.

Invierno en los Alpes. Novela internacional es una novela en la que el subtítulo es esencial por revelador, aporta varias razones para celebrar su aparición: es la primera vez que se traduce al español —si exceptuamos una versión recortada de la editorial Tartessos en 1943 con el título original en polaco, Choucas— y es una obra que enlaza con el interés existente en la actualidad por la Europa de entreguerras, tanto en la literatura, recuérdese el caso de Stefan Zweig o de Irène Némirovsky, como en la historia, según demuestra la difusión de las últimas obras de Philipp Blom, La fractura, o de Maurizio Serra, Une génération perdue. Además, la publicación de Invierno en los Alpes amplía el escaso elenco de obras en español de Zofia Nałkowska (1884-1954), una importante escritora y, sin duda, la figura femenina más destacada de la literatura polaca de la primera mitad del siglo xx. Nacida en Varsovia en los días en los que la ciudad formaba parte del Imperio ruso, la escritora fue una destacada animadora del mundo literario anterior a la Segunda Guerra Mundial: una de las descubridoras de Bruno Schulz o de Witold Gombrowicz, al tiempo que estuvo muy cercana a escritores y poetas como Józef Wittlin. Mujer de firmes convicciones políticas y muy preocupada por los acontecimientos de su tiempo, Zofia Nałkowska, precoz feminista y socialista, fue una opositora de izquierda durante la dictadura conservadora del mariscal Piłsudski, quien proclamó la República y la independencia de Polonia al finalizar la Primera Guerra Mundial. En estos extraños años de entreguerras, entre transformaciones, audacias vanguardistas y vaticinios apocalípticos que reflejan películas como El gabinete del doctor Caligari, las obras maestras de Fritz Lang —Doctor Mabuse, M., el vampiro de Düsseldorf y Metrópolis— o la premonitoria, como señala el citado Maurizio Serra, Sin novedad en el frente, de Wilhelm Pabst, se consolida la figura de Zofia Nałkowska, quien llega a ser vicepresidenta del Pen Club mientras desarrollaba una actividad literaria y periodística notable, en la que defiende propuestas cercanas al socialismo y, sobre todo, al feminismo. Luego, en los años oscuros y terribles de la ocupación nazi, continuó trabajando en la clandestinidad y sobrevivió a la guerra y al levantamiento de Varsovia. En 1945 se integró en el régimen instaurado por los comunistas polacos del Gobierno de Lublin y los soviéticos en 1945, en el que fue una figura reconocida hasta su muerte. De larga carrera iniciada a principios de siglo, sus obras, especialmente sus novelas, transcurren del modernismo y el realismo a la novela psicológica o, incluso, a la narración de carácter documental y la literatura diarística, una importante obra que se extiende entre 1899 y 1954 y que cubre los años esenciales que le tocaron vivir a lo largo de seis volúmenes. Aunque Zofia Nałkowska inicia su carrera antes de 1914, fue una más de los muchos escritores y artistas a quienes la Primera Guerra Mundial transformó de forma radical, al intensificarse su compromiso político y, sobre todo, su vocación social y feminista, que trasladó a sus obras, sin abandonar nunca su interés esencial por la condición humana. Su obra Medallones —un conjunto de narraciones cortas y uno de sus trabajos más celebrados, tras su etapa como miembro de la Comisión para la Investigación de los Crímenes de Guerra Nazis—, publicada en 1946 y traducida al español en 2009 por Bożena Zaboklicka y Francesc Miravitlles, en la que recoge, por medio de un serie de narraciones, las atrocidades cometidas por los alemanes durante la guerra con la población judía, la convirtió en autora de referencia en la nueva Polonia donde, según Adam Zagajewski, hacía frío y comunismo, si bien Nałkowska parecía no notarlo.

La denuncia de los genocidios del siglo xx, la persecución y exterminio de las minorías, de la explotación del colonialismo y los ecos del conflicto europeo abierto en 1914 están también en el origen de Invierno en los Alpes, aunque lo esencial sea la visión que ofrece de la realidad de Europa por medio de una serie de personajes reunidos en una residencia de montaña en Suiza. La obra de Zofia Nałkowska se desarrolla en el entorno alpino que tanto atraía en el primer tercio del siglo xx y que servía tanto de escenario para los más atribulados convalecientes, como los personajes de La montaña mágica, como de desafío para los nuevos héroes capaces de someter a la naturaleza, esquiando o escalando —pienso en el mundo de Dino Buzzati, que a veces estaba muy cerca del nazismo, como sucedió con ese subgénero cinematográfico de películas de montaña que tanto éxito tuvo en los años veinte y del que incluso participó Leni Riefenstahl como actriz—. En este caso, el albergue suizo de Invierno en los Alpes, que se podría localizar en el cantón de Vaud, cerca de Villars-sur-Ollon, sirve a la autora de escenario para situar a unos personajes que serían el epítome de los países de los que proceden, mientras que el lugar es una metáfora del continente. El relato ofrece un largo elenco de tipos, a veces algo previsibles y convencionales, como el español Carrizales, presentado con todos los tópicos del caballero español, monárquico y galante, que le permiten a la autora recorrer la situación de Francia, Gran Bretaña, España, Rusia, Suiza, Turquía, la Europa balcánica, Alemania y, sobre todo, mostrar la realidad del continente a principios de los años veinte, todavía conmovido por el apocalipsis abierto con los cañones de agosto de 1914.

La reunión de las nacionalidades escogidas ya expresa la voluntad de Zofia Nałkowska de tratar asuntos que entonces preocupaban, como las guerras coloniales, especialmente, la de Marruecos, con alusión a España, y el genocidio armenio, con las tristes figuras de la señorita Houvsepian, de la joven Sosse Papazin y del señor Peymirian. También están presentes los pogromos que tenían lugar en la Mitteleuropa y que encarna el patético personaje del joven judío rumano Est, así como el debate sobre el pacifismo, surgido con la Gran Guerra. A ello cabe añadir el antigermanismo latente entre los huéspedes del albergue, que se concentra en la figura del antipático Fuchs, la actitud racista y clasista del británico Vigil y la presencia de una refugiada rusa, que le permite completar el panorama del continente, del que, es curioso, la Italia fascista no forma parte. Sorprende la actitud que mantiene Zofia Nałkowska hacia la Revolución rusa por medio de la señorita Wogdeman, a quien convierte en esposa de un jerarca soviético. Según este personaje, la revolución bolchevique había sido derrotada moralmente, pues había caído en los mismos errores que la autocracia zarista al practicar una represión despiadada durante los años de la guerra civil y la posguerra. A pesar de ser una autora conocida, esta opinión crítica no le trajo a Nałkowska ningún problema durante los años del estalinismo en Polonia, en los que fue una figura destacada. La escritora polaca también anticipa la división de la Francia de la III República, que aparecerá a lo largo de los años treinta y que culminará durante los años de la ocupación alemana, mediante la contraposición de la atractiva, a la par que muy conservadora y legitimista, señora de Carfort —a quien se puede considerar próxima a la maurrasiana Action Française— con el suizo Tocki, moderno, progresista y pacifista. Una relación que adelanta el conflicto que vivirá Francia y la división que existía en Europa entre lo nuevo y la tradición.

A medida que transcurre la lectura, parece detectarse en la novela una desazón, un malestar en el ambiente, como si se intuyese una amenaza, un peligro que se cernía sobre todos ellos, es decir, sobre Europa. Es como un temor difuso al futuro, a la llegada de unos acontecimientos que se saben inevitables y que no tardarán en producirse, que dan lugar a una atmósfera de inquietud. Hay en todos los personajes poca o ninguna confianza en el porvenir; una desesperanza que se había instalado tras lo sucedido con la catástrofe abierta en 1914 y la confirmación de que había desaparecido ese mundo de ayer al que se refería Stefan Zweig. Los conflictos políticos y sociales de muchos países, la crisis económica aparecida al finalizar la guerra y la división de las sociedades ofrecían un estado de inestabilidad que ha permitido referirse al periodo, como ha hecho Enzo Traverso, como la «guerra civil europea». No es de extrañar que Nałkowska nos diga que, «sencillamente, el mundo se transformaba antes nuestros ojos», una apreciación realizada en 1924 que no sólo se refería a los cambios que traía la primavera en la estación alpina, o que exprese sus temores por la situación del continente dividido y confuso, cuando dice que ninguna gran causa se ha impuesto sin derramamiento de sangre, adelantando la aparición de un nuevo conflicto.

Novela muy coral, narrada por la autora, Invierno en los Alpes también tiene mucho de relato psicológico por su interés por las relaciones humanas y por el retrato de carácter que lleva a cabo de los personajes, sobre todo, de los femeninos, y de novela-reportaje en la que la naturaleza, equívoca, dura y bella, tan atractiva como peligrosa e imprevisible, parece resumir la época de entreguerras. Precisamente, es en relación con el entorno alpino en el que brilla de manera especial la escritora con unas descripciones magníficas del paisaje, tan ajustadas como líricas, en las que evita tópicos y facilidades. A veces, incluso recuerda a Josep Pla, sin duda uno de los más destacados escritores a la hora de describir la naturaleza, por lo preciso de los adjetivos y de las sensaciones.

Zofia Nałkowska muestra su interés y sus conocimientos de la actualidad, pues no sólo alude a Abd el-Krim al ocuparse de la guerra de Marruecos y de la realidad española de los años veinte, sino que también se detiene en una polémica muy conocida que tuvo lugar entre Vicente Blasco Ibáñez, escritor republicano y opositor al general Primo de Rivera, y el muy conservador periodista José María Carretero Novillo, conocido con el seudónimo del Caballero Audaz. Incluso la escritora alude, aunque sin citar el título, al libelo publicado por este último contra el escritor valenciano en 1924, titulado El novelista que vendió a su patria o Tartarín revolucionario, un panfleto muy popular en su época. Todo ello revela el conocimiento de la actualidad que tenía la escritora polaca y su interés por la vida política, que no le abandonaría nunca.

Entre tantos personajes, y dado el carácter esencialmente literario de la novela, no puede faltar el drama humano, los grandes temas de la vida y del hombre como el amor y la muerte, pues en todos los convocados hay sueños y deseos, miedos y conflictos, sufrimientos y alegrías que conviven con la enfermedad y la realidad. Tras la cortesía todavía decimonónica que despliegan los personajes en la cotidianeidad que tiene lugar en el albergue alpino, laten las tensiones de la vida, las pasiones, los conflictos y las afinidades de las relaciones humanas. Es lo que sucede con la atractiva señora de Carfort, con el joven Est, con los elegantes y enigmáticos Saint-Albert, con la joven rusa Alicia, con el señor De Flèche, tan misterioso y distante, con la triste adolescente armenia Sosse Papazin, sobre la que se cierne un destino trágico, por citar sólo algunos. Unos personajes entre los cuales destacan, por atractivos e interesantes, los femeninos, que son más importantes de lo que parecen y para los que ese invierno alpino resultará inolvidable, a pesar de que casi nada se resuelva al finalizar la estancia de los huéspedes. Todo parece volver a la normalidad, o casi, cuando se acaba el mundo aparecido durante el invierno y en Europa las nubes sigan oscureciendo el panorama que la mayoría de ellos no aprecia. El refugio alpino suizo en el que transcurre la acción de Invierno en los Alpes es un microcosmos que recuerda al hotel La Roseraie de Niza donde vivió la librera franco-polaca Françoise Frenkel durante la ocupación, en el que se escondían refugiados que huían de la Europa del nazismo, como describe en Una librería en Berlín. En este caso, la realidad descrita por Frenkel parece imitar a la novela de su compatriota Nałkowska.

Es Invierno en los Alpes una novela que, además de su interés literario e histórico, tiene una cuidada y magnífica traducción de Katarzyna Olszewska Sonnemberg, quien ha acertado al cambiar el título original, que confirma la fortuna de la literatura polaca en español. Y es que éste es un trabajo que se añade a las numerosas versiones realizadas por la propia traductora, así como a las de Elzbieta Bortkiewicz, en este caso, de obras de Adam Zagajewski, Bruno Schulz, Czesław Miłosz, Adam Mickiewicz, Wisława Szymborska o Józef Wittlin, escritor leopolitano que ha sido también traducido recientemente por Amelia Serraller Calvo. Una traductora esta última autora de una imprescindible introducción al poemario de Sofía Casanova, Fugaces, que acaba de aparecer con el sello de la editorial Torremozas. Como se ve, un panorama que habla de la buena acogida de la literatura polaca en España —a la que contribuye, asimismo, el impulso continuo de Liz Lipton-Wittlin, la gran dama de la cultura polaca en España— y de las estrechas relaciones entre las dos culturas, que desde ahora está más cerca gracias a la publicación de esta novedosa y epocal novela de Zofia Nałkowska y a la iniciativa de Báltica Editorial o, si se quiere, de Katarzyna Olszewska Sonnemberg.

 

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