Miguel Ángel Oeste
Perro negro
Tusquets
296 páginas
POR MEY ZAMORA

Quizá sería una buena idea empezar a leer el último libro de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973), Perro negro, por el final. Puesto que en el epílogo el autor explica la génesis de esta novela y cómo elaboró la escritura a lo largo de los años hasta desembocar en el volumen que ahora tenemos entre las manos. Hubo un tiempo –señala- en que la música del británico Nick Drake (1948-1974) ocupaba en exclusiva su atención («Era el único al que dejaba pasar»). Durante seis años se documentó y se empapó de sus composiciones hasta publicar en 2014 Far Leys, obra que toma el nombre de la casa familiar del cantante folk, ahora de culto. Allí, de niño, Drake se sentía seguro con la música sonando en el piano que tocaba su madre.

El escritor malagueño apunta también que las letras de las canciones de Drake fueron durante unos años «un hogar en el que refugiarme». Si quien aborda esta narración lo hace con la última obra de Oeste en la memoria –e, inevitablemente, en el corazón-, Vengo de ese miedo –demoledor y sanador relato de su infancia de abusos y violencia-, estas explicaciones resultarán clarificadoras y una buena guía para entender el abordaje de esta nueva versión literaria sobre el músico, entretejida con diversos mimbres tomados de la realidad y de la ficción.

Una década después de la publicación de aquella obra en torno al mundo del cantautor Nick Drake la experiencia en la vida y en la escritura es otra. La madurez ha permitido nuevos y más ambiciosos retos. Esa distancia temporal está también en el seno de estas páginas que van de un tiempo pasado a uno presente enarbolado cada uno por los dos narradores principales.

Perro negro se asemeja a un amplio reportaje de investigación en el que diferentes voces nos hablarán y contarán aspectos de la existencia del cantante prematuramente desparecido, que pasó a integrar el llamado «Club de los Veintisiete», como se conoce a aquellos artistas que murieron a esa edad y que aglutina nombres como Brian Jones, Jimi Hendrix, Kurt Cobain o Amy Winehouse. El perfil del artista, creativo, que frecuenta una vida bohemia, de aquí para allá, frenética, de excesos y vacíos conlleva una cierta visión mítica, que la muerte no hace más que incrementar. La realidad está en la base de este trabajo que deviene una ficción al incorporar el autor sus propios personajes –con sus particulares historias y puntos de vista- y una forma de contar que se aleja de las biografías al uso de artistas o bien de aquellas que se han novelado. Aquí la complejidad estructural es mayor y un logro.

Oeste sostiene la obra sobre dos personajes, Janet Stone y Richard West, quienes vehicularán la narración de la corta existencia de Nick Drake, nacido en Birmania por cuestiones laborales de su padre pero que regresó a Inglaterra donde creció en un entorno acomodado junto a su Nanny, sus padres y su hermana Gabrielle.

Janet es una mujer que trabajó de periodista. Arrastra sus propias penas y mantendrá con el artista una relación marcada por las carencias de ambos –ella le ayudará a pasar sus canciones y le prestará siempre una atenta y maternal escucha a cambio de nada-. Richard es un actor reconocido –apunta Oeste que está inspirado en Heath Leager- que ahoga su angustia en sexo y alcohol. Lo conocemos cuando acaba de iniciar una relación con la joven Erika con la que ha coincidido en un rodaje. Ella escucha en sus auriculares la música de Drake y se lo da a conocer. El descubrirá sus temas y eso le llevará a adentrarse en su mundo de forma apasionada. Decide entonces que quiere preparar una película sobre el músico desaparecido, con toda la vida por delante, al que considera un genio.

Eso le llevará a Stone, con la que contacta, y a quien quiere entrevistar para documentarse y conocer aspectos de Drake de boca de personas que lo trataron en vida. Con este planteamiento, que aparece en los primeros compases de la novela, Oeste ya ha establecido las conexiones entre los personajes. Estas derivarán en nuevas líneas, en figuras que se irán incorporando al retrato a través de la memoria aletargada de Janet («los recuerdos empiezan a salir sin haberlos reclamado») y de las pesquisas del actor.

La música de Drake se percibe de fondo y llena el interliniado. Autor de tres álbumes (Five Leaves Left, Bryter Layter y Pink Moon), sus canciones, que interpreta con su guitarra, aluden a la naturaleza y a unos estados de ánimo, los suyos, que son en muchas ocasiones el de aquellas personas que los escuchan, como van apuntando los protagonistas. La lluvia impregna el paisaje interior y los escenarios de esta novela. Es un elemento constante en este relato y contribuye, como las melodías, a crear una atmósfera.

Janet actúa como vínculo e hilo conductor de aquel tiempo pretérito en el que vivió Drake y del que formó parte («El pasado. Dos colmillos que se hincan en la memoria para chuparnos la sangre y dejarnos desmadejados, translúcidos», dice) aunque fuera de forma colateral y del trabajo en curso de Richard. Con una carrera profesional ya formada impulsará con su proyecto la figura del músico hacia el futuro, lo recuperará, tal como ha ocurrido en la vida real –en los años ochenta fue reivindicado y desde entonces se le considera un autor de prestigio que ha sido versionado por otros cantantes como Norah Jones o Elton John-.

La figura de Janet Stone funciona también como punto de apoyo de los altibajos de la vida: la prematuramente truncada del músico, que ansiaba un éxito que no le llegó en vida («Alguien que deseaba ser luz. Sin embargo, Nick no brillaba»), y la de Richard con una trayectoria que busca nuevos alicientes en medio de un gran desasosiego existencial. Ella es también la depositaria del recuerdo: «Subo por los recuerdos igual que las burbujas en el agua. Una lluvia al revés». El binomio vida y muerte planea por el relato.

De su mano, recorreremos, treinta años después, los pasos de Drake, desde su vuelta a Inglaterra hasta el final de sus días sumido en una depresión y de nuevo instalado en la casa familiar tras el abandono de los estudios y el ajetreo de Londres. En su hogar morirá a causa de una sobredosis de pastillas. El cantante, que «te muestra la oscuridad del más allá» y que buscó en la música la manera de ubicarse en el mundo, se perfila en este volumen como una persona solitaria, huidiza, apesadumbrada, entrañable y sensible en algunos momentos, egoísta y esquiva, en otros. Reflejar a Drake a través de visones y opiniones dispares, que permiten ver su complejidad y no una foto estática, es otro de los aciertos del libro.

Oeste entrelaza los testimonios sobre el personaje que aporta Janet –con sus recuerdos- y Richard –con sus entrevistas- y nos ofrece una visión panorámica del músico y de su entorno. La novela contiene muchas capas –una estructura bien conseguida que exige atención de quien lee, y eso tiene recompensa-, de testimonios mediados o directos, de transcripciones, que encierran una variedad de existencias marcadas por el desasosiego y la soledad. También por sus infortunios y desórdenes mentales. Los trastornos psíquicos afectan a varios de los seres que circulan por esta historia. El propio título recoge esa inestabilidad. «Perro negro» es una expresión inglesa que remite a un estado depresivo, a los espectros y a la muerte.

Suenan en estas páginas los temas de Nick Drake, especialmente de su álbum Five Leaves Left, que él auguraba exitoso pero que no lo fue –el reconocimiento musical le llegó póstumamente- y los ecos de los de un Bob Dylan consolidado. Esta obra sobre Drake es también de Janet, que anhelaba platónicamente al músico y que acabó recluyéndose en un apartamento en Nueva York rodeada de muñecas, y de Richard, que huye hacia delante sin cinturón de seguridad. Todos ellos buscan ser queridos y comprendidos. El libro recoge el ambiente artístico de los años 60 y 70 en Cambridge y Londres, donde las noches se impregnaban de ese agua que siempre caía del cielo, de drogas y alcohol.

De la mano de un Oeste, que ha «trabajado» sus propias heridas, conocemos las de Nick Drake y de otros seres que estuvieron cerca de él –o no-. Entendemos esa «afinidad difícil de explicar», que sentía por el cantante. Quizá uno puede elaborar y transmitir mejor el dolor de otros cuando ya lo ha hecho con el suyo. El escritor rinde homenaje al músico con esta novela construida con precisión y ritmo que revive su memoria y su música. Al acabarla querrán ver y escuchar al Drake de carne y hueso, que murió en Far Leys, en Tanworth-in-Arden, donde está enterrado. En su sepultura están inscritos dos versos de su tema «From the morning»: «Now we rise/We are everywhere».