Pablo Katchadjian
Una oportunidad
Sexto Piso
144 páginas
Quizás algunos lectores recuerden a Pablo Katchadjian por el escándalo que supuso la denuncia contra él de María Kodama, albacea de Borges, pero sobre todo guardaespaldas de una obra que abre tantas puertas como las que habría cerrado a la literatura un fallo a favor de censurar El Aleph engordado, obra del primero. El libro, tal y como lo anuncia su título, es un engordamiento literal de El Aleph con cinco mil seiscientas palabras más, publicado por IAP (Imprenta Argentina de Poesía, dirigida por el mismo autor) con una tirada de apenas doscientos ejemplares. Este intento por desacralizar el texto fue visto por Kodama como una profanación. No era una reescritura porque se respetaba la integridad del original, sino la búsqueda de una versión alternativa que se centraba más en la psicología de los personajes, otro aspecto que es frecuente en los libros de Katchadjian. Y menciono otro ya que la característica principal de su obra es plantear un desafío desde el primer párrafo. Es difícil encontrar otro escritor que haga dudar tanto cuando uno abre sus libros y de inmediato se pregunta si está delante de una novela, de un ensayo o de un género nuevo. Pareciera que su afán máximo es escapar de cualquier encasillamiento y crear textos que se conformen con ser llamados Literatura.
Una oportunidad, publicada por Sexto Piso, es la novedad gracias a la cual los convoco. No es la primera en aparecer en España. La editorial H&O (Hurtado y Ortega), lleva publicados tres libros: la novela Qué hacer, los relatos Tres cuentos espirituales y el inclasificable Amado Señor. Qué hacer es un viaje onírico a través de cincuenta capítulos cortos que empiezan con la pregunta de un alumno gigante a Alberto y al narrador, una pregunta que no son capaces de responder. El alumno trata de comerse a Alberto y aquí empieza la aventura literaria. En Tres cuentos espirituales un poeta es perseguido por una banda de matones a quienes los sabios de la comunidad pretenden juzgar, un gigante acompañado de su asistente busca a un sastre para que le haga un traje para su velorio, y un hombre que vive atrapado en un pozo es rescatado y convertido en un santo pero debe ocultar su nueva identidad para sobrevivir cuando se dicta una ley que condena a muerte a la gente solidaria. Amado Señor es su libro más raro entre los que he podido leer, una recopilación de cartas dirigidas a un dios que ni siquiera podemos identificar como el dios de una sola religión, pues es una especie de dios transversal, único, totalitario. Son cartas llenas de relatos, metáforas y reflexiones en las que el remitente se mantiene y el destinatario varía en apariencia, dejando entender que ese ser supremo habita en cada rincón del universo: «Vos me hablaste y te vi, y vi que estabas formado por cosas que conocía. Estabas en el humo. Y después estabas en los insectos, incluso en los que nos picaban. Eso decía mi amiga: que vos estabas en los insectos que nos picaban, porque esos insectos nos estaban incluyendo en su mundo y estaban incluyendo su mundo en nosotros. Quizás por eso los escarabajos son tan enigmáticos: porque no pican y no incluyen a nadie en su mundo».
El humor como hilo que conduce la lectura es otro elemento fundamental en la obra de Katchadjian. Una oportunidad es la historia de un narrador que un día decide librarse del embrujo que pende sobre él. Entonces decide consultar su problema con una de las tres brujas que le ha recomendado su amiga Luz. Pero ya ese primer paso supone un desafío, pues el embrujo le impide hacer ciertas cosas, aunque puede entenderse que también es una liberación: «Elegir es una condena: lo ideal es que las cosas se elijan solas, que se propongan como la única opción. Elegir sólo es agradable cuando uno no tiene que pensarlo, pero en ese caso no es elegir, es simplemente hacer algo». Las reflexiones brotan en cada página, el narrador tiene una urgencia y su cabeza no para de maquinar. Es una característica de su obra en conjunto: el lector es invitado a instalarse en la mente del narrador y a pasear por cada rincón de sus pensamientos. Además hay una tendencia a repetir hechos, o sea volver a contarlos con variaciones ligeras, aportando otros puntos de vista y reflexionando una vez más y las que hagan falta sobre lo mismo, como si uno entrara en un laberinto, lo que podría resultar agobiante pero gracias a ese humor que nace de las contradicciones humanas no hay inconveniente en quedarse atrapado.
Camila, otra amiga y dueña de un bar, acompaña al narrador a visitar a la primera bruja. Esta amiga trabaja por el día en un restaurante refinado del que se lleva «botellas de vinos increíbles a medio tomar o casi tomadas del todo para ofrecer copas por poca plata». Al parecer no hay personaje libre de alguna extravagancia, o ingenio para ganarse la vida. Sandra, la bruja, le informa que lo acompaña un egregor, «una especie de monstruo que te interrumpe y molesta». La visita sirve para que la bruja, después de un ritual predecible, deshaga el hechizo y lo proteja, advirtiéndole de que la persona que lo embrujó volverá a intentarlo, y quizás de manera involuntaria, porque hay gente que no sabe que tiene ese poder y a veces sólo busca el bien de sus seres queridos ayudando, y embrujando de paso.
Pese a la advertencia el embrujo vuelve. El narrador se da cuenta cuando quiere ver a Camila pero algo se lo impide. Al final consigue ir a su bar, hablan de su embrujamiento y él decide visitar a otra bruja, Alberta, con quien termina yendo a una discoteca y acostándose. Recién a estas alturas del libro nos enteramos del oficio del narrador, cuando en una historia convencional y, según los consejos que se reparten en los talleres literarios, lo aconsejable es ofrecer esta información desde un inicio: está sin trabajo pero se dedicaba a golpear personas y antes fue policía. Ahora quiere ser escritor y «escribir una novela autobiográfica de autoayuda contando ordenadamente lo que me pasó al tratar de deshacerme del embrujo». Tiene otro amigo, Miguel, que es autor de literatura gauchesca. Y él no deja de meterse en líos, como la pelea en la puerta de una discoteca. La narración se acelera y las contradicciones no cesan. Afirma el narrador que quiere contar ordenadamente lo que le pasó y, sin embargo, se distrae a cada rato, da rodeos eternos cuando tiene la explicación a la vuelta de la esquina. Y he ahí la gracia y la personalidad del libro, estructurado en espiral, nunca hacia delante.
En el segundo capítulo el narrador recibe la visita de dos policías literarios y graba el interrogatorio a escondidas. La situación no deja de ser divertida pese a la obviedad de la representación y su significado. Es, sin duda, la parte menos sugerente del libro, una especie de justificación de este artefacto literario, de la obra de Katchadjian en general. Las preguntas sobre el papel y la importancia de la literatura y sus mutaciones ya estaban presentes en toda la historia, camufladas bajo el disfraz de la autoayuda desde las primeras páginas: «Probablemente la autoayuda sea el mejor género posible, el único realmente válido, y a la vez un género imposible, porque nació estropeado por el comercio y con un nombre ridículo. Así que, pienso, habría que retomar la elección pero no el género, escribir verdaderos textos de autoayuda que no sean del género autoayuda».
Además Una oportunidad es el propio taller de experimentación, aquí se pone a prueba una propuesta arriesgada, casi como una perfomance, resulta muy complicado adivinar lo que vendrá al doblar cada página. Lo confirmo cuando en el siguiente capítulo el narrador encuentra un trabajo nuevo como corresponsal de guerra gracias a un contacto de Miguel. Este amigo lo convence de que un cambio de vida lo liberará del embrujo. Y así llegan las escenas más conmovedoras del libro. No es un cambio de registro, porque no desaparece la ironía, pero hay momentos llenos de belleza que provocan digerirlos de a poco con varias pausas, no son como otros que se releen para estar seguros de la broma que propone Katchadjian.
¿Persiste el embrujo o el narrador logra romper el hechizo? Esto no es lo más importante. Una oportunidad es una invitación para que el lector disfrute con las divagaciones filosóficas sobre aspectos cotidianos, trascendentales, literarios, esotéricos, con una sonrisa, lejos de la seriedad usual que plantean las cuestiones filosóficas, y sin por ello perder el rigor que exige pensar. La prosa es precisa, que nadie espere adornos o un lenguaje duro, aquí el tono de una conversación distendida exige naturalidad. Este libro está escrito para crecer en cada lector. Las interpretaciones no son infinitas, pero me quedo con la parodia de la literatura autobiográfica que subyace desde el inicio y el guiño melvilliano que supone el embrujo. Entre tanta solemnidad literaria que cansa y cansa, se agradece la frescura de Katchadjian.