Fernanda García Lao
Teoría del tacto
Candaya
128 páginas
POR DANIELA TARAZONA

Cuando leemos Teoría del tacto, de Fernanda García Lao, somos testigos de la consistencia de las palabras, a la manera en que un actor en escena saborea la que está diciendo porque viene desde el fondo de sí: la palabra que sustrae la vida en acción, y se nos llena la boca de saliva.

Estos relatos son cuerpos palpitantes. Resuenan la escritura de Lispector, de Marosa di Giorgio, de Margaret Atwood, la de Quiroga ¿la de Felisberto Hernández? ¿la de Edgar Allan Poe?

Es un libro para releerse. Libro criatura que parasita los ojos, que los convierte o los desvela como «ojos en quiste». García Lao conoce las implicaciones colosales de la existencia, cuando escribe: «Uno nace y se incorpora a un asunto cruel, en movimiento». Y en «Para no sentir», uno de los relatos de este libro, se lee: «Desde que soy solo, la carne me acompaña distinto, y quien dice carne dice palabra». La escritura de Fernanda García Lao es eléctrica. El cuerpo vivo es electricidad, sus palabras son carne encendida.

La autora consigue la crueldad a través de la belleza o al revés o las dos cosas. Hay, de frase en frase, de una imagen a otra, la continuación de un impulso tan voraz como el de una célula, y los textos se bordan así, medio extrañas mórulas, particulares criaturas: «Cada latido, una pezuña», leemos.

Me gustaría quedarme a vivir en el relato «Las crueles». A pesar de todo. Y ser otra vez la «Gaviota en mi lugar», otro relato que me llamó desde el origen de lo propio, desde las raíces terrosas.

Hay, además, párrafos que sobresalen del texto, como trenzas, como pelos largos que abonan a ese carácter inquietante y conmovedor de su escritura. Son pelos-disfraz, son costuras macabras. Además, el ritmo, el dominio del vaivén y la sonoridad. «Caza y pesca», por ejemplo, un cuento que es poema, como lo es también «Segundo acto».

Desde la «Gracia del mundo», el cuento que abre el libro, el viaje se anuncia a través de umbrales: cuando la muerte acecha a un ser querido; el misterio de lo que permanece oculto para siempre; los ángulos macabros de la realidad; la familia asfixiante, los padres como una loza; los vientres de alquiler; la orfandad y su ligereza feliz; la intervención de la tecnología en los deseos; las miradas horribles de habitantes insertados en la convivencia o las identidades temblorosas interrumpidas por las acciones de los otros.

El tema de la herencia atraviesa como una flecha envenenada de vida. El sabor de la crueldad y el deseo vinculan los reinos intempestivos de los personajes. Pareciera que, al internarnos en cada cuento, quebráramos también el tiempo: son historias con inicios disueltos, pero gestadas hace miles de años.

La escritura de Fernanda García Lao es feroz, inclemente y la piedad dispara imágenes como bocados gordos. Son cuentos desplazados por los huecos del tiempo, como bichos en las esquinas de un cuarto. La variedad de criaturas nos hace comprender por qué la narradora dice en «Mis dos hemisferios», el cuento que cierra el libro: «En breve mi cáscara será perfecta. Quiero mimetizarme para sobrevivir». Y esta condición camaleónica en Teoría del tacto asombra por su contundencia.

García Lao es narradora, dramaturga y poeta, ha publicado siete novelas, tres libros de poemas y dos libros de cuento al que se suma ahora Teoría del tacto. En su escritura se ha distinguido la voluntad de atravesar la muerte. «Contra la muerte, decido escribir. Me obligo a fracasar», leemos en el cuento final, y desde esta contradicción que guarda el deseo de respirar con las palabras y fallarse, García Lao viaja hacia el centro de la tierra interior de sus personajes y allí, como exploradora antigua, trae al mundo el corazón de esos seres ultrapasados que vamos siendo. Su escritura implacable es, sin embargo, orgánica, como si el deseo no pudiera definirse nunca.

Y cerraremos el libro para volverlo a abrir porque está construido con frases que aparecen después de darle la vuelta al mundo o de atravesarlo, frases de saliva fresca que dibujan las entrañas de los pensamientos de sus habitantes, y abriremos otra vez el libro pues dentro de sus páginas: «Un huevo marrón es el centro del nido».