POR BELÉN BLÁZQUEZ VILAPLANA
A MODO DE INTRODUCCIÓN

Acercarse al conocimiento de la obra de las mujeres poetas españolas que escribieron durante la guerra civil y el franquismo en España es hacerlo a autoras que estuvieron olvidadas en muchos casos, silenciadas la mayor parte de las veces y relegadas a un segundo o tercer plano casi siempre. Fueron mujeres que tuvieron que lidiar varias batallas al mismo tiempo, en una época en donde a las consecuencias de la contienda y de la dictadura que sufrieron sus homólogos masculinos tuvieron que unir «los inconvenientes añadidos de los prejuicios acarreados por su condición femenina»[i]. El triunfo del General Franco supuso un retroceso de los derechos de las mujeres en relación a las décadas anteriores, sobre todo, de la época de la República. La mujer pasó a ocupar sólo el ámbito doméstico y el papel de madre y amante esposa, dejando el espacio público y todo lo que suponía para el desarrollo personal y profesional de las mismas, como un lugar acotado al que no podían entrar. Se convirtieron en una simple prolongación, sin voz ni voto, de sus maridos, padres y/o hermanos, cuando no en defensoras y transmisoras tanto dentro como fuera del ámbito familiar de los preceptos de la Iglesia Católica y, por tanto, sin posibilidad de acceder, entre otros derechos, al divorcio ni, lógicamente, a ningún método anticonceptivo, puesto que rompía el sagrado deber de tener descendencia[ii]. Sin embargo, y a pesar del escenario en que les tocó vivir, hubo un grupo de mujeres que se opusieron al ostracismo y utilizaron la poesía, la expresión escrita, para dejar constancia de sus inquietudes, sus anhelos, sus deseos de alzar la voz y gritarles al mundo que estaban vivas. Que eran sujetos que querían traspasar los límites derivados de su condición de género, de la sociedad patriarcal que las enmudecía y romper así con el exilio interior y exterior que el régimen franquista quería imponerles. Sin hacer una enumeración exhaustiva[iii], pero con la intención de que se conozcan sus nombres, podemos citar entre otras –siguiendo distintas recopilaciones revisadas– a Elena Andrés, Esther Andreis, María Victoria Atencia, María Beneyto, Ana Inés Bonnin, Gloria Calvo, María Cegarra, María Teresa Cervantes, Carmen Conde, Rosa Chacel, Mercedes Chamorrro, Aurora de Albornoz, Ernestina de Champourcin, Alfonsa de la Torre, Josefina De la Torre, Pilar de Valderrama, Ángela Figuera, María de los Reyes Fuentes, Gloria Fuertes, Angelina Gatell, Clemencia Laborda, María Elvira Lacaci, Cristina Lacasa, Concha Lagos, Adelaida las Santas, Mª Pilar López, Chona Madera, Susana March, Elena Martín Vivaldi, Concha Méndez, Trina Mercader, Eduarda Moro, Elisabeth Mulder, Pino Ojeda, Nuria Parés, Pilar Paz Pasamar, Luz Pozo Garza, Marina Romero, Josefina Romo, Lucía Sánchez Saornil, Julia Uceda, Pura Vázquez, Celia Viñas y Concha Zardoya[iv]. Todas y cada una de ellas nos permitirían contar una parte de la historia de España y de las penurias y dificultades que tuvieron que pasar por ser mujer y poetas, en algunos casos desde el exilio y en otros desde dentro y bajo las normas y los dictados impuestos por el régimen franquista. En los últimos años algunas de estas autoras se han convertido en objeto de investigación y sus nombres se han ido transmitiendo y ocupando un lugar destacado en los anales de la poesía española, pero hay otras de las que apenas se recuerdan sus obras si no es por especialistas en la materia, cayendo así en el olvido. Junto a ellas, hay otros muchos casos, como ocurre en el que aquí nos ocupa, donde el conocimiento y la difusión de su poesía ha pasado por distintas etapas, las cuales han salido a la luz gracias al interés personal de familiares y amigos por mantener viva su voz. En cualquier caso, siempre hay que realizar el análisis y el acercamiento a la obra de estas autoras desde la heroicidad que suponía ser mujer y poeta en un régimen como el impuesto tras la Guerra Civil, donde era considerada un ser inferior, dedicada al cuidado de los padres e hijos, supeditaba siempre a los dictados y creencias de los hombres y sin poder de decisión en aquello que les afectaba en su día a día[v].

Las siguientes páginas se centrarán en una de estas poetas, Ángela Figuera Aymerich, considerada una de las voces poéticas más importantes de la posguerra. El objetivo es dar a conocer algunos de los rasgos y de los elementos más sobresalientes de su vida y de su obra. El descubrimiento de su poesía, de su biografía, es contar el «día a día de una intelectual que quiere mantener intacta su dignidad, que es consciente de su género y no quiere someterse, ni quiere ser sumisa tal y como se pretendía que fuese en aquella España de espada y sotana»[vi]. Esta autora, vasca en Madrid, difícilmente encasillable en una generación, antifranquista, madre, catedrática de literatura, defensora del papel social y activo de la mujer frente al patriarcado de la época, entre otros muchos atributos identificativos, ha sido reclamada por aquellos que defienden la necesidad de conocer su obra para entender la realidad literaria de los años 50 en España, así como por el papel de puente que realizó entre diversas sensibilidades y entre aquellos y aquellas que tuvieron que salir al exilio o la disidencia tras el triunfo del régimen franquista y los que se quedaron dentro de las fronteras[vii]. Sin olvidar, tampoco, la combinación que hizo en sus textos del uso de su condición de mujer –sobre todo, a través de la sensualidad expresada por el cuerpo femenino en su poesía– con la de ciudadana que pide justicia social.  Este trabajo no busca profundizar en el análisis de sus poemas, ni encuadrarse en algunas de las múltiples interpretaciones que sobre los mismos tenemos[viii], sino aportar algunas pinceladas que abran el interés por conocer su trabajo y por adentrarse en los mundos que a través de éste quería mostrarnos. En palabras de Iker González-Allende[ix], «la riqueza que encierran sus poemas posibilita la variedad de interpretaciones y la posibilidad de que surjan nuevos planteamientos y análisis». Porque con Ángela Figuera Aymerich nunca podemos decir que está todo dicho.

 

PINCELADAS BIOGRÁFICAS

Ángela Figuera Aymerich nace en Bilbao[x] en 1902, en el seno de una familia de clase media y muere en Madrid en 1984. Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal formando parte de la primera promoción de mujeres en la península que consigue el título de bachiller. Eligió estudiar Filosofía y Letras aunque el deseo de realizar estos estudios le supuso tener que paralizar los mismos durante dos años porque su padre quería que estudiara y se formara para ser dentista. Finalmente comienza los estudios como alumna libre, examinándose en Valladolid. Mientras está en Bilbao acontece el temprano fallecimiento de su padre, en 1926, que hace que se tenga que poner a trabajar para poder ayudar al mantenimiento de la familia, yéndose a Madrid donde continúa sus estudios. Fue en esta ciudad donde estrechó lazos con su primo Julio Figuera, con el que finalmente acabaría casándose y donde, tras varios acontecimientos, la familia termina instalándose. Desde entonces serán escasas las ocasiones en que volvió a Bilbao. Impartió, tras obtener plaza de Catedrática de instituto, clases de lengua y literatura en Huelva (1932), Alcoy (1937) y Molina de Segura, Murcia (1938). Durante su estancia en Huelva tuvo lugar uno de los sucesos más dolorosos de su vida, el fallecimiento de su primer hijo en el parto. En 1936, encontrándose en Madrid con objeto de realizar un cursillo que necesitaba para ser confirmada como Catedrática de Instituto, estalló la guerra civil, acontecimiento que cambiaría su vida. Su marido se alistó en el bando republicano y ella esperaría en ese Madrid acosado por el racionamiento y las bombas el nacimiento del que sería su único hijo. Fue en esos años, según algunas autoras, cuando deja de creer en Dios y en la Iglesia que tanto apoyaba a Franco[xi]. Durante los siguientes años su marido se movió por distintos puntos de la geografía española con motivo de la contienda civil y en un primer momento ella, tras una evacuación a Valencia, consiguió su traslado a Alcoy y Molina de Segura para estar cerca de él. El triunfo del General Franco conllevó que fuera apartada de la docencia por sus convicciones republicanas: «Aunque escribe poemas desde la infancia, la guerra dificulta su actividad literaria. Estos terribles años dejan una huella profunda en la autora e influirán en toda su obra posterior»[xii].

Tras la guerra vuelven a Madrid, solicitando en el año 39 poder participar en las oposiciones al cuerpo de catedráticas de instituto, solicitud que recibió una respuesta negativa por el nuevo régimen. Apartada ella y su marido de sus profesiones por su relación con el bando perdedor de la guerra civil, se dedicó esos años a leer, escribir, traducir y, sobre todo, a la familia. Estas preocupaciones quedan recogidas en su primera obra. Posteriormente acompaña a su marido a Soria, ciudad que le influye de manera significativa en sus poemas y en la evocación que en los mismos hace a los paisajes de Antonio Machado. En 1952 comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional de Madrid y en el «Bibliobús», cuya labor era llevar a los barrios marginales y periféricos de Madrid la literatura y los hábitos de lectura. En 1957 recibe una beca para estudiar literatura en París, lo que le permitió gozar de una libertad, aunque efímera, nueva para ella, tanto por salir del encorsetamiento del régimen franquista como de sus obligaciones familiares. Allí se entrevista con Pablo Neruda, el cual le entrega una carta para los poetas españoles, mostrándole su deseo de encuentro y comunicación con los exiliados. En los últimos años de su vida está apartada del mundo de la poesía y de los círculos literarios y artísticos que frecuentaba mientras residía en Madrid[xiii], al trasladarse con su marido por cuestiones profesionales a Avilés. Tras la jubilación de éste en 1971 vuelven a Madrid, no escribiendo nada hasta el nacimiento de su nieta, a la cual le dedica dos libros de cuentos.