«[…] La poesía de Lezama –afirma ella–, que es acción y no contemplación, se sitúa, a pesar de sus complicadas y a veces cristalinas formas, en ese lugar primario que corresponde a la poesía que se adentra en la realidad despertándola y despertándose». Porque «no es la transparencia –condición de identidad– el imán de la poesía, sino ese otro indefinible género de unidad oscura y palpitante […]. “Rapsodia para el mulo” nos parece encerrar en lo posible el secreto de su poesía, la definición más clara de su acción, que brota más luminosa en poemas tales como “Noche insular, jardines invisibles”». Los conocedores de la bibliografía indirecta de Lezama coincidimos en otorgarle a sus apreciaciones un lugar privilegiado, como sostuve en mi ensayo sobre la amistad entre ellos (Prats Sariol, 2015, p. 73 y ss.). Ella leía demasiado bien, rompía de paso en cada apreciación crítica los prejuicios –muchas veces solapados– a su condición de mujer.

Tras Lezama pasa rápido pero con cariño por los poemas del sacerdote Ángel Gaztelu, también traductor de poetas latinos. Aquí estamos ante la primera muestra en miniatura de cómo usa un rápido silencio o la desviación a reflexiones filosóficas o artísticas –a las que, además, era adicta– para no dar un juicio de valor. Aun así, resulta en exceso meliorativa. Sobre todo al final del párrafo, cuando afirma con más bondad y cariño que «la poesía de Gaztelu se desenvuelve, alcanza el canto, llega a ser música, es decir, serenidad, medida, cifra de plena belleza, armonía».

Más breves, casi de un instante, son las palabras dedicadas a Octavio Smith. Aunque entonces, 1948, ya tenía veintisiete años, no había escrito sus poemas más característicos, dueños de una musicalidad que María Zambrano intuye, oye: «Poesía numérica, a salvo de lo numerable».

De inmediato alude a Virgilio Piñera. Lo define y elogia con una nitidez admirable. Con su poesía no escatima palabras. En un largo párrafo, tras caracterizar su modo de ascesis, dice: «Ha querido que el poeta esté por su ausencia, que es la manera más persistente de estar». Y añade: «Y así tiene su poesía mucho de confesión al revés, en que, retrayéndose, el poeta presenta las cosas sueltas, diríamos, declinando la responsabilidad. Poesía de alguien que es cuestión para sí mismo, sometido a crítica, ante sí, en la raíz de su existencia». No conozco mejores frases sobre los poemas del gran dramaturgo. Aquí sí que María Zambrano, como con Lezama, no limita aclamaciones: «[…] Como en el logrado –perfecto– poema “Vida de Flora”». No creo que este exacto juicio le fuera muy agradable a Cintio Vitier, tan distante en pensamiento y poética de Virgilio Piñera. Pero ella –tal vez al tanto– no detiene sus aclamaciones. Las fronteras de su modo de leer no contemplan concesiones que amordacen sus puntos de vista. No llega a hablar mal –salvo de sus coterráneos fascistas–, pero no calla ponderaciones, sea en Hacia un saber del alma o en Persona y democracia, en El hombre y lo divino o en La tumba de Antígona

Tras Virgilio Piñera se refiere a Fina García Marruz, la más fuerte poeta cubana hasta hoy. Como siempre, su mirada capta en los poemas de la antología la excepcionalidad que dentro de su aparente sencillez deslinda la obra de esta autora, hoy la única sobreviviente del grupo y entre los más relevantes poetas del idioma. De ella dice: «[…] Recogida, envuelta en su propia alma, realiza esa hazaña que es escribir sin romper el silencio, la quietud profunda del ser. Por donde cabe esperar de ella algo que ya ha hecho en la “Transfiguración de Jesús del Monte”, pero también más: una palabra sola, única». El canon de María Zambrano casi nunca falla. Y aquí, en esta recensión-ensayo, nunca se equivoca en las valoraciones de las voces decisivas, es decir, de José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Gastón Baquero, Fina García Marruz, Eliseo Diego y Cintio Vitier.

Tras el párrafo a su querida amiga Fina –tuve el privilegio de llevarle a Madrid una carta de Fina y Cintio, en 1989– se ocupa, sin tanta detención, de Cintio Vitier, que se autoantologa en el volumen. Luego de relacionarlo con la poesía de Gastón Baquero, casi en una insinuación de dependencia, termina con una oración que se refiere a los motivos temáticos, no a la calidad versal: «Nostalgia sostenida por la memoria no del tiempo que corre, sino de las cualidades que lo trascienden». De nuevo demuestra que su modo de leer y comunicar sus impresiones ha sido paso a paso, pensando en los porqué, sin soltar nada gratuito.

Vuelve casi imperceptiblemente el entusiasmo cuando se refiere a Eliseo Diego, en quien admira que se adentre «en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma […]. Poesía, la de Diego, que resulta tan solo de una simple acción, prestar el alma, la propia única alma a las cosas para que en ellas se mantengan en un claro orden, para que encuentren la anchura de espacio y del tiempo, todo el tiempo que necesitan para hacer y que en la vida no se les concede».

Después vuelve en una ráfaga a Octavio Smith y su «recatado delirio», con lo que hace obvia la asociación con Eliseo Diego. Y termina mencionando al último de los antologados: Lorenzo García Vega (1926), cuya «alegría» parece otorgar al libro –según el generoso parecer de ella– una «poesía coral que roza por momentos el himno».

Leer «La Cuba secreta» de María Zambrano es abrirnos a la diversidad; concordar con ella en la necesidad de una ciencia de la piedad, que es «saber tratar con lo otro»; agradecerle que haya escrito: «Saber tratar, sí, con lo diverso, con los distintos planos de la realidad que, al ser armonía, ha de ser múltiple. Saber tratar con lo cualitativamente diferente: tender puentes entre los abismos “existenciales”, que hoy se diría. Saber tratar con la mujer, el loco y el enfermo; saber tratar con el mundo que es siempre lo otro –el no yo–. Saber tratar con lo sagrado, poniéndose una máscara cuando hace falta y callar a tiempo; saber de conjuros y de exorcismos; poder descender a los infiernos una y otra vez, y hasta saber morir en vida todas las veces que haga falta. Saber tratar con los muertos y con sus sombras. Y sobre todo, sobre todo, saber tratar con lo otro en sentido inminente: el otro».

Creo que no hace falta releer la Declaración Universal de Derechos Humanos –aprobada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, y ratificada por Cuba en esa fecha– para aplaudir el espíritu a favor de la dignidad y de los derechos «de todos los miembros de la familia humana», de convivencia democrática y respeto a la libertad de palabra y de creencias que María Zambrano brillantemente resume en ese «el otro» del párrafo de su carta-polémica con Alfonso Reyes –a propósito del olimpismo imperial de Goethe y su proclamada falta de «prenda a pagar»– que acabo de citar. Ese es el espíritu que observamos como decisivo en su acercamiento a «La Cuba secreta», premisa que la impele en cada una de sus aventuras intelectuales.

¿Cómo leía María Zambrano a Cuba? Resumo la sinécdoque –sus textos «cubanos» por todo lo que escribió–, donde ella coincide en su forma de lectura con el sabio consejo que Harold Bloom toma de su ídolo como crítico literario, Samuel Johnson: no rodar por relativismos apreciativos, generalmente retóricos, hipócritas. Nos leía con la generosidad de un amor que dejaba a sus silencios y aparentes elipsis y omisiones las valoraciones negativas, reproches y depreciaciones. Nos leía desde su crítica a los racionalismos exegéticos que olvidan las decisivas «razones del corazón». De ahí que su mejor amigo y admirador cubano, José Lezama Lima, le dijera en los versos finales del poema «María Zambrano»: «Vivirla, sentirla llegar como una nube, // es como tomar una copa de vino // y hundirnos en su légamo. // Ella todavía puede despedirse // abrazada con Araceli, // pero siempre retorna como una luz temblorosa». Nos leía «como una luz temblorosa».

 

BIBLIOGRAFÍA

Ortega y Gasset, José. La rebelión de las masas, Revista de Occidente, Madrid, 1956 (30 edición).

Prats Sariol, José. «María Zambrano-Lezama Lima», Leer por gusto, Pluvia, Hudson (EE. UU.), 2015, p. 73 y ss. :

Vitier, Cintio. Diez poetas cubanos (1937-1940), Ediciones Orígenes, La Habana, 1948.

Zambrano, María. «La Cuba secreta», Orígenes, 20, 1948, pp. 3-9.

  • Obras completas, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011-2016.
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