Daniel Mella
Lava
HUM (Uruguay) y Comba (España)
168 páginas
POR ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Celebrado como uno de los escritores uruguayos más destacados de su generación, Daniel Mella (Montevideo, 1976) publicó su primera novela, Pogo (1997), a los veintiún años. Después vinieron Derretimiento (1998), Noviembre (2000), El hermano mayor (2016) y Visiones para Emma (2020). Lava apareció por primera vez en 2013, obtuvo el Premio Bartolomé Hidalgo y como algunos de los libros del autor ha sido publicado también en España.

Son siete cuentos los reunidos. «Lava» es un viaje al enigma, con presencias amenazantes que recuerdan a algunos de los cuentos de Mariana Enriquez. Una pareja viaja a las inmediaciones de un volcán, pero lejos de ser unas vacaciones idílicas la estancia tiene un contrapunto hosco y sombrío. Se montan en una furgoneta que transporta magachinas, sea esto lo que sea (no es «bueno hablar de ellas en su presencia»). Ella cree estar embarazada. La elipsis tiene aquí un papel fundamental. Siempre asusta más lo no visto que lo visible, y de esto sabía mucho Horacio Quiroga, compatriota de Mella, en cuyos relatos también lo desconocido llega a ser una opresiva hostilidad. También está el desconocido idioma que en el poblado hablan los nativos mezclado con el español. Y el extraño ataque que ella sufre, y su remedio. Según el hombre que les alquila la habitación, el mal que padece lo ha ocasionado un árbol a cuya sombra se ha sentado. Todo está como en fantasma en este relato: las elusivas magachinas, el peligroso árbol reticente, la lava no vista, el viento que suena pero se queda donde el volcán, el posible embarazo.

«Bocanada» se desarrolla en una maternidad, donde una recién nacida permanece hasta que le dan el alta a la madre, una vez realizadas unas pruebas. Ya se aprecia desapego entre los padres. Cuando él la carga sin cariño alguno, la madre piensa: «Me dio la impresión de que la gorda, toda nueva, con sus sentidos todos vírgenes, podía sentir el vacío en el corazón de su padre». Pero luego también ella tiene una actitud irresponsable en el taxi que los lleva por fin a casa. El relato se resuelve en incomunicación, una de las contantes en estas narraciones.

El protagonista de «La esperanza de ver» es un niño que monta en bicicleta, y como en otros cuentos de la colección, el sueño, los sueños tienen su importancia. También él lleva un diario, como hará el adolescente de otro de los cuentos. Diario y sueños se confunden, como la literatura y la vida, al fin, porque el niño anota como sucedidas cosas que imagina que hace con una niña ciega que lo obsesiona. Concluye con una mentira. Como en el progreso que tiene lugar en la colección de cuentos de Joyce, Dublineses, aquí en Lava se da una gradación desde el surgir de la vida hasta su desaparición, y los relatos siguen más o menos ese orden cronológico. «Túpelo» es narrado en primera persona por un joven. Hay aquí una sucesión de pequeñas historias (alguna hasta parece estorbar el fluir de la desvaída trama) que desembocan en un sótano donde una actriz realiza con su cuerpo evoluciones que son hipnóticas figuras, sombras chinescas. El fin abrupto del espectáculo es el abrupto fin del cuento.

«Ahora que sabemos» narra la desintegración de un núcleo familiar. Las palabras no dichas, las elipsis voluntarias o por desidia desembocan en la ruptura, sobre la que sobrevuela el ineludible tema del envejecimiento y los cuidados que precisan los ancianos, las cargas que son para su entorno. «La emoción de volar» supone una interrupción en esa secuencia lineal de edades y ordalías a las que el tiempo somete a los humanos: aquí, el diario de un quinceañero que, como sucedió con Mella, juega al baloncesto (o basquetbol, en su escritura) y crece como mormón. Con el lenguaje pertinente asistimos a enamoramientos eternos y tiernos que acaban pronto, así como a argumentaciones religiosas que los años privarán de contenido.

«Lámpara», en fin, presenta la decadencia y muerte de un personaje singular que acaba arruinado en todos los sentidos, él que antes se aparecía al narrador del cuento como ídolo y «una especie de autoridad en el tema de la muerte». Llegada la última página, dan ganas de releer.