Miguel Ángel Oeste
Vengo de ese miedo
Tusquets
304 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Vengo de ese miedo, la espectacular y estremecedora última novela de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972), viene a cerrar por todo lo alto una suerte de trilogía sensorial y sentimental construida literariamente sobre las esquirlas de la durísima infancia y adolescencia vivida por su autor. Dicha trilogía (involuntaria, claro está), escrita a lo largo de una década, estaría conformada por las también fantásticas Bobby Logan (Zut, 2011) y Arena (Tusquets, 2020), en la medida en que comparten (entre otros elementos) un mismo paisanaje, desplegado alrededor de los días calurosos y las noches sin fin de las playas malagueñas de finales de los noventa del pasado siglo. En todas ellas, la fisicidad tiene una importancia capital, toda vez que el sudor o el salitre, también los silencios y las respiraciones, hacen las veces de argamasa narrativa. Son novelas que, a pesar de transcurrir bajo aquel «sol de Andalucía embotellado», arrastran en su interior un halo de tristeza imponente, y ahora sabemos que nada impostado, pues toda la lógica estética de este atípico mundo literario se ha visto densificada gracias a la publicación de Vengo de ese miedo, donde Oeste descorre definitivamente la cortina que ocultaba los demonios conformadores de aquella incómoda y trágica verdad que rezumaban sus anteriores textos, una verdad que nos explotará en la cara al asomarnos al interior de esta su nueva novela.

Es sin embargo el proceso de desvelamiento, más que el trágico descubrimiento en sí (de un padre infernal, de una madre abducida, de un entorno cómplice…), el que se erige como el verdadero motor y hallazgo de Vengo de ese miedo. Oeste tira de tics narrativos propios de la novela de género, desde la de terror a la detectivesca, para hacer tan impactante el quest que plantea hacia las profundidades identitarias de su (por llamarla de alguna manera) disfuncional familia. El hecho de que los personajes que por estas páginas pululan sean tan dolientes (tanto como es capaz de transmitir la más pura de las ficciones), o el que las angustiosas situaciones de maltrato y humillación que se describen consigan subyugar de forma tan letal al lector (no tanto por su dureza sino por el grado de honestidad literaria que albergan), depende en última instancia de la compleja y sutil propuesta narrativa que contiene la novela. Vengo de ese miedo puede leerse así como un elocuente híbrido entre Mis rincones oscuros (1996), de James Ellroy, y Nada se opone a la noche (2011), de Delphine de Vigan, toda vez que el espíritu que sobrevuela la obra de Oeste parece haberse inspirado en el de la impactante crónica familiar firmada por la escritora francesa (suya es la frase que principia la novela), siendo no obstante la prosa seca y efectiva del estadounidense la que percute todo el texto. Por debajo de ambas referencias circula en cualquier caso la propia historia de la escritura de la novela, que en un juego metanarrativo complejo marcará los ritmos de la narración, que a ratos se vuelve torpe o repetitiva, lanzada o dubitativa, bañada en odio y resentimiento, a veces incluso comprensiva y misericordiosa. El lector experimentará así el proceso de escritura en sus carnes, presenciará los distintos estados de ánimo, de la rabia a la desesperación, por los que pasará el narrador en su bajada hacia las profundidades paternas. Y es sin duda esta arriesgada decisión formal (habrá de hecho quien pueda interpretar dejadez en la escritura en determinados momentos) la que otorga a Vengo de ese miedo su principal particularidad, pues acordemos ya que no existen en la literatura española reciente muchas otras novelas así escritas.

Con todo, qué duda cabe que el complejo y terrorífico retrato que se hace del personaje del padre actúa como un agujero negro cuando aparece, en la medida en que se come o anula cuanto hay a su alrededor. Su presencia, cuando no peor su ausencia, impregna cada página del miedo sustantivo y mayúsculo al que hace referencia el título de la novela. Pocas escenas habrán leído más terroríficas que aquellas en las que aquí se describe al joven protagonista encerrado en su cuarto, parapetado por un ejército de cerrojos interiores, temeroso de que vuelvan a sonar los golpes en la puerta, de que comience a tambalearse (de nuevo) su frágil mundo interior. La casa familiar será descrita a su vez como un auténtico campo de batalla. Las paredes sudan suciedad, el olor a tabaco, a sexo, a podredumbre, impregnarán la lectura. Vengo de ese miedo no es una novela amable, pero es justo reconocer que tampoco es una novela que se regodee en su propia oscuridad. Oeste no solo dosifica inteligentemente el horror doméstico al que somete a su yo personaje, sino que es capaz de trasladar la misma tensión narrativa al proceso de investigación familiar (y que permite mirar y hasta juzgar desde el presente lo ocurrido en el pasado) que cose toda la propuesta.

Sentado lo anterior, sería absurdo negar que el morbo de lo autobiográfico repercute indudablemente en la lectura de Vengo de ese miedo. Oeste juega de hecho muy conscientemente con estos espejos deformados de la realidad, al hacernos partícipes del trauma revelando su verdadero nombre en la novela. Esta necesaria identificación entre autor-protagonista añade lógicamente una capa adicional de lectura, no ya tanto válida para el entendimiento de la propia Vengo de ese miedo como de sus textos anteriores, como se apuntaba al principio de esta reseña. Piénsese así, por todas, en la truculenta muerte de la madre en Arena, que cobra ahora una carnalidad diferente y permite comprender mejor el modo en que Oeste trabaja el moldeado de sus ficciones. Lo anterior pone en realidad de relieve que considerar a Vengo de ese miedo como un mero relato de terror doméstico, o como un relato puramente autobiográfico, una suerte de vomitera expiatoria, sería del todo reduccionista, pues en sus páginas puede (y debe) oírse (sobre todo) el latido de una historia a su manera luminosa de supervivencia, gracias además fundamentalmente a la cultura. No ha de tomarse por tanto como anecdótico que el narrador se oculte de su infierno particular bajo las páginas de los cómics que lee y dibuja, papeles que el padre romperá con saña continuamente a modo de castigo psicológico, no ya tanto por las posibilidades de evasión que contienen sino por el potencial creativo e intelectual que encierran. Al niño se le tiene prohibido saber más cosas que el padre, sabedor quizás inconscientemente de que en el conocimiento está la salvación. Resultan así intensamente hondas las escuetas pero fundamentales referencias al personaje de Daredevil, «el hombre sin miedo», en un potente ejercicio de paralelismo referencial equivalente en impacto al que ya incluyera en su Bobby Logan a partir de las ensoñaciones que provocaba en aquellos jóvenes surferos el visionado de una película como El gran miércoles, de John Milius. La cultura popular parece quedar así siempre elevada a filosofía de vida en los textos de Oeste. Según se mire, Vengo de ese miedo es también una novela de superhéroes.

Esta genuina mirada «pop» (tan atípica, por otro lado, en la literatura española) no es, sin embargo, una nostálgica. En Vengo de ese miedo se nos muestra de hecho la cara oscura del lugar y el momento histórico en el que sus padres se conocieron, hoy inevitablemente revestido de una pátina de transgresión ética, de atractivo estético, por culpa del paso del tiempo. La Costa del Sol de finales de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo ha quedado ya positivada colectivamente como lo más parecido a un purificador cielo abierto en medio del último franquismo latente. Pero detrás del calmado azul de las piscinas, de los grasientos bronceados internacionales, se agazaparon interminables noches de orgías y drogas, ambientes poco propicios para criar a un hijo, ambientes también corrompedores para quien no los viviese al ritmo requerido. Oeste nos enseña así, desde lo particular, desde lo familiar, desde lo cotidiano, la cara b del descontrolado y vertiginoso proceso de modernidad en el que se vio sumergido entonces España.

Por su inexpugnable singularidad, por los indudables riesgos personales y literarios tomados, por la insobornable honestidad de la propuesta y, en última instancia, por lo inconscientemente ambicioso del conjunto (capaz de retratar la deriva moral de todo un país a partir de los restos de un drama particular que deviene por el camino en colectivo), Vengo de ese miedo se erige como un monumento dentro de nuestra narrativa memorialística más reciente, una novela que con el tiempo, atisba uno, abrirá caminos insospechados en la literatura española sobre todo lo que todavía no nos hemos atrevido a literaturizar.