Menchu Gutiérrez
Siete pasos más tarde. Una poética de las medidas del tiempo
Siruela, Madrid, 2017
224 páginas, 15.95 € (ebook 9.99 €)
POR JUAN ÁNGEL JURISTO 

 

Pocos casos hay en la literatura española actual como el de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), donde se aúnan en implacable coherencia todos los géneros que frecuenta. Parecería que ya desde su primera obra, Basenji, todos los elementos presentes en su obra posterior estaban ya en cierta manera implícitos en este relato. Así, la búsqueda interior como elemento determinante en la existencia de los personajes: la muerte como motor de la propia escritura y, además, como camino último en la conciencia del personaje en esa búsqueda interior y, por ende, la creación de un paisaje que se corresponde en el ámbito de lo simbólico con la identidad de los personajes que en ese paisaje se mueven. Muchos años antes, un joven Julien Gracq publica su primera novela, En el castillo de Argol (1938), donde recrea el mito de Parsifal, es decir, el mito de la caída que el autor de La ribera de las Sirtes quiere se dé en clave demoniaca. Escrita en la tradición del alto estilo francés, con una sintaxis que sorprende por su extremada perfección y resonancia, Julien Gracq se plantea en el prólogo que acompaña a la narración la manera de poder actualizar los mitos, de hacerlos presente y, por lo tanto, válidos para su pervivencia en las conciencias de hoy día: «Dado que la explicación simbólica es, por regla general, un empobrecimiento muy bufo de la parte invasora de contingente que siempre oculta la vida real o imaginaria, puede ser sustituida con ventaja, y excluyendo toda idea indicadora, por la sola mención bruta y muy accesible, en torno a cada suceso, de las circunstancias fuertes y de las circunstancias débiles en todos los casos, y en éste en particular. El vigor, convincente por sí mismo, de “lo dado”, como dice tan magníficamente la metafísica, tanto en un libro como en la vida, debería excluir por siempre cualquiera de las escapatorias de la necia fantasmagoría simbólica e incitarnos de una vez por todas a un acto decisivo de purificación». Años antes, en Bruselas, en 1920, otro escritor adscrito, como Gracq, en un futuro próximo a la órbita de André Breton, Franz Hellens, publica Mélusine, libro que recibió todos los elogios posibles de Henri Michaux, y donde hace realidad esa querencia de Graq al actualizar el mito del hada Melusina, condenada cada sábado a ver cómo la parte inferior de su cuerpo se convierte en serpiente, mito inspirador de la novela medieval de Jean d’Arras y, posteriormente, de la poesía romántica alemana, de Grillparzer a Franz Brentano, pasando por Goethe, que escribe un cuento fantástico, «La nueva Melusina», donde otorga cierta gracia dieciochesca a un mito tan dúctil que ya Paracelso era capaz de llamar «melusinas» a todas las ondinas pecadoras.

Todas estas ilustres referencias sugieren un camino, una indagación, que los surrealistas llevaron al paroxismo, en el que se inscribe la obra de Menchu Gutiérrez. Otorgar pervivencia al mito, pero actualizándolo y, como sugería Gracq, eliminando esa atractiva hojarasca del simbolismo fantasmagórico. Esta pervivencia es propia de sus poemarios, desde El grillo, la luz y la novia a La mano muerta cuenta el dinero de la vida, pasando por De barro la memoria y La mordedura blanca, y, desde luego, está muy desarrollada, aunque en forma de paisaje o marco narrativo de fuerte tendencia abstracta, en sus novelas, la citada Basenji, y en Viaje de estudios, La tabla de las mareas, La mujer ensimismada o Latente. Por otra parte, hay que decir que en un ensayo que publicó en 2011, Decir la nieve, su segunda incursión en el género desde que en 2003 publicara un estudio sobre san Juan de la Cruz, esa tendencia se materializa en un modo de enfrentarse al mismo de manera harto curiosa, a veces, se diría que escribe elevando a cotas extrañas por su radicalidad el modo sincrético de que hizo gala María Zambrano en sus libros más afortunados.

Esta utilización recuerda otras escrituras, por ejemplo, las aforísticas de Ernst Jünger, y ello se ve de forma muy clara en el ensayo que nos ocupa, Siete pasos más tarde. Una poética de las medidas del tiempo, donde la metáfora se enseñorea de lo expuesto. Pasó con su primer libro de ensayos, donde la nieve se transforma de fenómeno meteorológico en metáfora cargada de sentidos existenciales, y pasa en este libro, donde la metáfora es ese concepto escurridizo del tiempo y la experiencia que del mismo tenemos. Así, puede suceder que a aquel que lo experimenta de manera lineal, al modo de un medidor cronométrico, lo suceda el que lo ve como laberinto, como el poeta sueco Tomas Tranströmer, haciendo justa esa «sucesión nunca igual de las horas iguales», en definición de Fernando Pessoa.

El libro, por otra parte, carece de hilo argumental, no pretende demostrar nada al no mantener una tesis, si acaso dar cuenta de la experiencia de lo vivido, es decir, mostrar. Trata sobre las maneras en que la palabra dicha por los poetas ha abordado la experiencia de cómo contar el tiempo, ese ente inasible, pero que existe, como quería san Agustín. La experiencia del modo de contar el tiempo implica saber de la esencia de ese contar, de los instrumentos usados para ello: desde el tañido de las campanas a idear los días de la semana, los meses, las estaciones, los calendarios… y sus auxiliares, el canto del gallo, lo que dura la llama de una vela, el latido del corazón…

¿Estamos ante una visión arcádica de la forma de contar que, en definitiva, es un método que utilizamos para saber en todo momento cuál es nuestra disposición en un instante dado del espacio que ocupamos? Afortunadamente no, aunque la lectura del libro nos lleve a inferir eso algunas veces. Y ello se evita porque la autora ha atendido a la variedad de voces que registran este cómputo del tiempo: «Es preciso rendirse a la evidencia: no hay una entrada única, existe una suma infinita de entradas y ninguna de ellas puede ser desechada». Y el atender a esos modos de cómputo lleva necesariamente a recrearse en el latido del corazón o el tañido de las campanas, sí, pero también dar cuenta del reloj mecánico, pese a que a veces las citas reflejen cierta antipatía a ese invento medieval realizado por un monje alemán. Pero el libro no sólo atiende a las voces que registran ese cómputo, voces que se ciñen exclusivamente al ámbito de la poesía, es decir, a citas de poetas pertinentemente escogidas y que reflejan el enorme buen tino de la autora, con las que bien podría haber realizado una bella y sorprendente antología, sino que, y ésta es quizá la parte más esclarecedora del ensayo, alude, asimismo, al tiempo como creador de signos, ese «gran escultor» de que hablaba Marguerite Yourcenar. Así, el capítulo «Huellas» expone en un momento determinado: «Octavio Paz describe el encuentro con un muro en India, en el cual apenas queda rastro de su antiguo color y está cubierto de manchas a las que él se refiere como “las huellas digitales de las lluvias y los años”. “Espesura indescifrable de líneas, trazos, volutas, mapas delirantes, historias grotescas, el discurso de los monzones impreso sobre una pared decrépita”». El final es, sencillamente, esplendoroso y esclarecedor.

En otro momento, Menchu Gutiérrez parece justificar el tono del libro cuando afirma que la poesía recrea, vuelve a crear las estaciones, cuestiona su valor y busca afinidades hechas de frío y calor, de frutos o sueños de frutos. Para expresar esa recreación, es capaz de citar poetas pertinentes y muy afines a su modo de concebir el valor de la palabra, desde Paul Celan, Matsuo Basho, Marina Tsvietáieva, Arnaut Daniel a narradores como Proust, Clarice Lispector, Joseph Conrad, Virginia Woolf, Kafka… La lista es prolija.

Sin embargo, conviene no retener en demasía este lado de las citas, pues puede dar lugar a confusión. En cierta manera, le sucede a este libro lo que al clásico de Walter Benjamin, Libro de los pasajes. París, capital del siglo xix, respecto a la cuestión de las citas y al método que sigue. El tremendo ensayo inacabado de Benjamin se ha mostrado fecundo después de años porque se inscribe en un mundo fragmentario, posmoderno, donde la cita, buscada en Benjamin hasta extremos obsesivos, sirve de soporte de la época a través de sus textos a una tesis: bien podría decirse que la descripción del capitalismo en el siglo xix en Francia y sus consecuencias en la cultura y la política se revelan a través de ellos mismos y, gracias a ellos, el lector, al leerlas, refuerza la tesis del ensayista. Sin llegar a la enorme profusión del libro benjaminiano, que se podría confundir a primeras con un libro de citas, si no cayéramos en la cuenta de que éstas poseen una intencionalidad que hacen que sirvan de hilo conductor de las tesis contenidas en el mismo, en el libro de Menchu Gutiérrez, éstas sirven para abonar la radical y personal expresión de la autora, una expresión que se quiere íntima y termina por crear una especie de autobiografía espiritual.

Creo que aquí radica la principal aportación de este libro y su originalidad, ya que, dijimos antes, se preocupa más por mostrar que por demostrar. Estos Siete pasos más tarde pertenece a estos libros que inclinan su querencia hacia la metáfora y que se apoyan en ejemplos de clara plasticidad a través de la palabra poética, tomada ésta como objeto de conocimiento. Ejemplos donde se combina el aforismo dudoso con la cita pertinente. Como ejemplo del primero: «¿Qué hacían los indios americanos en ese paréntesis de calor en el que las hojas ya se habían decantado hacia el lado de la muerte? ¿Cazar? ¿Almacenar forraje? Seguramente cantaban y bailaban ante una hoguera hecha no con fuego sino con el color de las hojas». Da la impresión de que la autora se ha dejado llevar por la propia música de su palabra poética y no ha parado a tiempo. Como ejemplo del segundo: «El calendario babilónico es el gran triunfador del tiempo. Como escribe el filósofo alemán Peter Sloterdijk, el mismo dios de los judíos necesitó para la creación del universo de siete días. Y al séptimo día descansó». Estos dos modos de escritura están a menudo indisolublemente unidos en el libro en feliz resolución y, cuando así sucede, el resultado es enormemente satisfactorio.

Hay un ensayo de Ernst Jünger que se ocupa de tema similar, El libro del reloj de arena. En este título del escritor alemán, extraordinario en él por su temática, se trata de dar cuenta de los diversos instrumentos con que el hombre, a lo largo de la historia, ha medido el tiempo, desde los relojes de agua y arena hasta los relojes atómicos, cuyos latidos semejan los latidos del cosmos. En realidad, es éste un libro fenomenológico porque se decanta por expresar las formas en que la medición del tiempo no ha variado gran cosa. Lo que en él se dilucida tiene que ver mucho, en otro orden de cosas, con lo que trata Menchu Gutiérrez en el suyo. Para la autora, el tiempo es una casa que a veces es un paraíso y otras veces una cárcel que no somos capaces de abandonar. Es algo que sabemos nos conduce a la muerte, cuando dejamos de contar por años y contamos por días, en feliz frase de Diderot. Un libro que destila sabiduría y melancolía, como no podía ser menos, dado el objeto del mismo.