El caso es que por todo este lío yo me estrujo los sesos con libros de física teórica cuyos párrafos tengo que leer una media de tres veces al tiempo que desgasto el resto de mis neuronas tratando de jugar a videojuegos. Digo «tratando» porque hasta hace seis meses yo no había probado ni un solo videojuego en toda mi vida y al menos los que pretendo jugar no son precisamente fáciles. Ahora mismo nadie podría decir que soy una gamer, sobre todo por mi penoso dominio de los controles, pero me parece que no exagero si digo que no creo que haya un solo juego importante en la historia de los videojuegos que me sea del todo desconocido. Con esto sólo pretendo dejar constancia, una vez más, de cómo el teatro me conduce una y otra vez a territorios inesperados.

Estoy relativamente cerca de alcanzar el número de palabras que me exige este artículo, que es una barbaridad. Una barbaridad que me ha llevado a usar un estilo peligrosamente barroco, espero que no del todo insoportable para el lector. Lo peor es que a pesar de tener la sensación de haber hablado mucho más de lo necesario (por imperativo formal, como decía) siento el aguijón de la culpa por haberme dejado unas cuantas obras sin mencionar, sobre todo dos de las que han resultado más importantes en el sentido de repercusión, que serían Carne viva y Un tercer lugar. Tampoco he mencionado mi última obra estrenada y todavía en circulación: Canción para volver a casa, un encargo de la compañía T de Teatre.

Como ya estoy cerca de cumplir con las exigencias de espacio, trataré de ser lo más breve posible y me dejaré de preámbulos. Carne viva se desarrollaba en tres espacios de una misma sala de teatro a la vez. Uno de esos espacios era una comisaría de policía que, por culpa de la crisis económica que en ese momento asolaba Europa, se veía obligada a subalquilar dos de sus habitaciones. De ahí que, en un segundo espacio, hubiera una profesora de danza contemporánea dando sus clases y, en el tercero, un hipnotista que a su vez subarrendaba también su consulta. Cada vez que el público cambiaba de espacio era como si retrocediera en el tiempo y volviera a ver todo lo acaecido en los últimos cuarenta minutos, pero esta vez en otra de las salas. Los nueve actores repetían su periplo tres veces seguidas y pasaban de una sala a otra en varias ocasiones. De modo que todo tenía que estar perfectamente sincronizado, tanto en la actuación como en la dramaturgia, y por supuesto el principio de cada sala tenía que servir como principio de la obra total y el final de cada sala, como final de la obra total, ya que había tres grupos de espectadores y para cada uno de esos grupos el recorrido era distinto. En fin, no sé si se entiende, pero lo cierto es que era una virguería muy divertida que duró tres años en cartel.

Y creo que ya no voy a hablar de Un tercer lugar porque no me gustaría hablar de esta obra con prisas. Gracias a ella quedé por segunda vez finalista a un Max y también finalista al premio Valle-Inclán. Pero lo mejor de todo fue que esta obra me permitió dos cosas: encarnar en la gira el papel de Matilde y escribir y dirigir para T de Teatre Canción para volver a casa.

Qué conexión hay entre nuestra escritura teatral y la práctica escénica era una de las preguntas que nos arrojaba Sergio Colina, como posibilidad para orientarnos en este laberinto de cinco mil palabras dedicadas a hablar de nuestra obra, tarea que, como insinuaba al principio, se me antoja casi más comprometida que cinco mil palabras sobre nuestra propia persona. ¿Qué relación tienen pues estas dos prácticas? En mi caso, toda. La una no podría ser sin la otra. De la escritura a la escena y de la escena a la escritura; he recorrido los dos caminos muchas veces y ojalá pueda seguirlos recorriendo. No me imagino la una sin la otra, de la misma manera que no me imagino una vida sin teatro, porque en mi caso, una vida sin teatro, como he tratado tan torpemente de demostrar, sería una vida sin todo lo demás.

 

 

[1] Descubrí las geometrías fractales de la naturaleza gracias al matemático Benoît Mandelbrot, y el posible carácter fractal de algunas creaciones gracias a Rafael Spregelburd.

[2] Me estoy refiriendo a Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales.

[3] Hablo del periodo transcurrido entre La Realidad (2012) y la escritura de ese prólogo a su edición bilingüe (2019).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]