POR  GIOCONDA BELLI

En el Palau Roberts, Paseo de Gracia, Barcelona, se anuncia un «Banquete de Poesía».

He sido invitada a ser parte del banquete y leer poemas ante los comensales. He aceptado la invitación porque por muchos años he asistido a eventos de la Casa de América, Catalunya, y es una institución con la que me unen el tiempo y el cariño. El Palau Roberts es un edificio hermoso. Perteneció a un destacado personaje catalán, el rico financiero Robert Robert Surís. La esquina que compró llegaría a ser parte del eje más cotizado de Barcelona, vecina a la Pedrera de Gaudí, el jardín de Euterpe, la calle Diagonal y ubicada en el Paseo de Gracia. Robert dio a construir allí la residencia de su familia. Se la encargó al arquitecto francés Henry Grandpierre. Los trabajos fueron dirigidos por Joan Martorell y Montells y terminaron en 1903. La casa de estilo neoclásico posee un bello jardín diseñado por el mismo jardinero que diseñó los de la Plaza de Cataluña. A través de los años, la mansión tuvo varios dueños, pero al fin quedó en manos de la Generalitat en 1981. Es ahora un centro cultural y de información de la ciudad. El día en que se celebraba el Banquete de Poesía en el jardín, dentro del edificio se llevaba a cabo una exposición sobre los masones en Barcelona. En el foyer me encontré con el otro poeta invitado, Edgardo Dobry, Premio Ciudad de Barcelona de Literatura en Lengua Castellana. Es de origen argentino, pero lleva más de treinta años viviendo en Barcelona. 

La invitación a un banquete de poesía me había sonado seductora. Me imaginé leyendo en un salón iluminado y decorado al estilo romántico con hombres y mujeres vestidos de gala, atentos a mis palabras y con un fondo de leve tintineo de copas y sonrisas encarnadas reflejándose en el vino blanco. Sólo al acercarse la fecha quise saber detalles y me fui enterando de que sería en el jardín, que el traje era casual y que cada uno de los poetas invitados leería por unos quince minutos. 

Ninguna de mis fantasías logró, felizmente, superar la realidad de la velada. Las mesas en el jardín, redondas, con manteles y cristalería, se fueron llenando de comensales. A los lados del podio con el micrófono, en sendas mesas de buffet se acumulaban en fruteros y sobre las mesas una variedad de libros de poesía. Camareros afanosos nos repartieron los menús. La maestra de ceremonias, Cristina Osorno, explicó que debíamos escoger una entrada, el plato fuerte y el postre. Lo peculiar era que todas las opciones eran libros de poemas. Uno tomaba su menú, pasaba a la mesa del buffet y tomaba los libros escogidos. Mientras tanto, nos servían vino. Me fui a la mesa con Nicanor Parra, Jaime Sabines y Rubén Darío. A mi lado estaba Marta Nin, John Carlin y mi esposo, Charles Castaldi, cada quién hojeando y leyendo poemas de sus libros escogidos. Lo mismo vi que sucedía en las otras mesas. La poesía fue pasando de boca en boca, cada uno señalando algún poema en particular que le impresionaba. La idea que al principio había parecido un poco peregrina, de pronto nos resultó a todos deliciosa. 

No sé cuánto tiempo pasamos así, leyendo y comentando, hasta que Dobry y yo pasamos a leer nuestros poemas al podio. En medio de las lecturas nos sirvieron unas tapas latinoamericanas y más vino. 

Me gustaron mucho los poemas de Dobry, muy originales y llenos de humor y ternura. Luego se invitó a los comensales a pasar al micrófono si les apetecía leer algún poema de los autores seleccionados. Escuchamos a invitadas leer poemas de Sabines, de César Vallejo, de Raúl Zurita. 

Mirando a mi alrededor, constatando mi propio deleite con esa noche y ese banquete inesperado donde, de hecho, se sirvió y degustó poesía, sentí que había asistido a la moderna versión de lo que habrán sido las celebraciones medievales donde los juglares recitaban sus creaciones. Los que no habíamos tenido la experiencia del Banquete de Poesía -que la Casa América Catalunya ha venido haciendo anualmente excepto por los años de la pandemia- sentíamos el íntimo y quieto deslumbre de compartir en colectivo unas horas de inmersión en la palabra poética. Al otro lado de la verja que rodea el Palau Robert, Barcelona acarreaba su río de gentes ocupadas, mirando sus teléfonos, caminando a toda prisa, ajenos a la epifanía en el jardín de al lado.

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