Diálogos con Ferlosio
Edición de José Lázaro
Ediciones Deliberar, Madrid, 2019
496 páginas, 24.00 €
Suelen aceptarse como ejemplos señeros de la Antigüedad, respecto a los orígenes de la entrevista, los Diálogos de Platón, donde el filósofo, en la más estricta tradición griega de la discusión, da vida a un Sócrates que sigue guiándonos aún hoy en uno de los vericuetos más bellos que ha creado la especulación humana (en claro contraste con los Evangelios y el Tripitaka, según el Canon Pali, donde se rastrean enseñanzas del Buda histórico, por referirnos a escritos del mismo entorno histórico, en que se trata de recoger enseñanzas y sentencias de fundadores de religiones y no discusiones basadas en el logos), y desde luego los referentes a Cicerón, Luciano de Samosata y, ya en edad más moderna, los de Erasmo, Juan Luis Vives, Juan de Valdés, Galileo o Pedro Mexía… Ni que decir tiene que, stricto sensu, estos textos están tan alejados de lo que hoy día entendemos por entrevista que cuesta trabajo atisbar en estos diálogos, forma afortunada de transmitir conocimiento, ni siquiera un remoto origen. Sin embargo, si atendemos a edades más modernas, nos topamos con dos libros ya canónicos, las Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida, de Johann Peter Eckermann, y la divertida y fascinante Vida del doctor Johnson, de James Boswell, donde el abogado y escritor escocés traza uno de los mejores retratos literarios de que tengamos constancia en nuestra literatura occidental. Estas dos obras significan el principio de los ámbitos en que ahora nos movemos respecto al género, ya sea en forma de escrito en diarios o reproducido en imágenes de los distintos medios y tecnologías audiovisuales, de ahí la plena vigencia, salvando las distancias centenarias respecto a los formatos, por ejemplo, que estas dos obras siguen teniendo. Pero, entonces, y de regreso a la cuestión formulada respecto a la Antigüedad, ¿qué comparten, por ejemplo, los Diálogos de Platón con estas modernas entrevistas de nuestro tiempo? En primer lugar la tendencia al ejemplo, porque se supone que aquel de que se habla, y que responde con sentencias, argumentos o aforismos, o cualquier modo de retórica, es modelo a seguir por aquel que lee o mira; y, en segundo lugar, ya implícito en el ejemplo anterior, que esa condición ejemplar tiene por fuerza que ir acompañada de un telón de fondo necesario pero que actúa detrás resaltando la figura de aquel que es ejemplar.
Digo esto porque esa condición esencial, que Platón respeta con escrupulosa astucia literaria, es puesta en cuestión hoy día por algunos practicantes del género que, nada más cerca del narcisismo, arguyen que el enfrentamiento entre dos personalidades fuertes mejora el tradicional modo de expresar el diálogo o, ya en caída libre entre los géneros, la entrevista, sujeta a estrictas y coercitivas normas de tiempo y espacio. Recuerdo que una de las peores preguntas en una entrevista a que he asistido se produjo cuando Álvaro Pombo, en unos encuentros que tuvieron lugar en la sede de El Mundo, creo que en 1988, formuló una pregunta a Camilo José Cela con motivo de la presentación de Cristo versus Arizona, esa novela donde se recrean los sucesos de O. K. Corral. La pregunta duró unos cuatro minutos, con citas de Fray Luís de León, obligando al muy astuto Cela a confesar con un monosílabo, lo que resultó hilarante pero, como entrevista, un desastre. Y cito este suceso porque siempre valoré sobremanera en una entrevista que el entrevistado brille guiado por las preguntas inteligentes y pertinentes del entrevistador pero sin que éste resalte en modo alguno. Eso hizo Platón con lúcida escenografía siglos atrás y eso recomendó con fervor tanto para hacer crítica como para hacer entrevistas Walter Benjamin, a quien poner la palabra «yo» en algún escrito referente a otro le parecía una indecencia.
La reciente publicación de la casi totalidad de entrevistas hechas a lo largo de toda su vida a Rafael Sánchez Ferlosio, realizada con escrupuloso respeto por el escritor y editor José Lázaro, digno representante de lo que llamó Samuel Johnson, «el pálido arte de editar», y con el significativo título de Diálogos con Ferlosio, resulta ser un modelo para publicaciones de este tipo. Hay que decir que gran parte de la calidad de estas entrevistas se debe a la actitud del propio Ferlosio que ha concedido muy pocas desde el año 1956, en que ganó el Premio Nadal con la novela El Jarama, y que siempre exigía que le fueran dadas por escrito y con tiempo para poder contestarlas, un poco similar, pero por distintas razones, a lo que exigía Nabokov. Esta actitud se reflejaba en los entrevistadores que tomaban una entrevista con Ferlosio como algo digno de ser considerado un acontecimiento y solían prepararse mejor que con otras, más dadas a urgencias. De ahí que este libro sea, por estas características, muy distinto a los de similar condición. Y cito aquí, como ejemplos muy diferentes, la compilación de entrevistas a Ramón del Valle-Inclán que editó Pre-Textos o Palabra de Lorca, publicado por Malpaso y que recogía las entrevistas que concedió Federico García Lorca. Tanto Valle-Inclán como García Lorca fueron autores muy populares en su época y estos libros recogen esa condición por el gran número de interviús, como se decía entonces, que se les hicieron. Estas entrevistas poseen, leídas ahora, un defecto inherente también al género que se realizaba en el reporterismo de aquellos años y que era el de la previsible plantilla de las preguntas, de tal manera que salvo alguna que otra firma, como Manuel Chaves Nogales o César González Ruano, éstas solían ser calcadas unas de otras. De ahí el lado un tanto monótono y falto de interés de la mayoría de las mismas, lo que resta goce al lector y calidad a un género que consiguió grandes cotas literarias en el siglo pasado. Hay que añadir que estas entrevistas reflejan el grado de precariedad y de falta de presupuesto de los diarios de aquellos tiempos. Por ejemplo, en España había ochenta y cuatro periódicos y, de ellos, treinta en Madrid, pasando sólo seis de ellos de los cien mil ejemplares. Los periodistas eran buenos reporteros de calle pero aún no existía el modelo de periodista cultural, producto de una sociedad más rica.
Diálogos con Ferlosio consta de cuarenta y cuatro entrevistas realizadas desde que ganó el Premio Nadal con El Jarama en 1956, la primera hecha por La Vanguardia que en realidad es «una a tres», pues interviene de vez en cuando Carmen Martín Gaite, hasta la última que le hizo Epicteto Díaz Navarro en 2017 para la revista Campo de Agramante. El libro finaliza con un hermoso retrato de Ferlosio escrito por Miguel Delibes, autor que no le gustaba nada a aquél; y, aunque faltan algunas entrevistas, muy pocas, debido a problemas de derechos en diarios o revistas desparecidas o difícil de establecer contacto con ellas, bien se puede decir que el libro hace honor a su título.
Y como deberíamos imaginar cada entrevista ofrece un Ferlosio ligeramente ladeado como corresponde al momento y al medio en que esa entrevista se ha publicado. Para mí esa circunstancia, lejos de ser una rémora, es un aliciente de la misma pues es un buen reflejo del momento en que se ha hecho; en este sentido, las realizadas por Blanca Berasátegui, por José Antonio Gabriel y Galán y, muchos años después, por Antonio Lucas son buenos ejemplos de lo dicho pues, en cierta manera, con sus descripciones suplen a la cámara y crean una especie de híbrido entre ojo y mano, entre descripción visual y diálogo, de buena resolución y que, todo hay que decirlo, ya empleó Platón en sus Diálogos. La mayoría, por diversas circunstancias, se ajustan mucho a la actualidad del momento, sobre todo la política, ya que Ferlosio fue uno de los grandes polemistas de su tiempo, pero también cuando Ferlosio publicaba alguna obra, lo que siempre era tomado como un acontecimiento. Desde luego la cosa tomó visos de ello cuando Ferlosio, gracias a la labor de Javier Pradera, publicó de una tacada tres libros de ensayos a los que acompañó con su tercera novela, El testimonio de Yarfoz, esa aventura de las guerras barcialeas. Es en ese momento cuando asistimos a una aceleración en la frecuencia de las entrevistas y, todo hay que decirlo, a un interés mayor hacia las mismas por la mejora en su excelencia. Aquí habría que citar las realizadas por Antonio Astorga.
Es probable que las entrevistas más lúcidas de que consta el libro sean las de Félix de Azúa y la de Fernando Sánchez Dragó, es decir, una entrevista inédita, pues no se publicó en su momento en la revista Archipiélago por diferencias con el propio Ferlosio, y una entrevista de televisión transcrita para la ocasión. La ventaja de estas entrevistas consiste en buena parte en su extensión, lo que da lugar a un explayarse que culmina en cierta profundización en las cosas, pero también, y esto es determinante, en el prolijo conocimiento del autor que tenían tanto Azúa como Dragó. Son modelo de entrevistas al modo de las que sigue haciendo Paris Review en el mundillo literario y que ha dado fama internacional a la publicación norteamericana radicada en la capital francesa. Diría más, hay en la revista norteamericana una serie de frases hechas que dan personalidad a la publicación pero que, si se leen las entrevistas en conjunto, resultan un tanto hechas con cierta plantilla, así, la pregunta, ¿escribe usted a mano, máquina u ordenador?, algo de lo que, por suerte, estas entrevistas con Ferlosio carecen, porque todos sabemos que escribía no sólo a mano sino con querencia caligráfica de amanuense y una vez sabido esto, como el entrevistado sólo era él, se podían centrar exclusivamente en su persona por lo que preguntas así se ahorraban. La entrevista de Azúa es sencillamente gozosa, inteligente, hilarante en ocasiones, como cuando Azúa describe la comida previa a la entrevista, Ferlosio tomaba potitos y Azúa se fue a solazarse en un Bocata’s con ánimo curioso por lo menos, y continúa luego preguntándole sobre sus amigos, Zavala, Savater, Pollán… El resultado es un retrato magnífico de Ferlosio, donde brilla la mente del entrevistado, también su peculiar extravagancia, su irreductible sentido de la ética y los juicios literarios sobre sus contemporáneos, que en muchos causaron no sólo sorpresa sino cierta sensación de que había que vérselas con un caprichoso en muchos casos; pero tengo para mí que Ferlosio sencillamente decía en voz alta lo que muchos no se atreven a decir ni siquiera en susurros. Desde luego el autor de El Jarama se ahorró con esta sana actitud esa angustia que, de vez en cuando, le acontecía a Ventura de la Vega y que le duró toda su vida, tanto que, agonizando, confesó a sus hijos: «Me jode el Dante».
La de Dragó es quizá la entrevista más hermosa de que consta el volumen. Dragó posee una cualidad impagable, es ser apasionado y posee con el entrevistado siempre una actitud de empatía reforzada por su campechanía ilustrada y respetuosa. A veces, esa actitud se complementa con la de tratar al entrevistado como un semejante en gustos, tendencias y manías. Es gozoso asistir a las preguntas sobre las anfetaminas, la retirada en la España democrática de la Dexedrina, y cómo nuestros autores, porque en este caso son dos, consumidores de la cosa, se tuvieron que pasar a los adelgazantes como Bustaid, para mantenerse en ese peculiar énfasis intelectual que daban esas drogas. Además, al ser transcripción de una entrevista televisada se produce una cercanía que no se da apenas en las entrevistas concebidas para los periódicos.
Diálogos con Ferlosio, dentro del género, es libro señero y referente para estudiar con cierta profundidad y amplitud la obra y la persona de Rafael Sánchez Ferlosio. No es poco para un libro de entrevistas.