POR JOAN CUSCÓ I CLARASÓ
El alma humana es una armonía; la naturaleza, una música.
EUGENI D’ORS, 1910

La intención que está detrás de nuestra aportación consiste en acercarnos y tratar con la filosofía de Eugeni d’Ors desde su visión de la filosofía como creación de pensamiento, de formas, de orden, de símbolos y de mitos. También con el encaje de su forma de comprender la filosofía con la vida humana y con su visión de aquello que implica «ser humano». Para ello vamos a ver cómo D’Ors estableció un doble diálogo, primero con la ciencia contemporánea y, después, con el arte. De hecho, el pensamiento figurativo que propone D’Ors, y que lleva a cabo, nace del diálogo, el cual permite, como dice Rojo Pérez en el prólogo a La ciencia de la cultura (1967), superar oposiciones, por ejemplo, entre lo temporal y lo intemporal y entre lo individual y lo genérico. Establecer un lugar de encuentro para y con el pensamiento humano. En palabras orsianas: el encuentro fructífero entre formas de pensamiento.

 

UNA NUEVA FILOSOFÍA

Cuando en las páginas de Le résidu dans la mesure de la science par l’action (1908) Eugeni d’Ors se plantea la posibilidad de un «novísimo órgano» (nueva forma de pensar y de organizar) dice que este será viable cuando seamos capaces de resolver la contradicción entre las dos afirmaciones siguientes: la que dice que el hombre es la medida de los productos de su actividad y aquella que establece que los productos de la actividad humana imponen reglas a la actividad humana. En otras palabras, al establecer una reconciliación entre lo subjetivo y lo objetivo. Ello quiere decir que debemos aceptar que en la actividad humana hay una retroalimentación entre aquello que produzco y yo mismo; que mi actividad genera un orden pero, al mismo tiempo, este orden debe de permitir mi actividad y jamás someterla. Y es por ello que D’Ors dijo que su filosofía trataba del hombre que trabaja y que juega, del hombre que hace ciencia y que hace arte, del hombre «completo» –añadirá en el trabajo que acabamos de citar–. Resolver o, más bien, aprender a moverse entre estas polaridades vitales es lo que hace la filosofía del «seny» (releyendo la idea de la sophrosine griega). Responde a la capacidad para encontrar un encaje entre yo y mi fantasma, dice siguiendo las palabras de Goethe. Por ello, la actividad racional debe ser una actividad libre: un fenómeno vital, añade al hablar del «nuevo intelectualismo». Así, del mismo modo que la psicología nos ha enseñado que lo consciente no es la psiqué entera, lo racional tampoco no es todo lo real, aunque es «lo luminoso de lo real». En consecuencia, el nuevo intelectualismo, la filosofía del «seny», debe aceptar que el positivismo ha caducado porque representa «la superstición del resultado por encima del espíritu creador; la dogmatización de la ciencia». Y Sócrates ya nos dijo que debíamos tomar precauciones ante cualquier dogma y, por ello, defendió la necesidad de la ironía como método antidogmático, para mantener el pensamiento despierto y no adormecerlo ni petrificarlo. De hecho, en Religio est libertas (1908) D’Ors ya dice que el trabajo y el juego significan lo mismo: el esfuerzo ejecutado, según una intuición personal de orden, sobre el mundo exterior, que estaba desordenado o, lo que significa lo mismo, que estaba ordenado de manera que se opone a nuestra libertad. Tanto el trabajo, que constriñe la imaginación, como el juego, que da alas a la imaginación, son la lucha de una potencia interna contra una resistencia externa. Y la potencia externa no la podemos conocer: es escurridiza. Nuestro fondo irreductible solo lo podemos aprehender por exclusión, es decir, por la idea negativa de la libertad. Por tanto, lo que es irreductible en nuestro espíritu es la libertad. La libertad que quiere, que piensa y que siente (que no es lo mismo que hablar de la «voluntad que es libre», del «pensamiento que es libre» o de la «emoción que es libre»).

 

JUGAR Y TRABAJAR

Justo en la resolución de la paradoja con que hemos empezado nuestro texto y con esta inversión de los términos, Eugeni d’Ors inicia su antropología del ser humano, de aquello que somos y de la forma en que estamos constituidos. Y estos son los dos ejes sobre los cuales construye su filosofía del «seny». Y el «seny» es armonía que nace de la libertad irreductible que hay en el fondo de lo humano –y de lo real– y de la conjunción de mi actividad con aquello que soy y de lo que soy con mi actividad en el tiempo. Porque ni la vida ni el universo son estáticos como bien nos enseña el segundo principio de la termodinámica, defiende en su trabajo sobre Els fenòmens irreversibles i la concepció entròpica de l’univers del año 1910. La teoría de la relatividad, la termodinámica, el psicoanálisis y la física cuántica han modificado nuestra concepción del universo y del ser humano, del espacio y del tiempo. De aquello que somos y del lugar que ocupamos en la realidad.

Todo lo que acabamos de decir lo estableció D’Ors en la época que más esfuerzos dedicó a la tarea filosófica, entre 1908 y 1914, y es fundamental para entender toda su obra. También su idea del mito y sus lecturas de lo artístico y de las fiestas populares. A través del mito el lenguaje establece un sentido y un orden, crea una poesía del mundo. La capacidad lingüística florece en la vida. Y es a partir de ella que los artistas «arbitrarios» –por ejemplo, Isidre Nonell– practican el «libre examen personal» y la libre creación. Es decir, interpretan los símbolos a partir de su consciencia y, además, fabrican nuevos símbolos. Con ello, vemos que se establece un encaje entre la vida humana y sus productos sin dejar de lado la libertad. Por lo mismo, del fondo atávico de la vida colectiva nacen las grandes fiestas populares: por ejemplo, el Misteri d’Elx y las torres humanas de los castellers catalanes son rituales que permiten dar orden a los sentimientos más intuitivos y a las pasiones y emociones colectivas. Son lo apolíneo que se establece por encima del fondo dionisíaco de la vida humana. Y es que, como nos cuenta en las Crónicas de la ermita (1945-1946): «Con una sola pieza que no sea racional, la máquina ya no funciona. Pero la sintaxis solo vive cuando viene a lubrificarla un aceite de irracionalidad». No en valde, el filósofo vive en el faro de la ermita –abierta al mar y en los límites de la ciudad y de la tierra–, lo cual le permite dar una luz constante en la noche y, asimismo, adquiere la virtud de crear una limitación para las turbaciones que las cosas del día a día producen en la vida y en el pensamiento. No desoye ni niega la realidad pero se sitúa en una posición alejada para no perder la racionalidad frente a lo irracional. Toda vida racional necesita una pizca de irracionalidad pero no más, dirá releyendo algunos de los Caprichos de Goya. En otras palabras, antepone lo apolíneo frente a lo dionisíaco, aunque lo apolíneo (lo cultural y lo intelectual) no tendría fuerza alguna sin lo dionisíaco (lo natural y lo animal). Por ello, resolvió D’Ors «escribir Faro, con mayúscula siempre. Y relámpagos con minúscula».

El «seny» es la armonía que uno debe conseguir a lo largo de su vida. La resolución de lo contradictorio, el encaje de lo apolíneo con lo dionisíaco, de la ciencia con el arte. La personalidad que se expresa simbólicamente. La sobreconsciencia o, en palabras orsianas, el ángel. La sinfonía que interpreta la orquesta. El año 1930 escribió en Cuando ya esté tranquilo:

Cuando ya esté tranquilo –solo entonces– empezará para mí la fiesta. Lo de ayer; lo de hoy, esta inquietud, no es, no puede ser, más que preparación. Así el desorden de la orquesta antes de empezar, cuando cada instrumento va por su lado; y algún músico templa el suyo; y otro, apenas acaba de llegar de la calle; y a distancia se interpelan dos más y alborotan y ríen… Pero ya el director dio con la batuta tres golpes ligeros en el atril: ahora todo va a salir concertado.

 ¡Silencio…!  No podemos prever con exactitud el instante en que este dulce milagro se cumplirá. Que se acerca, sí, lo adivinamos, lo sabemos. ¡Pero el minuto exacto! Conviene hallarse apercibido para oír enseguida el percutir liviano de la batuta. La víspera de estar tranquilo se llama anhelo, se llama angustia, se llama opresión.  

¿Ya…? ¡Todavía no! Corazón, como esperas la serenidad no has esperado a amada ninguna…

Por fin, la música. Por fin, la libertad que se expresa. El orden que brota de la angustia. Que se sobrepone a la consciencia y a lo inconsciente. A la anécdota y a lo efímero. Por fin, la personalidad y el ángel. Y es que, para D’Ors, «vivir es gestar un ángel para alumbrarlo en la eternidad», como dijo en año 1930 en Introducción a la vida angélica, y la vida (su vida) se reduce o sintetiza en tres letras ang, que son las mismas para ángel y para angustia, nos dice en la «Carta de Octavio de Romeu al profesor Juan de Mairena» que en 1949 publicó en los Cuadernos Hispanoamericanos.

Todo el proceso de reencuentro de contrarios para alumbrar la vida humana se circunscribe dentro de las denominadas «etapas genéticas» del desarrollo del conocimiento humano, según las cuales la personalidad pasa por: una primera etapa «pueril», basada en la poesía y en la superstición; por una segunda etapa denominada «empírica», donde se indaga y se trabaja con la curiosidad; por una tercera etapa dogmática, que es pedante y didáctica al mismo tiempo; por una cuarta etapa llamada «ideal», que es más metódica y mística; y, finalmente, culmina en la etapa «angélica», que es aquella donde se abren las puertas de la ironía y de la creación en mayúsculas.