DE LA FILOSOFÍA

Todo ello quiere decir que la filosofía no es una doctrina, sino aquello que conforma una manera de vivir, la cual tiene solo tres ejes o, en sus palabras, es hija de tres libros, que son los que el lector debe descubrir en el ancho mar de sus escritos: el del pensamiento que se encara con la variedad del mundo, la historia y las ideas, que es lo que define el Glosario; el de la filosofía, que es el del pensamiento que se encara consigo mismo y organiza su propio sistema y, finalmente, el de la heliomaquia o lucha por la luz, a través del cual el pensamiento es acción. Ciertamente, la obra de D’Ors se divide en estos tres grandes ámbitos y, además, aporta tres libros importantes: Introducción a la vida angélica. Cartas a una soledad (1941), El secreto de la filosofía (1947) y La ciencia de la cultura (1964).

Para él mismo, dice el año 1917, su vida y su obra se tienen que concebir entrelazadas y verse desde la perspectiva intelectual o, mejor dicho, de la creación intelectual. Establece que su obra consta de tres aspectos complementarios. Primero, la exposición de su sistema filosófico, a través de sus lecciones. Este sistema debe ser una «filosofía de inteligencia» –o «filosofía del hombre que trabaja y que juega»– y consta de tres partes: dialéctica, psicología y física. Nunca llegó a desarrollar del todo esta filosofía, que encontramos descrita en Una primera lección de filosofía (1926). El segundo aspecto nace del vínculo del pensamiento con la vida humana y todas sus cosas y facetas y, por lo tanto, no es un trabajo unitario sino que se realiza día tras día desde las páginas de los periódicos, a través de los Glosarios, una obra de propaganda dirigida a señalar y a garabatear las anécdotas de hechos importantes –como hizo Sócrates, pero desde la prensa–. La tercera es la creación de instituciones académicas y de publicaciones científicas para elevar el tono cultural de la sociedad, y es lo que llama «la lucha por la cultura».

En resumen, dijo en el año 1927, la filosofía no ha sido tanto la creación de doctrinas como una forma de vida que ha promocionado la creación y la libertad; un estilo de pensar vinculado a un estilo de vida apolíneo (D’Ors, 2000, p. 55).

 

DE FILOSOFÍA Y CIENCIA

D’Ors ha puesto dos temas sobre la mesa. Primero, el replanteamiento de las nociones de causa y de identidad. La transformación de su visión clásica convirtiendo la noción de causalidad en la de «función exigida» y substituyendo la de identidad, entendiendo que esta se utiliza para excluir la contradicción, por la de figuración o participación. Con ello quiere replantear las nociones sobre aquello que somos los humanos y sobre nuestra posición en el mundo y, al mismo tiempo, iniciar una transformación de nuestra conciencia que culmine con un nuevo estilo de vida, que él denomina «viure científic» y tiene dos acepciones: por una parte, conectar lo local con lo universal –lo catalán con lo europeo, primero, y lo humano con lo cosmológico, después– y, por otra, conseguir que lo que aportan la ciencia y el arte no sean opuestos sino complementarios. Esta idea se encuentra muy presente, por ejemplo, en el Glosari de los años 1910 y 1911 y la encontramos también en la siguiente frase: «Europa es mi tierra, porque el cielo es la inteligencia. […] La vida coronada por la razón, no agotada por ella» (D’Ors, 2000, p. 61).

No es casualidad que durante sus primeras lecciones de filosofía en el Institut d’Estudis Catalans D’Ors tratase los temas de la curiosidad y de la atención. Ello le permitió penetrar el problema de la causalidad como «función exigida» en la constitución de la identidad humana. La curiosidad, dice, es como el humor y la palabra: una cosa propia del ser humano. Asimismo, la atención es la actitud que necesariamente debemos tener para abrirnos a la percepción del mundo y al conocimiento. La curiosidad y la atención permiten que la acción humana no sea ciega. La vida siempre se desarrolla en la acción. Por tanto, debemos saber cómo actuar adecuadamente a través de un conocimiento también adecuado: «Tot en l’home, tota la màquina humana, des de la més humil funció vegetativa fins al procés ideològic més elevat està format d’una manera adequada en l’acció i per l’acció. […] La congènita inclinació porta l’home no a la contempalció pura, sinó a l’acció impura, però eficaç, a les realitzacions pràctiques, a la vida en tota la seva força, a l’activitat continuada al treball i al joc. […] Pensar es resistir per algun temps a l’instint cec de la vida que exigirà l’acció immediata… I aquesta detenció, aquesta continència és també útil a la vida. […] La raó i la lògica consisteixen en una defensa contra la intoxicació que en un sistema nerviós afinat portarien infal·liblement les excitacions biològiques pures…» (D’Ors, 2017, pp. 71-72). En consecuencia, no es en valde que opone la figura del hombre que juega y que trabaja a la del hombre que fuma y que no hace nada. Ni que desde muy joven hubiera concebido que la cultura no es solo –o principalmente– una cuestión de síntesis enciclopédica y de erudición, sino una función; del mismo modo que la poesía y la ciencia son funciones y profesiones. El concepto vulgar de cultura, dice, es el que la ve como simple instrucción, pero, en realidad –y para él–, la cultura no es una cuestión de cantidad, sino de calidad. De información, formación y transformación de la acción y de la vida: de creatividad y de creación (D’Ors, 1915).

Finalmente, debemos tener en cuenta que a partir de los años 1905 y 1906 Eugeni d’Ors había unificado su pensamiento ideológico y su pensamiento estético con la finalidad de llevar a buen puerto su Kulturkampf. Asimismo, a lo largo de toda su obra encontramos la voluntad de encajar su formación en derecho y su formación filosófica; la tesis doctoral de la primera fue Genealogía ideal del imperialismo (teoría del Estado-héroe), desarrollada bajo la influencia de  Thomas Carlyle y Houston Stewart Chamberlain, y la de la segunda, Las aporías de Zenón de Elea y la noción moderna del espacio-tiempo. Ambas reflejan con rotunda claridad los dos grandes ideales que D’Ors quiere encajar: la construcción y expansión de un determinado estilo de vida relacionado con un estilo de pensar en, desde y para el mundo.

 

DE FILOSOFÍA Y ARTE

Hasta aquí nos hemos centrado en los inicios filosóficos de Eugeni d’Ors y, de manera especial, en su voluntad de crear una nueva manera de comprender la realidad haciendo dialogar la filosofía y la ciencia y, en especial, la realidad humana y el establecimiento de una filosofía como creación. Esta nueva antropología filosófica se resume en la composición tripartita del modo de ser humano –que consta de esqueleto, de cuerpo y de ángel– alrededor de dos ideas fundamentales: la libertad y el orden; en otras palabras, de la creación que genera orden y libertad. A pesar de ello, es muy cierto que el impulso que empujó a D’Ors hacia la filosofía fue el arte. Lo artístico le abrió las puertas de lo filosófico.

En relación con cuanto acabamos de exponer resulta muy interesante el libro Estilos del pensar (1945), que nos acerca a su visión de la filosofía como un diálogo del que nace la dialéctica de las diferencias entre el ensayo y la filosofía y de las diferentes formas de pensar, en las que el ser humano tiene la capacidad de crear pensamiento y donde la civilización cristaliza.

Para D’Ors, la creación de símbolos y de mitos forma parte del camino hacia el orden y la plenitud existencial. Por ello, la filosofía es vista como un pensamiento creativo de la civilización y como una contención de elementos naturales y animales. La cultura impone orden sobre el trasfondo biológico y apasionado de la vida humana; un equilibrio entre el elemento dionisíaco y el elemento apolíneo, si lo analizamos desde la perspectiva de Nietzsche. Y dentro de esta polaridad vital de la subjetividad humana, D’Ors defiende el elemento apolíneo como factor arbitrario que expresa y promueve la libertad humana para crear conocimiento, es decir, consciencia y sobreconsciencia. Además, la defensa del pensamiento como creación significa que los frutos del acto de pensar y de crear deben dar una respuesta que se organiza mediante el pensamiento figurativo lógico, el único capaz de sintetizar opuestos y de crear símbolos y mitos.

Todo lo dicho nos hace ver la importancia que para D’Ors tendrá el mundo del arte y el papel de la crítica de arte. No es casualidad que la producción de Eugeni D’Ors con más repercusión y reconocimiento hasta el día de hoy sea la crítica de arte, a la cual tenemos que acercarnos sin perder de vista que él la entendía como creación de pensamiento, como la posibilidad de pensar «con el arte» y no solo «pensar el arte». El filósofo Josep Maria Capdevila (1892-1972) también puso en circulación esta idea, que D’Ors defiende en el libro Menester del crítico de arte (1967). «Pensar con el arte» significa crear pensamiento conjuntamente con todo lo que aportan las formas artísticas de sentido. Por el contrario, «pensar el arte» sería una actividad académica y erudita que intenta racionalizar o simplificar aquello que el arte hace y dice; enmudecer aquello que el artista ha organizado a partir de su libertad. Si aprendemos a pensar «con el arte», aprendemos a dialogar con el arte y, por encima de todo, a establecer un diálogo entre dos libertades, la del artista y la del crítico, para generar algo nuevo. Para mejorar la vida humana. Para dar nueva luz a la vida.

Entre sus múltiples obras de crítica de arte, además de Lo barroco (1944), podemos destacar El arte de Goya (1928), La vie de Goya (1929), Paul Cézanne (1930), Pablo Picasso (1930), Le peinture italienne d’aujourd’hui: Mario Tozzi (1932), Tres lecciones en el Museo del Prado (1944), Arte vivo (1976) y Cincuenta años de pintura catalana (2002). Con la misma finalidad de generar diálogo y de crear pensamiento con el arte como eje transversal, el año 1942 D’Ors fundó en Madrid la Academia Breve de Crítica de Arte, que tenía como objetivo promover el arte contemporáneo y, en 1946, creó en Vilanova i la Geltrú, Barcelona, la Academia del Faro de San Cristóbal, que pretendía promover el diálogo entre arte y ciencia. Dos academias con un mismo objetivo.

Para finalizar, diremos que el diálogo con la ciencia aporta a la filosofía una nueva capacidad de pensar el modo de ser humano y que el diálogo con el arte permite desarrollar de una forma más global la personalidad humana. Mediante el diálogo, el ser humano construye una cosmovisión y una libertad que tiene sus raíces en el pozo del caos y que culmina en la mística o en el cosmos de la música, como expresión más abstracta y efímera de lo humano.