Garaje, Shakespeare… y ¿ahora qué? El cómo me he ido construyendo como escritor de teatro es la historia de desbrozar el ruido y encontrarme a mí tras él; nada que haya acabado aún, por supuesto, pero es en este camino donde ha de estar la nota adecuada, o lo que demonios sea eso que se busca. Supongo que el intento de hallazgo de eso que llaman la voz propia. Ahora que estoy dedicado a esta recopilación que ustedes leen, me doy cuenta de que mi evolución tiene forzosamente que ir al hilo de dejarme ser yo en mi trabajo. Esto que puede sonar a perogrullada, pero no lo es en absoluto. Hay que vivir y aceptar encargos, hacerlos tuyos y ser eficiente y honesto en tu labor, claro, pero si tratas de buscar tu verdad creo que lo único que puedes hacer es escribir de lo que te dé la gana en el sentido más volitivo de la palabra. Lo que te guste, lo que te palpite en las entrañas, será lo único que puedas proponerle al mundo y salir bien parado de ello o, al menos, con probabilidades de hacerlo. Vuelvo otra vez a aquello de la osadía y a la falta de corrección en los textos: nada más lejos de mi intención que sonar a libro de autoayuda, pero todo aquello sólo se consigue siendo tú. Renunciar a géneros que te gustan es un error, por más que éstos no entren en el canon de lo que se supone que debe ser el teatro. Si eres fiel a ti, ¿cómo no va a estar tu experiencia individual en tus textos? Ha de estarlo, se quiera o no, y todas las obras de teatro son una suma enorme de experiencias individuales.

Antes de acabar voy a glosar algunas de las obras originales que he escrito. Lo haré sin orden cronológico y dejando muy injustamente otras fuera, pero por no eternizarme ponderaré algunas por lo que me han marcado en cuanto a mi recorrido personal, redundando por tanto, inevitablemente, en lo dramatúrgico:

 

HAZ CLIC AQUÍ

Hay un antes y un después definitivo con esta obra. Venía de una experiencia horrenda tras mi primera vez como director, un trago que no le deseo a nadie en el que todo fue cuesta arriba y viví la peor cara de esta profesión. Lo que ocurrió con Haz clic aquí fue toda una inesperada revancha, y a esta obra le debo gran parte de mi carrera. Tuvo lugar dentro de «Escritos en la escena», una estupenda iniciativa del Centro Dramático Nacional, y en ella apuntalé dos grandes pilares: la escritura a partir del trabajo con actores y mi faceta como director. Mi propuesta de escritura consistía en escribir a pie de escenario una historia que girase en torno a los mecanismos de internet y a cuál es
nuestra responsabilidad en su uso. Lo que pasó en el proceso de trabajo fue que, básicamente, nos divertimos mucho y eso quedó reflejado tanto en el texto final como en la puesta en escena. Trabajar con actores lo más directamente posible creo que es la manera de hacer que la escritura esté lo más pegada posible al escenario; es lo más cerca que puedo estar siendo dramaturgo del actor que fui. No nos fue mal, la obra se programó dos temporadas seguidas en el Teatro María Guerrero de Madrid y, además, trajo consigo algo absolutamente inesperado: pude dirigirla en el Teatro del Arte de Moscú con actores rusos. El choque allí fue grande los primeros días; al poco, ya todo fue sobre ruedas y fue entonces cuando tuve claro que me iba a dedicar también a dirigir regularmente mis propuestas. Era algo que el dramaturgo Alfredo Sanzol me había dicho recurrentemente: un dramaturgo debe dirigir sus propios textos. Eso no significa que no puedan ser dirigidos por otros; por supuesto que sí. Es sólo que desde la dirección propia creo que mi voz es más completa. Pienso seguir haciéndolo.

 

LAS CRÓNICAS DE PETER SANCHIDRIÁN

El teatro es un arte colectivo y un acto de fe, y esta obra (hoy ya una trilogía) es la prueba de ello. El tiro era imposible: comenzó con una historia en la que se mezclaban Spiderman y la filosofía de Miguel de Unamuno, una epopeya de ciencia ficción homenaje a las películas de serie B que jamás hubiera tenido continuidad más allá de mi cabeza si no hubiera sido por el apoyo de Kamikaze Producciones y su Teatro Pavón. La apuesta era enorme por inusual y, sin el apoyo de alguien que creyera firmemente en mí, nunca hubiera existido. La confianza también es dramaturgia; es más, diré que lo es por encima de muchos otros factores. Sin espacios de confianza lo demás no existe. En estos momentos estoy escribiendo la tercera y última parte de la saga, textos todos ellos que refrendan en mí la necesidad de riesgo que el escritor de teatro debe asumir. En ellos hay gremlins, dictadores travestidos, magos y magas, reinvenciones de Frankenstein, clones, Jekyll y Hyde… Y más sorpresas: el texto de la primera parte está publicado en francés, lo representó la Comédie Française y ellos mismos me lo premiaron. Nada es garantía de nada, pero sólo haciendo lo que de verdad tienes dentro pueden darse este tipo de cosas.

 

DADOS

Y otro espacio de confianza, el que me proporcionó esta vez Ventrículo Veloz Producciones. Dados es el final de otra trilogía, enfocada a un público normalmente olvidado como es el juvenil. En esta pieza abordamos la identidad de género y es, quizá, uno de mis textos más políticos. En tiempos en que se ataca con saña al colectivo trans, aquí intento hacer una defensa férrea de la diversidad. Quizás lo peculiar es el conducto que utilizo: la ciencia ficción y la literatura de fantasía. En ese sentido, recurro a herramientas de propuestas de otros géneros; los referentes del género fantástico son muy útiles porque son más elásticos que aquellos que apelan a propuestas más realistas, y creo profundamente que se puede hacer un teatro de corte social sin atender a otros recursos que no sean los fantásticos. Esto no es nada nuevo, la ciencia ficción tiene un fuerte componente social por definición.

 

LOS CUATRO DE DÜSSELDORF

Mi segunda experiencia en la escritura a pie de escenario fue con esta función que, sin una premisa previa, escribí y montamos en el plazo de un mes y medio. Todo esto se traduce en que nos metimos en sala de ensayo cuarenta y cinco días antes de que el público pagara entrada para vernos sin tener absolutamente nada escrito ni pensado. Esto fue un salto mortal hacia atrás del que salimos bien a tenor de público y crítica. Fuimos fieles a lo que iba surgiendo en el trabajo, por mucho que la sensatez contraviniera lo que estaba ocurriendo allí. Como muestra, ésta era la frase que cerraba uno de los momentos con mayor carga dramática, casi al final de la función, cuando el gran secreto sobre el que giraba todo era desvelado: «Me pones el ciruelo como el cigüeñal de un portaaviones».

Al teatro, como a casi todo, lo puedes tratar de dos formas: con corazón o con cabeza. Por supuesto que todo requiere (y el teatro más) de un concienzudo trabajo; pero si no te dejas ser en él, siempre habrá algo que estarás traicionando y a la vez robándole al público. En la escritura, como en la interpretación, hay que aprender a domar la técnica para que pueda surgir aquello que sea susceptible de emocionar a alguien. El virtuosismo puede ser que resida en la práctica, lo ignoro, pero desde luego no se va a conseguir aplicando sólo lo racional.

No tengo ni idea del porqué, pero sí sé que me gusta más el teatro así: irreverente, libre.

Yo sólo he hecho aquello que me dijeron en su día que no se podía hacer.

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