«Pocas veces una ópera prima ha desempeñado un papel tan crucial en la trayectoria de su autor. Podría establecerse un parangón con el papel que juega la fulgurante La ciudad y los perros (1963) en la carrera de Vargas Llosa, pero en el caso del escritor peruano estaríamos ante un hito personal difícil de igualar, una suerte de autoboicoteo al inicio de la propia trayectoria literaria»

POR TANIA PADILLA AGUILERA

En el aún reciente 2021 se ha cumplido el trigésimo aniversario de la primera edición de Historia argentina (Planeta: Biblioteca del Sur, 1991), obra que inaugura la impecable trayectoria de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963). A este le seguirían otros libros de relatos (Vidas de santos, 1993; Trabajos manuales, 1994; La velocidad de las cosas, 1998), así como numerosas novelas (Esperanto, 1995; Mantra, 2001; Jardines de Kensington, 2003; El fondo del cielo, 2009; La parte inventada, 2014; La parte soñada, 2017; La parte recordada, 2019, y Melvill, 2022). Toda su producción conforma una trayectoria firme —y prodigiosamente premeditada, ordenada, regular (en el sentido más positivo del término, el que remite a la calidad literaria sostenida en el tiempo)— que nos permite afirmar sin ambages que su artífice es uno de los autores argentinos más importantes de la actualidad, quizá junto con su admirado predecesor César Aira (Coronel Pringles, 1949). 

Pese a su apariencia de libro de relatos común, en Historia argentina encontramos una serie de concordancias internas y estudiadas trabazones entre cada una de las piezas que lo integran que confieren al conjunto una apariencia de novela posmoderna: deconstruida, caótica, pop. Pocas veces una ópera prima ha desempeñado un papel tan crucial en la trayectoria de su autor. Podría establecerse un parangón con el papel que juega la fulgurante La ciudad y los perros (1963) en la carrera de Vargas Llosa, pero en el caso del escritor peruano estaríamos ante un hito personal difícil de igualar, una suerte de autoboicoteo al inicio de la propia trayectoria literaria. Sin embargo, en el caso de Fresán cabría más hablar de declaración de intenciones, de metro de platino iridiado ante el cual calibrar todo lo que ha de venir después, lo cual supone un ejercicio sano de autocompetitividad a la hora de diseñar un recorrido literario propio.

En Historia argentina se acumulan las referencias culturales más elevadas de la literatura, la música y el arte en general, con las referencias pop más estridentes (musicales, publicitarias, cómicas, cinematográficas). El caleidoscopio que conforma el conjunto de la obra constituye, sin embargo, un todo coherente y estructurado en el que las resonancias intratextuales conforman un homogéneo tapiz narrativo

La irrupción de Historia argentina en el panorama de las narrativas hispánicas supuso un revulsivo en la época. La buena acogida entre público y crítica propició la inmediata consolidación de su autor. El éxito se reitera con la reedición de 2003 en Anagrama (la primera en esta editorial data de 1993), en la que Fresán reordena las distintas teselas narrativas que integran la obra con motivo de su décimo aniversario. Seis años después el libro aún verá una nueva edición, esta vez corregida y aumentada, en la colección «Otra vuelta de tuerca» (Anagrama, 2009). En esta, Fresán incluye una serie de cambios que glosa a la perfección Ignacio Echevarría en su clarificador prólogo. A propósito del título de cada uno de los cuentos que integran la obra, el crítico reflexiona sobre la propia historia textual de los distintos relatos, su contexto de producción y su deuda con el proyecto literario del autor. Así, en una inteligente exégesis que combina la historia y la intrahistoria de forma similar a como procede Fresán en su libro, Echevarría repasa los diferentes acontecimientos narrados conectándolos con los sucesivos episodios del devenir argentino en el que estos se contextualizan y encuentran su significado último. 

La totalidad de los textos que integran Historia argentina conforma un único relato fragmentario que, a través de la historia individual de los protagonistas (narrada en tercera persona o en una primera sospechosa, extranjerísima), relata la Historia de Argentina desde un distanciamiento irremediablemente irónico. Las alusiones literarias –explícitas o veladas– son constantes. Fresán se apoya en algunos de los referentes patrios menos cuestionados (Borges, Cortázar), además de en otros más recientes pero igualmente incuestionables (Piglia o el citado Aira). A su vez, también el propio autor pasará con esta obra el testigo literario a nuevas generaciones, constituyendo un enriquecedor basamento de la obra de algún epígono (al releerlo es imposible no pensar en Patricio Pron). En Historia argentina se acumulan las referencias culturales más elevadas de la literatura, la música y el arte en general, con las referencias pop más estridentes (musicales, publicitarias, cómicas, cinematográficas). El caleidoscopio que conforma el conjunto de la obra constituye, sin embargo, un todo coherente y estructurado en el que las resonancias intratextuales conforman un homogéneo tapiz narrativo. 

El relato «Padres de la patria», en el que Chivas y Gonçalves cabalgan alegóricamente por la siempre traída pampa, sirve de elocuente pistoletazo de salida. Su carácter, más evocativo que narrativo (apenas unas pinceladas contextuales que arrastran al lector al universo propuesto), constituye un introito adecuadísimo a la colección. Los protagonistas, a la manera de un Martín Fierro que hace pareja con una suerte de Artemio Cruz, conforman una cómica pareja que rezuma cierto cervantismo con el que el autor ofrece una relectura del mítico pampanismo en clave irónica. Le sigue «El aprendiz de brujo», más narrativo y pedestre, en el que Fresán nos presenta a uno de los primeros niños bien (o pijos, como los llamaríamos en España) que van a pulular por su obra. La Guerra de las Malvinas (mejor focalizada más adelante en «La soberanía nacional») será el telón de fondo en esta historia sobre egos en la alta cocina (microcosmos en el que se explicitan las tensiones de la contienda histórica) que con tanta sensación de contemporaneidad ha de leerse en nuestros días, cuando abunda la cocina pretenciosa convertida en competitivo show cuyos protagonistas buscan precisamente lo opuesto al superviviente del relato de Fresán: no pasar desapercibidos bajo ningún concepto. Porque este narrador en primera persona que vive su vida bajo las premisas de su admirada Fantasía de Disney lucha por mantenerse en lo más bajo de la cadena de trabajo, fregando hornos en el prestigioso Savoir Fair. Por su parte, el sospechosísimo narrador de «El único privilegiado» nos habla de fingidos asesinatos y violaciones, mientras que el científico estilita de «La formación científica» nos guía con su prístina mirada (similar a la del inocente lector) por un degradado Buenos Aires en el que la decisión sobre la muerte de la madre le genera el mismo hastío que su propia ciudad (lo social asimilado a lo íntimo), que lo empuja a huir de vuelta al utópico laboratorio que constituye su inmaculado paradigma existencial. 

«La pasión de multitudes» fue una acertada adenda. Tal y como el propio autor explica en su prólogo a la edición de 2009, lo añadió a la colección porque, pese a su indiferencia por el deporte rey, no debía faltar una mínima alusión al fútbol en una colección de relatos sobre la historia argentina. En «Histeria argentina II» se nos ofrecen una serie de fragmentos de una novela inconclusa. La remisión a una segunda parte de una primera inexistente permite el diálogo con esos espacios de incertidumbre que son más habituales en el cuento que en la novela. De manera similar, en «La Roca Argentina (12 grandes éxitos)» se nos ofrece un itinerario por un vinilo imaginario en el que, una a una, se van glosando todas las canciones que lo integran, constitutivas de una microhistoria musical de los avatares argentinos. Ambos relatos dialogan en fondo y forma con el preceptivo «El lado de afuera», en el que un dinamitero franco-argentino que acude a su abuela gala en busca de subvención para sus atrocidades plantea como filosofía de vida esa falta de penetración en las cosas, que en cierto modo es una forma de no implicación, de manifiesta superficialidad literario-vital. Asimismo, ambas historias conectan con «El protagonista de la novela que todavía no empecé a escribir», en la que un escritor de clase alta reflexiona en primera persona sobre la novela que quiere escribir bajo una mesa de roble que funciona como una excéntrica habitación propia. 

Por su parte, «El asalto a las instituciones» está integrado por tres fragmentos discursivos que completan un soberbio tríptico intrahistórico en un inquietante contexto peronista. Así, al tímido discurso de un adolescente deseante se superpone el de la chica deseada; ambos quedan neutralizados por el del padre pederasta, que ha suplantado de facto al hijo en la consecución de su perentorio deseo en un trasunto doméstico de los desmanes de la patria. 

De alguna manera, el juego de resonancias establecido en Historia argentina puede extrapolarse a la totalidad de la producción de Fresán, quien se ve empujado a establecer continuos juegos de concordancias y relecturas en un vaivén espacio-temporal enraizado en una idea de la literatura que no sabe mirar hacia el futuro sin hacer rebotar el pensamiento contra todos los procesos literarios ya pasados

«La memoria de un pueblo» es una carta de amor que rememora la aventura amorosa entre emisor y receptor a bordo de un barco mientras se libra una lejana contienda. El cambio de nombre de la destinataria (Adela, Mercedes, Inesita, Beatriz, Mariana) invalida la intimidad del discurso convirtiendo el asunto en una historia universal. Por su parte, en el nuevamente metaficcional «El sistema educativo», se nos presenta a un personaje-narrador (a quien ya habíamos conocido, de refilón, en otra de las historias) que, como el Guadiana, aparece y desaparece de su propia historia hasta que acaba siendo fulminado por un rayo. En este relato se nos presenta a tres hombres (un triunfador, un desgraciado y un escritor, que no puede ser otra cosa que el observador) enamorados de una misma mujer. En esta ocasión conecta con la historia del país la presencia de un niño acomodado que es sometido a un secuestro, experiencia que narra la propia peripecia vital de un Fresán adolescente. «Gente con walkman» está protagonizado por Alejo, el hermano del «aprendiz de brujo», un gafe consumado que se resigna a su azaroso y catastrófico destino poblado de ocasionales desdichas. Gente con walkman es el título de la novela que está leyendo este exsoldado de la Guerra de las Malvinas, regalo de su novia emo, cuando sufre un accidente de avión del que solo él sabe que todo el pasaje saldrá indemne. 

Cierran la edición de 2009 los relatos «Historia antigua», que, según afirma Echevarría en su prólogo, fue escrito por el autor cuando este tenía tan solo 8 años, razón a la que alude el epíteto «antigua» de esta historia de carácter circular escrita por un fanático de los Aztecas, y «La vocación literaria». De este último pasa a formar parte el cuento anteriormente titulado «La situación geográfica», incluido como bonus track en la primera edición de Anagrama. Esta fusión de dos relatos que cierra ahora la obra constituye una suerte de cuento programático que confiere sentido y cohesión al resto de las historias. Porque Historia argentina contiene, además de una serie de herramientas con la que acercarse a la realidad (que conforman un novedoso paradigma literario-vital), las propias instrucciones mediante las que se realiza el proceso, de ahí la relevancia de lo metaliterario en la obra. Como afirma el propio Fresán en el cuento que cierra el libro: «Primero era el mapa. Una forma larga y ridícula que, sin embargo, se las arreglaba para capturar sin mayor esfuerzo todos los climas y los paisajes posibles. Después, enseguida se presentaba la Historia, la posibilidad de múltiples historias». 

La última sección, titulada «Estado de gracias» en la edición de 2003, pasa a denominarse «Efemérides» en la de 2009. En ella, el autor, convertido en exégeta de su propia obra, aclara algunos aspectos oscuros de su colección de cuentos tanto en su primera como en su segunda versión. Este apartado denota el carácter abierto y mutante de su texto, sometido a continuos procesos de revisión, reedición y relectura. Estos procesos revelan un perfil de autor muy singular: el del escritor filólogo, revisionista, atento a su propia trayectoria, así como a las mejores estrategias de cara a la ordenación de los hitos que la integran. De alguna manera, el juego de resonancias establecido en Historia argentina puede extrapolarse a la totalidad de la producción de Fresán, quien se ve empujado a establecer continuos juegos de concordancias y relecturas en un vaivén espacio-temporal enraizado en una idea de la literatura que no sabe mirar hacia el futuro sin hacer rebotar el pensamiento contra todos los procesos literarios ya pasados. En este sentido, podemos decir que Fresán concibe su propia obra como un conjunto orgánico en el que no existe la autosuficiencia, la escisión textual ni el olvido, sino que toda su producción se entiende como un trayecto de ida y vuelta, unitario pero a la vez siempre cambiable, dúctil y mutante. Prueban la continua actualización de su obra, que Fresán nunca abandona, las sucesivas reediciones de esta a lo largo del tiempo. A las ya citadas, deben añadirse las de Tusquets (1998) y Mondadori (2017).

En definitiva, Historia argentina es una buena representación del libro posmoderno. Se mueve en la difícil frontera entre la novela y la colección de relatos, combina las referencias literarias con las de la baja cultura, disuelve los límites entre historia y ficción, subvierte las nociones de sujeto, espacio y tiempo, y plantea nuevos lenguajes literarios y juegos metaficcionales. La obra incide directamente en los ejes paradigmático y sintagmático del lenguaje literario para ofrecer un texto radicalmente novedoso que apuesta por hacer literatura renombrando todos los universos posibles. Sin duda, revisitar Historia argentina junto al propio Fresán es un buen ejercicio de lo que Salvador Pániker llamaría «retroprogresión»: volver para recordarse, rectificarse y poder salir mejor proyectado hacia el próximo presente. 

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