Inma Aljaro
Tedio y narración. Sobre la estética del aburrimiento en la narrativa: De James Joyce a David Foster Wallace
Cátedra
337 páginas
POR MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Que el aburrimiento nos lleva a descubrir el sinsentido de la vida es algo que hubiéramos podido descubrir sin ayuda de Inma Aljaro. Sin embargo, en Tedio y Narración, la académica nacida en Málaga nos lleva a esa conclusión a través de un interesante recorrido por la narrativa anti-mimética de una larga lista de autores contemporáneos, que va desde la novela Ulises de James Joyce (1922) hasta El rey pálido (2011), la publicación póstuma de David Foster Wallace. Debo advertir que la autora no se interesa en la ficción fallida, que sin duda lleva al aburrimiento, ni en el uso retórico de este en otros géneros de la ficción, como el cuento. También es de notar que aunque su interés primario sea la literatura, toma ejemplos de las artes plásticas y de la música, como las películas de Andy Warhol o las piezas de John Cage y la banda de rock estadounidense Nirvana. El valor fundamental del ensayo es el análisis que propone del efecto narrativo de lo aburrido en algunos pasajes de las obras de autores de la tradición occidental, entre quienes están, además de los nombrados antes, Marcel Proust, Henrik Ibsen, Thomas Mann, Thomas Bernhard y Samuel Beckett.

El ensayo presenta al tedio menos como la negativa disposición afectiva que anula el interés de los lectores que como la posibilidad de reconducir este mismo interés hacia ciertos aspectos que de otra manera jamás se habrían planteado. A través de un extenso viaje desde la antigüedad grecorromana hasta la narrativa de la primera década del siglo XXI, Aljaro encuentra las raíces del aburrimiento en otros sentimientos afines como el hastío, la pereza, la melancolía y el spleen, y rastrea el influjo de estas «hijas de la acedia» en cuatro estrategias narrativas: la exageración, la repetición, la digresión y la acumulación. Las dos primeras se refieren a las narraciones que avanzan en espiral y enredan innecesariamente el sentido de la obra. La digresión del discurso podría asociarse a la «retórica de la reticencia que recurre al uso de elipsis y paralipsis como una manera de expresar la evagatio mentis». Y, cuando es consecuencia de la verbositas, la acumulación disimula lo que tendría que revelar.

La autora recuerda que a principios del siglo XX el aburrimiento ya era considerado una sensación irritante contra la que había que luchar de cualquier manera, incluso con la violencia. Las artes visuales del entre siglo reflejaban esa condición, a través del deseo de romper con la tradición mimética del realismo. Igual que pasó en la plástica de entonces, también en la literatura de la actualidad se puede considerar el aburrimiento una categoría estética, siempre y cuando las obras tomadas en cuenta no tengan una intención pedagógica o de mero entretenimiento. Tal es el argumento de Tedio y Narración. Porque al aceptar que ciertas obras de comprobada calidad literaria son tediosas, se podría concluir que la intención estética de sus autores fue dotar al aburrimiento de una fuerza narrativa sin precedentes, demostrando con ese procedimiento que este estado de ánimo es un recurso fundamental en la narrativa contemporánea.

«Pudiera ser que el aburrimiento desencadene una experiencia estética cuando el lector (…) deje de interesarse por las preguntas que corresponden a lo tradicional —¿Qué pasará a continuación en la historia?— y, en vez de eso, reflexione sobre un nuevo interés, único, específico que irá surgiendo en su conciencia a partir del aburrimiento que siente», escribe Aljaro. En otras palabras, el uso intencionado de ciertas técnicas en la narrativa actual puede provocar en el lector una experiencia estética asociada a este ánimo y, como tal, inducir una apertura más crítica a la realidad. El aburrimiento se convertiría según esta estética en el pórtico a reveladoras experiencias literarias.

Fotografía de conjunto.

Con la excepción de La señora Dalloway (1925) de Virginia Woolf y The making of Americans (1925) de Gertrude Stein, en Tedio y Narración no se analizan obras escritas por mujeres. A La señora Dalloway le dedica una sección del tercer capítulo, por considerar que a Woolf le interesaba romper con el modelo clásico en la ficción y donde mejor lo logra es en la novela citada, que registra un sinfín de ideas e impresiones de los personajes, las cuales van desde las más triviales hasta las más complejas, pues igual que Joyce en Ulises, Woolf superpone la técnica a los personajes y a la anécdota. La novela de Stein sigue siendo una incógnita para la mayoría de los críticos. Según Aljaro, el objetivo de esa obra de más de mil páginas es ayudar a la comprensión del lento progreso de la vida, pero no ha sido de las más comentadas de la autora debido al sopor que produce en sus lectores, el cual viene asociado a su complejidad. Stein «siempre defendió su estilo», nos cuenta Aljaro, con el argumento de que «todo lo que había hecho había sido bajo la influencia de Flaubert y Cézanne».

Se me ocurre que para romper la fotografía del conjunto masculino, blanco y anglosajón de escritores convocados para este ensayo se deberían añadir comentarios sobre obras de autoras como, por ejemplo, Doris Lessing, Nadine Godimer o Toni Morrison. Como ficción del espacio interior que convierte lo social en íntimo, en El cuaderno dorado (1962) Lessing apela intencionadamente a la digresión y al exceso, técnicas narrativas que Aljaro asocia al tedio. Algo similar puede decirse de El último mundo burgués (1987) de Gordimer y La canción de Salomón (1977) —incluso, Beloved (1987)— de Morrison, donde, a la usanza de Woolf, se rompe con la manera tradicional de escribir para privilegiar la intimidad de los personajes en el registro de una miríada de impresiones cotidianas. Estos son solo ejemplos que se me ocurren, de buenas a primeras, tomados de la tradición escrita en inglés.

También en las breves páginas donde Tedio y Narración aborda la tradición literaria en castellano queda la sensación de que falta algo para completar la visión panorámica. Los únicos autores tomados en cuenta son los argentinos Julio Cortázar y Juan José Saer, así como el chileno Roberto Bolaño. Vista la multiplicidad de estrategias narrativas asociadas al tedio, cuesta creer que una académica española no pudiera encontrar novelas escritas entre 1922 y 2011 por algún compatriota que experimentaran con el aburrimiento, como hacen Saer en Nadie nada nunca (1980) o Bolaño en 2666 (2004). Debo señalar, sin embargo, que la parte mejor lograda del ensayo es el análisis que hace de cómo las divagaciones, las repeticiones y las narraciones en espiral son las estrategias del tedio que el autor chileno utilizó para sacar a sus lectores de la cotidianidad narcótica y hacerles ver la brutalidad deshumanizadora de los feminicidios. «El aburrimiento, expresó en alguna ocasión Bolaño, solo puede derivar en el horror» señala Aljaro: «Nos convierte en zombis o tiranos». El tedio al que se refiere no es precisamente el literario, sino el de las sociedades aquejadas por la violencia cotidiana.

Comprendo lo ingenuo que resulta hoy la expectativa de que alguien aborde en un solo ensayo la inmensidad de una tradición narrativa, pero las ausencias a las que me refiero tenían solución, y con más razón en un libro que trasciende el simple propósito divulgativo a través de un sólido estilo académico, manifiesto en la abundancia de notas al final de cada capítulo —son cinco— y en la bibliografía de treinta páginas. Una nota en la Introducción en donde se expusiera por qué el ensayo se limita a los escritores que cita y que diera señales de la conciencia de la autora sobre las limitaciones de su trabajo, como es costumbre en el estilo académico, habría dado la sensación de que Aljaro estaba consciente de qué quedaba por fuera de su libro. Incluso, si en el Epílogo se hubiera referido a posibles derroteros que otras investigaciones podrían tomar desde sus conclusiones, la sensación seguro habría sido menor. Afortunadamente, por Internet me entero de que la autora vive en Barcelona y continúa su investigación sobre estos temas, así que seguramente tendrá ocasión de probar sus teorías en otros contextos.

En realidad, lo importante de Tedio y Narración no es la lista de nombres que convoca, que es larga, sino cómo aborda las técnicas narrativas que esos autores han usado para representar lo pesado de la vida contemporánea y el argumento de que aburrir al que lee es la manera más eficaz de lograr que proyecte su tedio en el contenido de la obra y a partir de allí convierta su experiencia lectora en un estímulo para su capacidad crítica. «El aburrimiento nos lleva a la desmotivación, a la desilusión, a la apatía, a la depresión o incluso a la autodestrucción», escribe la autora en la Introducción al libro: «Pero también hay quien defiende que promueve un desesperado ímpetu creador que permite escapar de él».