Juan R. Jiménez, el joven autor de este libro, figura a la cabeza de los más esforzados paladines de la nueva Cruzada».[i]
El núcleo modernista de La Vanguardia se consolidó con la entrada en su redacción el 17 de marzo de 1892 del crítico Raimon Casellas, procedente de L’Avenç. La Vanguardia quiso ser la plataforma de un sector de la intelectualidad catalana, que, pese a la voluntad de conseguir las máximas cotas de modernidad en todos los ámbitos de la cultura (en concordancia con la mentalidad liberal del público que leía el periódico), no admitía, sin embargo, ninguna radicalización ideológica, ni en el dominio social ni en el nacional. Casellas, Casas y Rusiñol convirtieron La Vanguardia en el principal foco de propaganda artística modernista, sobre todo en su dimensión estética.
Ahora bien, el grupo modernista de La Vanguardia va a tener una «extensión» fundamental: Sitges, que se convertirá en el sancta sanctorum del modernisme y en referencia para muchos escritores españoles viajeros por la Barcelona fin de siècle, desde Emilia Pardo Bazán a Ángel Ganivet. Las fiestas modernistas de Sitges son un emblema de esta actitud. Mientras en el Liceo Barcelonés se representa Tannhäuser, se celebra la primera fiesta en 1892, consistente en una exposición de artistas pictóricos catalanes. Es el pórtico, que conoce también las primeras obras de adecuación del Cau Ferrat, la guarida atiborrada de hierros procedentes del fondo Rusiñol. El 10 de septiembre de 1893 se celebra la segunda fiesta modernista, donde se interpretaron obras de César Franck y Enrique Morera y se representó La intrusa, de Maeterlinck, en la que participaron Pompeu Fabra como traductor y Casellas como actor.
Entre la segunda y la tercera fiesta, Rusiñol, alma mater del grupo de Sitges, entabla una relación muy fecunda con Zuloaga: colaboran en una serie de crónicas parisinas enviadas a La Vanguardia y viajan juntos a la Toscana. El modernisme empieza a traspasar las fronteras catalanas. La tercera fiesta tiene lugar el 14 de diciembre de 1894, con la inauguración del Cau Ferrat. La pluma de Josep Pla ha dejado consignado el comienzo de la fiesta en su excelente Rusiñol y su tiempo (1942):
«Era el 14 de noviembre de 1894. Domingo. El tren matinal de Barcelona llegó a Sitges sin retraso y de él descendió un grupo numerosísimo de ciudadanos selectos. Estaba ya todo preparado. En la plazuela de la estación, se organizó la comitiva. Pedro Romeu se adelantó, montó a caballo y empuñó una bandera altísima. Después Luis Labarta, con mucho garbo montó en otra caballería. Romeu y Labarta eran hombres muy altos. Largos, de perfil gigantesco, con barbas imponentes. Romeu representaba el abanderado y Labarta el abanderado suplente.
La comitiva se puso en marcha. La abrían dos alguaciles para ahuyentar las criaturas y evitar que los caballos hiciesen algún estropicio. Seguían los abanderados. Luego, en formación compacta venía el grupo de ciudadanos selectos. Detrás, los tabernáculos donde estaban los dos cuadros del Greco».[ii]
La vida cultural y artística de Barcelona y Sitges es muy agitada: exposiciones, visitas, certámenes, etcétera. La cuarta fiesta tiene lugar el 17 de febrero de 1897: ya hay teatro, poesía e incluso música modernista autóctona. Y, finalmente, la quinta fiesta se celebra a finales de agosto de 1899: Rusiñol y la empresa editorial de L’Avenç cierran el primer ciclo del modernisme barcelonés. Para entonces ya ha abierto sus puertas la cervecería y sala de espectáculos Els Quatre Gats (que imitaba el parisino Le Chat Noir), funciona el Teatre Íntim de Adrià Gual y ha nacido Luz, revista modernista en castellano. Poco después empieza a publicarse la revista Pèl & Ploma y ya en 1900 la revista Joventut. Aun con sus claudicaciones y fisuras, el modernisme ha triunfado. Se observa en un conjunto de fórmulas decorativas, de caprichos, que aparecen en las fachadas y en los balcones de las casas, en el mobiliario y en los utensilios domésticos, en las cortinas y en los jarrones, en las joyas, en la tipografía y en la encuadernación, en el grafismo y en los anuncios publicitarios.
El modernisme, río de varios afluentes, contaba desde 1893 con la corriente que circulaba por las páginas del conservador Diario de Barcelona. Allí, con más o menos dificultades, oficiaba Joan Maragall, quien por esas fechas descubría el vitalismo nietzscheano para meses más tarde, alrededor de 1895, abonar el decadentismo junto con su amigo el excepcional crítico Josep Soler i Miquel, quien en la década de los 1880 había estudiado en Madrid bajo el amparo de don Francisco Giner de los Ríos. Un brevísimo recorrido por los trabajos de Maragall en el Diario de Barcelona acredita su participación decisiva en la forja del modernisme. Elijo dos ejemplos. Bajo el marbete «La nueva generación» escribe en el Diario de Barcelona (26 de febrero de 1893), aludiendo certeramente a Leopoldo Alas:
«Esta amplitud, esta indulgencia intelectual, este considerar con amor la vida en todas sus realidades, es verdaderamente el signo moderno. Y no hay que tomar esta amplitud y este amor por cualidades pasivas o de negación. La mejor prueba de que no son tales, de que contienen un principio activo y poderoso, de la rapidez con que gastan, corroen y aniquilan cuanto tocan, cuando el objeto del contacto no les es asimilable o les es contrario. Un literato español que siente en alto grado lo moderno dice en un prólogo de una traducción castellana de Los héroes de Carlyle: “Lo diré con franqueza: la filosofía de Taine, aunque muy respetable, ha envejecido más que su claridad y minucioso examen de las apariencias y sus nombres, que las intenciones poderosas y profundas de lo que se llama el misticismo de Carlyle”».[iii]
Maragall sabe que está comenzando a vivirse un tiempo esencialmente moderno y enfatiza el ímpetu renovador de la juventud. El ejemplo complementario es la crónica de la segunda fiesta modernista que brindó a los lectores del Diario de Barcelona. Allí estaban, a su juicio, todos los aficionados a la última palabra del pensamiento nuevo, a la última moda de la estética contemporánea, a los refinamientos de las sensaciones artísticas. El artículo fechado el 11 de septiembre de 1893 se cerraba así:
«¡Y qué bien completó y sazonó la impresión de la memorable velada el cambiar de expansiones, el prolongarlas junto al mar; el mar que engendró quizás las grandezas del sonido de César Franck; que Maeterlinck hace acudir a veces cual misterioso y tremendo personaje de sus dramas; el mar que Morera no ignora, y junto al cual, sobre avanzada peña de la costa de Sitges, Rusiñol ha plantado el estandarte de fe y de independencia artísticas!».[iv]
Junto a Maragall y usando indistintamente las tribunas de La Publicidad y de La Vanguardia, Soler i Miquel no sólo leía con modernidad absoluta los caminos intelectuales y artísticos del Clarín finisecular y descubría el nuevo aliento de los ensayos En torno al casticismo de Miguel de Unamuno, sino que afinaba su sensibilidad para ahondar en el decadentismo. Así perfilaba su clariniana manera de ver y palpar el decadentismo en un excelente y breve artículo publicado en La Vanguardia el 6 de diciembre de 1896:
«Andamos alrededor de varias manifestaciones de arte que instintivamente llamamos decadentes. Manifestaciones simplicistas y penetrantes, de un momento o aspecto fugitivo de las cosas; pero con una tal fuerza aprensiva y retentiva, que nos ponen estáticos, nos compenetran y dominan. A través de ellas adivinamos todo el sentido y la fuerza de la vida armónicamente realizada, espontáneamente desenvuelta. De una vida delicada, de una vida muy sensible, pero espiritual y fuerte. Y comprendemos, aspiramos, un despertamiento interior que se produce; y el vago espacio, el vacío fecundable y poblable espera nuevas bellezas […].
De la vulgaridad naturalista, de la verbosidad convencional y hueca, formada y fría, ya reniega el alma que desea la invención imaginaria viviente, la palabra que enuncia sincera».[v]
He aquí bosquejadas algunas de las coordenadas ideológicas y estéticas del modernisme catalán que anticipan diversos aspectos del modernismo español y reflejan la cultura europea nacida de la crisis del positivismo y del reconocimiento de las limitaciones de una existencia humana prosaica en un mundo desencantado, que debía alborear de nuevo.
Pío Baroja, flâneur por el verano parisino de 1899, conocía con suficiente tiento la atmósfera moral, intelectual y estética del fin de siglo. Sabía del torbellino de ideas, utopías y nuevos recetarios, y al trazar en francés una crónica de las bellas artes y la literatura española en ese verano para L’Humanité Nouvelle (10 de agosto de 1899) no dudaba en justipreciar el movimiento modernista barcelonés. He aquí sus palabras como balance último y provisional:
«El movimiento modernista en Barcelona es más intenso que en Madrid. El impresionismo en la pintura, el misticismo en la literatura y el prerrafaelismo en la ornamentación penetran primero en Cataluña, que es la Alemania de España, la región más industrial y más apropiada para recibir cualquier influencia. Los catalanes, como los americanos, adoptaron las novedades rusas, francesas y belgas, porque querían convencer a los (¡) otros españoles de que eran los inventores del género; pero nosotros no ignorábamos que eran simples imitadores. Ha habido en Barcelona dos periódicos modernistas: Avenç y Luz.
En Cataluña viven actualmente grandes figuras de la literatura; los nombres de Pompeyo Gener, de Guimerà y Verdaguer son conocidos en España y fuera de las fronteras.
Entre los modernistas catalanes, Rusiñol se distingue como pintor y escritor dotado de facultades superiores; Maragall como poeta; Iglesias y Gual como dramaturgos de escuela de Ibsen y de Maeterlinck, y Costa y Jorda como traductores. Existe un literato catalán que posee un estilo lleno de energía: el anarquista Pedro Corominas, preso en la fortaleza de Montjuic, autor de un libro, Las prisiones imaginarias, obra que contiene capítulos con una gran fuerza.
El modernismo se ha introducido además en los carteles y la caricatura. Rusiñol y Casas han hecho en Barcelona carteles modernistas que tienen mucho mérito».[vi]