POR ENCARNA ALONSO VALERO

El paseante de provincias

La trayectoria de Antonio Muñoz Molina comienza a principios de la década de los ochenta, cuando el entonces trabajador del Ayuntamiento de Granada inicia su colaboración en Diario de Granada y en Ideal, dos periódicos de la ciudad. Su caso es en gran medida singular, puesto que en su carrera tenemos el camino inverso al de otros escritores que han frecuentado el artículo literario o la columna. Si hablamos de la relación entre periodismo y literatura, lo más habitual es que los columnistas o articulistas comiencen su trayectoria en la literatura (con frecuencia, en la prosa, sea en forma de novela o de cuento) y los periódicos soliciten la colaboración de esos autores una vez que se han consagrado o están en proceso de consolidación de sus carreras y de ocupar un lugar destacado en el campo literario del momento. Este movimiento tiene que ver, de manera clara, con el número de lectores que espera tener el periódico al sumar una colaboración conocida y valorada por el público, además de que de ese modo el escritor aporta su elevado capital cultural y simbólico, que queda parcialmente transferido al periódico (es fundamental tomar en cuenta el espacio social en el que están situadas aquellas personas que producen las obras culturales y su valor). Pero también deja entrever la tácita aceptación, por parte de la propia prensa, de que la columna es un espacio diferente del resto de géneros periodísticos y que implica una relación más estrecha con lo literario. De este modo, «conviene dejar sentado que no toda columna, ni crónica ni artículo, es literatura. La columna, el artículo literario, es un producto específico del escritor de periódicos, que no es un periodista» (García Posada, 2003, p. 62).

Si tuviésemos que describir los rasgos fundamentales del columnismo o articulismo literario, tendríamos que señalar en primer lugar que en todos los casos la columna es un texto relativamente corto, o por lo menos siempre del mismo tamaño. El lector sabe dónde encontrarlo y cuánto tiempo le va a llevar leerlo. Además, normalmente es un género libre en su temática, ya que puede abarcar prácticamente todos los campos (en el caso de Muñoz Molina, los temas han ido evolucionando desde una focalización inicial en campos literarios, artísticos y culturales hasta una apertura mayor a temas de la actualidad en los últimos años). Así, habitualmente, el único límite en la columna es el espacio determinado de manera sistemática y regular (un número fijo de líneas o una cantidad obligada de palabras o caracteres). De este modo, el columnista:

«se reconoce, entre otras cosas, por estas seis características: la firma, la sección fija dentro del periódico, la asiduidad –es decir, el rasgo de frecuencia o continuidad en el tiempo–, la relevancia tipográfica junto a la extensión similar y por último la libertad temática y formal […]. Hay que añadir la relación estrecha entre el columnista y su audiencia, relación que lleva a una identificación entre los dos, a una conexión entre ambos que se presenta íntima y confiada» (Perlado, 2007, p. 83).

 

 

Por otra parte, el columnismo o articulismo literario fue uno de los géneros emblemáticos de los años de la Transición y la consolidación de la democracia, el momento en el que comienza su trayectoria Muñoz Molina. Si esa tendencia ya era importante en la prensa en los años anteriores, los cambios políticos que trajo la Transición marcaron, como no podía ser de otro modo, los medios de comunicación, entre otras cosas por la apertura de la libertad de expresión. Tales cambios, a la vez políticos y sociológicos, fortalecieron e incrementaron la tendencia columnista y articulista en la prensa española de esos años.

Si decíamos anteriormente que la vía habitual es ir de la consolidación como novelista (y, por tanto, cuando se cuenta ya con un número importante de lectores) a la columna del periódico, el camino que recorre Antonio Muñoz Molina es el inverso: del periódico al libro (y a la consolidación de su trayectoria). Nos referimos, naturalmente, a la cronología en cuanto a la publicación en un soporte y otro, puesto que la creación de su obra narrativa de ficción es paralela a su labor como articulista. No obstante, conviene matizar que esa afirmación solamente describe el principio de su carrera, cuando es un autor desconocido que empieza a publicar en un periódico local de una ciudad de provincias. Es decir, en ese momento ocupa posiciones todavía muy marginales dentro del campo literario del momento. Sin embargo, en cuanto despega su carrera como novelista y comienza a hacerse conocido y a ocupar lugares más centrales en el panorama narrativo, es reclamado por periódicos de ámbito nacional, donde se le conceden secciones de columna. En ese sentido, su trayectoria es singular y compleja, con dos movimientos (el primero, anómalo; el segundo, normativo) e ilustra muy bien la diversidad de las opciones y posibilidades que aparecen en función de la posición que se ocupe en cada momento.

Existen varias determinaciones que no podemos perder de vista en todo este proceso de inicio y despegue de la trayectoria del autor: la recuperación y consolidación de la democracia, por una parte, y la ciudad de provincias, excéntrica respecto de la metrópolis nacional o regional, por otra (y, consecuentemente, los textos aparecen publicados en periódicos locales que se editan en esa ciudad de provincias, en este caso Granada).

El paso del periódico al libro no describe solamente los inicios de la trayectoria de Muñoz Molina como escritor, sino también el camino de sus primeros libros. De hecho, el primer libro de Muñoz Molina es un volumen de artículos literarios. Así, en 1984 publica el autor El Robinson urbano, que recoge artículos de naturaleza narrativa y claramente unitarios publicados en el Diario de Granada entre mayo de 1982 y junio de 1983, y «Todos los fuegos, el fuego», que apareció en Olvidos de Granada. De título juanramoniano, la revista constituyó una publicación importante en la Granada de esos años, dentro del esfuerzo de modernización y de agitación cultural en la ciudad, proceso del que forman parte movimientos como el de La Otra Sentimentalidad y algunos de los artistas que Muñoz Molina nombra en sus artículos (por ejemplo, Juan Vida, a quien dedicó su segundo libro, Diario del Nautilus, o Javier Egea). También menciona a otras personalidades de la Granada del momento, como Rafael Juárez, Antonio Carvajal o Mariano Maresca.

Los gastos de publicación de este primer libro, El Robinson urbano, los costeó el propio Muñoz Molina, pero el esfuerzo económico no resultó infructuoso, entre otras razones porque un ejemplar cayó en manos del poeta Pere Gimferrer y le gustó tanto que poco después le pidió una novela, que luego sería Beatus ille (1986), lo que supuso su lanzamiento como novelista dentro del panorama nacional. El encuentro con una figura consagrada del campo literario del momento, Pere Gimferrer, le abre la posibilidad de publicar su primera novela en una editorial importante (Seix Barral, en este caso) y de lanzar su trayectoria. Como puede comprobarse en el caso de Muñoz Molina, cada fase de una carrera ofrece ciertas posibilidades y elegir una supone un proceso con ciertas etapas. Entre esas etapas, suceden acontecimientos imposibles de prever ante los que cada persona reacciona según los recursos de que dispone. Gimferrer también prologó la tercera edición de El Robinson urbano. Tanto el texto de Gimferrer como el breve prólogo que Muñoz Molina había escrito para la primera edición del volumen (y que se reproduce también en la tercera) nos ofrecen datos y reflexiones importantes para entender esta primera parte de la obra del autor. Lo primero que destaca Antonio Muñoz Molina en ese prólogo es el carácter narrativo de estos textos (1993a, p. 11). Nos dice también que se ha visto obligado a hacer algunos cambios porque «la escritura, en los periódicos, se instituye en el presente, y sus normas no son del todo las mismas cuando se vierte a un libro» (p. 11). Es uno de los rasgos propios que para el autor va a tener el artículo: para él, es literatura (además de las múltiples declaraciones de Muñoz Molina en esa línea, la lectura de los textos no deja lugar a dudas) pero con un determinado modo de escritura en el que uno de los cambios fundamentales con respecto a otras formas de creación es el tiempo en el que tiene que desarrollarse el proceso.  No obstante, señala que «desde su primera salida pública, El Robinson urbano tuvo una muy precisa intención de unidad: vuelve ahora en un libro» (p. 11). En efecto, los textos funcionaban ya desde su publicación en el periódico como partes o capítulos de un libro, con una indudable unidad que venía reforzada, entre otras cosas, por el protagonista de los artículos (y no es el único personaje que se repite) y el escenario común, Granada.

Pere Gimferrer señala en su prólogo a la tercera edición que lo que más singulariza este libro es «el modo explícito en que las referencias literarias no sólo constituyen el tejido interior de la estructura del texto, sino que, manifiestamente, aparecen en él en primer término» (p. 5).

El propio Muñoz Molina, en los artículos, nombra a Baudelaire como antecedente fundamental de la escritura que estaba realizando en ese momento: «Literatura moderna, asido del instante, cuyo espacio natural eran las páginas apresuradas de los periódicos. Así, día tras día, se escribió el Spleen de París» (p. 13). La columna está marcada por el aquí y el ahora en una medida mucho mayor que otros géneros o formas de escritura, y esas coordenadas espaciales y temporales imprimen «en la columna el sello de la fugacidad. Su vocación de presente, por definición siempre en fuga, hace de la columna el género por excelencia de la modernidad» (Loureiro, 2005, p. 40). También como en el Spleen de París, estamos ante textos híbridos que, en muchas ocasiones, podrían considerarse casi poemas en prosa.

La primera crónica, a la que pertenecen las palabras que antes reproducíamos, es «Escuela de robinsones», y constituye una auténtica declaración de principios en la que deja claro al lector en qué estirpe se sitúa y qué referentes maneja: junto a Baudelaire, comparecen De Quincey, Edgar Allan Poe y Joyce, y todos ellos dan «forma definitiva al laberinto y al perfil del Robinson urbano» (p. 13).