El libro es, en lo fundamental, el diario íntimo de un joven amante de las letras y, en general, de la cultura, que recorre la ciudad captando lo que ve a su alrededor. Se fundamenta en la metáfora de Robinson, náufrago aquí en la isla que es la ciudad moderna (en este caso, como hemos repetido, una ciudad de provincias, circunstancia que tendrá en el libro una importancia fundamental). Este Robinson a veces dialoga con un curioso interlocutor, su maestro Apolodoro, que vive en el barrio del Albaicín y escribe una Enciclopedia de la desolación.
En «Manhattan Transfer» vuelve el autor a hablar de Baudelaire y nos cuenta algunos datos que pueden hacernos pensar en las circunstancias biográficas reales del propio Muñoz Molina en esos años; así, por ejemplo, el escritor que trabaja como funcionario en el Ayuntamiento de Granada dice al describir en el libro al Robinson: «Quiere la mitología que el héroe amargo de la ciudad presencie la venida de la noche recostado en el sillón de una oficina sórdida» (p. 105). Esas pinceladas de rasgos vagamente autobiográficos, y la selección de aspectos de la realidad del propio autor que le resultan útiles para construir los textos y darles unidad, forman parte de los recursos utilizados para llevar a cabo una reflexión sobre los límites y las relaciones entre la realidad y la ficción.
El marco en el que todo eso se desarrolla es invariablemente Granada. La ciudad, tan maleada y falseada por los tópicos románticos, aparece como una ciudad moderna, aunque el libro no es sobre Granada, sino sobre las carencias y atractivos de una pequeña ciudad moderna, y la exploración urbana:
«implica también una exploración del lenguaje […]. Adobado, todo ello, para que el salto no sea en el vacío, con algo de melancolía y nostalgia, con el inevitable elogio de la noche y con las obligadas referencias –para subrayar aún más el carácter literario de la experiencia– a Soto de Rojas, Cavafis, Lawrence Durrell y Walter Benjamin, a quienes tanto debe el autor de este libro. Por lo que no es raro que la Alejandría del poeta griego y del narrador inglés se muestre –apunta Gimferrer– como una ciudad emblemática y paralela a Granada» (Valls, 1997, p. 74).
En este libro Granada es, ante todo, una ciudad paseada y la mirada del narrador se nos ofrece a través de esos paseos. Tanto las descripciones como las reflexiones subrayan a cada paso el carácter literario de la experiencia. No obstante, no se trata solamente de una visión literaria, ya que un componente fundamental es su visión crítica, sobre todo en lo que tiene que ver con las carencias de la vida en la moderna ciudad de provincias. A pesar de ello, esa crítica rara vez se lleva a cabo en términos directos y queda, en el conjunto del libro, como síntoma de una actitud moral.
Más de una década después, en 1998, Muñoz Molina publicó Pura alegría, un libro de corte ensayístico en el que se recogían textos (entre ellos, discursos y varias conferencias) en los que reflexionaba sobre la ficción y el procedimiento de la escritura. Allí, recordaba el proceso de creación y difusión de El Robinson urbano, especialmente en lo que tiene que ver con la figura del lector en esa época en la que era todavía un escritor desconocido:
«Hasta hace no muchos años yo tuve siempre la sensación de que escribía para casi nadie. Mis primeros artículos, que después se convirtieron en mi primer libro, El Robinson urbano, los publicaba en un periódico de Granada que apenas tenía lectores en la propia ciudad […]. Una vez, en la oficina, alguien me habló de un artículo que le había gustado, escrito por un desconocido […]. La verdad es que me gustó que alguien me hablara de mí como si fuera otro» (1998, 74).
Y solamente unas líneas después reflexiona sobre el desdoblamiento en lector, en destinatario de su propia literatura, que experimentaba al leer sus textos en el periódico:
«Publicar aquellos artículos tenía además otra virtud: me permitía convertirme en lector de mi literatura […]. Yo estoy seguro de que sólo al ver impresas nuestras invenciones somos capaces de alejarnos y liberarnos de ellas y de quedarnos limpios para emprender una nueva tarea […]. Cuando yo abría por las mañanas el periódico y encontraba el artículo que había entregado unos días antes me pasaba lo mismo: me desdoblaba en un lector, en un testigo de mis propias palabras y como ya no me pertenecían me resultaba fácil dejarlas atrás» (pp. 74-75).
Diario del Nautilus (1986) recoge artículos publicados en el periódico Ideal de Granada, en 1983 y 1984, y en la revista Las Nuevas Letras. La metáfora de partida tiene de nuevo que ver con la soledad y el aislamiento, en este caso del capitán Nemo en el Nautilus. Y estamos otra vez ante un volumen lleno de literatura y frente a artículos concebidos, ya desde su publicación en la prensa, básicamente como capítulos de un libro posible, con el hilo conductor sugerido en el título. Como en el caso anterior, se trata de textos escritos cuando el autor era todavía desconocido. La adolescencia y la vida provinciana son dos motivos que se repiten con frecuencia en estos primeros trabajos de Muñoz Molina y lo mismo ocurre en este libro, en el que son dos de las constantes que lo desarrollan. Sobre lo segundo, la realidad no admite comparación con la imagen de Granada que la literatura ha creado, y la ciudad no puede medirse con otros espacios reales pero lejanos. En cuanto a lo primero, el autor señala que de la rebeldía de la adolescencia ha pasado a tener un trabajo respetable, un empleo fijo. Como nos dice en «Invitación a James Joyce»:
«sin él, sin su incesante libro que murmura y crece como un mar porque es el océano de todas las imposibles o cercanas palabras, nunca hubiéramos sabido advertir que cada mañana, cuando salimos a la calle, estamos iniciando el viaje de Ulises, no hacia Ítaca, que no existe, sino hacia el torvo Hades de las oficinas» (p. 145).
La literatura explica la vida, ayuda a comprenderla, y no al revés. En el texto que cierra el libro, «Dedicatoria», reflexiona de nuevo Muñoz Molina sobre la presencia del lector, un «testigo atento, no del todo o no siempre acogido al silencio, a la oscuridad anónima» (p. 153). El destinatario implícito o potencial, con el espacio, el tiempo y la voz reconocible del escritor, conforma otro de los ejes de coordenadas fundamentales del artículo literario:
«Hay un fantasma en el Nautilus y un lector conjetural, necesario, exacto desconocido, que está del otro lado de las palabras como detrás de uno de esos espejos desleales que permiten espiar a quien se encuentra solo» (p. 153). Es por eso por lo que «miente quien dice no escribir para nadie, quien dice hacerlo para su solo placer o suplicio […] Uno escribe y aguarda, uno tiende al lector su cita, su celada de palabras asiduas, minuciosamente lo inventa» (p. 154).
De Granada a Madrid
El siguiente libro de artículos de Antonio Muñoz Molina es Las apariencias (1993), que reúne textos publicados entre 1988 y 1991 en El País y ABC. El hecho de que el autor colabore en estos dos periódicos, ideológicamente distantes, muestra, entre otras cosas, que la columna o artículo literario se rige por una lógica distinta, más cercana a la literatura que al periodismo.
En estos textos, el fundamento no es ya la cultura, sino la vida y la actualidad (aunque el volumen sigue lleno de arte y literatura). Como puede verse, se han producido cambios importantes respecto de los dos primeros libros de artículos del autor: los periódicos en los que habían aparecido estas columnas son nacionales, de importante tirada y gran visibilidad en el panorama del momento. La trayectoria de Muñoz Molina ha experimentado cambios importantes y tiene ya a esas alturas una gran proyección. El autor se ha ido en esos años a vivir a Madrid, ciudad en la que se desarrolla el núcleo fundamental de la vida literaria española del momento. Si atendemos a la cronología, el artículo más antiguo de los que aparecen en el libro está escrito después de que se publicara El invierno en Lisboa, con el que Muñoz Molina obtuvo el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa. El más reciente está compuesto durante la redacción de El jinete polaco, con el que obtendrá el Premio Planeta. La carrera del autor se encuentra, por tanto, en un punto que unos años atrás, cuando era un escritor desconocido que escribía en un periódico granadino y trabajaba en el Ayuntamiento, era un destino improbable.
En Las apariencias, la literatura y la cultura son dos elementos más de los muchos que componen el libro y no tienen el lugar preponderante que ocupaban en los dos libros anteriores. El anclaje fundamental es ahora a la vida y a la observación de la realidad. También ocupa un lugar importante la propia prensa. En estos textos Antonio Muñoz intenta explorar las posibilidades narrativas del género, «un paso más allá de la opinión y la crónica y uno o dos pasos antes de la ficción», tal como señala el propio autor en su página web.