«El humor es un elemento crucial de la lucidez»Por Carmen de Eusebio
Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es escritor y miembro de la Real Academia Española. Entre su obra cabe citar La fuente de la edad (1986; Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa), El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La ruina del cielo (2000; Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa), El reino de Celama (2003), que reúne sus tres novelas ambientadas en ese territorio imaginario, Fantasmas de invierno (2004), El árbol de los cuentos (2006), La cabeza en llamas (2012; Premio Francisco Umbral al libro del año), Fábulas del sentimiento (2013), que recoge las doce novelas cortas de ese ciclo narrativo, Los desayunos del Café Borenes (2015) y Vicisitudes (2017). También ha recibido otros premios como el Castilla y León de las Letras, el Premio de Literatura de la Comunidad de Madrid, el Ignacio Aldecoa de cuentos, el Café Gijón de novela corta, el Miguel Delibes, el Observatorio D’Achtall de Literatura y el Rivas Cherif por la adaptación teatral de Celama. Su obra se ha traducido a otras lenguas y ha sido llevada al cine y al teatro.
El hijo de la cosas es la historia de dos hermanas que, tras la muerte de sus padres, asumen la responsabilidad de cuidar de su malcriado y licencioso hermano. Antes de adentrarnos en ese mundo y la forma en que lo narra, ¿le atrajo la idea en sí o era el comienzo de algo que exigía la existencia de una novela?
Siempre me han interesado esas coyunturas familiares de las dos hermanas y el hermano, habitualmente muy hondas y peculiares en los afectos y, con frecuencia, motivadoras de una relación de cariño y cuidados de ellas respecto a él. La novela toma sentido cuando en esa relación las hermanas aceptan la responsabilidad del destino del hermano, tras el encargo de los padres, y el hermano es un niñato, enfermizo, malcriado. Surge así una situación muy peligrosa, propicia a la falsificación de los sentimientos y las encomiendas, con las hermanas extremando las responsabilidades, metidas en un lío. Me atrae mucho ese asunto familiar, que pone en evidencia aquello que decía Isaak Bábel de que la familia es un asunto inquietante y oscuro.
El lugar donde transcurre la historia, Oceda, es otra de las características que destaca. Es un espacio sin un tiempo concreto, vacío y un poco irreal. ¿Qué significado tiene para los personajes un espacio así?
Es uno de mis espacios literarios. Tengo un territorio imaginario sobre el que se construyen todas mis ficciones: una provincia inventada en la que existen las que yo llamo Ciudades de Sombra y en la que hay en el suroeste una comarca denominada Celama, a la que en su día dediqué tres novelas, recogidas en El reino de Celama. Las Ciudades de Sombra, Oceda misma; tienen como una indeterminación temporal, son de ahora y de hace mucho: todas con un pasado de antigüedad esplendorosa y una decadencia que las ha llevado de esa antigüedad a la mera vejez. Los espacios resultan, a veces, tan reales como irreales, tan ciertos en su urbanismo como fantasmagóricos, y siempre con notable atmósfera. Los seres que los habitan suelen ser frágiles, extraviados, intensos en sus emociones y echados a perder con frecuencia por sus actos. No es raro el hecho de que Oceda parezca vacía y que los coches se estrellen por sus calles.
EL HUMOR ES UN ELEMENTO CRUCIAL DE LA LUCIDEZ, PERTENECE A LA MIRADA MÁS COMPASIVA Y COMPROMETIDA, NO COMO PALIATIVO, SINO COMO COMPLEJIDAD
Usted es un escritor de personajes, y esta novela tiene un elenco de personajes secundarios de gran relevancia. ¿Cómo llega a ellos?
No distingo entre los personajes a la hora de afrontarlos, de contar lo que quiero de ellos, de dejarlos vivir, respetando sus existencias. Los teóricos secundarios no son ajenos, tributarios, siempre ayudan a dar sentido a la fábula y, a menudo, son una lente más o menos explícita de los otros. En mis ciudades conviven infinitos seres de toda laya, que van y vienen con cierto desorden y están en aquel callejón al que se refería Irène Némirovsky: toda gran novela es como un callejón de gente desconocida. En mis novelas, con mejor o peor fortuna, se puede conocer mucha gente.
Las decisiones de las hermanas o la vida desordenada del hermano no son enjuiciadas por las personas cercanas a ellos, los sentimientos son los que dominan las acciones. Podríamos decir que es una novela de sentimientos. ¿Qué prevalece en su interés a la hora de abordar un tema?
Escribo con frecuencia lo que pueden llamarse fábulas del sentimiento, es verdad. Me parece que son los sentimientos los que mejor detallan el sentido de la vida, las contradictorias emociones de la existencia, lo que no quiere decir que mis fábulas se pasen de sentimentales. Estoy de acuerdo con aquella frase de un gran director francés que aseguraba que, según se iba haciendo mayor, estaba más interesado por los sentimientos que por las ideas. Sentimientos secretos, emociones misteriosas…
El humor y los muchos momentos surrealistas que recorren el libro nos hacen tomar distancia con la realidad, no exenta de tragedia. ¿Hay que tener ese humor ante la vida para poderlo crear en la ficción?
El humor es un elemento crucial de la lucidez, pertenece a la mirada más compasiva y comprometida, no como paliativo, sino como complejidad. Tengo un talante humorístico que me ha sacado muchas veces de apuros, aunque sólo sea para rebajar la violencia de la desgracia, y por ese camino podría decir que he llegado a ser un razonable administrador de la desgracia. Pienso que el ser humano, además de maravillosamente ridículo, es tragicómico. Mi humor, entre el absurdo y el expresionismo, tendría esa línea de la comicidad y la tragedia.
El humor es universal, pero bien es cierto que hay giros y focalizaciones que no son iguales en todas las partes del mundo. ¿Cómo cree que entenderán en otras lenguas el humor de esta novela? ¿Piensa en ese lector que no es de nuestra lengua?
Universal, sin duda, con las peculiaridades de tantas miradas, vivencias y débitos educativos y formas de creencia y vida. En los tonos límite, los del absurdo, los del surrealismo o la imaginería expresionista, no creo que existan dificultades de conexión, las habrá en las ramplonerías sociológicas o costumbristas. La fábula cómica de este hijo de las cosas no creo que ofrezca ese tipo de contingencias contada así.
La novela es realista y, al mismo tiempo, bastante surrealista, en el sentido de que usted expresa muchas situaciones irracionales, cuyas conexiones lógicas quizás no existan, pero que se dan como paradojas en lo real. ¿Qué es lo que más le interesa de esa atmósfera singular?
Exactamente esas conexiones, esta suerte de contradicción fructífera que rompe cualquier línea convencional y hace expresa la sorpresa de esa ruptura. Siempre me gustó el surrealismo buñuelesco de ver en lo real lo surreal, el gusto de Buñuel por Galdós no es raro, si, además, aceptamos la idea de que Galdós y Cervantes son los más grandes y ambos emiten, en esas fascinantes dimensiones que engrandecen, lo que podríamos llamar un realismo irrealista. Por otra parte, la estética que siempre me fascinó, y al dictado de la cual hice mi aprendizaje literario, es la expresionista. Un humor expresionista, que tampoco me aleje de Valle o me indisponga con Jardiel, si hay que andar por casa.
MANTENGO, EN BUENA LÓGICA, LA CORTESÍA CON EL LECTOR, LA MANERA DE SER FIEL A SUS EXIGENCIAS, NO A SUS LIMITACIONES
En cuanto al estilo, en alguna entrevista que le han hecho, he leído que admite que es marca de la casa por esa sintaxis compleja; junto con esa mirada surrealista, parecen elementos que puedan dificultar el acceso del lector. ¿Qué comentarios recibe, si le llegan? ¿Cómo cree que encajan los lectores más jóvenes, acostumbrados a los textos cortos, esta forma de narrar?
Mi actitud de contador de historias es la naturalidad de contarlas, de la forma más compleja posible y más ajena al artificio. Creo que escribo midiendo la intensidad de lo que cuento, con las palabras precisas y necesarias y con el reto de llegar lo más lejos posible, sin conformidad alguna. Escribir es descubrir, no me cabe la menor duda. Mantengo, en buena lógica, la cortesía con el lector, la manera de ser fiel a sus exigencias, no a sus limitaciones. Los jóvenes que son lectores me hacen llegar su complicidad, como tantos otros lectores que me siguen. Bajar el reto es bajar la guardia.
Hay autores que escriben para unos determinados lectores, otros afirman que el lector está en ellos mismos o en una invención del desarrollo mismo de la obra. ¿Cuál es su caso?
Soy mi primer lector y es a él a quien debo dejar satisfecho, ya que en la intimidad de la escritura no hay testigos, nadie te está apuntando con una pistola. Es el tiempo, el desarrollo de tu obra, quien le va dando cara a los lectores, y soy de esos escritores que se sienten respaldados, aunque a veces me tenga que inventar al lector resarcido para darme ánimos. El día que baje la guardia podré ganar los lectores que no necesito y perder a quienes me ayudan a ser el narrador que soy.
¿Qué significado tiene la ficción pura en la literatura actual, tan inclinada, creo, hacia un género mixto: documento-ficción?
Reivindico siempre la ficción pura y dura, ya que he llegado a sospechar la existencia de un cierto descrédito de la misma, pero no me parece que haya motivo de alarma. Esas otras formas de narración son muy interesantes cuando, como le pasa a las novelas, merecen la pena. La competencia es absurda, a veces se establece desde la precariedad, lo que ya es el colmo, quiero decir que cualquiera perdería la vida por escribir la mejor ficción, porque se le ocurriera una novela maravillosa. Muchas grandes ficciones documentales lo son por su contundencia imaginaria, sólo hay que leer a Svetlana Alexiévich y percatarse de lo que supone como continuadora de la gran literatura rusa.