«Para mí escribir es averiguar la trama de la vida»Por Carmen de Eusebio

© Miguel Lizana

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es licenciado en Filología Hispánica y ejerció más de veinte años como profesor de secundaria. Es colaborador habitual en diversos suplementos literarios (La Vanguardia, El País, ABC). Es poeta y narrador. Entre sus libros de poesía destacan El cielo (2000), Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma, 2005), Calor (VI Premio Fray Luis de León, 2008), Gran Vilas (XXXIII Premio Ciudad de Melilla, 2012) y El hundimiento (XVII Premio Internacional de Poesía Generación del 27, 2015). En 2016 se publicó su Poesía completa 1980-2015.

Como narrador, es autor de las novelas España (2008; Punto de Lectura, 2012), Aire Nuestro (Alfaguara, Premio Cálamo, 2009), Los inmortales (Alfaguara, 2012) y El luminoso regalo (Alfaguara, 2013). También ha escrito libros de relatos como Zeta (2014) y Setecientos millones de rinocerontes (Alfaguara, 2015). En 2016 se editó la crónica Lou Reed era español, y en 2017 un libro autobiográfico de viajes, América (Círculo de Tiza). Ordesa es su última novela publicada (Alfaguara, 2018).

 

Ordesa es un libro de memorias y en él la ficción, más allá del cambio de nombres de los personajes, es inexistente. Para escribirlo elige el formato o género de novela ¿Por qué esta elección?

Porque el impulso era narrar. Mi pasión es contar la vida. El tipo de escritor que yo soy no se pone a meditar el formato en que va a escribir un libro. Lo que hago es ponerme a escribir, y para mí escribir es representar la vida, verla en sus procesos dramáticos, pasionales. Averiguar la trama de la vida, eso es lo que quise hacer. Claro que no hay grandes tramas en las vidas que yo he visto. Se funda una familia, te dedicas a trabajar y un buen día todo desaparece. Y aun así todo está lleno de hermosura. En realidad, no eliges nada. Vas tanteando en la oscuridad. No estoy de acuerdo con la afirmación de que la ficción es inexistente. Hay ficción en Ordesa, pero lo que más hay es amor. Puede que el amor también sea una ficción. Una verdad subjetiva, eso puede ser el libro. Mi manera de recordar el pasado es pura subjetividad. El libro se ha movido, pensé que había escrito una cosa, y luego resultó ser otra. Ordesa se mueve en mi cabeza.

 

¿Qué hechos o circunstancias le llevaron a tomar la decisión de escribir un libro de memorias?

La muerte de mi madre. La belleza de la vida. Un divorcio. La soledad. La locura. La luz. El olvido. El alcohol. Dejar el alcohol. Tener que limpiar una cocina y no saber hacerlo. Las conversaciones con el boxeador Perico Fernández en garitos de Zaragoza a las tantas de la madrugada. El fantasma de mi padre, que venía por las noches. El amor al pasado, y el enigma del pasado. Saber que ahora no soy quien fui y que ya nunca más lo seré. El pasado es un ente radiactivo. Es energía desconocida. La energía más enigmática no está en el Universo, está en el pasado de los hombres y de las mujeres.

 

Existe mucha literatura universal donde las relaciones de padres e hijos son el tema central. En España menos, hasta ahora, y, de hecho, su libro se inserta dentro de un renovado interés por la confesión relacionada con la infancia y primera juventud. ¿Su libro se apoya en ella o usted siempre ha pensado narrativamente en sus años iniciales?

No tengo ni idea. No sé muy bien qué demonios pasa en mi cabeza. Nunca lo he sabido, tal vez por eso escribo. Me pareció que mi padre y mi madre eran como ángeles, y me puse a escribir. Luego, conforme iba escribiendo, me di cuenta de que era verdad: eran ángeles. Comencé a escribir Ordesa unos cuantos días después de la muerte de mi madre. Mi madre murió en mayo de 2014. Me divorcié en las mismas fechas en que mi madre murió. Me visitaron en aquellos meses un montón de sentimientos que no sabía que existían, tenían un aire espectral. A pesar de ver espectros por todas partes, había belleza en los adioses que estaba presenciando: el adiós a mi madre, el adiós a mi matrimonio, y el adiós a mí mismo. Lo malo fue que desde la primavera de 2013 hasta junio de 2014 el alcohol pasó a gobernar mi vida.

 

¿Pensó en publicarlo desde el principio o fue una consecuencia?

Sí, siempre pensé en publicarlo. Escribir es un trabajo. Yo no escribo para un cajón. No se me ocurre escribir para esconder lo escrito. Eso sí, sabía que era un libro especial, pero era literatura. Y la literatura nace para que la lea la gente. Y mi tiempo de escritor es un tiempo laboral. Siempre reivindico el lado laboral de la literatura. Porque para que un libro esté bien escrito y bien hecho, el escritor necesita invertir cientos de horas. El amateurismo en literatura no me convence mucho. Es muy romántico, pero no es real. La literatura son palabras puestas en un papel. Alguien las tiene que poner. Y ponerlas es trabajo duro, muy duro, muy agotador. Es como hacer una casa con todo: albañilería, fontanería, electricidad, diseño, etcétera. A mí escribir me produce agotamiento psíquico. Me deja exhausto.

 

¿El lector fue inexistente hasta que pensó en publicarlo o ya pensó en él mientras lo escribía?

Creo que no pienso demasiado en el lector cuando escribo. Realmente no sé muy bien en quién pienso cuando escribo. Tal vez sólo piense en la vida. Pero llevo muchos años escribiendo, y de alguna manera soy consciente en todo momento de que el destino final de mi trabajo es el lector. Cada vez que corregía el libro, me angustiaba y me ponía de los nervios. Le dejé leer una primera versión a la escritora Ana Merino y ella me ayudó a pulir el libro. Ana se entregó a la corrección del libro. Su generosidad fue infinita. El final de Ordesa fue una sugerencia suya, y un acierto enorme. Que te ayuden con un libro es un trabajo que entraña pensar cada palabra, con un boli rojo en mano, sopesar cada frase, cada momento narrativo de la historia. Que te ayuden con un libro significa que se metan dentro de ti y te regalen muchas horas. Ana lo hizo.

Carolina Reoyo, mi editora de Alfaguara, me ayudó a pulir muchas cosas y fue otra lectora minuciosa, entusiasta y atenta. Carolina mejoró el estilo, ya lo creo. Las observaciones de Carolina y su comprensión del manuscrito y de mi mundo literario fueron muy importantes para mí.

No sé muy bien qué demonios pasa en mi cabeza. Nunca lo he sabido, tal vez por eso escribo

No soy escritora, pero pensar en escribir un libro de memorias me produce vértigo. ¿Ha tenido la tentación de abandonarlo mientras lo escribía?

En algún momento, sí. Pero yo no veo Ordesa como un libro de memorias. Me costó mucho trabajo corregir el libro. Eso fue muy duro. Hubo varias versiones. Ni sé la cantidad de veces que imprimí el manuscrito. Ni sé la cantidad de versiones que hubo. De eso, imagino, se pueden sacar muchas conclusiones. Tal vez la fundamental es que cuando vi que el libro iba a ser publicado me di cuenta de que tenía que quitar episodios de mi vida, o de la vida del narrador. El trabajo de corrección cada vez me agota más y sin embargo conforme envejezco me doy cuenta de que un escritor es alguien que sabe corregir por la tarde lo que ha escrito por la mañana.

 

La reconstrucción, a través del recuerdo, de la vida de sus padres es un homenaje e intuimos cierta sublimación que desencadena en la melancolía que produce la pérdida de las cosas. Al mismo tiempo, el sentimiento de culpa sobrevuela todo el relato y nos dice como los españoles lo tenemos interiorizado. ¿Qué significa la culpa en su libro?

Es curioso porque la culpa no existe en la naturaleza. La culpa es una construcción cultural de los seres humanos. El narrador se siente culpable. Algo habrá hecho. Él lo cuenta todo y vamos viendo su culpabilidad. La culpa a veces es el único comprobante que nos queda de que alguna vez estuvimos vivos. Si eres culpable, al menos eso significa que te acuerdas de la vida. El narrador de Ordesa es un personaje muy complejo. Creo que se ha hablado poco de ese narrador, porque se ha puesto el foco en la historia familiar que se cuenta. El narrador transforma a su padre y a su madre en pura belleza. El narrador está muy enamorado de sus padres. ¿Por qué? No lo sé. Ve en ellos la esencia sagrada de la vida. La vida contada en visiones celestiales, en la construcción de un paraíso, eso también ocurre en Ordesa.

 

Toda esta reconstrucción le conduce a enfrentarse consigo mismo y narra su propio derrumbamiento: su separación matrimonial, la relación con sus hijos, con el alcohol y los barbitúricos. En ese estado de abatimiento y tristeza ¿qué imagen extrae de la vida de sus padres que le lleva a tomar otra actitud frente a la vida?

Lo del alcohol fue importante en mi vida. Ordesa está escrita sin el alcohol. Por nada del mundo volvería a beber. Pero he bebido mucho en esta vida, al final fue un infierno. No me importa decirlo, porque fue así. Cuando tú te sientas a comer en un restaurante con un escritor, y llega la hora de escoger el vino y te dice que va a beber agua, es que ese escritor ya se lo bebió todo. Es un ex como una casa. El alcohol está muy relacionado con la literatura porque ambos tienen el mismo objetivo: una exaltación de la vida.

Dejé de beber el 9 de junio de 2014. Desde entonces no he probado ni una gota de alcohol. Iban cayendo las botellas, ya lo creo. El escritor Fernando Marías me ayudó con su consejo a salir del alcohol. Y pudo más mi vida. Hay gente buena en el mundo, descubrir eso te da unas enormes ganas de vivir. Todo cuanto me pasaba engrosaba las páginas de Ordesa. Quería un libro sobre la verdad, un libro que dijera la verdad. Comencé una nueva relación sentimental que me llevó a viajar a Estados Unidos. Dejé mi trabajo y dejé la ciudad en la que había vivido tanto tiempo. Si hubiera seguido en ese trabajo, me hubiera muerto y no hubiera escrito ni una línea. Ojalá en España la gente se animara a decir lo que le ha pasado en la vida; creo que eso nos sentaría muy bien a todos. Cuando dejé de beber, los fantasmas de mi padre y de mi madre vinieron a verme. Y se quedaron conmigo. Ordesa es un libro de muertos. Y también tiene su lado esotérico. Mi madre era muy mágica, creía en la magia y era supersticiosa. Pero era muy bonito todo aquello. Mi madre, menuda madre me tocó.

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