«Mar y literatura son la misma cosa para mí»Por Beatriz García Ríos

Marina Perezagua (Sevilla, 1978) es narradora. Desde hace muchos años vive en Nueva York, donde ha sido profesora en diversas universidades. También vivió en Lyon, donde trabajó en el Instituto Cervantes. Es autora de los libros de relatos Criaturas abisales (2011) y Leche (2013) y de las novelas Yoro (2015), traducida a varias lenguas, y El Quijote en Manhattan. Testamento yankee (2016), todos publicados por Los Libros del Lince. Por Yoro ha recibido el premio internacional Sor Juana Inés de la Cruz (México).

Me gustaría hacer un repaso por algunos momentos de tus libros, casi con palabras clave, con el fin de que des libertad a tu imaginación. Al fin y al cabo tú eres cuentista y novelista, una fabuladora. Comencemos por el principio, hay en tu primer libro, Criaturas abisales (2011) –una obra realmente inquietante que te reveló como una voz auténtica–, un cuento, «Desraíceme, por favor», que tiene mucho que ver con algunas obsesiones del resto de lo que has escrito. ¿Por qué el desraizamiento?

Mi obsesión con el desraizamiento comenzó de un modo literal: ¿cómo sería yo capaz, desde la ficción, de cortar con los genes que me unen a un padre que no me quiere? ¿Cómo yo, que quiero verdaderamente a mis amigos, a mi familia, a mis mascotas, puedo convivir con el miedo de haber heredado la incapacidad de amar a un hijo? ¿De qué manera lidiar con el hecho de sentir admiración por la rara inteligencia de ese padre a la vez que temo parecerme a él en el ámbito afectivo? Pero más allá de esta obsesión personal que llevé a la ficción, está el desraizamiento como algo que nos permite cuestionarnos si el lugar donde estamos lo hemos elegido nosotros o lo han elegido por nosotros. Yo me he hecho mi propia familia. Lo más difícil no fue aceptar que mi padre no me quería, lo más difícil fue tener que escuchar, todavía hoy, que no se puede romper con un padre. Creo que la independencia (desraizamiento) es el terreno más fértil para el escritor: independencia de sí mismo, independencia de los lectores, de la crítica, de todo aquello que es ajeno a las relaciones que sus personajes van creando para construir un mundo que a menudo va incluso en contra del propio escritor.

Paralelamente se da otro impulso, que es una búsqueda, que ha adoptado formas muy bellas –por ejemplo, en algunos cuentos de Leche (1913)–: el nacimiento (el hijo), que sin duda tiene que ver con esa violenta necesidad, especular, de negar las raíces. La palabra sería crisálida. ¿Qué te dice?

La palabra crisálida me gusta, de hecho, creo que la he empleado en más de una ocasión. La crisálida es un ser a medio camino entre su cuerpo inmaduro y su estado adulto, algo aún indefinido, lo que no es una cosa ni otra; y todo lo ambiguo me interesa porque tengo pocas certezas en esta vida y porque considero que en la ambigüedad está la verdad, lo esencial, lo que define a un ser o un sentimiento desde su complejidad y cualidad de inaprehensible.

Te dejo otra palabra, una palabra suelta y no resuelta nunca: destino.

Lo que me sugiere esta palabra es una voluntad de lucha. No acepto mi destino, si lo hubiere, no acepto nada que otro haya escrito para dirigir el derrotero de mi vida. Una de las actitudes (si podemos agraciar a la pasividad con la palabra actitud) que más me inquietan es la de languidez vital, esas personas que se dejan llevar por la vida con tal de no desviarse de ese flujo amable de la corriente, aquellos que nunca se dan la vuelta para nadar en contra de todo, un movimiento (este de nadar contracorriente) no siempre necesario, pero sí muchas veces, para hacernos dueños de nuestro propio destino. Esto es a un nivel personal. A un nivel profesional, como escritora, el destino me parece que equivale a una laxitud similar: me refiero a actitudes como decidir publicar un texto sin haberlo sometido al máximo nivel de nuestro esfuerzo porque, total, nunca gustaremos a todos los lectores y mejor sacar un libro por año para aumentar la lista de libros (mediocres) publicados. No lo veo así. Pienso que uno debe publicar sólo cuando no tiene la más mínima duda de su trabajo. Esto no garantiza ni mucho menos que el trabajo sea bueno, pero sí un respeto por el lector y los personajes. En este mismo estrato la palabra destino me sugiere también esa especie de fatalismo con que comúnmente se acepta que todo está ya escrito y que cualquier cosa que escribamos viene a ser una especie de remake de un tema ya tratado seguramente desde los clásicos. Mi opinión es justo la contraria, no tenemos ni idea de cuánto territorio virgen queda aún por escribir. A mí me da vértigo sólo pensarlo, todas esas cosas que están ahí, en el mundo de hoy, y no podemos escribir simplemente porque aún no podemos verlas. Hay una cita de J. B. S. Haldane que me encanta: «El universo no sólo es más raro de lo que imaginamos, sino más raro de lo que podemos imaginar». Obviamente decir que todo está escrito es como decir que el mundo es estático, que cualquier avance o nuevo descubrimiento científico no implicará un cambio en la mente o el espíritu de las personas. Pienso que ahí hay un gran terreno por explorar: por ejemplo, una mayor integración de la ciencia en la escritura de ficción, pero no como mera mención, sino como diálogo entre lo que significa un mundo hipertecnológico y nuestro espíritu. Personalmente me encantaría tener el poder de saber apreciar de qué manera la ciencia, la máquina, la virtualidad están afectando la identidad del ser humano de un modo radical, y que seguramente aún no estamos listos para documentar en sus rizomas más profundos.

Además de la literatura, tú tienes al menos una pasión más: el mar. Y, de hecho, practicas la apnea, además de ponerte a prueba en retos de natación en el mar bien duros, como cruzar el estrecho de Gibraltar a nado. Te dejo estas dos palabras: mar y respiración.

Mar y literatura son la misma cosa para mí. Pero también son la misma cosa mar, literatura y nutrición, por ejemplo. Creo que las personas somos siempre integrales, y que el trabajo que nos gusta y nuestras aficiones o las decisiones que tomamos en determinados momentos están todos interconectados. No es casual que me guste la natación de larga distancia, un deporte solitario que me permite, durante los entrenamientos, acomodar las ideas de lo que quiero escribir al llegar a casa. Esto no podría sucederme con un deporte de equipo. Tampoco es casual que cuando escribía cuento estuviera centrada en el buceo en apnea –que por cuestiones puramente físicas dura sólo el tiempo que la capacidad de nuestros pulmones permite–, y que cuando pasé a escribir novela me centrara en la natación de larga distancia.

Tu primera novela, Yoro (2015), tiene que ver con todo lo que hemos hablado hasta ahora. De hecho, está estructurada mediante un capítulo inicial, «Gravidez Cero»; nueve capítulos que son meses y el final, titulado «Alumbramiento». La obra comienza con una prosa y una imaginación que une lo individual con la historia y el cosmos de manera impactante. ¿Por qué Hiroshima?, ¿una vuelta de tuerca a la dialéctica muerte-regeneración?
Mar y literatura son la misma cosa para mí. Pero también son la misma cosa mar, literatura y nutrición, por ejemplo

Por qué Hiroshima. Hay varios factores. Uno es bastante personal y tiene que ver con mi necesidad continua de nuevos retos mentales o físicos. No sé si esto es fruto de una cierta hiperactividad o si es mi manera de canalizar la energía excesiva con la que siempre me despierto, que se convierte en ansiedad si no logro ubicarla en algo exterior a mí a lo largo del día. El reto, en este caso, era precisamente hablar de una guerra que me pillaba lejos, no sólo en el espacio sino en la mentalidad. Yoro está narrada en forma de testimonio, en primera persona, y por una mujer japonesa. El reto para mí era encontrar el modo de meterme en la piel de una mujer cuya forma de ver la vida es tan distinta a la que más usualmente comparto con mujeres occidentales. Cómo contar, por tanto, el dolor de una mujer japonesa desde su propia voz y acerca de una guerra que yo no viví. Ciertamente habría sido más fácil para mí escribir sobre la guerra civil española: mi familia es longeva, mis cuatro abuelos vivían, conocí a bisabuelos y tatarabuelos, todos con historias tremendas, pero me interesaba retarme. Respecto a la dialéctica muerte-regeneración, sin duda creo que es recurrente en casi todo lo que escribo: no sólo como un modo de expresar que en la colectividad nada muere (o todos morimos un poco con una nueva muerte), sino también como un modo de apostar por una actitud de resiliencia.

Además de la literatura, tú tienes al menos una pasión más: el mar. Y, de hecho, practicas la apnea, además de ponerte a prueba en retos de natación en el mar bien duros, como cruzar el estrecho de Gibraltar a nado. Te dejo estas dos palabras: mar y respiración.

Mar y literatura son la misma cosa para mí. Pero también son la misma cosa mar, literatura y nutrición, por ejemplo. Creo que las personas somos siempre integrales, y que el trabajo que nos gusta y nuestras aficiones o las decisiones que tomamos en determinados momentos están todos interconectados. No es casual que me guste la natación de larga distancia, un deporte solitario que me permite, durante los entrenamientos, acomodar las ideas de lo que quiero escribir al llegar a casa. Esto no podría sucederme con un deporte de equipo. Tampoco es casual que cuando escribía cuento estuviera centrada en el buceo en apnea –que por cuestiones puramente físicas dura sólo el tiempo que la capacidad de nuestros pulmones permite–, y que cuando pasé a escribir novela me centrara en la natación de larga distancia.

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