Marta Sanz
Persianas metálicas bajan de golpe
Anagrama
272 páginas
POR FRAN G. MATUTE

No resulta fácil reseñar Persianas metálicas bajan de golpe, la aplastante última novela de Marta Sanz (Madrid, 1967), un brillantísimo texto (diríamos incluso que genialoide) que, se aborde por donde se aborde, será siempre más inteligente que el crítico o lector, cualquier crítico o lector. Quedarán así en el aire numerosas claves tras una primera lectura, por muy atenta que esta haya sido. Y será aquí fundamental leer con paciencia, sin prisas, «a cámara lenta», saboreando cada frase, pues a ello invita su elocuente cadencia, su fascinante sonoridad. Persianas metálicas bajan de golpe aguanta de este modo, con con(s)ciencia de clase, la categoría de novela poética, pues no parece que haya duda de que el compromiso con el lenguaje que aquí se proyecta es el mismo que Sanz proyecta en su poesía. Parece además que haya en este compromiso cierto posicionamiento ético en tanto que escritora que considera (el uso que se le dé a) dicho lenguaje el alma misma del estilo literario, y en esto podrían establecerse diversos paralelismos con la obra del último y más desatado Rodrigo Fresán, por citar un autor con una propuesta literaria totalmente distinta a la que ahora nos ocupa. Pero, insisto, para acceder a las profundidades de la alambicada estructura narrativa sobre la que se sostiene Persianas metálicas bajan de golpe sería necesario una lectura más metódica, más fría, más académica, que la que aquí podamos realizar. Le ocurría igual, por cierto, a otra maravilla reciente, la novela Terroristas modernos (Candaya, 2017) de Cristina Morales, a cuyo centro de gravitación no se puede llegar simplemente leyendo sus páginas. Lo anterior, que conste, no tiene nada que ver con la experimentación formal, ni siquiera con la complejización de los mensajes. «Que no entre aquí quien no sea geómetra», podía leerse en el friso de la academia de Platón. «Que le den al espectador medio», sentenció, en palabras (más contemporáneas), el gran guionista de nuestro tiempo David Simon. Y por ahí pensamos que van los tiros. Se trata esta de una postura estética (narrativa) que Sanz, tras haber alcanzado cierta consagración (entiéndase mediática), parece haber asumido con todas sus consecuencias. Ya en su anterior novela, la también brillantísima pequeñas mujeres rojas (2020), había enseñado la patita por debajo de la puerta, al obligar al lector, casi a modo de mantra, a leer despacio. Había pues en ella, y ahora aún más en esta, una clara voluntad de radicalización. Tratemos al menos de entender con qué propósito.

Empecemos por comentar lo evidente, lo que a primera vista podría resultar una excentricidad por parte de Marta Sanz, esto es, el hecho de que Persianas metálicas bajan de golpe transcurra en un futuro dominado por un Ingeniero Jefe, blanco varón, que todo lo vigila a través de drones con entidad sensorial suficiente como para «cuidar» de los habitantes de Land in Blue (Rapsodia), seres ciertamente a la deriva, tristes y a su manera robotizados. En su Subestrato conviven no obstante algunos últimos descarriados que han preferido eludir las «comodidades» asépticas del presente por las incomodidades «libertarias» del pasado. Y en el centro de este frío entramado social, las vidas de una mujer y sus dos hijas van a sobrevivir al recuerdo gracias a dos drones obnubilados por su tremebunda historia familiar, verdadero corazón de la novela. Curiosamente, el que esta novela contenga entre sus páginas una distopía no la hace una obra futurista. Al menos no así de primeras y en cualquier caso no una al uso. Algo parecido le ocurría a un clásico distópico como Dudo Errante (1980), de Russell Hoban, una obra, por cierto, en la que se reflexionaba como en ninguna otra sobre la degradación del lenguaje y los estragos que ello provocaba en la comprensión lectora. La cuestión es que en la novela de Sanz, según se quiera ver, los drones funcionan como cualquier (falso) narrador omnisciente (en este caso múltiple), figura clásica aceptada desde hace eones por mor del pacto de ficción. Lo que vemos a través de sus cámaras, lo que leemos a través de sus relatos, es para colmo una realidad vintage, tanto para nuestros ojos de lector casual como para los suyos de vigilante experto. Se produce ahí de hecho un interesante conflicto metanarrativo entre lo que estos drones (con sentimientos, con personalidad) son capaces de aprehender de las distintas capas de realidad que visionan, a veces directamente, otras vía grabaciones almacenadas por el sistema. El mundo que observan es además uno que funciona a primera vista al revés, aquí sí al menos desde nuestra perspectiva presente: los viejos se quejan cada mañana de tener que levantarse para ir a trabajar, de tener que ponerse el mono azul, mientras que los niños se encuentran encerrados en residencias viendo todo el día la televisión. Aunque quizás, de nuevo según se mire, sea justo eso lo que esté pasando ahora. Algo similar ocurre con los cementerios, descritos en la novela como museos… Y es con estas nada obvias contradicciones cómo Sanz va soltando, sutilmente, sus cargas de profundidad, ya marca de la casa.

Que los drones se «enamoren» de las personas que vigilan (no casualmente mujeres) nos ha retrotraído además a un bonito recuerdo de infancia, el visionado de la película Nuestros maravillosos aliados (1987), de Matthew Robbins. Piensa uno ahora que si aquella cinta amable, de ciencia ficción familiar (producida a más inri por Steven Spielberg), la hubiera escrito Philip K. Dick o William S. Burroughs, bien podrían haber parido algo parecido a Persianas metálicas bajan de golpe. La cultura popular, como vestigio del mundo cotidiano, es de hecho en esta novela un elemento esencial, no solo por la fascinación que genera en los drones (esas telenovelas…) sino en la manera en que sus texturas impregnan el texto que leemos. Y así, por arriba, el Ingeniero Jefe que todo lo (aparentemente) controla, puede ser leído como un trasunto del mago de Oz; y por abajo, esto es, en el Subestrato de Land in Blue (Rapsodia), todo parece formar parte de una novela de Raymond Chandler. Sorpresivamente, no hay exploitation en Persianas metálicas bajan de golpe, una novela que rebosa originalidad. El mundo futuro que envuelve la narrativa no se presenta dependiente, en ningún momento, de manidas estéticas cinematográficas asumidas por el consciente colectivo. Y no solo estamos ante un mundo propio, sino que se trata de un mundo eminentemente literario. Lo anterior no quita para que la autora deslice continuamente guiños a los lectores más atentos. Más de uno querrá así ver algún que otro paralelismo entre el emotivo despiece de cierto dron y la icónica (e inevitable) «muerte» de HAL 9000. A ningún lector de Sanz, en cualquier caso, le extrañará que se tire aquí de este tipo de referencias, algunas directas, otras veladas (¿es la frase final un homenaje a Kurt Vonnegut Jr.?), pues su literatura ha estado siempre construida sobre ellas. Ahí está su Arturo Zarco, el más célebre detective gay de la literatura española, protagonista entre otras de Black, black, black (Anagrama, 2010) y Un buen detective no se casa jamás (Anagrama, 2012) y; ahí está su fantaseada Daniela Astor, actriz del mejor fantaterror patrio, protagonista de los años «del destape» en la magistral Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013). Quede constancia con esto de que Persianas metálicas bajan de golpe es puro Marta Sanz, es quizás el texto más salvajemente martasanz de todos los firmados hasta el momento.

Y es, entre otras, una novela salvaje porque para adentrarse en ella hay que hacerlo a machetazos. Estamos así ante un texto que se lee constantemente desde la incertidumbre, desde la mirada del que tantea, sin saber bien del todo hacia dónde va, y es así como acaba uno sepultado, inexorablemente, en más y más capas de realidad superpuesta. La reveladora luz al final del túnel la encenderá, cómo no, la autora, única conocedora de los pasillos del alambicado artefacto que ha construido, mostrándonos claramente la salida a este laberinto familiar de emociones a través de un sumidero noir maravilloso, onírico y barroco, excesivo y sanguinolento, una fiesta carnavalesca de la imaginación insólita desde luego en el marco de la obra de Marta Sanz, que con esta impactante e inesperada novela da un golpe fortísimo sobre la mesa de novedades avisándonos, con lo más radical de su propuesta, que el grisú ya se ha escapado.